martes, 15 de marzo de 2011

R P. castellani # 7

EL ESPÍRITU SANTO SANTIFICA
LA GRACIA
Se atribuye al Espíritu Santo la Santificación y eso el mismo Cristo lo dijo. Los teólogos tienen como axioma esto: ''Todo lo que Dios obra "ad extra" (al exterior de El mismo) lo obran las tres divinas personas conjuntamente, porque resulta que las operaciones son de la naturaleza, decía Aristóteles, y en Dios hay una sola naturaleza.
De manera que las operaciones de Dios proceden de la naturaleza divina pero se atribuyen a algunas de las tres divinas personas a causa de razones históricas.
Sin embargo existe la "apropiación" o "atribución" por la cual atribuimos a una Persona en especial una actividad: al Padre la Creación, al Hijo la Redención, al Espíritu Santo la Santificación. Cristo mismo nos dio el ejemplo; y el Ángel de la Anunciación dijo a Nuestra Señora: "El Espíritu Santo vendrá sobre tí..." y así la Iglesia atribuye al Espíritu Santo la justificación o perdón de los pecados, las obras meritorias y en general todo lo que pertenece a la gracia. La "gracia" es el principio de la santificación.
La palabra "gracia" significa cuatro cosas por lo menos, o sea belleza, agrado, bien, don gratuito y don santificador producido en nosotros por la presencia en nosotros de las personas divinas; por ejemplo: "falaz es la gracia y vana la hermosura, la mujer que teme a Dios, ésa será alabada" (Libro de los Proverbios).
San Lucas dice: "María, has encontrado gracia delante del Señor", como rezamos todos los días. Don gratuito, dice San Pablo: “por él recibimos la "gracia y el apostolado" en este caso es un don gratuito porque significa la "gracia del apostolado". Y por último la palabra "gracia" propiamente, tal como la usamos, significa el medio de la santificación, o sea una cualidad adherida al alma (de la categoría del hábito, o sea cualidad permanente).
Han discurrido los teólogos que pertenecen a la categoría de Aristóteles que se llama el hábito, que tiene cuatro partes y una de ellas es la cualidad. La gracia es una cualidad del alma, no extrínseca sino intrínseca, procedente de la inhabitación de Dios en noso
tros. De esta cualidad habla San Pablo veinte veces lo menos —el cual es el Apóstol, de la Gracia, así como San Agustín es el teórico de la Gracia—.
Ella es invisible, benéfica y permanente (como decía mi amigo César Pico: "creo en la gracia porque no la veo" y tenía razón porque se cree lo que no se ve). Si es que la recibimos libremente y no la perdemos libremente, porque supone la aceptación por parte del alma y después la conservación de la gracia, es decir no hacer nada que la haga perder. Los Sacramentos son sus canales y la luz de la gloria es su efecto final. Para llegar a la visión beatífica, a la visión de Dios cara a cara la naturaleza humana es insuficiente, porque el entendimiento humano no está hecho para la visión intuitiva de Dios sino que está hecho para la visión de las cosas sensibles, de las cuales saca los conceptos, que no son intuitivos. La intuición de Dios necesita una ayuda especial, que le llaman "lumen gloriae" "la luz de la gloria" y que produce la gracia; la terminación de la gracia en el hombre es "la luz de la gloria".
Todo lo que hay de bueno en nosotros viene de la gracia, excepto la naturaleza, la cual tampoco es del todo buena, porque nacemos con la naturaleza deteriorada. "Gratia Dei sum id quod sum", dice San Pablo: "Por la gracia de Dios soy lo que soy".
Sabemos que nacemos con el pecado original, cometido por nuestros primeros padres, que habían sido creados en gracia elevante y en integridad natural por puro privilegio.
Por, eso hay una teoría sobre el pecado original, que es la más mansa de todas, digamos, que es la de Billot, que dice que Dios al castigar a Adán, no le quitó nada que le debiera, de manera que no hizo ninguna injusticia ni a él ni a nosotros, porque nosotros heredamos la naturaleza tal como la tienen nuestros padres. Si nuestro primer padre no tiene la naturaleza elevada no puede transmitirla elevada; Dios no la eleva tampoco; una vez que pecó Adán, a los descendientes no los elevó a un estado privilegiado como el de Adán que tenía la "justicia original" o sea el "estado de gracia" y la "integridad natural", es decir la no muerte, la no sujeción a la muerte y a las cosas que la muerte trae que son las enfermedades.
