miércoles, 12 de septiembre de 2018

Reparar los pecados de la lujuria

Reparar los pecados de la lujuria: La nueva y grave crisis del clero católico que afloró las semanas precedentes, ha puesto en evidencia un proceso de larga data de homosexualización del estamento sacerdotal, no atacada en su raíz, que ha deteriorado profundamente la identidad del sacerdocio católico y la credibilidad de la Iglesia. Una crisis que ante todo es crisis de fidelidad. Crisis de fidelidad a la vocación, a la gracia, a la Fe Católica. Aunque, en realidad, la crisis de identidad, como ya hemos dicho antes, es un mero producto artificial de laboratorio; puesto que la doctrina ha sido siempre bien clara para la Iglesia, sin que en ningún momento, durante el largo período de veinte siglos, se haya dado a la menor vacilación o duda. Por […]!-- AddThis Advanced Settings above via filter on wp_trim_excerpt --!-- AddThis Advanced Settings below via filter on wp_trim_excerpt --!-- AddThis Advanced Settings generic via filter on wp_trim_excerpt --!-- AddThis Share Buttons above via filter on wp_trim_excerpt --!-- AddThis Share Buttons below via filter on wp_trim_excerpt --!-- AddThis Share Buttons generic via filter on wp_trim_excerpt --

