viernes, 16 de julio de 2021


Para que la sagrada comunión cause mayores efectos



La preparación próxima a la comunión es la que se hace el mismo día en que se comulga, y consiste en hacer media hora, por lo menos, de oración mental.

Es necesario, además, para que la sagrada comunión cause maravillosos efectos, que después de comulgar empleemos prolongado rato en la acción de gracias. El Padre San Juan de Ávila decía que el tiempo que corre después de la comunión es tiempo de hacer fortuna y allegar tesoros de gracia para el cielo. Santa María Magdalena de Pazzi decía que no hay tiempo más a propósito para inflamarse en santo fuego de caridad como el que sigue a la comunión, y Santa Teresa añadía: «No suele Su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje... Estaos vos con Él de buena gana; no perdáis tan buena sazón de negociar como es el hora después de haber comulgado».


() Ayuda también mucho para conservar en el alma el fervor, el hacer muchas veces al día la comunión espiritual, tan recomendada por el Concilio de Trento, que exhorta a todos los fieles a practicarla. La comunión espiritual, como dice Santo Tomás, consiste en ardiente deseo de recibir a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, por lo que los santos acostumbraban a renovarla diaria y frecuentemente. El modo de hacerla es decir: Creo, Jesús mío, que estáis en el Santísimo Sacramento; os amo y deseo recibiros; venid a mi alma; os abrazo y os ruego que no permitáis vuelva jamás a abandonaros. Y más breve aún: Venid a mí, Jesús mío; os deseo, os abrazo y os suplico que estemos unidos siempre. Esta comunión espiritual se puede practicar a menudo al día, cuando se reza, cuando se visita al Santísimo Sacramento y especialmente cuando se oye la santa misa, sobre todo al comulgar el sacerdote. Decía la Beata Ángela (léase Águeda) de la Cruz, dominica: «Si el confesor no me hubiera enseñado este modo de comulgar varias veces al día, no acertaría a vivir».


San Alfonso M Ligorio

Dios está siempre a nuestro lado

 

Dios está siempre a nuestro lado



Cuando Moisés pastoreaba el rebaño de su suegro Jetró cerca del Horeb, el monte santo, se le apareció Dios en una zarza que ardía sin consumirse. Allí recibió la misión extraordinaria de su vida: sacar al pueblo elegido de la esclavitud a que estaba sometido por los egipcios y llevarlo a la Tierra Prometida. Y como garantía de la empresa, el Señor le dijo: Yo estoy contigo. No pudo imaginar Moisés entonces hasta qué punto Dios iba a estar con él y con su pueblo en medio de tantas vicisitudes y pruebas.

Tampoco nosotros conocemos del todo –por nuestra limitación humana– hasta qué extremo está Dios con nosotros en todos los momentos de la vida. Esta cercanía se hace especialmente próxima cuando Dios ve que estamos recorriendo el camino hacia la santidad. Está como un Padre que cuida de su hijo pequeño. Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, nos habla constantemente, a lo largo del Evangelio, de esta cercanía de Dios en la vida de los hombres y de su amorosa paternidad. Solo Él podía hacerlo, pues nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo, nos dice en el Evangelio de la Misa. El Hijo conoce al Padre con el mismo conocimiento con que el Padre conoce al Hijo. Jamás se ha dado ni se dará una intimidad más perfecta. Es la identificación de saber y de conocimiento que implica la unidad de la naturaleza divina. Jesús está declarando con estas palabras su divinidad.

Y como Hijo, que es consustancial con el Padre, nos manifiesta quién es Dios Padre en relación a nosotros, y cómo en su bondad nos otorga el Don del Espíritu Santo. Este fue el núcleo de su revelación a los hombres: el misterio de la Santísima Trinidad, y con él y en él la maravilla de la paternidad divina. La última noche, cuando parece resumir en la intimidad del Cenáculo lo que habían sido aquellos años de entrega y de confidencias profundas, declara: Manifesté tu nombre a los que me diste. «Manifestar el nombre» era mostrar el modo de ser, la esencia de alguien. El Señor nos dio a conocer la intimidad del misterio trinitario de Dios: su paternidad, siempre próxima a los hombres. Son incontables las veces que Jesús da a Dios el título de Padre en sus diálogos íntimos y en su doctrina a las muchedumbres. Habla con detenimiento de su bondad como Padre: retribuye cualquier pequeña acción, pondera todo lo bueno que hacemos, incluso lo que nadie ve, es tan generoso que reparte sus dones sobre justos e injustos, anda siempre solícito y providente sobre nuestras necesidades. Con frecuencia, el nombre de Padre viene citado como un estribillo que le fuera muy grato repetir a Jesús. Nunca está lejos de nuestra vida, como no lo está el padre que ve a su hijo pequeño solo y en peligro. Si buscamos agradarle en todo, siempre le encontraremos a nuestro lado: «Cuando ames de verdad la Voluntad de Dios, no dejarás de ver, aun en los momentos de mayor trepidación, que nuestro Padre del Cielo está siempre cerca, muy cerca, a tu lado, con su Amor eterno, con su cariño infinito»

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El santo escapulario de la Virgen del Carmen..