Billot defiende esa teoría: que el hombre si naciese naturalmente tendría lo mismo que tuvieron nuestros primeros padres. Ahora, ¿por qué el hombre está en una situación que nos parece miserable y nuestros primeros padres estaban en una situación muy elegida, muy hermosa, muy benigna? Porque estaban en el Paraíso. Ya les conté la comparación que hace Billot de que por qué ahora a nosotros nos es pesada la situación actual siendo así que es la situación que tendríamos naturalmente si Dios no nos hubiera ni castigado ni favorecido nada, sino creados en nuestra naturaleza.
Lo explica haciendo la comparación con un rey que pierde su trono y después el hijo del rey, el heredero, le parece que está enfermo porque tiene que trabajar como obrero, en cambio a los obreros no les hace nada trabajar como obreros porque es la situación natural de ellos, pero el otro había sido creado para otra cosa y por haber sido educado para otra cosa le resulta como una enfermedad estar sujeto a los trabajos de esta vida. Es muy combatida esta teoría de Billot, aunque a mí me gusta; lo tratan de pelagiano o semipelagiano, que equipara la gracia a la naturaleza.
Se dice que el ser humano puede hallarse en cuatro estados diferentes, de los cuales dos son históricos, los otros solo posibles y teóricos. A saber:
1. estado de natura pura (es solamente teórico porque nunca ha estado el hombre en estado de natura pura. Apenas lo creó Dios lo elevó).
2. estado de elevación sobrenatural (eso existió)
3. estado de natura caída no reparada (eso no ha existido nunca)
4. estado de natura caída y reparada (esto es histórico, después de la venida de Cristo N.S.)
De natura caída y no reparada no existió. Después que cayeron y Dios los castigó a Adán y Eva, en el mismo momento en que los castigó, les prometió la venida del Redentor, de manera que los reparó en promesa y todos los Santos del Antiguo Testamento fueron reparados por la esperanza en Cristo.
Pero el primer don de Dios o sea gracia es la verdad de las cosas: "omne ens est verum". Las cosas son verdaderas en sí mismas, antes de serlo para nuestro intelecto. Lo conocido está entre dos intelectos, el de Dios que lo causa y el del hombre que lo percibe.
El primer malpaso de la filosofía llamada moderna, que comienza con Descartes y se precipita con Spinoza es haber negado la verdad que es el ser de las cosas y depende del espíritu de Dios: y haberla aprisionado en el espíritu del hombre.
De allí lógicamente había que derivar al panteísmo, como derivó el judío impío Spinoza, y los "tres grandes sofistas", Fichte, Schelling y Hegel.
Fichte Hegel Schelling
La verdad de las cosas ("omne ens est unum, omne ens et verum, omne ens est bonum") es uno de los axiomas fundamentales de la filosofía aristotélica. Por supuesto que Aristóteles lo heredó de Platón y después lo legó a la teología de Sto. Tomás, modelando ambos la antigua y trascendental herencia de la filosofía griega.
La elevación a la Sobrenatura y la Reparación de la caída se efectúa por la gracia llamada "elevante". Pero Dios no renovó la gracia de la integridad de la naturaleza, sino solamente la gracia de la adopción del hombre como hijo de Dios para el cielo, para la gloria, pero nos dejó todos los castigos que tenemos ahora que son bastantes; nos dejó encima porque le fue mal la primera vez que puso a los hombres en un paraíso de delicias; y entonces dice, bueno, que aprendan...
Cristo nunca nombró la Gracia (con ese nombre) pero habló de ella varias veces; por ejemplo.
"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. . ."
"Sin mí no podéis nada".
Jo.XIV,23 "Si quis diligit me, sermonem meum servahit, et Pater meus díliget eum, et ad eum venemus et mansionem apud eum faciemus". "El que me ama, cumplirá mis mandamientos; y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos nuestra morada en él..." La morada de Dios en nosotros es esa cualidad invisible, intrínseca, que es la gracia. También le dijo a Nicodemus que había que nacer de nuevo para entrar en el Reino de los Cielos.
