domingo, 17 de marzo de 2024

Benedicto XVI era el último Papa y el katejon...

 

¿Cuándo me dí cuenta de que Bergoglio no era Papa? –P. Bonifacio

Ni siquiera pude terminar el análisis, no llegué hasta el final, porque me «dolían demasiado las neuronas» de enfrentarme a una «forma mentis» tan siniestra y opuesta a la mente de Cristo.

Por Padre Bonifacio

Me gustaría que los lectores comentasen su experiencia. El Espíritu Santo no nos deja confundidos y a los humildes y sencillos les habla al corazón y confirma la verdad, llevándonos a la Verdad completa, además de que nos previene de los peligros y de los enemigos. Muchas veces, diferentes personas me han contado: «Para mí fue definitivo aquel momento… Yo lo vi claro cuando…».  De muchas maneras el Señor ha puesto claramente en el corazón de sus fieles la comprensión de la verdad, de la que el Espíritu nos da testimonio. Y esto es muy edificante. Porque Dios está presente en su Iglesia, nos edificamos unos a otros compartiendo lo que Él nos da y lo que Él hace en nosotros: su Palabra y el testimonio.

Adelanto mi experiencia de «cuándo me di cuenta», para animar también a los lectores.

Estaba ya alerta yo por las profecías privadas, principalmente la de los últimos Papas de San Malaquías y por Garabandal, de que nos acercábamos a un momento especial, en que podría llegar un «mal Papa», el «pastor necio» de Zacarías 11, un usurpador que fuese el falso profeta del que nos habla el Nuevo Testamento. Consideraba que Benedicto XVI era el último Papa y el katejon que tendría que ser «removido», apartado de alguna manera, antes de morir, para que se desarrollase el misterio de iniquidad. Fui consciente de esto progresivamente, sobre todo a partir de 2010. Pero todo quedaba todavía como una hipótesis que debía ser comprobada por los hechos, pues la interpretación de las profecías podía ser otra. Al enterarme de la renuncia, quedé en shock: En ese momento no recordaba aquellos argumentos, me olvidé de todo ello, era simplemente un sentimiento de orfandad, una sensación de desprotección, un dolor enorme, y se abrió una grandísima incertidumbre sobre lo que vendría a continuación.

Llegó el cónclave y llegó Bergoglio. Para mi madre, la señal definitiva cuando se dio cuenta de que no era Papa fue que renunció a los zapatos rojos: ahí ella entendió claramente por gracia que ese hombre no aceptaba ponerse al servicio del Señor hasta dar su vida sino que era enemigo de Cristo.

Las primeras informaciones, refiriendo sus antecedentes en Buenos Aires, eran para temer. Además, pronto llegaron argumentos cuestionando la validez de la renuncia, como aquellos que hacían notar los errores gruesos en la redacción del texto latino. Las evidencias iban en esa dirección. Pero había que esperar acontecimientos que lo confirmasen todo (o no). Y para mí el momento en que dije «ya está, no espero por más, se acabó, no es Papa y además es enemigo de Cristo», fue dos meses después, cuando dio un discurso a representantes de Caritas el 16 de mayo de 2013 al recibir al Comité Ejecutivo de Caritas Internationalis con su presidente, el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga.

Fue la primera vez que negó la multiplicación de los panes. Pero no sólo fue eso, hice un prolijo estudio de aquel discurso y era todo tan enrevesado, su pensamiento tan retorcido, tan oscuro, que sólo podía provenir de una mente entenebrecida preternaturalmente, enemiga no sólo de Cristo, sino de toda verdad e incluso de la lógica.

Encontré en ese discurso cosas muy fuertes:

