lunes, 29 de noviembre de 2021

Liturgia de siempre....

 

Traditionis custodes castiga a los buenos católicos


La princesa alemana Gloria de Thurn y Taxis está “muy decepcionada” respecto a Traditionis custodes de Francisco, pero se engaña con la teoría de los “malos consejeros” (de Bergoglio), según publica el 23 de noviembre la página web LifeSiteNews.com.


Para ella, TC es como en la escuela, donde se castiga a los que hacen los deberes. Ella compara el Novus Ordo con la comida rápida, que se consume de pie, y la Misa Romana (Tradicional) con una buena cena en una mesa puesta con un mantel blanco y una hermosa cubertería.

Gloria cree que Francisco, quien creció en Argentina, tiene muchos prejuicios contra ambos, los católicos de Rito Romano y los ricos. Sin embargo, Argentina era un país rico durante la juventud de Bergoglio, y él nunca experimentó la “pobreza” ni en su casa ni, mucho menos, con los jesuitas.

El consuelo de Gloria es que la verdadera Fe siempre ha sufrido persecución y que el mensaje de Cristo no es compatible con la política. Para ella, la disputa medieval entre el Papa y el emperador continúa, sólo que “hoy vivimos en una época en la que el Papa cree que puede apaciguar al emperador”, pero esto “es una ilusión”.

Por otra parte, el card Robert Sarah intentó hacer creer en la página web LeFigaro.fr (el 23 de noviembre) que Traditionis custodes “no va a suprimir en absoluto la liturgia antigua”.

Dice que cree que durante las diversas visitas ad Limina de los obispos franceses y polacos Francisco “explicó claramente su intención”. Sarah fabula que Francisco “está atento” al “instinto de fe” presente en muchos jóvenes y familias que están íntimamente ligados al Rito Romano y que es “consciente de que lo que ha sido sagrado durante tantas generaciones no puede ser despreciado y desterrado de la noche a la mañana”.

Con un sofisma, Sarah llega a afirmar que Francisco espera “que la liturgia actual se enriquezca con lo mejor de la liturgia antigua”, mientras que el verdadero Francisco afirma en TC su objetivo de erradicarla.

en.news

domingo, 28 de noviembre de 2021

El Padre Nuestro....

 

Padre Nuestro, origen y explicación de la oración

Padre Nuestro y su origen
Carl Bloch [Public domain]

“Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas.” Mateo 6: 14-15

Todos sabemos que le Padre Nuestro tiene su origen en la Biblia y fue enseñada por Jesús a sus discípulos para mostrarles el modo correcto de orar, lo cual podemos encontrar en los evangelios de Mateo (Mt 6: 9-13) y de Lucas (Lc 11: 1-4).

Con esta oración, Jesús rompe con las actitudes que alejaban al hombre de Dios, y busca una sencillez que facilite el diálogo con Dios Padre.

Es considerada por los católicos como el resumen de la doctrina cristiana y para los ortodoxos y protestantes es el modelo de oración cristiana.

Debemos entender que Jesús no la enseñó para que fuera repetida mecánicamente, sino para que de esta forma, aprendamos a orar a Dios Padre, presentándole nuestra alabanza, sometiéndonos a Su voluntad, pidiendo perdón y presentándole nuestras necesidades y peticiones.

Por eso lo importante es, aunque lo sepamos de memoria, rezarlo sintiendo cada frase.

Padre Nuestro

Padre Nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea Tu nombre.

Venga a nosotros tu reino,
hágase Tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación
y líbranos del mal.

Amén

Doxología final:

Este final alternativo podemos agregarlo con el fin de manifestar que Dios es un ser absoluto y supremo, y que no tiene principio ni fin. Esta parte se denomina doxología final.

“Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre”.

Explicación del Padre Nuestro

En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.

Al pedir: “Santificado sea tu Nombre” entramos en el plan de Dios, la santificación de su Nombre —revelado a Moisés, después en Jesús— por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.

En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el “hoy” de nuestras vidas.

En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.

En la cuarta petición, al decir “danos”, expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. “Nuestro pan” designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el “hoy” de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.

La quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.

Al decir: “No nos dejes caer en la tentación”, pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.

En la última petición, “y líbranos del mal”, el cristiano pide a Dios, con la Iglesia, que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el “príncipe de este mundo”, sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación.

Con el “Amén” final expresamos nuestro “fiat”, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea” (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 18).

Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: “Tuyo es el poder y la gloria por siempre”, la cual vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del Padrenuestro: la glorificación de su Nombre, la venida de su Reino y el poder de su Voluntad salvífica. Pero esta repetición se ol Cristo, el Señor, los restituye a su Padre y nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea consumado definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos (cf 1 Co 15, 24-28).

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Padre Nuestro, origen y explicación de la oración

Padre Nuestro y su origen
Carl Bloch [Public domain]

“Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará
también a vosotros vuestro Padre celestial;
pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas.” Mateo 6: 14-15

Todos sabemos que le Padre Nuestro tiene su origen en la Biblia y fue enseñada por Jesús a sus discípulos para mostrarles el modo correcto de orar, lo cual podemos encontrar en los evangelios de Mateo (Mt 6: 9-13) y de Lucas (Lc 11: 1-4).

