sábado, 14 de agosto de 2021

purgatorio...

 

Dios nos purifica para evitarnos más Purgatorio



Hijos de Dios, no podéis ni siquiera imaginar lo que Dios Todopoderoso tiene preparado para aquellos que Le aman y que Le amarán hasta el último instante; porque, hijos, Dios que es amor, es un Ser que paga como no podéis suponer, ya que Él da el ciento por uno y aún mucho más. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Pero aquellos que rechazaron la Gracia Divina, aquellos que dedicaron su vida a amarse a sí mismos, aquellos que no quisieron sacrificarse y buscaron siempre sus deleites, aquellos tuvieron ya su recompensa, porque el que desoye la Voz del Espíritu, rechaza su bien, puesto que nadie como Dios puede otorgar una dicha inmensa al alma, más que El mismo. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Hijos de Dios, que padecéis toda clase de tribulaciones, unos en la salud, otros en la economía, otros en el afecto, no os preocupéis y aguantad hasta el final, que la dicha que os espera es inmensa si os mantenéis firmes en la prueba y no perdéis ni la fe, ni la confianza en Dios Todopoderoso. Él os purifica aquí en la Tierra para aliviaros en la otra vida de purificaciones peores, y todo lo que soportéis con paciencia y amor será recompensado con creces, porque os ayudará a crecer en la virtud y a reparar vuestros pecados. Yo, Espíritu de Dios, os hablo. Hijos de Dios, procurad el bien para vuestros hermanos, todos los de vuestro entorno, ayudadles en sus pruebas, aquellos que están débiles en la fe, ayudadles vosotros, habladles del Amor de Dios y de lo efímera que es esta vida, y aunque parezca que lo que le decís no les sirve para nada, en su momento esa semilla fructificará y dará su fruto, pero ayudad a los que sufren compartiendo sus padecimientos, rezando por ellos, sacrificándoos por ellos, ofreciendo por ellos Misas y Rosarios, que tanto bien les harán si los ofrecéis por amor a Dios y a las almas. Yo, Espíritu de Dios, os hablo.

Así, pues, hijos, no os desalentéis, no perdáis la esperanza, vuestros padecimientos son fructíferos, el Cielo los toma para ayudar a la Iglesia Santa de Dios, a las almas que están indecisas a la hora de partir, a los que aún no saben de Jesucristo, a los que aún no aman a María. Sed generosos en aceptarlos y ofrecerlos siempre, para que no se pierdan y para que aprovechen a otras almas, no sólo a la vuestra. Yo, Espíritu de Dios, os hablo y os instruyo. Paz a todo aquel que leyendo este Mensaje lo cree y lo pone en práctica.


A Dios lo que es de Dios

La Penitencia....

 

Por eso instituyó el sacramento de la Penitencia



Jesús conoce bien nuestra flaqueza y debilidad. Por eso instituyó el sacramento de la Penitencia. Quiso que pudiéramos enderezar nuestros pasos, cuantas veces fuera necesario; tenía el poder de perdonar los pecados y lo ejerció repetidas veces: con la mujer sorprendida en adulterio, con el buen ladrón suspendido en la cruz, con el paralítico de Cafarnaún... Vino a buscar y salvar lo que estaba perdido4, también ahora, en nuestros días.


Los Profetas habían preparado y anunciado esta reconciliación del todo nueva, del hombre con Dios. Así se refleja en las palabras de Isaías: Venid y entendámonos –dice Yahvé–. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a ser como la blanca lana. Fue esta también la misión del Bautista, que vino a predicar un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados6. ¿Cómo se extrañan algunos de que la Iglesia predique la necesidad de la Confesión?


Jesús muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. «Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción (Jer 29, 11), declaró Dios por boca del profeta Jeremías. La liturgia aplica esas palabras a Jesús, porque en Él se nos manifiesta con toda claridad que Dios nos quiere de este modo. No viene a condenarnos, a echarnos en cara nuestra indigencia o nuestra mezquindad: viene a salvarnos, a perdonarnos, a disculparnos, a traernos la paz y la alegría». Y no solo quiso que alcanzasen el perdón aquellos que le encontraron por los caminos y ciudades de Palestina, sino también cuantos habrían de venir al mundo a lo largo de los siglos. Para eso dio la potestad de perdonar los pecados a los Apóstoles y a sus sucesores a lo largo de los siglos. De modo solemne prometió el Señor a Pedro el poder de perdonar los pecados, cuando este le reconoció como Mesías8. Poco tiempo después –se lee en el Evangelio de la Misa de hoy– lo extendió a los demás Apóstoles: Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el Cielo. La promesa se hizo realidad el mismo día de la Resurrección: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados, a quienes se los retuviereis les serán retenidos. Fue el primer regalo de Cristo a su Iglesia.

El sacramento de la Penitencia es una expresión portentosa del amor y de la misericordia de Dios con los hombres. «Porque Dios, aun ofendido, sigue siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Solo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón». Demos gracias al Señor en nuestra oración de hoy por el don tan grande que significa poder ser perdonados de errores y miserias; ahora, en la oración ante Él, podemos preguntarnos: ¿son hondas y bien preparadas nuestras confesiones?