sábado, 24 de noviembre de 2018

Último domingo del tiempo ordinario Jesucristo. Rey del Universo

Último domingo del tiempo ordinario
Jesucristo. Rey del Universo

EL REINADO DE CRISTO
Resultado de imagen para cristo rey
— Un reinado de justicia y de amor.
— Que Cristo reine en primer lugar en nuestra inteligencia, en nuestra voluntad, en todas las acciones...
— Extender el Reino de Cristo.
IEl Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz1, nos recuerda una de las Antífonas de la Misa.
La Solemnidad que celebramos «es como una síntesis de todo el misterio salvífico»2. Con ella se cierra el año litúrgico, después de haber celebrado todos los misterios de la vida del Señor, y se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Aunque las fiestas de Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo creado, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el único soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios3.
En los textos de la Misa se pone de manifiesto el amor de Cristo Rey, que vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré Yo el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad4
Con esta solicitud buscó el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios por el pecado. Y como estaban heridos y enfermos, los curó y vendó sus heridas. Tanto los amó que dio la vida por ellos. «Como Rey viene para revelar el amor de Dios, para ser el Mediador de la Nueva Alianza, el Redentor del hombre. El Reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la futura bienaventuranza, a la que todos estamos llamados. Por esto en el Prefacio de la celebración eucarística de hoy se habla de Jesús que ha ofrecido al Padre un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz»5
. Así es el Reino de Cristo, al que somos llamados para participar en él y para extenderlo a nuestro alrededor con un apostolado fecundo. El Señor ha de estar presente en familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... «Ante los que reducen la religión a un cúmulo de negaciones, o se conforman con un catolicismo de media tinta; ante los que quieren poner al Señor de cara a la pared, o colocarle en un rincón del alma...: hemos de afirmar, con nuestras palabras y con nuestras obras, que aspiramos a hacer de Cristo un auténtico Rey de todos los corazones.... también de los suyos»6.
IIOportet autem illum regnare..., es necesario que Él reine...7.
San Pablo enseña que la soberanía de Cristo sobre toda la creación se cumple ya en el tiempo, pero alcanzará su plenitud definitiva tras el juicio universal. El Apóstol presenta este acontecimiento, misterioso para nosotros, como un acto de solemne homenaje al Padre: Cristo ofrecerá como un trofeo toda la creación, le brindará el Reino que hasta entonces le había encomendado         8. Su venida gloriosa al fin de los tiempos, cuando haya establecido el cielo nuevo y la tierra nueva
9, llevará consigo el triunfo definitivo sobre el demonio, el pecado, el dolor y la muerte10.
Mientras tanto, la actitud del cristiano no puede ser pasiva ante el reinado de Cristo en el mundo. Nosotros deseamos ardientemente ese reinado: ¡Oportet illum regnare...! Es necesario que reine en primer lugar en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y el acatamiento amoroso de esas verdades reveladas; es necesario que reine en nuestra voluntad, para que obedezca y se identifique cada vez más plenamente con la voluntad divina; es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún amor se interponga al amor a Dios; es necesario que reine en nuestro cuerpo, templo del Espíritu Santo11; en nuestro trabajo, camino de santidad... «¡Qué grande eres Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida el sentido sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de tu Hijo, con todas las fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo podamos repetir: oportet illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra debilidad, porque sabes que somos criaturas»12.
La fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda venida de Cristo en poder y majestad, la venida gloriosa que llenará los corazones y secará toda lágrima de infelicidad. Pero es a la vez una llamada y acicate para que a nuestro alrededor el espíritu amable de Cristo impregne todas las realidades terrenas, pues «la esperanza de una tierra nueva no debe atenuar, sino más bien estimular, el empeño por cultivar esta tierra, en donde crece ese cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer un cierto esbozo del mundo nuevo. Por lo tanto, aunque haya que distinguir con cuidado el progreso terreno del desarrollo del Reino de Cristo, sin embargo, el progreso terreno, en cuanto que puede ayudar a organizar mejor la sociedad humana, es de gran importancia para el Reino de Dios.
»Los bienes de la dignidad humana, de la comunión fraterna y de la libertad –es decir, todos los bienes de la naturaleza y los frutos de nuestro esfuerzo– los volveremos a encontrar, después de que los hayamos propagado (...), y esta vez ya limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo devuelva al Padre el Reino eterno y universal (...). El Reino está ya presente misteriosamente en esta tierra; y cuando el Señor venga alcanzará su perfección»13
Nosotros colaboramos en la extensión del reinado de Jesús cuando procuramos hacer más humano y más cristiano el pequeño mundo que nos rodea, el que cada día frecuentamos.
III. A la pregunta de Pilato, contestó Jesús: Mi reino no es de este mundo... Y ante la nueva interpelación del Procurador, respondió: Yo soy Rey. Para esto he nacido...14
No siendo de este mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí. Se extiende su reinado en medio de los hombres cuando estos se sienten hijos de Dios, se alimentan de Él y viven para Él. Cristo es un Rey a quien se le ha dado todo poder en el Cielo y en la tierra, y gobierna siendo manso y humilde de corazón15, sirviendo a todos, porque ha venido no a ser servido, sino a servir, y dar su vida para la redención de muchos. Su trono fue primero el pesebre de Belén, y luego la Cruz del Calvario. Siendo el Príncipe de los reyes de la tierra16, no exige más tributos que la fe y el amor.
Un ladrón fue el primero en reconocer su realeza: Jesús -le decía con una fe sencilla y humilde-, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino17
El título que para muchos fue motivo de escándalo y de injurias, será la salvación de este hombre en el que ha ido arraigando la fe, cuando más oculta parecía estar la divinidad del Salvador, que «concede siempre más de lo que se le pide: el ladrón solo pedía que se acordase de él; pero el Señor le dice: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. La vida consiste en habitar con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está su Reino»18.
En la fiesta de hoy oímos al Señor que nos dice en la intimidad de nuestro corazón: Yo tengo sobre ti pensamientos de paz y no de aflicción19, y hacemos el propósito de arreglar en nuestro corazón lo que no sea conforme con el querer de Cristo. A la vez, le pedimos poder colaborar en esa tarea grande de extender su reinado a nuestro alrededor y en tantos lugares donde aún no le conocen. «A esto hemos sido llamados los cristianos, esa es nuestra tarea apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor»20. Esto solo lo lograremos acercando a muchos a Jesús, mediante un apostolado constante y eficaz entre las personas que diariamente pasan cerca de nuestra vida.
Para hacer realidad nuestros deseos acudimos, una vez más, a Nuestra Señora. «María, la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros como solo Ella sabe hacerlo. Madre compasiva, trono de la gracia: te pedimos que sepamos componer en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, verso a verso, el poema sencillo de la caridad, quasi fluvium pacis (Is 66, 12), como un río de paz. Porque Tú eres mar de inagotable misericordia»21.
1 Antífona de comunión, Sal 28, 10-11. —
 2 Juan Pablo II,Homilía 20-XI-1983. — 
3 Cfr. Pío XI, Enc. Quas primas, 11-XII-1925. — 
4 Primera lectura, Ciclo A. Ez 34, 11-12. — 
5 Juan Pablo IIAlocución 26-XI-1989. — 
6 San Josemaría EscriváSurco, 608. — 
7 Segunda lectura. Ciclo A. 1 Cor 15, 25. — 
8 Cfr. Ibídem, 1 Cor 15, 23-28. — 9 Apoc 21, 1-2. — 
10 Cfr. Sagrada BibliaEpístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA, Pamplona 1984, nota a 1 Cor 15, 23-28. — 
11 Cfr. Pío XI, Enc. Quas primas, cit. — 
12 San Josemaría EscriváEs Cristo que pasa, 181 — 
13 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 39. —
 14 Jn 18, 36-37. -  15 Cfr. Mt 11, 29. — 
16 Segunda lectura. Ciclo B. Apoc 1, 5. — 17 Lc 23, 42. — 
18 San AmbrosioComentario al Evangelio de San Lucas, in loc. —19 Jer 29, 11. —  
20 San Josemaría EscriváEs Cristo que pasa, 183. —
 21 Ibídem, 187.

