martes, 14 de diciembre de 2021

Hay 2 tipos de muerte......

 

Dos tipos de muerte —Valtorta


«Hay dos tipos de muerte. Ya lo he explicado. Existe la pequeña muerte, la que os separa de la tierra y libera vuestro espíritu de la carne. Y existe la gran muerte: la que mata lo que es inmortal: vuestro espíritu. De la primera resurgiréis. De la segunda no resurgiréis nunca. Seréis separados para siempre de la Vida: o sea de Dios, vuestra Vida.

Sois más necios que los animales que, obedeciendo la orden del instinto, saben controlarse en el alimento, en el emparejamiento, en el escogerse moradas, vosotros, con vuestras desobediencias continuas al orden natural y sobrenatural, os producís muchas veces a vosotros mismos la primera y la segunda muerte. Incontinencias, abusos, imprudencias, modas desviadas, placeres, vicios, matan vuestra carne como muchas armas manejadas por vosotros con delirio. Los vicios y los pecados matan después vuestra alma. Por eso Yo digo: "No vayáis a buscar la muerte con los errores de vuestra vida y la perdición con las obras de vuestras manos".

Os lo he dicho: Dios, que lo ha creado todo, no ha creado la muerte. Obra suya es el sol que resplandece desde hace milenios; obra suya el mar contenido en sus límites sobre un globo que gira en el espacio; obra suya las estrellas infinitas por las que el firmamento es como un espacio sobre el que se hayan desparramado las joyas caídas de un inmenso cofre abierto; obra suya los animales y las plantas: desde los colosales como elefantes y baobab, a los más sutiles, como la dedicada plumita del musgo y el efímero mosquito del fresal; obra suya vosotros hombres, que tenéis el corazón más duro que el jaspe y la lengua más cortante que el diamante creados y sepultados por el Eterno en las vísceras del suelo, que tenéis el pensamiento más oscuro que el carbón que se ha formado en las estratos terrestres con la descomposición de milenios, que tenéis una inteligencia poderosa como el águila en los espacios pero la voluntad terca y rebelde como la de una simia.

Pero no ha creado la muerte. Ésta ha sido generada de vuestro desposorio con Satanás. Vuestro padre, en el orden del tiempo terrestre, Adán, la generó antes de generar a su hijo. La generó aquel día en que, débil ante la debilidad de la mujer, cedió a su voluntad seducida y pecó donde nunca había habido pecado, pecó bajo el silbido de la Serpiente y las lágrimas y el rubor de los Ángeles. Pero la pequeña muerte no es un gran mal cuando con ella sólo cae la carne, como la hoja que ha finalizado su ciclo. Al contrario, es un bien, porque os lleva al lugar de donde vinisteis y un Padre os espera.

Al igual que no ha hecho la muerte de la carne, Dios no ha hecho la muerte del espíritu. Al contrario, ha enviado al Resucitador eterno, su Hijo, para daros la Vida cuando ya estabais muertos. El milagro de Lázaro, del joven de Naím y de la hija de Jairo no son nada. Estaban dormidos: Yo les desperté. En cambio es grande el milagro cuando de una Magdalena, de un Zaqueo, de Un Dimas, de un Longinos, muertos en el espíritu, he hecho "vivos en el Señor".

¡Estar vivos en el Señor! No hay nada mayor en belleza, alegría, duración, resplandor que esto. Creedlo, hijos, y tratad de estar "vivos". Vivos en Dios Uno y Trino, vivos en el Padre, vivos para la eternidad.

Vosotros que llamáis infierno a la tierra, y por muy infernal que la hayáis vuelto con vuestros feroces sistemas es un paraíso respecto de la morada de Satanás, no deis a vuestro espíritu el infierno como última meta. Dad a Dios a vuestro espíritu, que es Paraíso, y dejad el infierno para los infernales, los condenados, los malditos que han rechazado la Vida, alimento repugnante para su corazón de pervertidos, y acogido la muerte de la que eran muy dignos.

Si todo acabase en la tierra, sería poco mal el aparecer malvados durante algún tiempo. Los hombres lo olvidarían pronto, porque el recuerdo es como una nube de humo que se

disipa en seguida. Pero la tierra no lo es todo. El todo está más allá. Y en ese "todo" encon- traréis que os espera lo que habéis realizado sobre la tierra.

Nada quedará sin juicio. Pensadlo. Y no dilapidéis como locos los bienes que Dios os ha dado, sino hacedlos fructificar para vuestra inmortalidad. Quienes vivieron en el Señor no mueren. Cuanto hubo aquí de dolor, humillación, prueba, para ellos se transformará en el más allá en premio, en triunfo, en alegría.

No penséis que Dios sea injusto en el distribuir los bienes de la tierra y la duración de la vida. Esto es lo que piensan quienes están ya fuera de Dios. Los vivientes en el Señor se alegran de las privaciones, de las penas, de las enfermedades, de la muerte precoz, porque ven en todas las cosas la mano del Padre que les ama y que sólo puede darles cosas útiles y buenas; las cosas que, por otra parte, me ha dado a Mí, su Hijo.

