sábado, 15 de mayo de 2021

Dios es el que elige.

 

Dios es el que elige



No sois vosotros los que me habéis elegido, soy Yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.

Después de la traición de Judas había quedado un puesto vacante entre los Doce. Con la elección del nuevo Apóstol se había de cumplir lo que el mismo Espíritu Santo había profetizado y lo que Jesús expresamente había instituido. El Señor quiso que fueran doce sus Apóstoles. El nuevo Pueblo de Dios debía estar asentado sobre doce columnas, como el antiguo lo había estado sobre las doce tribus de Israel. San Pedro, ejerciendo su potestad primada ante aquellos ciento veinte discípulos reunidos, declara las condiciones que ha de tener el que complete el Colegio Apostólico, según había aprendido del Maestro: el discípulo ha de conocer a Jesús y ser testigo suyo. Por eso, Pedro señala en su discurso: Es necesario que de los hombres que nos han acompañado todo el tiempo en que el Señor Jesús vivió entre nosotros, empezando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue elevado de entre nosotros, uno de ellos sea constituido con nosotros testigo de su resurrección. El Apóstol pone de relieve la necesidad de que el nuevo elegido sea testigo ocular de la predicación y de los hechos de Jesús a lo largo de su vida pública, y de modo especial de la Resurrección. Treinta años más tarde, asegura en las últimas palabras que dirigió a todos los cristianos: No os hemos dado a conocer el poder de Jesús y su venida siguiendo fábulas ingeniosas, sino como testigos oculares de su grandeza.

Pedro no elige, sino que deja la suerte a Dios, según se hacía a veces en el Antiguo Testamento. Se echan suertes, pero es Dios quien da la decisión, se lee en el Libro de los Proverbios. Presentaron a dos, a José, llamado Barsabas, por sobrenombre Justo, y a Matías, forma abreviada de Matatías, que significa regalo de Dios. Echaron suertes, y la suerte recayó sobre Matías, que fue agregado al número de los Once Apóstoles. Un historiador antiguo recoge una tradición que afirma que este discípulo pertenecía al grupo de los setenta y dos que, enviados por Jesús, fueron a predicar por las ciudades de Israel.

Antes de la elección, Pedro y toda la comunidad ruegan a Dios, porque la elección no la hacen ellos, la vocación es siempre elección divina. Por eso dice: Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muestra a cuál de estos has elegido. Los Once y los demás discípulos no se atreven por sí mismos, por sus propias consideraciones o simpatías, a tomar la responsabilidad de señalar un sucesor a Judas. San Pablo, cuando se siente movido a declarar el origen de su misión, indica que ha sido constituido no por los hombres ni por la autoridad de un hombre, sino solo por Jesucristo, y por Dios, su Padre. Es el Señor el que elige y envía. También ahora.

Cada uno de nosotros tiene una vocación divina, una llamada a la santidad y al apostolado, recibida en el Bautismo y especificada después en las sucesivas intervenciones de Dios en la propia historia personal. Y hay momentos en que esta llamada a seguir de cerca a Jesús se hace particularmente intensa y clara. «Yo tampoco pensaba que Dios me cogiera como lo hizo. Pero el Señor (...) no nos pide permiso para “complicarnos la vida”. Se mete y... ¡ya está!». Y luego toca a cada uno corresponder. Hoy podemos preguntarnos en nuestra oración: ¿soy fiel a lo que el Señor quiere de mí?, ¿busco hacer la voluntad de Dios en todos mis proyectos?, ¿estoy dispuesto a corresponder a lo que el Señor a lo largo de la vida me va pidiendo?


https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx

Vacunita...🤐

 

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