Lectio Divina Domingo 25

Orden Carmelitana
Lectio: 
 Domingo, 25 Noviembre, 2018
Jesús es el Rey Mesías
Él nos lleva consigo a su reino del mundo futuro
Junto a su trono, que es la cruz, escuchamos la verdad
Juan 18, 33-37
1. Oración inicial
¡Oh Padre! Tu Verbo ha llamado en la noche a mi puerta; prisionero y atado, sin embargo hablaba todavía, llamaba todavía, como siempre, y me ha dicho: “¡Levántate de prisa y sígueme!” Al amanecer, lo he visto prisionero en el pretorio de Pilato, y no obstante todo el dolor de la pasión, todo el abandono en el que se encontraba, Él todavía me conocía, me esperaba. Hazme entrar, ¡oh, Padre! con Jesús en el pretorio, en este lugar de acusación, de condena, de muerte; es mi vida de hoy, mi mundo interior. Sí, todas las veces que tu Palabra me invita, es casi como entrar en el pretorio de mi corazón, lugar contaminado y contaminante, que espera la presencia purificadora de Jesús. Tengo miedo, Tú lo sabes, pero si Jesús está conmigo, no debo ya temer. Me quedo, Padre y escucho con atención la verdad de tu Hijo que me habla; miro y contemplo sus gestos, sus pasos, lo sigo, con todo lo que soy, con toda la vida que tú me has dado. Cúbreme y lléname de tu Santo Espíritu, te lo suplico.
2. Lectura
a) Para situar el pasaje en su contexto:
Estos pocos versículos nos ayudan a entrar más profundamente todavía en el relato de la Pasión y nos conducen casi hasta la intimidad de Jesús, en un lugar cerrado, apartado, donde Él se encuentra solo, cara a cara con Pilato: el pretorio. Aquí es interrogado, responde, pregunta, continúa revelando su misterio de salvación y a llamarnos para Él. Aquí Jesús se muestra como rey y como pastor. Aquí está atado y coronado en su condena a muerte, aquí Él nos conduce a las verdes praderas de sus palabras de verdad. El pasaje forma parte de una sección algo más amplia, comprendida entre los versículos 28-40 y relata el proceso de Jesús ante el Gobernador. Después de una noche de interrogatorios, de golpes, desprecios y traiciones, Jesús es entregado al poder romano y condenado a muerte, pero precisamente en esta muerte, Él se revela Rey y Señor, Aquel que ha venido a dar la vida, justo por nosotros injustos, inocente por nosotros pecadores.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje:
vv. 33-34: Pilato entra en el pretorio y comienza el interrogatorio a Jesús, haciéndole la primera pregunta: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús no responde enseguida directamente, sino que obliga a Pilato a poner en claro lo que tal realeza significa, lo lleva a caminar a la profundidad. Rey de los Judíos significa Mesías y es en cuanto Mesías como Jesús será juzgado y condenado.
v. 35: Pilato parece responder con desprecio a lo que piden los judíos, los cuales aparecen claramente como acusadores de Jesús, los sumos sacerdotes y el pueblo, cada uno con su responsabilidad, como se lee en el prólogo: “Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) Sigue después la segunda pregunta de Pilato a Jesús; “¿Qué has hecho?, pero no tendrá respuesta.
v. 36: Jesús responde a la primera pregunta de Pilato y por tres veces usa la expresión: “mi reino”. Aquí nos ofrece una explicación admirable sobre lo que pueda ser en realidad el reino y la realeza de Jesús: no es de este mundo, sino del mundo venidero, no tiene guardias o ministros para la lucha, sino la entrega amorosa de la vida en las manos del Padre.
v. 37: El interrogatorio vuelve a la pregunta inicial, a la que Jesús sigue dando respuesta afirmativa: “Yo soy rey”, pero explicando su origen y su misión. Jesús ha nacido para nosotros, ha sido enviado para nosotros, para revelarnos la verdad del Padre, de la que obtenemos la salvación y para permitirnos escuchar su voz y seguirla, haciendo que nos adhiramos a ella con toda nuestra vida.
c) El texto:
Juan 18, 33-37 33 Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» 34Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» 35 Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» 36 Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.» 37Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
3. Un momento de silencio orante
para poder entrar en el pretorio y me dispongo a escuchar profundamente cada palabra que sale de la boca de Cristo.
4. Algunas preguntas
que me ayuden a acercarme al rey y a entregarle mi existencia entera.
a) Observo los movimientos de Pilato, su deseo de un encuentro con Jesús, aunque él no sea consciente. Si pienso en mi vida, ¿por qué muchas veces me es difícil entrar, preguntar, llamar, estar en diálogo con el Señor?
b) El Señor desea una relación personal conmigo. ¿Soy capaz de entrar o de dejarme atraer en una relación verdadera, intensa, vital con el Señor? Y si tengo miedo de esto ¿por qué? ¿Qué es lo que me separa de Él? ¿Qué es lo que me tiene alejado?
c) “Entregado”. Me detengo en esta palabra y trato de rumiarla y mantenerla en mi corazón, poniéndola de frente a mi vida, con mis comportamientos de cada día.
d) Por tres veces Jesús repite que su reino “no es de este mundo” invitándome, así, con fuerza, a pasar a otra realidad. Una vez más Él me desconcierta, proponiéndome otro mundo, otro reino, otro poder. ¿Qué tipo de reino estoy esperando?
d) La frase final del pasaje es estupenda: “Escucha mi voz”, Yo que estoy absorto en miles de trabajos, compromisos, reuniones, ¿a dónde dirijo mis oídos? ¿a quién atiendo?, ¿en quién pienso?. Cada mañana recibo vida nueva, pero en realidad, ¿de quién me dejo revivir?
5. Una clave de lectura
Jesús, el Rey atado y entregado
Un verbo gramatical emerge con fuerza de estas líneas rebotando ya desde los primeros versículos del relato de la Pasión: el verbo entregar, pronunciado aquí primeramente por Pilato y después por Jesús. La “entrega del Cristo” es una realidad teológica, pero al mismo tiempo vital, de extrema importancia, porque nos conduce a lo largo de un camino de sabiduría y amaestramiento muy fuerte. Puede ser útil recorrerlo de nuevo, buscándolo en los signos a través de las páginas de la Escritura. Ante todo, parece que es el mismo Padre quien entrega a su Hijo Jesús, como un don para todos y para siempre. Leo en Rom. 8, 32: “ Dios, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?” Al mismo tiempo, sin embargo, veo que es Jesús mismo, en la suprema libertad de su amor, en la más íntima fusión con la voluntad del Padre, quien se entrega por nosotros, quien ofrece su vida; dice San Pablo: “Cristo nos ha amado y se ha entregado a sí mismo por nosotros”.(Ef 5, 2. 25), pero me acuerdo también de estas palabras de Jesús: “ Yo ofrezco mi vida por las ovejas; ninguno me la quita, sino que yo la ofrezco por mi mismo” (Jn 10,18). Por tanto, más allá y antes de toda otra entrega, está esta entrega voluntaria, que es solamente entrega de amor y de donación.