Éstos, que ya están proyectados fuera de este mundo, sólo piensan y desean la gloria de Dios, y Dios les revestirá de gloria para siempre. Los malvados serán olvidados o recordados con horror; pero a los santos, a los justos, a los hijos de Dios se les dará culto duradero y santo, porque el Señor cuida a sus dilectos, y no sólo se ocupa de darles la alegría en el Cielo, o sea, a Sí mismo, sino que hace que los hombres le otorguen verdadero honor, haciendo brillar el espíritu de un santo como una nueva estrella ante los ojos y las mentes de los hombres».

Cuadernos Valtorta 1943

Valtorta......

 

Párrafo de Cuadernos Valtorta 1943


1 de noviembre


Dice el Señor Jesús:
«Soy Yo quien ha dado a mis santos la Sabiduría de la que soy poseedor absoluto. Soy Yo
quien hablo a los dilectos para que esparzan mi Sabiduría entre los hombres. Soy Yo quien bendigo con gratitud a mis elegidos que se han consumado a sí mismos para ser portadores de mi Sabiduría. Soy Yo quien les premio porque el amor a la Sabiduría es amor a Dios, no pudiendo haber conocimiento de la Sabiduría y rebelión a Dios. Quien ama la Sabiduría ama su fuente: ama a Dios. Quien ama a Dios conquista el premio.

Vosotros, por tanto, que siempre aspiráis a la gloria, aspirad a esta gloria verdadera y eterna. Dejad caer los cetros y las celebridades de la tierra y tended a conquistar la fama y la corona inmortal de la bienaventurada santidad. Esforzaos por merecer la Sabiduría y lo poseeréis todo de la tierra porque poseeréis a Dios, que hablará en vosotros, os guiará, os consolará, os elevará, os hará mis amigos y profetas del Altísimo. Entonces vosotros entenderéis, hablaréis, veréis, no con vuestros órganos y vuestras capacidades, sino con la vista y la mente de Aquel que está en vosotros como el Santo de los Santos en su tabernáculo viviente.

Seréis, oh mis hermanos queridos, como era mi Madre cuando me llevaba en su seno y Yo le comunicaba mis movimientos de amor. María, velo preciosísimo y casto para el Viviente, el Sapiente, el Santo, ya infundida de Sabiduría por su angelical pureza, fue una con la Sabiduría cuando el Amor la hizo Madre de la Sabiduría encarnada. Ni vosotros sois menos cuando conmigo Eucaristía en el corazón, y con el corazón queriendo vivir de Dios -he aquí la condición esencial -llegáis a ser uno conmigo y sabéis permanecer en Mí incluso después de la consumación de las Especies, con vuestro amor adorante.

Sedme de las "Marías". Llevad a Cristo en vosotros. El mundo necesita tener, entre tanta ciencia inútil quien comunica la verdadera Sabiduría. Y quien me tiene en sí, más aún, quien se anula en Mí, aunque no diga palabras, comunica con sus obras la Sabiduría, porque sus obras dan testimonio de Dios.

Yo después, por piedad de los ciegos y de los sordos, de los analfabetos del espíritu, doy voz y pluma en las manos y sobre los labios de quien escojo, para que el Espíritu de Dios sea oído de nuevo y se salven los desviados y encuentren la dirección justa los errantes, se levanten los caídos y confíen en Quien tiene nombre: Misericordia».

Dice Jesús:

«¿A qué compararemos a algunos pobres desgraciados? A infelices maniáticos que, mientras que fuera hay un hermoso sol y junto a ellos afectos y alimentos, se niegan a salir, nutrirse, hablar, y se esconden como bestias salvajes en su cueva, en la oscuridad, deján- dose morir de inanición.

Son abismos de error, de horror, a veces de odio, que deben colmarse con la paciencia, la misericordia, el amor y el dolor. Paciencia soportando sus ideas, misericordia acercándonos aún a pesar de la repugnancia que nos da la lepra de sus espíritu, amor porque el amor es el vencedor y la medicina más poderosa de todas, y dolor porque para dar la Vida y la Luz hay que morir como hace la lámpara que arde consumiéndose y el grano que da alimento si muere.

Dadas estas cosas, basta. Las palabras son inútiles porque esas almas están ensordecidas por Satanás que les impide oír. Hay que vencer primero a Satanás, y a éste se le vence con la oración y el dolor, no con las discusiones en las que es maestro para persuadir hacia su doctrina.

Es natural que tú sufras. Cada una de esas palabras, antes de herir mis Carnes, han pasado a través de las tuyas, porque tú te has puesto entre el mundo y el Maestro para defender a tu Rey. Es el oficio de las víctimas. Pero Yo pongo un beso en cada herida y por cada una te digo: gracias, María, por tu amor. Bendita seas por esto».