Con esta oración, Jesús rompe con las actitudes que alejaban al hombre de Dios, y busca una sencillez que facilite el diálogo con Dios Padre.

Es considerada por los católicos como el resumen de la doctrina cristiana y para los ortodoxos y protestantes es el modelo de oración cristiana.

Debemos entender que Jesús no la enseñó para que fuera repetida mecánicamente, sino para que de esta forma, aprendamos a orar a Dios Padre, presentándole nuestra alabanza, sometiéndonos a Su voluntad, pidiendo perdón y presentándole nuestras necesidades y peticiones.

Por eso lo importante es, aunque lo sepamos de memoria, rezarlo sintiendo cada frase.

Padre Nuestro

Padre Nuestro, que estás en el Cielo,
santificado sea Tu nombre.

Venga a nosotros tu reino,
hágase Tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en tentación
y líbranos del mal.

Amén

Doxología final:

Este final alternativo podemos agregarlo con el fin de manifestar que Dios es un ser absoluto y supremo, y que no tiene principio ni fin. Esta parte se denomina doxología final.

“Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre”.

Explicación del Padre Nuestro

En el Padre Nuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.

Al pedir: “Santificado sea tu Nombre” entramos en el plan de Dios, la santificación de su Nombre —revelado a Moisés, después en Jesús— por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.

En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el “hoy” de nuestras vidas.

En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.

En la cuarta petición, al decir “danos”, expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. “Nuestro pan” designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el “hoy” de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.

La quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.

Al decir: “No nos dejes caer en la tentación”, pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final.

En la última petición, “y líbranos del mal”, el cristiano pide a Dios, con la Iglesia, que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el “príncipe de este mundo”, sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación.

Con el “Amén” final expresamos nuestro “fiat”, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea” (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 18).

Muy pronto, la práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la Didaché (8, 2) se afirma: “Tuyo es el poder y la gloria por siempre”, la cual vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del Padrenuestro: la glorificación de su Nombre, la venida de su Reino y el poder de su Voluntad salvífica. Pero esta repetición se hace en forma de adoración y de acción de gracias, como en la Liturgia celestial (cf Ap 1, 6; 4, 11; 5, 13). El príncipe de este mundo se había atribuido con mentira estos tres títulos de realeza, poder y gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el Señor, los restituye a su Padre y nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea consumado definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos (cf 1 Co 15, 24-28).

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sábado, 27 de noviembre de 2021

El Amor de Dios...

 

El amor de Dios

Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará, y nosotros iremos a él y haremos nuestra morada con él”. Juan 14, 23

Si no podemos comprender a Dios, tampoco podemos comprender su amor.

El amor de Dios no se puede comprender

Ninguna mente humana puede comprender a Dios. No podemos definir a Dios. No podemos proporcionar una cuenta completa sobre quién es Él. Él “habita en luz inaccesible” (1 Tim. 6,16 ). Si Dios es incomprensible, también lo es Su amor. Si bien podemos y debemos hablar con sinceridad sobre Su amor, nunca podremos comprenderlo, porque es un amor divino, tan diferente de nuestro amor como Su ser es diferente de nuestro ser.

Dios es amor

Cuando Dios usa cosas creadas como leones para hablar sobre sí mismo en la Biblia, está hablando de manera analógica. Esto significa que las cosas que usa para describirse a Sí mismo no son idénticas a Él ni completamente diferentes a Él. Es una roca, por ejemplo, no porque esté hecho de piedra. Cuando Él se llama “roca” a Sí mismo, no debemos mapear todo lo rocoso de una roca sobre Él punto por punto. Cuando dice que es una roca, quiere decir algo de lo que queremos decir cuando nos referimos a una roca, es decir que no está hecho de piedra, pero es sólido y confiable. Nos podemos sostener y apoyar en Él.

Cuando leemos “Dios es amor”, sabemos algo de lo que es el amor por lo que ha hecho, pero Su amor nunca debe identificarse punto por punto con ningún amor creado que ya conozcamos.

Después del pecado, Dios no nos ha abandonado, porque Dios es amor. Él ama al mundo que hizo y nos ama a nosotros, aunque estemos rotos.

Dios nos ama tanto que envió a Su único Hijo para convertirse en uno de nosotros y salvarnos.

En su ministerio, Jesús viajó por las colinas de Galilea y Judea. Enseñó la palabra de Dios, curó a los enfermos, dio vista a los ciegos e incluso resucitó a los muertos. En todos los sentidos, demostró el amor de Dios por nosotros y su deseo de sanarnos tanto espiritual como físicamente.

Y finalmente, este Hombre – Dios abrió el camino para que tuviéramos vida eterna.

El amor de Dios en Su Cruz

Para Jesús, el camino era costoso. Recorrió el camino de los dolores y terminó con Su muerte en la Cruz. Jesús estuvo dispuesto a sufrir y morir por nosotros porque Su muerte nos permitiría saldar nuestros pecados y vivir con Dios para siempre.