En los relatos evangélicos aparece enseguida la entrega malvada por parte de Judas, llamado por esto el traidor, o sea, el entregador, el que dice a los sumos sacerdotes: “ ¿Cuánto queréis darme para que os lo entregue?” (Mt 26, 15); ver también Jn 12, 4; 18, 2.5. Después son los Judíos los que entregan Jesús a Pilato: “Si no fuese un malhechor no te lo hubiéramos entregado” (Jn 18, 30. 35) y Pilato representa a los gentiles, como Él había ya anunciado: “El Hijo del Hombre.... será entregado a los paganos” (Mc 10, 33). Finalmente Pilato lo entrega de nuevo a los judíos, para que sea crucificado (Jn 19, 16). Contemplo todos esto pasajes, observo a mi rey atado, encadenado, como nos hace notar el evangelista Juan tanto en 18, 12 como en 18, 24; me pongo de rodillas, me postro delante de Él y pido al Señor que me sea dado el valor de seguir estos pasajes dramáticos, pero maravillosos, que son como un único canto de amor de Jesús para nosotros, su Sí repetido hasta el infinito para nuestra salvación. El Evangelio me acompaña dulcemente dentro de esta noche única, en la cual Jesús es entregado por mí, como Pan, como Vida hecha carne, como amor compartido en todo. “El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó el pan y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros" (1 Cor 11, 23). Y entonces comprendo que para mí la felicidad, está escondida también dentro de estas cadenas, estas ataduras, con Jesús, con el gran Rey y está escondida en estos continuos pasajes, de entrega en entrega, a la voluntad al amor de mi Padre.
Jesús, el Rey Mesías
El diálogo de Jesús con Pilato: sobre este interrogatorio tan misterioso y extraño es particularmente conocido que primero Pilato llama a Jesús “el rey de los judíos” y después sólo “rey”, como si fuese un camino, una comprensión cada vez más plena y verdadera de Jesús. “Rey de los Judíos” es una fórmula usada con gran riqueza de significado por el pueblo hebreo y reúne en sí el fundamento, el núcleo de la fe y de la esperanza de Israel.: significa claramente el Mesías. Jesús es interrogado y juzgado en lo que mira a si es o no es el Mesías. Jesús es el Mesías del Señor, su Ungido, su Consagrado, es el Siervo, enviado al mundo precisamente para esto, para realizar en Sí en su persona y en su vida, todas las palabras dichas por los profetas por la ley y por los salmos de Él. Palabras de persecución, de sufrimiento, de llanto, heridas y sangre, palabras de muerte por Jesús, por el Ungido del Señor, que es nuestro respiro, aquél a la sombra del cual viviremos entre las naciones, como dice el Profeta Jeremías (Lam 4, 20). Palabras que hablan de asechanzas, de insurrecciones, conjuras, (Sal 2,2), lazos. Lo vemos desfigurado, como varón de dolores; tan irreconocible, si no es sólo por parte de aquel amor, que como Él, bien conoce el padecer. “¡Sepa pues con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a Jesús a quien vosotros habéis crucificado!” (Ac 2, 36). Sí, es un rey atado, el mío, un rey entregado, arrojado fuera, despreciado; es un rey ungido para la batalla, pero ungido para perder, para ser sacrificado, para ser crucificado, inmolado como un cordero. Este es el Mesías: el rey que tiene como trono la cruz, como púrpura su sangre derramada, como palacio el corazón de los hombres, pobres como Él, pero hechos ricos y consolados por una continua resurrección. Estos son nuestros tiempos, los tiempos de la consolación por parte del Señor, en los cuales el envía incesantemente al Señor Jesús, al que nos ha destinado como Mesías.
Jesús Rey mártir
“He venido para dar testimonio de la verdad”, dice Jesús, usando un término muy fuerte, que contiene en sí el significado de martirio, en griego. El testigo es un mártir, el que afirma con la vida, con la sangre, con todo lo que es y lo que tiene, la verdad en la cree. Jesús atestigua la verdad, que es la palabra del Padre (Jn 17,17) y por esta palabra Él da la vida. Vida por vida, palabra por palabra, amor por amor. Jesús es el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios (Ap 3,14); en Él existe sólo el Sí, por siempre y desde siempre y en este Sí, nos ofrece toda la verdad del Padre, de sí mismo, del Espíritu y en esta verdad, en esta luz, Él hace de nosotros su reino. “Cuantos confían en Él, conocerán la verdad; y aquellos que le son fieles a su amor vivirán junto a Él” (Sab 3, 18). No busco otras palabras, sino que permanezco solamente junto al Señor, sobre su seno, como Juan, en aquella noche; así Él se convierte en mi respiro, mi mirada, mi sí, dicho al Padre, dicho a los hermanos, como testimonio de amor. Él es fiel, Él está presente, Él es la verdad que yo escucho y de la cual me dejo sólo transformar.
6. Salmo 21 (20)
Canto de acción de gracias por la victoria
que nos viene de Dios
Estribillo: ¡Grande, Señor, tu amor por nosotros!
Yahvé, el rey celebra tu fuerza,
le colma de alegría tu victoria.
Le has concedido el deseo de su corazón,
no has rechazado el anhelo de sus labios.
Te adelantaste con buenos augurios,
coronaste su cabeza de oro fino;
vida pidió y se la otorgaste,
largo curso de días para siempre.
Gran prestigio le da tu victoria,
lo rodeas de honor y majestad;
lo conviertes en eterna bendición,
lo llenas de alegría en tu presencia.
Porque el rey confía en Yahvé,
por gracia del Altísimo no vacilará.
¡Levántate, Yahvé, lleno de fuerza,
cantaremos, celebraremos tu poder!
7. Oración final
Padre, te alabo, te bendigo, te doy gracias porque me has conducido con tu Hijo al pretorio de Pilato, en esta tierra extranjera y hostil y sin embargo tierra de revelación y de luz. Solo tú, con tu amor infinito, sabes transformar toda lejanía y toda obscuridad en un lugar de encuentro y de vida.
Gracias porque has hecho surgir el tiempo santo de la consolación en el cual envías a tu Cordero, sentado en el trono, como rey inmolado y viviente; su sangre es una cascada restauradora y unción de salvación. Gracias porque Él me habla siempre y me canta tu verdad, que es sólo amor y misericordia; quisiera ser un instrumento en las manos del rey, de Jesús, para transmitir a todos las notas consoladoras de tu Palabra. Padre, te he escuchado hoy, en este Evangelio, pero te ruego, haz que mis oídos no se cansen jamás de tí, de tu Hijo, de tu Espíritu. Hazme renacer, así a la verdad, para ser testigo de la verdad
-------------------------------------------------------------------------------
Lectio Divina: 
 Sunday, November 25, 2018 - 10
Jesus is the Messiah King
He takes us with Him into His kingdom of the world to come
We listen to the truth, standing by His throne, 
which is the cross
John 18:33-37