  • Seis veces negaba explícitamente la palabra de Dios (dos veces diciendo «no, no, no»).
  • Reducía lo trascendente y el poder de Dios a la magia, como los que no creían en Cristo en su tiempo, que lo acusaban de expulsar demonios por el poder de Belcebú.
  • Atacaba a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, igualándola con el cuerpo social de los entramados financieros causantes de las crisis económicas.
  • Defendía un inmanentismo radical, tratando como únicos problemas los humanos, desapareciendo los problemas espirituales, causa profunda y real de los anteriores.
  • Al negar la causa, también negaba el remedio adecuado: la solución que se necesitaba según él para resolver los problemas era «nuestra voluntad y nuestra caricia» (pelagianismo y emotivismo sensiblero).
  • Negaba la Providencia de Dios, y llevaba a confiar sólo en el apoyo humano (haciéndose merecedor y distribuidor de la maldición de Jeremías 17,5).
  • Negaba la realidad, y afirmaba el mito (en buena lógica idealista): negaba el milagro hecho por Cristo en la multiplicación, pero daba una explicación mítica: simplemente «no se acaba» el pan cuando «queremos». Sacando las consecuencias, según la intención de Cristo en ese milagro, Bergoglio induce a negar la realidad del milagro de la transubstanciación, para afirmar un mito: Cristo no estaría real y sustancialmente presente en la Eucaristía, sino difusamente o simbólicamente presente «si queremos».
  • No sólo niega la intervención de Dios, sino que no hay referencia alguna a Jesucristo y a la salvación. Demuestra que no le mueve el Espíritu Santo que lleva a confesar a Jesucristo como Señor (cf. 1 Co 12,3), sino que es un anticristo, que niega a Jesucristo (cf. 1 Jn 4,3; 2,22). ¿Cómo se puede explicar el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces, sin referirse a Cristo y a su misión redentora?
  • El objetivo llano que delinea es la promoción humana, sin referencia alguna a la necesidad de la conversión en los hombres para su verdadera «promoción».
  • Crea una «espiritualidad» horizontal de darse cada uno al prójimo, sin referencia a Cristo.
  • Encuentra la fuerza en el hombre, en el «sentimiento de caricia», no en el Espíritu Santo, contradiciendo a la Escritura (cf. Za 4,6; Sal 20,7).
  • Anula el evangelio, reduciéndolo a dos pasajes que tergiversa en una interpretación humanista progre-modernista: la parábola del buen samaritano de Lc 10 y el juicio escatológico de Mt 25. Esto hacían los progres de los años 70 y 80 en su caos mental y eclesial, cuando en muchos lugares cambiaban las lecturas de la Misa, anulando el Antiguo Testamento y sustituyéndolo por cuentos indios o chinos o fábulas de cualquier clase, y sustituyendo el evangelio del día por uno de estos dos textos.
  • Para él, la imagen de Dios en el hombre tiene que crecer mediante el desarrollo humano y social. No hay más. Es decir: se carga la trascendencia, tanto en el origen como en la meta. Aquí y ahora, y al modo humano.
  • Por supuesto, en esta línea no choca que diga que «ojalá tengamos que rematar [desmontar, vender, desacralizar, abandonar] las iglesias para dar de comer a los pobres». Claro, ¿para qué sirven las iglesias?
  • Para él, la verdad es aquello de lo que se ocupan los teólogos (¡no el Magisterio!, y ojo, nos queda lejos a los que no somos teólogos). Mientras el amor es de lo que se ocupa Caritas (ojo, no la Iglesia). Y la Iglesia ha caído en herejías (ojo, la Iglesia santa, la Iglesia que tiene la asistencia del Espíritu) cada vez que ha dejado el «sentimiento de caricia» o «de ternura» y se «puso demasiado seria» (sic). ¿Cómo se puso demasiado seria?, ¿defendiendo la verdad? ¿La verdad es enemiga de la caridad y la herejía no está en la doctrina sino en la falta de ternura o caricia?
  • Como «la carne de Cristo» es según él el marginado, el enfermo, el inmigrante en patera, etc., se entiende lo que había hecho poco antes en Lampedusa: celebrar Misa con un cáliz hecho de madera de patera.
  • No hablaba de sí mismo nunca como Papa, sino como obispo de Roma. Y no se siente Papa, ni habla como tal, porque dice: «nosotros, en Buenos Aires, tenemos…». Nunca Benedicto XVI habrá dicho: nosotros en Alemania, o Juan Pablo II: nosotros en Polonia… El Papa es universal y se identifica con todos.

Era un discurso oral, no leído, y por tanto más personal, no redactado por terceros. Fue su primer discurso que analicé en cierta profundad, y el último. Ni siquiera pude terminar el análisis, no llegué hasta el final, porque me «dolían demasiado las neuronas» de enfrentarme a una «forma mentis» tan siniestra y opuesta a la mente de Cristo. Supuso una tortura para mí. Pero la conclusión que saqué fue diáfana.

Animo a los lectores a que dejen en los comentarios su experiencia de «cuándo se dieron cuenta». Muchas gracias. Unidos en la verdad y en la caridad, unidos en Cristo y en su Iglesia, unidos al vicario de Cristo, Benedicto XVI. La paz del Espíritu Santo, y mi bendición sacerdotal a todos +

P. Bonifacio

Como Vara de Almendro