Aunque era Dios encarnado, Jesús se dejó azotar, escupir y coronar de espinas. Se dejó crucificar con clavos en manos y pies. Ofreció Su vida como un acto de amor por nosotros, un acto tan perfecto, tan puro y tan valioso que pagó por todos los pecados del mundo entero.

Esto era algo que sólo Dios podía hacer. No importa lo que podamos hacer para expiar nuestros pecados, somos meras criaturas finitas y nunca podríamos pagar nuestras ofensas contra la infinita santidad de Dios. Pero Dios podía pagar por ellos y, como nos ama, lo hizo.

Después de la crucifixión, Jesús resucitó de entre los muertos. La Resurrección sirve como signo de lo que espera a todos los que se vuelven a Dios. Un día Jesús regresará, y aquellos que han amado a Dios experimentarán su propia gloriosa resurrección, el derrocamiento de la muerte y la vida eterna en el amor de Dios.

Por Su inmenso amor nos dio a Su Madre

Como regalo final, justo antes de morir, Jesús entregó Su madre al discípulo amado, Juan. Este fue un regalo para todos nosotros, un intercambio y una expansión de Su familia. En este intercambio, la tradición ha enseñado desde hace mucho tiempo, también nos confió a todos a su cuidado maternal. Jesús no estaba minimizando su relación con Su madre a través de estas palabras dadas a la multitud, la estaba expandiendo. Tiene hambre, a través del amor divino, de incluirnos a todos como familia de Dios.

Como ocurre con muchos de los tesoros de la fe católica, el tesoro de María es un regalo siempre digno de ser recibido. Pasar de la aceptación de María como Madre del Señor a María como “mi madre” requiere siempre el don de la fe.

Y además de aceptarnos como Su familia, nos regala a Su Madre para que interceda por nosotros, como bien lo hizo en el pasaje de las bodas de Caná, cuando logró que Jesús hiciera Su primer milagro, a pesar de que aún no había llegado Su hora.

Si María intercedió estando en la tierra, con mayor razón y fuerza lo hará estando plenamente unida a Dios en el cielo. ¿Y qué no hará Jesús por Su Madre que tuvo una vida de fe y obediencia? Conociendo el Señor esto, y sabiendo de nuestra necesidad, ha tenido a bien en su infinito amor, darnos a Su Madre como madre nuestra.

El amor de Dios nos lleva a amar al Prójimo

La contemplación del amor divino en su plenitud bíblica nunca es algo que termine en sí mismo. Nuestro descanso en Dios nunca encuentra su satisfacción en nosotros mismos, sino que siempre nos lleva fuera de nosotros hacia Él y hacia los demás. El amor de Dios debe ser vivido y aprendido. El amor de Dios por nosotros engendra amor en nosotros por Él y por los demás. La verdadera Palabra de amor que tenemos en la Biblia, si la tenemos de verdad, permanecerá en nosotros y no volverá vacía, ya que, por gracia de Dios, hacemos que los reflejos del amor inconmensurable de Dios sean visibles para otros en nuestra propia vida.

Pidámosle a Dios estar en Su amor

Señor, Te amo y deseo amarte de una manera más perfecta este día. Ayúdame a aferrarme a Tu perfecta voluntad en todas las cosas. Ayúdame a abrazar la perfecta obediencia a Ti siempre. En ese acto de amor y sumisión, ven y haz Tu morada dentro de mí. Jesús, yo confío en Ti.

Quien posee el amor de Dios, encuentra en ello tanta alegría, que cualquier amargura se transforma en dulzura y todo gran peso se vuelve ligero. -Santa Catalina de Siena

Fuentes:

Madre Maria...

 

Significado de la Medalla Milagrosa - Adelante la Fe

por

El 27 de noviembre la Iglesia celebra la Virgen de la Medalla Milagrosa, que en 1830 se apareció a Santa Catalina Labouré (1806-1876), a la sazón joven novicia de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.

Las apariciones de la Virgen tuvieron lugar en París, en la casa matriz de las hijas de la Caridad, en la Rue du Bac. En la segunda de dichas apariciones, el 27 de noviembre de 1830, cuenta la religiosa que vio cómo se formaba en torno a la Virgen un marco de forma ovalada arriba del cual aparecían las siguientes palabras: «Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos», escritas con letras doradas. Oyó entonces una voz que le decía: «Manda acuñar una medalla conforme a este modelo. Todas las personas que la porten al cuello obtendrán grandes gracias. Las gracias serán abundantes para quienes la porten con confianza».

De acuerdo con la petición de Nuestra Señora, en 1832 se acuñaron los 1500 primeros ejemplares de la medalla. A partir de ese momento se multiplicaron las gracias, hasta el punto de que en poco tiempo llegó a ser conocida como milagrosa. El padre Charles-Eléonore Dufriche Degenettes, párroco de Nuestra Señora de las Victorias, dio un impulso extraordinario a su difusión fundando la Confraternidad del Santo e Inmaculado Corazón de María y la propagó repartiendo millones de ejemplares por todo el mundo. Igualmente extraordinario fue el impulso que cobró gracias a la milagrosa conversión el judío Alphonse Ratisbonne, a quien  el 20 de enero de 1842 se le apareció la Virgen cuya efigie figura en la medalla en la iglesia de San Andrés delle Fratte, en Roma.