1. OPENING PRAYER

Father, Your Word knocked at my door in the night. He was captured, bound, and yet He was still speaking, still calling, and as always He was saying to me, “Arise, hurry up and follow Me!” At dawn, I saw Him a prisoner of Pilate and, in spite of all the suffering of the passion, of the forsakenness He felt, He knew me and waited for me. Father, let me go with Him into the Praetorium where He is accused, condemned to die. This is my life today, my interior world. Yes, every time Your Word invites me, it is a little like going into the Praetorium of my heart, a contaminated and contaminating place, awaiting the purifying presence of Jesus. You know that I am afraid, but Jesus is with me, I must not fear any more. I stay, Father, and listen attentively to the truth of Your Son speaking to me. I watch and contemplate His actions, His steps. I follow Him, such as I am, throughout the life You have given me. Enfold and fill me with Your Holy Spirit.

2. READING

a) Placing this passage in its context:
These few verses help us to understand better the story of the Passion and lead us almost into an intimate relationship with Jesus, in a closed place, set apart, where He is alone, facing Pilate: the Praetorium. He is questioned, He answers, in turn asks, continues to reveal His mystery of salvation and to invite people to come to Him. It is here that Jesus shows that He is king and shepherd; He is bound and crowned while under sentence of death. Here He leads us to the green pastures of His words of truth. This passage is part of a larger section, vv. 28–40, which tells us about the trial of Jesus before the governor. After a whole night of interrogation, beatings, jeers and betrayals, Jesus is handed over to the Roman authorities and is condemned to death. But it is in this very death that He reveals Himself as Lord, the One who came to give His life, the just One for us unjust, the innocent One for us sinners.
b) An aid to the reading of the passage:
vv.33-34: Pilate goes back into the Praetorium and begins to question Jesus. His first question is, “Are You the king of the Jews?” Jesus does not reply directly but draws Pilate into making it absolutely clear what he means by such kingship. He leads Pilate to think further. King of the Jews means the Messiah, and it is as Messiah that Jesus is judged and sentenced.
v.35: In his reply, Pilate seems to despise the Jews, who are clearly the ones accusing Jesus, the high priests and the people, each bearing responsibility, as we read in the prologue: “He came to His own domain, and His own people did not accept Him” (Jn 1:11). Then comes Pilate’s second question to Jesus, “What have You done?”, but He does not get a reply to this question.
v.36: In Jesus’ reply to Pilate’s first question, three times He uses the expression “My kingdom”. Here we have a wonderful explanation as to what really is the kingdom and the kingship of Jesus: it is not of this world, but of the world to come. He does not have guards or servants to fight for Him, only the loving commitment of His life into His Father’s hands.
v.37: The questioning comes back to the first question, and Jesus still answers in the affirmative: “Yes, I am a king”, but goes on to explain His origin and His mission. Jesus was born for us.  He was sent for us, to reveal the truth of the Father from whom we have salvation and allow us to listen to His voice and to follow Him by being faithful to Him all our life.
c) The text:
Pilate said to Jesus, "Are you the King of the Jews?" Jesus answered, "Do you say this on your own or have others told you about me?" Pilate answered, "I am not a Jew, am I? Your own nation and the chief priests handed you over to me. What have you done?" Jesus answered, "My kingdom does not belong to this world. If my kingdom did belong to this world, my attendants would be fighting to keep me from being handed over to the Jews. But as it is, my kingdom is not here." So Pilate said to him, "Then you are a king?" Jesus answered, "You say I am a king. For this I was born and for this I came into the world, to testify to the truth. Everyone who belongs to the truth listens to my voice."

3. A MOMENT OF PRAYERFUL SILENCE

so as to enter into the Praetorium and to listen carefully to each word that comes from the mouth of Jesus.

4. A FEW QUESTIONS

To help me draw closer to the King and to hand over to Him my whole existence.
a) I look at the movements of Pilate, his wish to make contact with Jesus, even though he is not aware of doing so. In my own life, why might it be difficult for me to enter into, ask, call and hold a dialogue with the Lord?
b) The Lord wishes to have a personal relationship with me. Am I capable of getting involved or of allowing myself to be drawn into a real, intense, vital relationship with the Lord? And if I am afraid of doing so, why? What is it that separates me from Him, that keeps me at a distance from Him?
c) “Handed over”. I stop at these words and try to reflect on them, to hold them in my heart and to confront them with my life, my everyday behavior.
d) Three times Jesus repeats that His kingdom “is not of this world”, and, thus, invites me forcefully to go on to another reality. Once again He upsets me, putting before me another world, another kingdom, another power. What kind of kingdom am I expecting?
e) The final piece of the passage is amazing: “Listen to My voice”. I, who am so absorbed in a thousand tasks, commitments, meetings, where shall I turn my ear to? To whom shall I listen? Of whom shall I think? Every morning I receive new life, but really to whom do I think I owe this regeneration?

