miércoles, 20 de abril de 2022

Pecados contra El Espíritu Santo...

 

PECADOS CONTRA EL ESPÍRITU SANTO


Catolicidad.com

Los seis pecados contra el Espíritu Santo son:
 1. Presunción.
 2. Desesperación.
 3. Resistir la verdad conocida.
 4. Envidia del bien espiritual de otro.
 5. Obstinación en el pecado.
 6. Impenitencia final.

1º. La desesperación.
Entendida en todo su rigor teológico, o sea, no como simple desaliento ante las dificultades que presenta la práctica de la virtud y la perseverancia en el estado de gracia, sino como obstinada persuasión de la imposibilidad de conseguir de Dios el perdón de los pecados y la salvación eterna. Fue el pecado del traidor Judas, que se ahorcó desesperado, rechazando con ello la infinita misericordia de Dios, que le hubiera perdonado su pecado si se hubiera arrepentido de él.
2º. La presunción.
Que es el pecado contrario al anterior y se opone por exceso a la esperanza teológica. Consiste en una temeraria y excesiva confianza en la misericordia de Dios, en virtud de la cual se espera conseguir la salvación sin necesidad de arrepentirse de los pecados y se continúa cometiéndolos tranquilamente sin ningún temor a los castigos de Dios. De esta forma se desprecia la justicia divina, cuyo temor retraería del pecado.

3º. La impugnación de la verdad.
Conocida, no por simple vanidad o deseo de eludir las obligaciones que impone, sino por deliberada malicia, que ataca los dogmas de la fe suficientemente conocidos, con la satánica finalidad de presentar la religión cristiana como falsa o dudosa. De esta forma se desprecia el don de la fe, ofrecido misericordiosamente por el Espíritu Santo, y se peca directamente contra la misma luz divina.
4º. La envidia del provecho espiritual del prójimo.
Es uno de los pecados más satánicos que se pueden cometer, porque con él «no sólo se tiene envidia y tristeza del bien del hermano, sino de la gracia de Dios, que crece en el mundo» (Santo Tomás). Entristecerse de la santificación del prójimo es un pecado directo contra el Espíritu Santo, que concede benignamente los dones interiores de la gracia para la remisión de los pecados y santificación de las almas. Es el pecado de Satanás, a quien duele la virtud y santidad de los justos.

5º. La obstinación en el pecado.
Rechazando las inspiraciones interiores de la gracia y los sanos consejos de las personas sensatas y cristianas, no tanto para entregarse con más tranquilidad a toda clase de pecados cuanto por refinada malicia y rebelión contra Dios. Es el pecado de aquellos fariseos a quienes San Esteban calificaba de «duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo» (Act. 7,51).
6º. La impenitencia deliberada.
Por la que se toma la determinación de no arrepentirse jamás de los pecados y de resistir cualquier inspiración de la gracia que pudiera impulsar al arrepentimiento. Es el más horrendo de los pecados contra el Espíritu Santo, ya que se cierra voluntariamente y para siempre las puertas de la gracia. «Si a la hora de la muerte –decía un infeliz apóstata– pido un sacerdote para confesarme, no me lo traigáis
 es que estaré delirando».
Son absolutamente irremisibles?

En el Evangelio se nos dice que el pecado contra el Espíritu Santo «no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero» (Mt. 12,32). Pero hay que interpretar rectamente estas palabras. No hay ni puede haber un pecado tan grave que no pueda ser perdonado por la misericordia infinita de Dios, si el pecador se arrepiente debidamente de él en este mundo.

Pero, como precisamente el que peca contra el Espíritu Santo rechaza la gracia de Dios y se obstina voluntariamente en su maldad, es imposible que, mientras permanezca en esas disposiciones, se le perdone su pecado.

Lo cual no quiere decir que Dios le haya abandonado definitivamente y esté decidido a no perdonarle aunque se arrepienta, sino que de hecho el pecador NO QUERRÁ ARREPENTIRSE Y MORIRÁ OBSTINADO EN SU PECADO.

La conversión y vuelta a Dios de uno de estos hombres satánicos no es absolutamente imposible, pero sería en el orden sobrenatural un milagro tan grande como en el orden sobrenatural un milagro tan grande como en el orden natural la resurrección de un muerto.

Fray Antonio Royo Marín

Maria Simma ....la Confesion...

 

Qué dicen las almas del Purgatorio sobre la Confesión


María Simma

—¿Qué le han comentado, si han dicho algo, las almas del purgatorio acerca del sacramento de la reconciliación o confesión?