La Escritura habla de la Gracia con variadísimos nombres: es un Don, una Vestidura, un Injerto, un Nacer, un Renovarse, una Fuente de agua viva, una Adopción, un Consorcio, un Sagrario, una Alianza, una Amistad, un Matrimonio.
Los teólogos y los herejes se han puesto a explicar y discutir la Gracia y han tramado un verdadero laberinto. Filtraré las cosas más principales y claras:
Hubo dos famosas discusiones sobre la Gracia, en la Historia de la teología.
Una la discusión llamada "de auxilius" entre los dominicos y los jesuitas en el siglo XVI en que el dominico Bañez, que era el jefe de la discusión los acusaba a los jesuitas de ser pelagianos porque no creían en la Gracia sino en el libre albedrío y el Jesuita Molina, autor de un tomo enorme sobre "De Auxilius Graciae".
El acusaba a los dominicos de calvinistas o sea exageradores de la Gracia. Discutieron casi con ferocidad mucho tiempo y hubo tres intervenciones de la Santa Sede que no logró apaciguarlos y al fin la Santa Sede mandó que no hablasen más de eso. Se acabó la discusión. No se podría acabar nunca la discusión porque, como Billot anotó después, estaban discutiendo sobre una cosa que es un misterio, sobre la presciencia divina, es decir cómo Dios sabe lo que nos va a pasar a nosotros siempre, incluso después de la muerte, sin suprimir nuestra libertad. Dios sabe si vamos a salvarnos o condenarnos, eso es la presciencia divina, aunque sabe que si nos salvamos nos salvaremos por su Gracia y si nos condenamos será por nuestro capricho. Los dominicos decían que Dios sabía eso por la predeterminación física, o sea que todo acto bueno nuestro era predeterminado físicamente por Dios, de tal manera que no se podía hacer otra cosa más que lo que Dios había predeterminado.
De modo que negaban el libre albedrío aunque hacían una cantidad de sutilezas para probar que no. Y los jesuitas con Molina a la cabeza, habían inventado la "ciencia media" que decían, también muy complicada, que era una ciencia por la cual Dios conocía todos los "futuribles", es decir las cosas que podían ser futuras, y entonces Dios elegía de esas cosas que podían ser futuras para el hombre una que El sabía que le iba a resultar bien, la gracia eficaz y entonces se la daba al hombre.
De cualquier manera no resolvían el enigma terrible de la "presciencia divina", cómo Dios sabe todo lo que va a ser de nosotros y sin embargo nosotros somos libres. No podían saberlo. Es un misterio tan grande, aunque es obvio que Dios sabe todo y sabe también lo futuro, que Cicerón dijo que Dios no conocía lo futuro, pero los cristianos dice que Dios sabe el futuro. Y ese misterio no se puede resolver con razones; no se puede escudriñar en el ser divino, qué es lo que hace que el ser divino sepa lo que va a pasar y sin embargo nos deje enteramente libres en manos de nuestro albedrío.
No se puede resolver, dice el Cardenal Billot y aduce a Santo Tomás que dijo "Al llegar aquí llegamos a un misterio". Es un misterio. Y se acabó. No podemos ir más adelante.
Adversarios de la Gracia: Nombremos a Pelagio, Lutero, y Jansenio.
Pelagio ya lo conocemos: atenuó y casi volatilizó la gracia de Dios: "No es mala cosa pero no es necesaria a no ser que ella sea el libre albedrío", decía—como "no es necesario el Bautismo ni la Penitencia", "ni Jesucristo en definitiva", dijeron sus alumnos; el cual en vida no fue tenido por hereje, pero después exageraron su doctrina y prácticamente anularon la Gracia los discípulos.
Cuando San Agustín vio eso, que Cristo ya no era necesario se puso tremendo y escribió tres ó cuatro opúsculos "De Natura et Gratia", "De la naturaleza y de la Gracia", contra los pelagianos. Después los hizo condenar en el Concilio de Cartago y después los condenaron en muchísimos otros concilios. No existe el pecado original, como lo entiende el Africano Agustino, decían éstos.