5. A KEY TO THE READING

Jesus, the bound King handed over
In these lines a strong verb stands out, repeated again and again from the beginning of the story of the Passion: it is the verb to hand over, said, here first by Pilate and then by Jesus. The “handing over of the Christ” is a theological reality, yet at the same time vital, of supreme importance, because it leads us on a journey of wisdom and excellent training. It might be useful to seek out this verb in the pages of Scripture. It first appears that the Father Himself handed over Jesus His Son as a gift for all and for all time. In Romans 8:32 we read, “Since God did not spare His own Son, but gave Him up to benefit us all, we may be certain, after such a gift, that He will not refuse anything He can give.” However, I also see that Jesus Himself, in the most intimate of fusions with the will of the Father, hands Himself over, offers His life for us, in an act of supreme freely given love. St. Paul says, “Follow Christ by loving as He loved you, giving Himself up in our place…” (Eph 5:2-25), and I also recall the words of Jesus: “I lay down My life for My sheep… No one takes it from Me; I lay it down of My own free will” (Jn 10:15-18). Thus, above and beyond all handing over lies this voluntary handing over, which is purely a gift of love. In the Gospels we see the evil handing over of Judas, properly called the traitor, that is, the one who “hands over”, the one who said to the high priests, “What are you prepared to give me if I hand Him over to you?” (Mt 26:15); see also Jn 12:4; 18:2-5. Then it is the Jews who hand  Jesus over to Pilate: “If He were not a criminal, we should not be handing Him over to you” (Jn 18:30-35) and it is Pilate who represents the Gentiles, as Jesus had said before: “The Son of Man… will be handed over to the Gentiles” (Mk 10:33). Finally Pilate hands Him over to the Jews to be crucified (Jn 19:16). I contemplate these passages, I see my King bound, chained, as John the Evangelist tells me in 18:12 and 18:24. I go down on my knees, I bow before Him and ask the Lord for the courage to follow these dramatic yet wonderful passages that are like a hymn of the love of Jesus for us, His “yes” repeated to infinity for our salvation. The Gospel takes me gently into this unique night, when Jesus is handed over for me, as Bread, as Life made flesh, as entirely love. “On the same night He was betrayed [handed over], the Lord Jesus took some bread… and He said: This is My body, which is for you” (1 Cor 11:23). Then I begin to understand that happiness for me is hidden even in these chains, these knots, with Jesus, with the great King, and that it is hidden in these passages, which speak of one handing over after another, to the will of God and to the love of my Father.
Jesus, the Messiah King
The dialogue between Jesus and Pilate: in this strange and mysterious questioning, what stands out is that, at first, Pilate calls Jesus “King of the Jews” and later only “king”, as though there was a process, whereby he comes to a fuller and truer understanding of the Lord Jesus. “King of the Jews” is a formula used with a very rich meaning by the Jewish people of that time, and it contains the basis, the nucleus of the faith in the expectation of Israel: it clearly signifies the Messiah. Jesus is questioned and judged on whether He is or is not the Messiah. Jesus is the Messiah of the Lord, His Anointed, His Consecrated. He is the servant sent into the world for this, to fulfill in His person and in His life all that the prophets, the law and the psalms had said concerning Him. Words that speak of persecution, of suffering, of weeping, wounds and blood, words of death for Jesus, for the Anointed of the Lord, for the one who is our breath and in whose shadow we shall live among the nations, as the prophet Jeremiah says in Lam 4:20; words that speak of pitfalls, of insurrections, conspiracies (Ps 2: 2) and snares. We see Him disfigured, as a man of suffering, unrecognizable except by that love, which, like Him, knows suffering only too well. “For this reason the whole House of Israel can be certain that God has made this Jesus whom you crucified both Lord and Christ!” (Acts 2:36). Yes, my king is a bound king, a king handed over, cast aside, despised; He is a king anointed for battle, but anointed to lose, to sacrifice Himself, to be crucified, to be immolated like a lamb. This is the Messiah: the King whose throne is the cross, whose purple is His blood poured out, whose palace is the hearts of men and women, poor like Him, but made rich and consoled by a continuous resurrection. These are our times, the times of consolation by the Lord, when He sends the Lord Jesus all the time, the Jesus whom He destined to be our Messiah.
Jesus, the martyr King
“I came to witness to the truth”, says Jesus, using a very strong term, which, in Greek, contains the meaning of martyrdom. A witness is a martyr, one who affirms by his life, his blood, everything that he is and has, the truth that he believes. Jesus witnesses to the truth, which is the Word of the Father (Jn 17:17) and He gives His life for this Word. Life for life, word for word, love for love. Jesus is the Amen, the faithful and true witness, the beginning of God’s creation (Rev 3:14); in Him there is only “yes”, forever and from the beginning, and in this “yes” He offers us the whole truth of the Father, of Himself, of the Spirit, and in this truth, in this light, He makes of us His kingdom. “They who trust in Him will understand the truth, those who are faithful will live with Him in love” (Wis 3:8-9). I do not seek further words. I only stay near the Lord, on His breast, like John on that night. Thus He becomes my breath, my sight, my “yes” pronounced to the Father, to my brothers and sisters, in witness of my love. He is the faithful one, the one present, the Truth that I listen to and by whom I let myself be transformed.

6. PSALM 21 (20)

A hymn of thanksgiving for the victory, 
which comes from God
Refrain:   Great is Your love for us, Lord!
In Thy strength the king rejoices, O Lord;
and in Thy help how greatly he exults!
Thou hast given him his heart's desire,
and hast not withheld the request of his lips.
For Thou dost meet him with goodly blessings;
Thou dost set a crown of fine gold upon his head.
He asked life of Thee; Thou gavest it to him,
length of days for ever and ever.
His glory is great through Thy help;
splendor and majesty Thou dost bestow upon him.
Yea, Thou dost make him most blessed for ever;
Thou dost make him glad with the joy of Thy presence.
For the king trusts in the Lord;
and through the steadfast love of the Most High he shall not be moved.
Be exalted, O Lord, in Thy strength!
We will sing and praise Thy power.