En 1880, con ocasión del cincuentenario de las apariciones de la Rue du Bac, León XIII declaró auténtica la conversión de Ratisbonne y concedió la fiesta de la Medalla, que se celebra cada 27 de noviembre. Catalina Labouré había fallecido hacía cuatro años, el 31 de diciembre de 1876, sin que nadie tuviera noticia de su existencia. Cuando Pío XI la beatificó el 28 de mayo de 1933, se exhumó su cuerpo y fue hallado incorrupto; actualmente se venera en la capilla de Medalla Milagrosa a los pies del altar de la Virgen que se le apareció.

El 27 de julio de 1947 Pío XII canonizó a Santa Catalina Labouré. Al día siguiente, ofreció a los peregrinos congregados en Roma una meditación sobre la importancia del   nascondimento   humano resumiendo la misión de Santa Catalina Labouré con estas palabras: «Ama nesciri: ama pasar desapercibido; dos palabras prodigiosas, sorprendentes para un mundo que no comprende, pero que infunden regocijo al cristiano que sabe contemplar la luz saboreando sus delicias. Ama nesciri! Toda la vida, toda el alma de Catalina Labouré se sintetiza en estas dos breves palabras».

Hasta después de su muerte, no conoció el mundo la misión que la Divina Providencia había confiado a Santa Catalina Labouré. La Medalla Milagrosa posee un significado simbólico para nuestros tiempos. Expresa una gran verdad de la fe: la realeza universal de María, mediadora de todas las gracias y corredentora del género humano. La Virgen, Reina del Cielo y de la Tierra, apoya victoriosamente los pies sobre el globo del mundo y hace llegar en sus manos gracias a los hombres que viven y padecen en él.

La Medalla Milagrosa es también símbolo de las gracias que reparte la Virgen. Ciertamente es un regalo del Cielo a los hombres, al igual que el santo escapulario del Carmen que concedió a San Simón Stock (1165-1265). La Virgen ha prometido que todas las personas que la lleven obtendrán grandes gracias, confirmando con esta promesa que los fieles reciben gracias divinas a través de las manos de Ella.

¿Cuáles son las gracias relacionadas con la Medalla Milagrosa? A quienes la porten la Virgen les garantiza una protección continua, inagotable y universal para el alma y el cuerpo, en la vida y en la muerte, para todos y para siempre; una protección constante, infalible e indefectible porque se funda en el poder de Dios, como subraya acertadamente el padre Francesco Maria Avidano (1895-1971), que publicó un estudio titulado Il grande Messaggio Mariano del 1830 (Propaganda Mariana, Casale Monferrato 1953, pp. 179-180).

La Medalla es, por tanto, un escudo, porque quien la lleva está bajo el especialísimo amparo de la Madre de Dios. La Virgen confirma su poderosa protección maternal en toda dificultad material, y sobre todo espiritual. Es un escudo contra las adulaciones del mundo, contra las seducciones del demonio y las tentaciones de la carne, los tres enemigos internos del hombre.

Pero la Medalla es más que un escudo protector: es también una bandera que encarna un ideal de fe y valentía. Quien la porta no sólo obtiene la gracia de la protección, sino también del combate contra los enemigos de Dios. La cruz que se alza sobre la M de María recuerda la del lábaro de Constantino que lucía en los estandartes de las legiones romanas y es, igualmente, símbolo de combate y de victoria. Al regalarnos esta medalla, Dios nos recuerda que quiere triunfar en la batalla por medio de María.

Por consiguiente, la Medalla Milagrosa es timbre de gloria quien la porta. El mundo se asombra del valor que atribuyen los católicos a esta medalla, y sin embargo no se sorprende del que se atribuye a, por ejemplo, una moneda de oro. El valor de un objeto no procede de su valor material intrínseco, sino del que se le atribuye, del prestigio que le reconocen los hombres. Una bandera no es más que un trozo de tela, pero representa a la Patria, y el soldado da la vida por ella. El valor de la Medalla es inmenso, porque depende de la voluntad expresa de María, de su promesa formal y solemne: «Las gracias serán abundantes para quienes la porten con confianza».

La Medalla Milagrosa es símbolo de nuestra confianza. La devoción a María nos ayuda a esperar en la perseverancia final, esa asistencia a la hora de la muerte que invocamos a diario en cada avemaría. Nuestra confianza se alimenta con la devoción a la Medalla Milagrosa. Tenemos la certidumbre de que quien porta la medalla puede contar toda la vida con la protección de la Bienaventurada Virgen María, pero sobre todo en el momento culminante de su existencia, aquel en el que comparezca al juicio de Dios.

(Traducido por Bruno de la Inmacula

viernes, 26 de noviembre de 2021

La Castidad....