—¡Oh, sí, lo mencionan con frecuencia! Están muy tristes de que se haya vuelto tan poco frecuente, que se haya dejado de lado. ¡Es un regalo tan grande el que Dios nos brinda, que Satanás solamente podría querer destruirlo! Y creo que lo está logrando.

Deberíamos acudir a la confesión -como debería llamarse- con alegría y no asustados o temerosos, como desea Satanás. No hay de qué preocuparse, no hay nada que un sacerdote no haya escuchado ya. Un buen sacerdote sabe muy bien que él mismo, con todo lo que ha aprendido y experimentado, es mucho más pecador que el resto. Para Jesús y para todos los que se encuentra en el Cielo es un gran motivo de alegría cuando llevamos nuestras debilidades y fracasos ante Jesús.

Las almas del purgatorio me han contado que no existirían el 60 por ciento de todas las depresiones que se sufren en el mundo si se aprovechara este enorme regalo. Muchos especialistas, empresas farmacéuticas y orientadores se quedarían sin trabajo si todos se confesaran regularmente. ¡Nuestro Señor puede salvar y sanar a todos y a todo, según Él quiera, tan solo con pedírselo! Nuestra Madre ha dicho, y creo que fue en Medjugorje, que la confesión mensual sanaría a Occidente.

La confesión no se entiende correctamente. Para la mayoría no resulta difícil diferenciar entre el bien y el mal, pero otro tema mucho más peliagudo es diferenciar entre lo bueno y lo mejor. La confesión no está solo para confesarnos de haber robado un banco, pues, de hecho, muy pocos de nosotros robamos bancos. Para la mayoría, está para buscar cómo ser cada vez mejores a los ojos de Dios. ¿Qué podría haber hecho durante este último mes para haber sido más santo? Eso es lo que nos debemos preguntar; y que alguien diga que durante el último mes hizo todo lo que estuvo en su mano para cumplir perfectamente la voluntad de Dios.

La humildad nos trae la más grande de todas las gracias. Jesús regala sus mayores tesoros a los más pequeños de corazón. La confesión nos recuerda repetidamente la pequeñez que Jesús quiere de nosotros para que Él pueda darnos sus enormes gracias.

—¿Cómo respondería a todos los que dicen, y lo hacen con sinceridad, que no necesitan un sacerdote para confesarse? ¿Que no necesitan contarle sus cosas a otra persona, sino que pueden dirigirse directamente a Dios?

—Si lo que usted dice fuera cierto, los psicólogos y psiquiatras no tendrían tanto trabajo. Tanto las personas más inteligentes como las más sencillas pueden ir al mismo sacerdote, y ambos se quedarían asombrados por los frutos y gracias que surgirían de ese breve y libre encuentro con Jesús. Todos los seres humanos tienen la misma necesidad de confesar sus culpas. ¡Todos esos grupos de apoyo y esas largas e interminables terapias, tan costosas, no serían necesarias si nos acercáramos a Jesús! ¡Y, sobre todo, las mayores gracias no nos llegan de ahí, de los expertos y los especialistas, sino solamente de Jesús! Nos dejamos engañar demasiado fácilmente.

¿No cree que Él, que para comenzar nos dio la vida, también es capaz de darnos infinitamente más que las soluciones del tipo "cómo enfrentarte a." de la mayoría de los psicólogos? ¡Dios los bendiga! Muchos de ellos ni siquiera reconocen la realidad del pecado, y ¿cómo van a poder tratar entonces la realidad del perdón? Viven de un negocio que se perpetúa y al no hacer nosotros uso del sacramento de la confesión a ellos les asegura un coche más grande. ¡Prosperan con nuestros pecados, mientras que Jesús murió por nosotros para conquistar y borrar nuestros pecados para siempre!

—¿Y qué me podría decir ante los que retorcidamente dicen que Jesús nunca nos dijo que teníamos que ir a un confesonario a confesarnos?

—Es verdad; les sugiero que acudan a confesarse con un sacerdote en un lugar público, contándole sus pecados claramente. Lo importante es que se digan claramente los pecados. Jesús dijo que nos arrepintiéramos y cuando lo hacemos, Él borra nuestros pecados y solo así Satanás deja de saber de ellos; ya no puede atraer a esa persona mediante ese pecado o atacarle a causa de la débil o inexistente relación con Dios.

Pero quien se encuentra en el confesionario es Jesús, no un sacerdote.

—¿Está usted segura?