7. CLOSING PRAYER

Father, I praise You, I bless You, I thank You that You have led me together with Your Son, Jesus, into Pilate’s Praetorium, into this foreign and hostile land, and yet a land of revelation and of light. Only You, in Your infinite love, can transform every distance and every darkness into a place of encounter and life.
I thank You for bringing about the time of consolation, when You sent Your Lamb, seated on the throne, a sacrificed yet living king. His blood is life-giving dewdrops, anointing of salvation. I thank You because He always speaks and sings to me Your truth, which is all love and mercy. I would like to be an instrument in the hands of my king, Jesus, to pass on to all the consoling notes of Your Word.
Father, today I have listened to You in this Gospel. Please grant that my ears may never tire of listening to You, to Your Son, to Your Spirit. Grant that I may be born again from truth so that I may give witness to truth
--------------------------------------------------------------------------------
Lectio: 
 Domenica, 25 Novembre, 2018
Gesù è il Re Messia
Egli ci porta con sé nel suo regno del mondo futuro
Presso il suo trono, che è la croce, noi ascoltiamo la verità
Giovanni 18, 33-37
1. Orazione iniziale
O Padre, il Verbo tuo ha bussato, nella notte, alla mia porta; catturato, legato, eppure parlava ancora, chiamava ancora, come sempre e mi ha detto: “Alzati, in fretta e seguimi!” All’alba l’ho visto, prigioniero nel pretorio di Pilato e, nonostante tutto il dolore della passione, tutto l’abbandono in cui si trovava, Lui ancora mi conosceva, mi aspettava. Fammi entrare, o Padre, con Gesù nel pretorio, in questo luogo di accusa, di condanna, di morte; è la mia vita di oggi, il mio mondo interiore. Sì, tutte le volte che la tua Parola mi invita, è un po’ come entrare nel pretorio del mio cuore, luogo contaminato e contaminante, che attende la presenza purificatrice di Gesù. Ho paura, tu lo sai, ma se Gesù è con me, non devo più temere. Rimango, Padre e ascolto in profondità la verità di tuo Figlio che mi parla, guardo e contemplo i suoi gesti, i suoi passi, lo seguo, con tutto ciò che sono, con tutta la vita che tu mi hai donato. Avvolgimi e riempimi con il tuo santo Spirito, ti prego.
2. Lettura
a) Per inserire il brano nel suo contesto:
Questi pochi versetti ci aiutano ad entrare ancor più profondamente nel racconto della Passione e ci conducono quasi in intimità con Gesù, in un luogo chiuso, appartato, dove Egli si trova solo, faccia a faccia con Pilato: il pretorio. Qui viene interrogato, dà risposte, pone domande, continua a rivelare il suo mistero di salvezza e a chiamare a Sé. Qui Gesù si mostra come re e come pastore; qui è legato e incoronato nella condanna a morte, qui egli ci conduce ai pascoli verdeggianti delle sue parole di verità. Il brano fa parte di una sezione un po’ più ampia, compresa fra i vv. 28–40 e racconta il processo di Gesù davanti al governatore. Dopo una notte di interrogatori, di percosse, di scherni e tradimenti, Gesù è consegnato al potere romano ed è condannato a morte, ma proprio in questa morte Egli si rivela re e Signore, colui che è venuto a dare la vita, giusto per noi ingiusti, innocente per noi peccatori.
b) Per aiutare nella lettura del brano:
vv.33-34: Pilato torna dentro il pretorio e inizia l’interrogatorio a Gesù, rivolgendogli la prima domanda: “Tu sei il re dei Giudei?” Gesù non risponde subito direttamente, ma costringe Pilato a fare assoluta chiarezza su ciò che tale regalità significhi, lo fa andare nel profondo. Re dei Giudei significa Messia ed è in quanto Messia che Gesù viene giudicato e condannato.
v.35: Pilato sembra rispondere con disprezzo nei confronti dei Giudei, i quali appaiono chiaramente come accusatori di Gesù, i sommi sacerdoti e il popolo, ognuno con la sua responsabilità, come si legge già nel prologo: “Venne tra i suoi, ma i suoi non l’hanno accolto” (Gv 1, 11). Poi segue la seconda domanda di Pilato a Gesù: “Che cosa hai fatto?”, ma non avrà risposta.
v.36: Gesù risponde alla prima domanda di Pilato e per tre volte usa l’espressione: “il mio regno”. Qui ci è offerta una spiegazione mirabile su cosa sia in realtà il regno e la regalità di Gesù: non è di questo mondo, ma del mondo futuro, non ha guardie o servitori per il combattimento, ma solo la consegna amorosa della vita nelle mani del Padre.
v.37: L’interrogatorio ritorna sulla domanda iniziale, alla quale Gesù continua a dare risposta affermativa: “Io sono re”, ma spiegando anche la sua origine e la sua missione. Gesù è nato per noi, è stato mandato per noi, per rivelarci la verità del Padre, dalla quale abbiamo la salvezza e per permetterci di ascoltare la sua voce e di seguirla, facendo aderire ad essa tutta la nostra vita.
c) Il testo:
Giovanni 18, 33-3733-34: Pilato rientrò nel pretorio, fece chiamare Gesù e gli disse: “Tu sei il re dei Giudei?” Gesù rispose: “Dici questo da te oppure altri te l’hanno detto sul mio conto?”
35: Pilato rispose: “Sono io forse Giudeo? La tua gente e i sommi sacerdoti ti hanno consegnato a me; che cosa hai fatto?”
36: Rispose Gesù: “Il mio regno non è di questo mondo; se il mio regno fosse di questo mondo, i miei servitori avrebbero combattuto perché non fossi consegnato ai Giudei; ma il mio regno non è di quaggiù”.
37: Allora Pilato gli disse: “Dunque tu sei re?” Rispose Gesù: “Tu lo dici; io sono re. Per questo io sono nato e per questo sono venuto nel mondo: per rendere testimonianza alla verità. Chiunque è dalla verità ascolta la mia voce”.
3. Un momento di silenzio orante
Sento che la Parola dell’Evangelo ha il potere di sottrarmi dal regno delle tenebre e di trasferirmi nel regno del Figlio, di Gesù; mi lascio rapire così, portare via così dalla volontà del Padre, dall’amore di Cristo e dalla luce dello Spirito. Entro nel pretorio, dunque, mi pongo in profondo ascolto di ogni parola che esce dalla bocca di Cristo e ripeto solamente: “Gesù, tu sei re!”
4. Alcune domande
Che mi aiutino ad avvicinarmi al re, a corrergli incontro, ad adorarlo, a servirlo con tutto l’essere mio, ad ascoltarlo, a contemplarlo, a seguirlo dovunque Egli andrà, a difenderlo, a consegnare a Lui l’intera mia esistenza.