 

Los innumerables frutos de la castidad

La castidad vivida en el propio estado, en la especial vocación recibida de Dios, es una de las mayores riquezas de la Iglesia ante el mundo; nace del amor y al amor se ordena. Es un signo de Dios en la tierra. La continencia por el reino de los Cielos «lleva sobre todo la impronta de la semejanza con Cristo, que, en la obra de la redención, hizo Él mismo esta opción por el reino de los Cielos». Los Apóstoles, apartándose de la tradición de la Antigua Alianza donde la fecundidad procreadora era considerada como una bendición, siguieron el ejemplo de Cristo, convencidos de que así le seguían más de cerca y se disponían mejor para llevar a cabo la misión apostólica recibida. Poco a poco fueron comprendiendo –nos recuerda Juan Pablo II– cómo de esa continencia se origina una particular «fecundidad espiritual y sobrenatural del hombre que proviene del Espíritu Santo».

Quizá en el momento actual a muchos les puede resultar incomprensible la castidad, y mucho más el celibato apostólico y la virginidad vividas en medio del mundo. También los primeros cristianos tuvieron que enfrentarse a un ambiente hostil a esta virtud. Por eso, parte importante del apostolado que hemos de llevar a cabo es el de valorar la castidad y el cortejo de virtudes que la acompañan: hacerla atractiva con un comportamiento ejemplar, y dar la doctrina de siempre de la Iglesia sobre esta materia que abre las puertas a la amistad con Dios. Hemos de cuidar, por ejemplo, los detalles de pudor y de modestia en el vestir, en el aseo, en el deporte; la negativa tajante a participar en conversaciones que desdicen de un cristiano; el rechazo de espectáculos inmorales...; y sobre todo hemos de dar el ejemplo alegre de la propia vida. 

Con nuestra conversación hemos de poner de manifiesto, descaradamente cuando sea necesario, la belleza de esta virtud y los innumerables frutos que de ella se derivan: la mayor capacidad de amar, la generosidad, la alegría, la finura de alma... Hemos de proclamar a los cuatro vientos que esta virtud es posible siempre si se ponen los medios que Nuestra Madre la Iglesia ha recomendado durante siglos: el recogimiento de los sentidos, la prudencia atenta para evitar las ocasiones, la guarda del pudor, la moderación en las diversiones, la templanza, el recurso frecuente a la oración, a los sacramentos y a la penitencia, la recepción frecuente de la Sagrada Eucaristía, la sinceridad... y, sobre todo, un gran amor a la Virgen Santísima. Nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas.

Al terminar nuestra oración acudimos a Santa María, Mater pulchrae dilectionis, Madre del amor hermoso, que nos ayudará siempre a sacar un amor más firme aun de las mayores tentaciones.

La Milagrosa.

 

El P Hardon y la medalla milagrosa

El padre John A. Hardon, jesuita, no se cansa de repetir un milagro que le cambió la vida. 

Una de las experiencias más memorables que he tenido fue con la Medalla Milagrosa. Me cambió la vida.

En el otoño de 1948, un año después de mi ordenación, yo estaba en lo que llamamos la Tercera Prueba. Este es el tercer año de noviciado antes de tomar los votos perpetuos.

LA CHARLA DEL SACERDOTE VICENTINO

En octubre de ese año, un sacerdote vicentino vino a hablar con nosotros, jóvenes sacerdotes jesuitas. 

Nos animó a obtener facilidades, como se les llama, para inscribir a las personas en la Cofradía de la Medalla Milagrosa.

Entre otras cosas, dijo:

“Padres, las Medalla Milagrosa funciona. Muchos milagros han sido realizadas por la Virgen a través de la Medalla Milagrosa.”

No me quedé impresionado por lo que el sacerdote vicentino estaba diciendo. No soy el tipo de persona que usa medallas y ciertamente no tenía la Medalla Milagrosa.

Pero me dije a mí mismo: “No cuesta nada.”

Así que puse mi nombre para conseguir un folleto de cuatro páginas de los Padres Paúles, con la fórmula para bendecir las Medallas Milagrosa y reclutar personas para la Cofradía de la Medalla Milagrosa.

Unas dos semanas más tarde, recibí el folleto con la consagración y el enrolamiento, lo puse en mi agenda y me olvidé de él.

dibujo escolar de la medalla milagrosa fondo

EN EL HOSPITAL UN AÑO DESPUÉS

En febrero del siguiente año, fui enviado para ayudar al capellán del Hospital de San Alejo, en Cleveland, Ohio.

Yo iba a estar allí para ayudar al capellán regular durante dos semanas.

Cada mañana yo recibía una lista de todos los pacientes ingresados en el hospital ese día. Había tantos católicos admitidos que no podía visitar a todos tan pronto llegaran.

Entre los pacientes ingresados había de un niño de unos nueve años de edad.

Había andado en trineo a caballo cuesta abajo, perdió el control del trineo y se encontró con un árbol de frente. Se fracturó el cráneo y los rayos X mostraron que había sufrido graves daños cerebrales, él había estado en coma durante diez días, no hablaba, no había movimientos voluntarios del cuerpo.