Intercomunión   sacrílega



Una representación de siete Obispos alemanes, con el cardenal de Utrecht, Willem Ejik, a la cabeza, escribió recientemente una carta para contestar contra la decisión tomada el 22 de febrero pasado por la delegación de la Conferencia episcopal alemana que aprobó por mayoría la posibilidad de dar la Comunión también a los cónyuges protestantes casados con católicos. Los Obispos encontraron un terreno fácil gracias al consenso obtenido de la delegación vaticana que, después de haber excluido al cardenal Sarah, quizá por sus posiciones decididamente contrarias, ha avalado plenamente la decisión de los Obispos alemanes.
Esto parece sólo uno de los primeros pasos de apertura hacia la así llamada “Intercomunión” cada vez más amplia, fruto de la exhortación “Amoris Laetitia”, que el papa Bergoglio presentó haciéndola, sin embargo, pasar al debate y a la libre interpretación de las diferentes conferencias episcopales mundiales, con la consecuencia desastrosa de que dejar al arbitrio de los Obispos de todo el mundo un documento de semejante importancia para la Iglesia universal, significa quebrar la unidad de la Iglesia, destrozándola en tantos pedazos como son los Obispos y más aún, porque al final cada uno tiene el poder de decidir para su diócesis y para cada caso particular lo que le parece más oportuno, en obsequio a las “novedades pastorales” cada vez más desconcertantes de Bergoglio, pero en pleno contraste con las Palabras y la voluntad de Jesús, expresadas en el Evangelio y transmitido por el Magisterio perenne de la Iglesia católica.
Con la ignorancia que reina como soberana sobre las verdades de la fe católica entre los mismos católicos porque son ya decenios que en las lecciones de catecismo se enseña sólo un vago buenismo ecuménico, en estos momentos no nos maravillamos ya de nada y se da todo por descontado, sobre todo si lo ha decidido el Papa. ¿Quién tiene el valor de contestar al Papa? Si se demuestra, pues, tan abierto y simpático y comprensivo, tan buenista hacia todos los pecadores, que pueden contar siempre e incondicionalmente con la misericordia de Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgar al Papa? Podemos revolcarnos en el pecado a lo grande que total, después, seremos cubiertos del manto de la misericordia de Dios, como afirmaba Lutero, que, sin embargo, murió desesperado.
Estampilla  hecha por el Vaticano  en honor del protestantismo
https://www.vaticanocatolico.com/iglesiacatolica/sello-de-martin-lutero-aniversario-500-reforma/
Y así sucede que muchos fieles, incluso entre los diferentes Insitutos, Congregaciones y Prelaturas, no se hacen ya preguntas con un cierto obligado discernimiento sobre las cosas muy graves que están sucediendo en la Iglesia, sino que, escondiéndose tras la autoridad del Papa, se sienten justificados en su obrar ante Dios y ante los hombres. Más aún, muchos no se limitan ya a permanecer en el espacio de aquella prudencia humana silenciosa que presupone un comprensible temor reverencial frente a la autoridad papal, sino que van más allá porque se hacen ellos mismos fanáticos promotores de la acción pastoral del papa Bergoglio, con un tan exagerado triunfalismo, que ni siquiera es acorde al más grande y santo Papa que haya jamás existido en la historia de la Iglesia.
HABIDA CUENTA DE TODO ESTO, ES NECESARIO RECORDAR QUE LA SITUACIÓN ES MUY GRAVE, porque aquí no se trata de preferir un Papa a otro o un proyecto pastoral a otro. Aquí se trata de poner en discusión, no sólo la Palabra de Dios, sino al mismo Dios, Jesucristo, que quiso permanecer siempre con nosotros bajo las especies Eucarísticas del Pan y del Vino, pero con condiciones muy precisas y vinculantes. Condiciones que se refieren tanto a “la Forma”, esto es, a las Palabras de la Consagración durante la Santa Misa para que la consagración sea válida, como a las disposiciones que un fiel católico está obligado a observar para recibir dignamente el Cuerpo del Señor.
La Eucaristía o Sagrada Comunión, esto es, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, no es un símbolo, un recuerdo de la última cena de Jesús, que la Iglesia católica tiene el deber de distribuir a todos, como si fuera un derecho de quien lo pide. Por no decir que a muchos cristianos en estos momento no creyentes poco o nada les importa la Comunión, pero parece casi una forzadura querida por una parte poderosa de la Jerarquía, quizá para congraciarse a los protestantes en nombre de una falsa “unidad ecuménica”. La Comunión no puede ser considerada tampoco un premio para los católicos más meritorios como si fueran los mejores de la clase. ¡En absoluto! La Sagrada Eucaristía exige ante todo por parte de quien la recibe la conciencia de que en la hostia está el verdadero Cuerpo de Jesús, que se entrega a nosotros, y que para poder recibirlo es necesario ser ante todo “católicos bautizados y en gracia de Dios”. Esto significa que, para estar en gracia de Dios, tenemos el deber de realizar un gesto de humildad y pedir perdón de nuestros pecados con el Sacramento de la Confesión, porque no es en absoluto cierto que es suficiente el acto de penitencia al comienzo de la Misa con la oración del “Yo confieso…” para obtener el perdón de los pecados.
Recordemos en este momento las cuatro condiciones necesarias para recibir la Sagrada Comunión al final de la Misa, según el catecismo de la Iglesia católica:
– Estar bautizados, esto es, incorporados a la Iglesia católica y profesar su fe.
– Estar en gracia de Dios, esto es, haber confesado humildemente los pecados en el sacramento de la Reconciliación y haber recibido la absolución personal de un sacerdote de la Iglesia católica.
– Respetar el ayuno que ahora consiste en evitar el alimento desde una hora antes de la Misa, también por respeto.
– Saber y pensar en Quién se va a recibir.
¿Pero quién habla ya de estas “condiciones” entre el Clero? ¡Se denuncian violencias, abusos, injusticias, corrupciones, etc. sin pensar que la peor corrupción en absoluto es precisamente la profanación de la Sagrada Eucaristía porque todos los demás pecados, aunque sean graves, son contra el hombre, este en cambio está dirigido directamente contra Dios! Es un pecado contra el Espíritu Santo que no podrá ser nunca perdonado, dijo Jesús, porque es como “impugnar”, esto es, renegar de la Verdad conocida, que es el mismo Dios.
Jesús nos dio también la prueba concreta de su verdadera Presencia divina en la Sagrada Hostia por medio de muchos milagros, a veces sensacionales, que tuvieron lugar a lo largo de siglos hasta los más recientes de Buenos Aires, precisamente cuando era Obispo mons. Bergoglio. Milagros cuya historia fue recogida en muchos libros por distintas editoriales, entre los cuales señalamos: “I Miracoli eucaristici e le radici cristiane dell’Europa”, ed. Studio Domenicano. ¡Dios es un Padre bueno, nos ha llamado “hijos” y no esclavos, pero no es buenista y, por tanto, es también exigente y pretende de sus hijos la humilde aceptación de Su Voluntad divina, que se concreta en vivir los Diez Mandamientos y los Siete Sacramentos, así como Él los ha instituido y no según nuestras visiones personales o las interpretaciones arbitrarias de Obispos o de Papas cuando contrastan con el Magisterio perenne de la Iglesia católica!
Ps
(Traducido por Marianus el eremita)