 El santo escapulario de la Virgen del Carmen (1251-2021)


Hace setecientos setenta años, en la noche del 15 al 16 de julio de 1251, san Simón Stock, prior general de los carmelitas, rogaba fervorosamente a la Virgen por una manifestación especial de protección a su orden, que atravesaba graves dificultades. De repente, la celda se iluminó y se le apareció la Madre de Dios acompañada de una multitud de ángeles. En las manos traía un objeto que estaba destinado a entrar en la historia de la Iglesia como el santo Escapulario del Carmen, y le dijo: «Recibe, amado hijo, este escapulario de tu orden en señal de hermandad, privilegio que he alcanzado para ti y para tus hijos del Carmelo; quien muera vistiendo piadosamente este hábito se librará del fuego del Infierno. Es prenda de salud, salvaguarda en los peligros y señal de alianza y de paz con vosotros por la eternidad».

El escapulario estaba formado por dos trozos de tela marrón ligados por un cordoncillo para llevarlo colgado de los hombros. Esta extraordinaria promesa era la maternal respuesta de la Santísima Virgen a la ardiente devoción de san Simón Stock y de todos sus hermanos de orden a lo largo de la historia. La promesa no se limitaba a los religiosos profesos de la orden; se extendía a toda la familia espiritual del Carmelo. En la práctica, portar el escapulario significaba integrarse a la orden y participar de sus deberes morales y sus privilegios espirituales.

En muchos documentos oficiales, la Iglesia habla de los privilegios del escapulario como de un patrimonio común a todos los fieles que lo llevan al cuello. La bula Ex Clementi que escribió Clemente VII en 1530, afirma que todos los fieles que forman parte de la confraternidad del Monte Carmelo, portan el hábito y observan las reglas de la orden tienen derecho a llamarse hermanos y hermanas carmelitas y participan de sus privilegios. Todo religioso o seglar que en alguna medida forme parte de la familia carmelita cuenta con la promesa de ser preservado de las llamas del Infierno en virtud del santo escapulario, recibido conforme a regla y portado piadosamente hasta la muerte (cfr. Padre Albino del Bambin Gesù, Lo scapolare della Madonna del Carmine, Ancora, Milano 1958).

El segundo privilegio importante que se concede a los portadores del escapulario se conoce como privilegio sabatino, y según la tradición se remonta a una promesa de la Virgen al papa Juan XXII (1316-1334) confirmada por una bula de 1322 por la cual todo el que porte devotamente el escapulario hasta su muerte, y observando determinadas condiciones, se librará del Purgatorio el sábado siguiente al día de su muerte. El contenido de esta creencia ha sido aprobado en numerosos documentos de sucesivos pontífices, entre ellos Pío XII, que el 11 de febrero de 1950, con motivo del VII centenario de la visión de san Simón Stock, confirmó que el santo escapulario, debidamente portado, obtiene la preservación de almas del Infierno y las libera lo antes posible del Purgatorio, en concreto el sábado siguiente al día de su muerte.

Los dos grandes privilegios del escapulario, la preservación del Infierno y la liberación anticipada del Purgatorio, son dos acciones diversas pero complementarias de la protección de la Virgen a sus hijos del Carmelo. El privilegio sabatino, desarrollado a partir de la promesa de liberación del fuego eterno es, como señala el P. Albino del Bambin Gesù (op.cit. p. 71), la única devoción aprobada por la Iglesia que promete directamente una reducción de las penas que se purguen en la otra vida.

El escapulario que portan los fieles laicos es el mismo que visten los miembros de la orden carmelita, si bien sus dimensiones son más reducidas para mayor comodidad. Se compone de dos pequeños rectángulos de lana marrón unidos por un cordoncillo que se lleva al cuello, bien en contacto con el cuerpo o sobre la ropa, pero siempre de modo que uno quede sobre el pecho y el otro sobre la espalda. Se puede obtener en cualquier iglesia de la Orden Carmelita. Las condiciones que se exigen para alcanzar el privilegio son tres:

1) Que el escapulario sea impuesto por un sacerdote autorizado de la manera que prescribe la Iglesia. Mediante este rito, el fiel queda afiliado al Carmelo y adquiere el derecho a beneficiarse de sus privilegios.

2) Portar el escapulario hasta la muerte. Las palabras de María se refieren expresamente a quienes mueran con el escapulario puesto. Por este motivo, los santos no se lo quitaban por un momento y tomaban todas las precauciones para que nadie se lo quitase cuando estaban enfermos o moribundos.

3) Vivir como buenos cristianos según el espíritu del Carmelo. Nadie puede contar con que la Virgen lo asista a la hora de la muerte si no ha procurado sus favores a lo largo de la vida. Con todo, el escapulario sirve para que la Virgen alcance gracias especiales a quien lo porta, con miras a obtener la perseverancia final.

Para lucrar la indulgencia sabatina es necesario, aparte las condiciones mencionadas, 1) observar la castidad conforme al propio estado; 2) recitación diaria del oficio parvo de la virgen, y 3) observar la abstinencia en los días establecidos. Las dos últimas condiciones pueden ser conmutadas por el sacerdote que impone el escapulario por el rezo diario del Rosario.

Un escapulario deteriorado puede ser sustituido por el propio portador sin necesidad de recurrir al sacerdote. El primer escapulario se bendijo en el momento de la imposición; no es necesario bendecir los que se usen después.

A fin de promover esta devoción, San Pío X permitió por decreto del 16 de diciembre de 1910 la sustitución del escapulario por una medalla que tenga por un lado la imagen de la Virgen y por el otro el Sagrado Corazón. No obstante, expresó un muy vivo deseo de que el escapulario de tela sólo se reemplace por la medalla en caso de necesidad o conveniencia.

En este siglo impregnado de espíritu pagano y materialista, portar el escapulario no sólo es señal de predestinación, según decía Santa Teresa del Niño Jesús, sino también una profesión de fe, una clara toma de posición, una bandera bajo la que librar el diario combate cristiano. 

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)