Su estado era tal que la única duda era si iba a vivir. No había duda del diagnostico de daño cerebral permanente e inoperable.

Después de bendecir al niño y consolar a sus padres, yo estaba a punto de salir de su habitación en el hospital. Pero entonces, un pensamiento vino a mi mente:

“Ese sacerdote vicentino. Él dijo: ‘la Medalla Milagrosa funciona’.

¡Esta será una prueba de sus supuestos poderes milagrosos!”

Yo no tenía la Medalla Milagrosa conmigo. Y a todo el mundo que pregunté en el hospital tampoco tenía una.

Pero yo insistí, y, finalmente, una de las hermanas de enfermería en el turno de noche encontró una Medalla Milagrosa.

Lo que descubrí fue que no se necesita bendecir la medalla, hay que ponerla en el cuello de una persona en una cadena o cinta.

Así que la hermana enfermera encontró una cinta azul para la medalla, que me hizo sentir tonto.

¿Qué estaba haciendo con las medallas y las cintas azules?

LE PONE LA MEDALLA AL NIÑO, LO CONSAGRA Y SE CURA

Sin embargo, yo bendije la medalla y tenía el folleto que me había enviado el padre para la consagración de una persona a la Cofradía de la Medalla Milagrosa.

Me puse a recitar las palabras de la consagración.

Tan pronto como terminé la oración para inscribir al niño en la Cofradía, él abrió los ojos por primer vez en dos semanas.

Vio a su madre y le dijo: “Mamá, quiero un helado.” Le habían dado sólo la alimentación intravenosa.

Luego procedió a hablar con su padre y su madre. Después de unos minutos de estupefacto silencio, fue llamado un médico.

El médico examina al niño y dice a los padres que le pueden dar algo de comer.

Al día siguiente comenzaron una serie de ensayos sobre la condición del niño.

Los rayos X mostraron que el daño cerebral se había ido.

Luego aún más pruebas. Después de tres días, cuando todos los exámenes mostraron que hubo una restauración completa de la salud, el niño fue dado de alta del hospital.

ESTA EXPERIENCIA CAMBIÓ SU VIDA

Esta experiencia ha cambiado mucho mi vida, no he sido el mismo desde entonces.

Mi fe en Dios, y en su poder para hacer milagros, se fortaleció indescriptiblemente.

Desde entonces, por supuesto, he estado promoviendo la devoción a la Virgen y el uso de la Medalla Milagrosa.

Las maravillas que realiza, siempre que creamos, son extraordinarias.

En la enseñanza de teología a través de los años, he dado muchos semestres sobre la teología de los milagros.

Y tengo un manuscrito de un libro no publicado: “La Historia y Teología de los Milagros”. Mi esperanza es publicar el manuscrito en un futuro próximo.

Foros de la Virgen

miércoles, 24 de noviembre de 2021

La Oración...

 

DE LA ORACIÓN (incluye ejemplos) – Por el R. P. ÁNGEL MARÍA DE ARCOS.

   Pregunta: — Decid: ¿Qué cosa es orar?

   Respuesta: –  Levantar el corazón a Dios.

   P. — ¿Qué se hace en la oración?

   R. — Adorar a Dios nuestro Señor y alabarle, agradecerle y suplicarle, conocerle más y amarle, llorar nuestra ingratitud, y ofrecernos a imitar las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo.

   En la oración hablamos con el Rey del cielo con el fin principal de alabarle, poderle servir e ir al cielo. A Dios y al cielo hemos de dirigir entonces nuestros pensamientos y afectos, orando de lo íntimo de nuestro corazón y no sólo con los labios, y procurando alejar de nosotros cuanto nos distraiga. La oración es  un acto nobilísimo; porque si se estima en mucho ser admitido en audiencia ante un príncipe terreno, ¿cuánto más hemos de apreciar el tener esa audiencia con  el mismo Dios, Señor el más poderoso y bondadoso, que nos da cuanto somos y tenemos, que murió por nosotros, a quien tanto nos importa aplacar, único; que puede remediarnos en todas las necesidades y llevarnos al cielo? Algunos no hablan con Dios sino para  pedirle.

   Nótese bien todo lo que el Catecismo dice que  se hace en la oración, y cuide cada cual de poner por Obra, uno después de otro, todos esos actos de que están llenas las oraciones que usa la Iglesia. El adorarle humillando nuestro espíritu ante la Majestad divina, y abajándolo hasta el polvo de la tierra; sirve para levantar el corazón hacia el cielo, y es la reverencia y saludo con que nos ponemos en la presencia de Dios, persignándonos y santiguándonos en seguida devotamente.

   El alabarle por su grandeza y darle gracias por sus beneficios, hace propicio al Señor para que despache nuestras súplicas.

   Estos son los memoriales que le presentamos, y con los demás actos acabamos de ganarnos su voluntad y sacamos por fruto de la oración lo que más le agrada, y lo que para nosotros es más útil, a saber: el servir a Dios, imitando las virtudes de Jesucristo en el cumplimiento de cuanto quiere de nosotros, que es la práctica de nuestros deberes.