—Le cuento un caso que lo sorprenderá. Una abuela italiana quiso llevar a su nieto de ocho años al padre Pío para que hiciera su primera confesión. No sin motivo, estaba muy entusiasmada cuando llegó a la parroquia. El niño entró a confesarse y salió radiante de alegría. La abuela sabía qué apariencia tenía el padre Pío. Era bajo, gordito, casi calvo, de ojos muy oscuros y de unos sesenta y cinco años; aun así, le preguntó a su nieto: "Dime, ¿cómo era?". El niño respondió con mucha calma y con detalle: "¡Oh! Era alto y fornido, con ojos castaños, y pelo largo y castaño; tenía alrededor de treinta años".

—¡Está bromeando!

—No, cosas de este tipo suceden con frecuencia en lugares sagrados y de mucha oración.

—Déjeme plantearle un caso hipotético y luego le haré unas preguntas al respecto. Hay dos familias. Ambas viven razonablemente bien y con salud. Una de las familias se confiesa regularmente mientras que la otra no. ¿Existirán diferencias entre sus descendientes? Y si las hubiera, ¿cuáles podrían ser?

—La primera familia contará con una base sólida para acercarse cada vez más a Jesús a lo largo de las generaciones, mientras que la segunda familia cargará con muchas dificultades, quo no hubieran tenido si se hubieran confesado regularmente. Por ejemplo, enfermedades y debilidades que podrían haberse evitado. La actitud correcta y penitente de la primera familia se reflejará en la

fortaleza y la felicidad de sus descendientes, mientras que los de la otra familia serán más propensos a los ataques de Satanás.

—Entonces, ¿quiere decir que quienes son conscientes de su estado de pecado terminan siendo más sanas que aquellas que no lo son?

—¡Sí! Con la humildad que produce la confesión y la oración, y con el amor a Dios que nos viene de ello, hace que crezca una fortaleza y un equilibrio que se manifiesta en personas más saludables. Y esto significa que serán más saludables emocional, mental y físicamente, y que también se extenderá a lo largo de las generaciones.

—Entonces, ¿podemos garantizar vidas más sanas a nuestros hijos, nietos y bisnietos con nuestro amor, con nuestras oraciones y con nuestras confesiones?

—Sí, exactamente. Gran parte de la medicina actual se limita a reparar los daños. Si los médicos actuales, en todos los campos, dedicaran el mismo tiempo y energía a la prevención, la prevención en el sentido que nos indican los Diez Mandamientos, el mundo tendría solo una pequeña fracción de las enfermedades que sufre en la actualidad. La medicina preventiva no nos cuesta nada y, sobre todo, nos damos cuenta más claramente de la inmensidad del amor de Dios por nosotros. Esto no es un juego para Él; Él se llena de alegría cuando estamos llenos de paz y de la felicidad que produce. ¡Dios solo quiere vernos felices, libres y saludables!

—¿Entonces puede explicar la función de la contrición y del arrepentimiento en el momento de la muerte?

—Nos libramos de todas nuestras culpas con una buena confesión, si es totalmente honesta y si nos arrepentimos de corazón; pero también hay que reparar el daño causado. Aún no quedamos completamente librados de esos pecados. Para obtener la total absolución, el alma debe quedar libre de toda atadura.

En el caso de una madre con muchos niños pequeños que está a punto de morir, deberá entregarse hasta tal punto que pueda decir con sinceridad: "Dios, te entrego todo a ti, que se haga tu voluntad". Esto puede ser muy, muy difícil.

La libertad, mediante el pago de "hasta el último céntimo", como dice Jesús en el Evangelio, se da entre nosotros y Dios, entre nosotros y los demás, con una reparación extra y liberándonos totalmente de toda atadura sobre asuntos que no sean los de Dios.

—Entonces, ¿estar totalmente libre de todo pecado sería un proceso de tres pilares?

—Sí. Primero, expiación entre nosotros y Dios. Luego, expiación entre nosotros y la persona a la cual herimos, que también nos implica siempre a nosotros mismos; y finalmente la reparación por medio de la oración y las buenas obras. No solo se debe borrar el pecado sino que también se debe reparar.

—¿Las personas no católicas y los no cristianos también deben confesarse?

—¡Oh, sí! Ningún sacerdote que desee cumplir las enseñanzas de Jesús puede rechazar a un penitente. Sin embargo, si esto ocurre, sugiero a esa persona que rece por ese sacerdote que le ha rechazado y que mire adelante. No importa quién sea el pecador, qué educación ha tenido o de dónde proviene, todo lo que necesita es un arrepentimiento profundo por todo el mal que ha hecho. Pronto ese pecador encontrará un sacerdote por voluntad de Jesús. Se lo puedo asegurar. A pesar de que los no católicos no pueden recibir el sacramento de la confesión, ¡realizar una confesión informal les haría tanto bien a sus almas! Puedo asegurarlo; cuando un no católico busca esto, Dios le concederá unas gracias muy, muy grandes.