a) Osservo i movimenti di Pilato, mi faccio attento ai verbi che il Vangelo riferisce a lui, fin dal primo versetto e lo seguo, perché in questo momento è lui la guida verso Gesù, è lui che apre la strada per raggiungere il mio maestro, il mio re. “Entra di nuovo”, “chiama Gesù”, “parla con Gesù”. Il suo corpo, la sua mente, le sue parole sono rivolti a Gesù, alla ricerca di Gesù, al desiderio di un contatto con Gesù, anche se lui non è consapevole. Se penso alla mia vita, devo ammettere che non sempre sono disposto a tutto questo, che molte volte mi è difficile partire, uscire, entrare, domandare, chiamare, stare in dialogo con il Signore. Perché non faccio mia questa realtà, questa grazia, perché non entro anch’io nel pretorio, in questa piazza troppo quotidiana, forse, troppo squallida e inquinata, impura? Perché non vendo tutto e vado anch’io, così, dietro a Gesù?
b) Le parole che Gesù rivolge a Pilato sono molto forti, colpiscono subito al cuore, vanno al centro: “parli da te o parli con parole di altri?”; sembra quasi che mi chieda: “Sei proprio tu che mi cerchi, che mi conosci e mi ami?” Il Signore desidera un rapporto personale con me, vuole incontrarmi in profondità, là dove nessun altro mai potrà arrivare; mi aspetta per uno scambio d’amore reciproco, faccia a faccia, cuore a cuore; Lui non sopporta le lontananze, le nebbie, le indifferenze. Dice infatti: “Noi verremo a lui e prenderemo dimora presso di lui” (Gv 14, 23) e: “Ti fidanzerò a me nella fedeltà” (Os 2, 22), “farò con te un’alleanza eterna” (Ez 16, 60). Quando sono con Lui, quando rimango nel suo abbraccio, nella sua parola, io parlo da me, parlo con il mio cuore, con la mia esperienza, o parlo sempre con parole di altri, con l’esperienza sentita da altri? Sono capace di entrare o di lasciarmi attirare in un rapporto vero, intenso, vitale, con il Signore? E se ho paura di questo, perché? Cosa c’è che mi separa da Lui, che mi tiene a distanza?
c) “Consegnato” è una delle parole più forti e sconvolgenti di questo brano e di tutto il Vangelo. Gesù si rivela a me anche come il consegnato, l’offerto, il donato e vive questa realtà in tutta la sua pienezza; incarna in sé questa parola divina per trasfigurarla, per renderla positiva anche per me. Consegnarsi al Padre e quindi a tutto ciò che Egli dispone nella nostra vita, non è perdersi, ma trovarsi, riconquistarsi, per Lui, giorno dopo giorno. Capisco tutto questo guardando a Gesù e seguendolo lungo le pagine della Scrittura. Mi soffermo su questa parola e cerco di mangiarla, di ruminarla e trattenerla nel mio cuore, mettendola a confronto con la mia vita, coi miei comportamenti di ogni giorno. Vedo che è un cammino lungo da percorrere, è una conversione, un cambiamento di rotta. Decido, in questo istante, dentro la grazia della Parola del Signore, di voltarmi indietro e di andare da Lui così, consegnandomi al suo amore, al suo abbraccio benedicente.
d) Per tre volte Gesù ripete che il suo regno “non è di questo mondo”, invitandomi, così, con forza a passare in un’altra realtà. Ancora una volta Lui mi sconvolge, proponendomi un altro mondo, un altro regno, un altro potere. E’ il regno dei cieli, ormai vicino, per il quale occorre convertirsi (Mt 4, 17); è il regno del Padre (Mt 6, 10); è un regno dove non ci sono scandali, inciampi gettati ai fratelli da fratelli, né iniquità (Mt 13, 41); dove il più grande è il più piccolo (Mt 18, 4); dove entra chi è povero (Mt 19, 23). Per vederlo e per entrare in esso occorre farsi nuovi, rinascere dall’alto, dall’acqua e dallo Spirito (Gv 3, 3-5); occorre aspettarlo, conquistarlo, acquistarlo a prezzo di ogni altra ricchezza. E’ un regno senza violenza, senza potere. E’ diverso: il regno di Dio è totalmente nella luce, nella pace, nella dolcezza e nella vita, perché è “oltre”, è “al di là” di ciò che appare e si può costatare come realtà mondana. E’, infine, il regno della mitezza e dell’amore, che giunge fino alla croce, come mi insegna Gesù in questi versetti. Mi vengono incontro altre sue parole, in questo momento: “Non potete servire due padroni” e sento che non posso appartenere a due regni; devo scegliere, devo amare l’uno o l’altro, devo camminare su una strada o su un’altra. Dove andrò? Verso dove decido di muovermi? Quale regno sto aspettando, con la speranza nel cuore?
e) La battuta finale del brano è stupenda: “Ascolta la mia voce”. E’ Gesù che parla e che si rivela come buon pastore, che, mentre dà la vita per le sue pecore, continua ancora, instancabile, a parlare loro con quelle sue parole d’amore che sono inconfondibili e inimitabili. Chi mai ha parlato così? Nessuno. “Le mie pecore ascoltano la mia voce” (Gv 10, 27). Io, che corro tutto il giorno per le strade, che sono assorbito da mille lavori, impegni, incontri, dove volgo le orecchie?, a chi sto attento?, a chi penso?, chi aspetto, alla sera, quando sono stanco?, dove mi riposo? Io sono dalla Verità, che è Gesù o da dove prendo origine? Ogni mattina ricevo vita nuova, ma in realtà, da chi mi lascio generare?
5. Una chiave di lettura
Busso alla porta della Parola stessa, cerco nutrimento dai suoi seni stessi, come da una vera madre, per non staccarmi da Gesù, per aderire a Lui con tutto il mio essere e da Lui lasciarmi trasformare. Voglio farmi più vicino e penetrare più in profondità nella persona di Gesù, voglio riconoscerlo e conoscerlo, voglio amarlo come mio re e Signore.
Gesù, il re legato e consegnato
Un verbo emerge con forza da queste righe, rimbalzando ripetutamente già dai primi versetti del racconto della Passione: è il verbo consegnare, pronunciato, qui, prima da Pilato e poi da Gesù. La “consegna del Cristo” è una realtà teologica, ma allo stesso tempo vitale, di estrema importanza, perché ci conduce lungo un cammino di sapienza e ammaestramento molto forte. Può essere utile ripercorrerlo, cercandone i segni lungo le pagine della Scrittura. Prima di tutto appare che è il Padre stesso a consegnare a noi il Figlio suo Gesù, come dono per tutti e per sempre. Leggo Rm 8, 32: “Dio, che non risparmiò il suo proprio Figlio, ma lo consegnò per tutti noi, come non ci donerà ogni cosa insieme con lui?” Allo stesso tempo, però, vedo che è Gesù stesso, nella suprema libertà del suo amore, nella più intima e totale fusione con la volontà del Padre, a consegnarsi per noi, a offrirci la sua vita; dice san Paolo: “Cristo ci ha amati e ha consegnato se stesso per noi…” (Ef 5, 2. 25), ma mi ricordo anche di queste parole di Gesù: “Io offro la mia vita per le pecore; nessuno me la prende, ma la offro da me stesso” (Gv 10, 18). Quindi, al di sopra e prima di ogni altra consegna, sta questa consegna volontaria, che è solamente consegna d’amore e di dono.