   P. — ¿De cuántas maneras es la oración?

   R. — Mental o interior y vocal o exterior, que llamamos rezar, pudiendo juntarse y alternarse la una con la otra.

   Sin la oración mental no suele hacerse bien la vocal. Los que puestos en oración piensan despacio y en silencio, que esto es “meditar”, alguno de los cuatro Novísimos, o un paso de la vida o pasión de Jesucristo, y al mismo tiempo consideran lo mal que sirven a un Señor tan grande y tan bueno; se sienten profundamente penetrados del santo temor y amor de Dios, conocen la propia vileza y penetran la malicia de sus pecados, con lo cual prorrumpen espontáneamente, ayudados de la gracia, en actos de contrición perfecta, en propósitos de enmendarla vida, y en súplicas pidiendo a Dios que los ayude.

   Así, de la oración mental se pasa a la vocal, y se junta la una con la otra rezando pausada y consideradamente, tanto que, rezando solos, es bueno a veces irse deteniendo, como el tiempo de un resuello, entre una palabra y otra, diciendo así el Padrenuestro, la Salve u otra oración. También se puede reflexionar un rato en un Mandamiento o en una virtud, suplicando el perdón de lo mal hecho y proponiendo enmienda.

   El Libro de la oración y la Guía de pecadores, ambos por Fray Luis de Granada, son excelentes para leerse y meditarse. Por lo menos, nunca nos hemos de poner a rezar sin pensar antes, que vamos a hablar con Dios, y recoger el pensamiento y atención a lo que recemos. El que muchos se fastidien rezando, procede de que rezan maquinalmente, como lo haría un papagayo.

   P. — ¿Es preciso orar?

   R. –– SÍ, que quien no quiere orar se condena; y Dios nos encarga la costumbre de orar.

   Asi lo ha establecido la divina Providencia; nos concede las primeras gracias antes de pedírselas, pero quiere que con esas gracias le pidamos otras; y esto constantemente, como mendigos de Dios, reconociendo nuestra continua miseria, y que de Dios esperamos como de Padre nuestro que es, todos los bienes. No hay santo que no se haya dado a larga, fervorosa y constante oración, y en ella negociaban con Dios todas sus cosas.

   P. –– ¿Hemos de confiar que Dios nos dé lo que pedimos?

   R. –– Sí; porque lo ha prometido, principalmente si estamos en su amistad.

   P. — ¿Cómo a veces no lo otorga?

   R. –– O porque no nos conviene, o porque pedimos mal.

   P. — ¿Cómo se ora bien?

   R. –– Con piedad y confianza, humildad y perseverancia.

   P. –– Y quien de todo esto se siente falto ¿qué ha de hacer?

  R. —Procurarlo, y perseverar en hacer lo que pueda.

   A cada paso nos repite esta promesa la Sagrada Escritura; Jesucristo mismo  la predicó e inculcó con extraordinaria aseveración, y valiéndose de las más tiernas comparaciones. “Si vosotros, dice, siendo malos, dais cosas buenas a vuestros hijos, y si os piden un huevo no les dáis un escorpión, ¿cuánto más el Padre celestial dará buen espíritu a quien se lo pida?”

   Cuanto pidiereis en la oración, se os dará; pero habéis de pedir a nombre mío, esto es, cosas que me agraden a mí, alegando mis méritos; no los propios, como el soberbio fariseo. Orando así, vemos que los buenos cristianos obtienen muchas gracias de Dios, por lo cual hasta los malos en sus aprietos acuden por oraciones, a los que tienen por varones de Dios y almas muy santas. ¿Y oye el Señor las súplicas de los que están en pecado? También, sobre todo si le piden la propia conversión, y hacen esfuerzos y no cejan hasta lograrla.

   Con todo, es cierto que no siempre concede Dios lo que piden aun los buenos. Pide un niño a la madre el cuchillo, y no se lo da, sino que ella le parte el pan; pues así Dios, si ve que le pedimos, lo que será malo o peligroso, nos da otra cosa mejor. Pide uno buen éxito en un negocio, creyendo que le conviene, y ve Dios que si aquel es rico, será avaro; si consigue aquella colocación, soberbio; si se enlaza con tal persona, que le sobrevendrán mil desgracias; por eso, atendiendo a los ruegos, le niega misericordiosamente lo que sería un castigo concedérselo.

   Porque, desengañémonos de una vez: servir a Dios y salvarnos es nuestro supremo bien, y el pecado el mayor mal de todos. Los que piden bienes de la tierra o verse libres de alguna enfermedad, lo han de pedir á condición de que convenga para su alma a gloria divina.

