viernes, 8 de abril de 2022

La figura de Jesus...

 

Luisa Piccarreta describe la belleza de Jesús

(193) Una mañana, no recuerdo muy bien, creo que habían pasado cerca de tres meses desde que empecé a estar continuamente en la cama, mientras estaba en mi acostumbrado estado, vino mi dulce Jesús con un aspecto todo amable, como un joven, como de dieciocho años. ¡Oh cómo era bello!, con su cabellera dorada y toda rizada, parecía que encadenaba los pensamientos, los afectos, el corazón. Su frente serena y amplia, donde se miraba como dentro de un cristal el interior de su mente, y se descubría su infinita sabiduría, su paz imperturbable. ¡Oh cómo me sentía tranquilizar mi mente, mi corazón, es más, mis mismas pasiones ante Jesús caían por tierra y no se atrevían a darme la mínima molestia. Yo creo, no sé si me equivoco, que no se puede ver a este Jesús tan bello si no se está en la calma más profunda, tanto que el mínimo asomo de intranquilidad impide tener una vista tan bella. ¡Ah sí! al solo ver la serenidad de su frente adorable, es tanta la infusión de paz que se recibe en el interior, que creo que no hay desastre, guerra más feroz que ante Jesús no se calme. 

Oh mi todo y bello Jesús, si por pocos momentos que te manifiestas en esta vida comunicas tanta paz, de modo que se pueden sufrir los más dolorosos martirios, las penas más humillantes con la más perfecta tranquilidad, me parece una mezcla de paz y de dolor, ¿qué será en el Paraíso? Oh, cómo son bellos sus ojos purísimos, centellantes de luz; no es como la luz del sol que queriendo mirarla daña nuestra vista, no, en Jesús mientras es luz, se puede muy bien fijar la mirada, y con sólo mirar el interior de su pupila, de un color celeste oscuro, oh, cuántas cosas me decía. Es tanta la belleza de sus ojos, que una sola mirada suya basta para hacerme salir fuera de mí misma, y hacerme correr tras Él por caminos y por montes, por la tierra y por el cielo, basta una sola mirada para transformarme en Él y sentir descender en mí algo de Divino. 

¿Quién puede decir además la belleza de su rostro adorable? Su tez blanca parecida a la nieve teñida de un color de rosas, de las más bellas; en sus mejillas sonrosadas se descubre la grandeza de su persona, con un aspecto majestuosísimo y todo Divino, que infunde temor y reverencia, y al mismo tiempo da tanta confianza, que en cuanto a mí jamás he encontrado persona alguna que me dé al menos una sombra de la confianza que da mi amado Jesús, ni en mis papás, ni en los confesores, ni en mis hermanas. Ah sí, ese rostro santo, mientras es tan majestuoso, al mismo tiempo es tan amable, y esa amabilidad atrae tanto, de modo que el alma no tiene la mínima duda de ser acogida por Jesús, por cuán fea y pecadora se vea. Bella es también su nariz afilada, proporcionada a su sacratísimo rostro. Graciosa es su boca, pequeña, pero extremadamente bella, sus labios finísimos de un color escarlata, mientras habla contiene tanta gracia que es imposible poderlo describir. Es dulce la voz de mi Jesús, es suave, es armoniosa, mientras habla sale de su boca un perfume tal, que parece que no se encuentra sobre la tierra, es penetrante, en modo que penetra todo, se siente descender por el oído al corazón, y oh, cuántos afectos produce, ¿pero quién puede decirlo todo? 

Además es tan agradable que creo que no se pueden encontrar otros placeres como los que se pueden encontrar en una sola palabra de Jesús. La voz de mi Jesús es potentísima, es obrante, y en el mismo acto que habla obra lo que dice. Ah sí, es bella su boca, pero muestra más su hermosa gracia en el acto de hablar, entonces se ven sus dientes tan nítidos y bien alineados, y exhala su aliento de amor que incendia, saetea, consume el corazón. Bellas son sus manos, suaves, blancas, delicadísimas, con sus dedos proporcionados, y los mueve con una maestría tal, que es un encanto. ¡Oh, cómo eres bello, todo bello, oh mi dulce Jesús! Lo que he dicho de tu belleza es nada, es más, me parece que he dicho muchos desatinos, ¿pero qué quieres de mí? Perdóname, es la obediencia que así lo quiere, por mí no me hubiera atrevido a decir ni una palabra, conociendo mi incapacidad.

(194) Ahora, mientras veía a Jesús con el aspecto ya descrito, de su boca me envió un aliento que me investía toda el alma, y me parecía que Jesús me atraía con ese aliento tras Él y comencé a sentir que el alma salía del cuerpo, me la sentía realmente salir de todas partes, de la cabeza, de las manos y hasta de los pies, siendo ésta la primera vez que me sucedía, dentro de mí comencé a decir: “Ahora muero, el Señor ha venido a llevarme”. Cuando me vi fuera del cuerpo, el alma tenía la misma sensación del cuerpo, con esta diferencia, que el cuerpo contiene carne, nervios y huesos, el alma no, es un cuerpo de luz, por tanto sentí un temor, pero Jesús continuabail enviándome ese aliento y me dijo:(…)

Libro del Cielo. Vol 1