Nei racconti evangelici appare subito la consegna malvagia da parte di Giuda, detto appunto il traditore, cioè il “consegnatore”, quello che disse ai sommi sacerdoti: “Quanto mi volete dare perché io ve lo consegni?” (Mt 26, 15); vedi anche Gv 12, 4; 18, 2. 5. In seguito sono i Giudei che consegnano Gesù a Pilato: “Se non fosse un malfattore non te l’avremmo consegnato” (Gv 18, 30. 35) e Pilato rappresenta le genti, come Egli aveva preannunziato: “Il Figlio dell’uomo… lo consegneranno ai pagani” (Mc 10, 33). Infine Pilato lo riconsegna ai Giudei, perché sia crocifisso (Gv 19, 16). Contemplo tutti questi passaggi, osservo il mio re legato, incatenato, come mi fa notare l’evangelista Gv sia in 18, 12 che 18, 24; mi metto in ginocchio, mi piego davanti a lui e chiedo al Signore che mi sia dato il coraggio di seguire questi passaggi drammatici, ma meravigliosi, che sono come un unico canto d’amore di Gesù per noi, il suo sì ribadito all’infinito per la nostra salvezza. Il Vangelo mi accompagna dolcemente dentro questa notte unica, nella quale Gesù è consegnato per me, come Pane, come Vita fatta carne, come amore condiviso in tutto. “Il Signore Gesù, nella notte in cui veniva consegnato, prese del pane e disse: Questo è il mio corpo, che è per voi” (1 Cor 11, 23). E allora comprendo che per me, la felicità, è nascosta anche dentro queste catene, questi legami, con Gesù, con il gran re ed è nascosta in questi continui passaggi, di consegna in consegna, alla volontà, all’amore del Padre mio.
Gesù, il re Messia
Torno di nuovo sul dialogo di Gesù con Pilato, su questo interrogatorio così misterioso e strano e in particolare noto che prima Pilato chiama Gesù “il re dei Giudei” e poi solo “re”, come se ci fosse un cammino, una comprensione sempre più piena e vera del Signore Gesù. “Re dei Giudei” è una formula usata con grande ricchezza di significato dal popolo ebraico del tempo e racchiude in sé il fondamento, il nucleo della fede e dell’attesa di Israele: essa significa, chiaramente, il Messia. Gesù è interrogato e giudicato riguardo al suo essere o non essere il Messia. Gesù è il Messia del Signore, il suo Unto, il suo Consacrato, è il servo, mandato nel mondo proprio per questo, per realizzare in Sé, nella sua persona e nella sua vita, tutte le parole dette dai profeti, dalla legge e dai salmi, riguardo a Lui. Parole di persecuzione, di sofferenza, di pianto, ferite e sangue, parole di morte per Gesù, per l’Unto del Signore, che è il nostro respiro, colui alla cui ombra vivremo fra le nazioni, come dice il profeta Geremia (Lam 4, 20). Parole che raccontano di trabocchetti, di insurrezioni, congiure (Sal 2, 2), lacci. Lo vediamo sfigurato, come uomo dei dolori; ormai irriconoscibile, se non da parte di quell’amore, che, come Lui, ben conosce il patire. “Sappia dunque con certezza tutta la casa di Israele che Dio ha costituito Signore e Cristo quel Gesù, che voi avete crocifisso!” (At 2, 36). Sì, è un re legato, il mio, un re consegnato, buttato via, disprezzato; è un re unto per la battaglia, ma unto per perdere, per sacrificarsi, per essere crocifisso, immolato come agnello. Questo è il Messia: il re che ha come trono la croce, come porpora il suo sangue versato, come reggia i cuori degli uomini, poveri come Lui, ma fatti ricchi e consolati da una continua risurrezione. Questi sono i nostri tempi, i tempi della consolazione da parte del Signore, nei quali egli manda incessantemente il Signore Gesù, colui che egli ci ha destinato come Messia.
Gesù, il re martire
“Sono venuto per rendere testimonianza alla verità”, dice Gesù, usando un termine molto forte, che racchiude in sé il significato di martirio, in greco. Il testimone è il martire, colui che afferma con la vita, col sangue, con tutto ciò che è e che ha, la verità in cui crede. Gesù testimonia la verità, che è la Parola del Padre (Gv 17, 17) e per questa Parola egli dà la vita. Vita per vita, parola per parola, amore per amore. Gesù è l'Amen, il Testimone fedele e verace, il Principio della creazione di Dio (Ap 3, 14); in Lui c’è solo il sì, per sempre e da sempre e in questo sì Egli ci offre tutta la verità del Padre, di se stesso, dello Spirito e in questa verità, in questa luce, egli fa di noi il suo regno. “Quanti confidano in lui, comprenderanno la verità; coloro che gli sono fedeli vivranno presso di lui nell’amore” (Sap 3, 8-9). Non cerco altre parole, ma rimango solamente presso il Signore, sul suo seno, come Giovanni, in quella notte; così egli diventa il mio respiro, il mio sguardo, il mio sì, detto al Padre, detto ai fratelli, come testimonianza d’amore. Lui è il fedele, Lui è il presente, Lui è la Verità che io ascolto e dalla quale mi lascio solo trasformare.
6. Salmo 20
Canto di ringraziamento per la vittoria
che ci viene da Dio
Rit. Grande, Signore, il tuo amore per noi!
Signore, il re gioisce della tua potenza,
quanto esulta per la tua salvezza!
Hai soddisfatto il desiderio del suo cuore,
non hai respinto il voto delle sue labbra.
Gli vieni incontro con larghe benedizioni;
gli poni sul capo una corona di oro fino.
Vita ti ha chiesto, a lui l'hai concessa,
lunghi giorni in eterno, senza fine.
Grande è la sua gloria per la tua salvezza,
lo avvolgi di maestà e di onore;
lo fai oggetto di benedizione per sempre,
lo inondi di gioia dinanzi al tuo volto.
Perché il re confida nel Signore:
per la fedeltà dell'Altissimo non sarà mai scosso.
Alzati, Signore, in tutta la tua forza;
canteremo inni alla tua potenza.
7. Orazione finale
Padre, ti lodo, ti benedico, ti ringrazio perché mi hai condotto insieme al tuo Figlio Gesù nel pretorio di Pilato, in questa terra straniera e ostile, eppure terra di rivelazione e di luce. Solo tu, con il tuo amore infinito, sai trasformare ogni lontananza e ogni buio in luogo di incontro e di vita.
Grazie perché hai fatto sorgere il tempo santo della consolazione, nel quale mandi il tuo Agnello, seduto sul trono, come re immolato e vivente; il suo sangue è rugiada ristoratrice, è unzione di salvezza. Grazie perché Lui mi parla sempre e mi canta la tua verità, che è solo amore e misericordia; vorrei essere uno strumento nelle mani del re, di Gesù, per trasmettere a tutti le note consolatrici della tua Parola. Padre, ti ho ascoltato, oggi, in questo Vangelo, ma ti prego, fa che le mie orecchie non si stacchino mai da te, dal tuo Figlio, dal tuo Spirito. Fammi rinascere, così, dalla verità, per essere testimone della verità