   Peregrinó un ciego al sepulcro de San Vedasto; rogóle que le alcanzara ver sus reliquias; obtúvole el  santo la vista, y viólas: pero vuelto el agraciado a su casa, comenzó a pensar que acaso para salvarse le hubiera estado mejor no ver; y cavó tanto en su corazón esta duda, que fué de nuevo al Santo, y pidió que sí le era mejor para salvarse, le volviera la ceguera, y en efecto quedó ciego como anteriormente. Si se hubiera de entender en absoluto la promesa hecha a la oración, nadie sería pobre, ni estaría enfermo; siempre habría excelentes cosechas, y no nos moriríamos nunca. El Apóstol suplicó varias veces a Dios que le quitase una molesta tentación, y se le respondió que le bastaba la gracia, con que luchando vencía la tentación; y al paso que le hacía sentir su propia miseria, le ayudaba a ser humilde, y le aumentaba el mérito y la corona. ¡Qué males más acerbos que los que Jesucristo padeció en su sagrada Pasión! Rogó una, dos y tres veces con ahínco, que no viniera sobre El; pero siempre a condición, de que así lo quisiera su Padre celestial. No lo quiso, y Jesucristo bebió hasta las heces cáliz tan amargo con entera buena voluntad; y de esa pasión resultó gloria al mismo Jesucristo y la salvación del género humano. Además que ciertas quejas de que Dios no acceda a nuestros ruegos, cuando van mezcladas de poca fe y menos humildad, son prueba clara de que nuestra oración no es la que debe, y quizá hasta la hemos abandonado por despecho y desesperación.

   Por otra parte, el Señor no ha fijado plazo; antes ha dicho que no desfallezcamos nunca en la oración.

   Vemos a cada paso que en necesidades urgentes se nos socorre con sólo llamar a Jesús o a María, mientras que los mismos santos tardan años en conseguir alguna merced. Cuarenta seguidos rogó San Pedro Claver por la conversión de un negro, y al fin la logró. Por las oraciones del Santo enviaba Dios mayores gracias al negro; pero como el perverso resistía a ellas, y el Señor no fuerza a nadie; por eso no tuvo efecto la conversión, hasta que por fin se rindió el pecador a la gracia. Si el Santo hubiera cesado de rogar, el negro no hubiera recibido tales gracias, o hubiera muerto desdichadamente antes de aquel tiempo.

   Otras veces es tal la gracia que demandamos y nosotros o los demás la tenemos tan desmerecida, que es preciso unir a la oración las penitencias, ayunos y limosnas, con que la misma oración es más humilde, confiada y fervorosa. Véase por todo lo dicho, cuánto importa conservar hasta la muerte la costumbre cristiana que aprendimos de nuestras madres, rezando devotamente todas las mañanas y todas las noches.

   P. — ¿Es bueno rezar muchos juntos?

   R. –– Muy bueno, y también a solas, según las circunstancias.

   La oración a solas ofrece unas ventajas, y otras la oración en común. Esta es de suyo más poderosa; y se hace, o reunidos en un sitio y rezando a la vez, o cada uno por sí, pero por una misma intención convenida.

   A la iglesia es un deber acudir los días festivos, y muy bueno y edificante hacerlo diariamente. En solemnidades y necesidades públicas, la sociedad civil ha de orar en común, y lo mismo acostumbran en el hogar doméstico, alguna vez siquiera al día, las familias cristianas.

   Dichosos tiempos cuando en las calles, al pasar por delante de alguna iglesia o imagen sagrada, al tocar al Ángelus o a la agonía, los fieles se paraban a rezar. No es eso lo que reprendió el divino Maestro, sino la vana e hipócrita ostentación con que algunos se singularizaban en las plazas con desusadas demostraciones de piedad; como también reprendió, a los que se avergonzaban de parecer cristianos a los ojos del mundo: y aunque hay tiempo y sitios más a propósito para orar, el Apóstol exhorta a hombres y mujeres, a que en todo tiempo y lugar levantemos nuestros corazones a Dios, como lo practican los cristianos fervientes.

P. — ¿Para qué necesita Dios nuestro culto y oraciones?

R. —Para nada: nosotros necesitamos de Dios para todo, y Dios quiere que le honremos con alma y cuerpo.

   Esta respuesta no necesita aclararse, y por ella se ve cuán necio es el lenguaje de los impíos. Además de que Dios nos ha dado lo mismo el cuerpo que el alma, por donde con cuerpo y alma le debemos de reverenciar.

   Es tal la unión que entre cuerpo y alma existe, que es imposible e irracional no mostrar reverencia exterior, a quien interiormente se la tenemos. Ambas a dos se ayudan entre sí, y la exterior es también necesaria para ejemplo del prójimo.

   El hacer respetuosamente y bien formada la señal de la cruz; el doblar hasta el suelo la rodilla ante el altar del Sacramento, el permanecer en postura humilde y pronunciar bien las oraciones; es muestra natural de devoción interior, y al mismo tiempo la fomenta. En libros enteros enseñó Dios a los judíos las ceremonias del culto, y en la ley cristiana el mismo divino Maestro enseñó con el ejemplo y de palabra a los Apóstoles, no sólo las palabras de la oración, sino el modo de orar y de celebrar los divinos Misterios.

“Explicación del Catecismo”

Breve y sencilla

Año 1898.