Lutero y Calvino negaron la gracia, de diferentes modos. Calvino: la gracia a quien Dios la ha dado no la puede perder y no se puede perder él tampoco: es un predestinado. A quien no la da, no se puede no perder.
Es decir, inventó una predestinación peor que la que achacaban a los dominicos los jesuitas.
Lutero cree a la natura corrompida de un modo insanable. Nos salvamos con los méritos de Cristo, el cual nos los atribuye si tenemos la Fe: la fe luterana, que es como una confianza desenfrenada. La gracia viene a ser como una vestidura externa consistente en los méritos de Cristo. Y entonces, el hombre necesariamente hace obras buenas.
Lutero dice: Yo no niego las obras buenas para entrar en el cielo pero yo se que son enteramente seguras cuando hay Fe y la Fe para Lutero, es una fe muy especial, no es la fe nuestra, la fe de los misterios, sino que es una especie de confianza en Cristo desenfrenada, ciega, que no puede doblegarse. A eso le llama Fe Lutero.
Los jansenistas, al revés, (Francia, siglo XVII), tenían una Ley muy rigurosa por un lado, es decir eran muy austeros pero no con ellos mismos sino, con los demás, eran hipócritas en el fondo. Inventaron la gracia suficiente y la gracia eficaz, la cual nos salva; la gracia suficiente sola de hecho nunca nos salva. "Entonces no es suficiente" decían los jesuitas o "molinistas", que fueron los grandes adversarios de los Jansenistas.
Pasaron todo el tiempo peleando ferozmente contra los jesuitas a quienes acusaban de laxos en moral, o sea "Casuistas". Casuistas significa los que se dedican a una ciencia que se inventó entonces: poner casos para ver si hay pecado o no hay pecado en cualquier caso. Los jesuitas adoptaron esa ciencia que San Alfonso M. de Ligorio autorizó, y que es para los confesores, para saber resolver los casos y la casuística se aplica en muchas otras ciencias, por ejemplo, la medicina.
La casuística es una cosa natural. Los jansenistas la reprobaron diciendo que era una cosa inventada por los jesuitas para aflojar la moral de la aristocracia francesa, para permitirle cualquier cosa. Y en parte pasó eso. No solamente los jesuitas sino todos los casuistas empezaron a aflojar, a resolver los casos por el lado benigno, por el lado laxo. Hicieron tres escuelas diciendo que había que resolver lo seguro, lo muy seguro y lo común: laxismo, tutismo y tuciorismo (tucior, lo más seguro). Ya no se usa eso. Se resuelven los casos conforme a lo que piensan tres buenos doctores o por lo menos un doctor eminente. San Alfonso María de Ligorio hizo prevalecer el "tutismo".
De hecho, algunos casuistas, jesuitas o no, tuvieron doctrina laxa, y fueron condenados por el Papa siguiente, Inocencio XI, 1679; como por ejemplo: el duelo, la mohatra (venta con engaño), matar a un ladrón por una sola moneda de plata... y otras 65 proposiciones.
El más maltratado de los casuistas fue el español Escobar, quien escribió un Tratado de Matrimonio. No era tanto como dijeron los jansenistas. Hoy día en la lengua francesa existe la palabra "escobarderíe" que significa "autorizar con manga ancha"; Boileau, dedicó a Escobar este epigrama:
"Si Bourdaloue vous dit severe:
"Craignez, craignez la volupté"
"Escobar vous dirá: "Ma chére:
"Je vous la permet pour la santé..."
Si Bourdaloue (el gran orador jesuita), os dice, severo, "temed, temed la voluptuosidad", Escobar os dirá: "Querida, yo te la permito por la salud".
Esa fue una tremenda discusión en la cual al final intervino el Rey y empezó a dar sablazos a diestra y siniestra y acabó con todos, incluso con la madre Angélica que era una de las jefas del Jansenismo. Abadesa de la Abadía de Port Royal, de la cual se decía que "era pura como un ángel y soberbia como Satanás".
Enrolaron a un gran matemático, Blas Pascal, muy devoto y muy ingenuo, el cual resultó un gran escritor y aplastó a los jesuitas con sus 18 "Cartas Provincianas" que fueron una de las causas de la expulsión en el Reinado siguiente. Son un movimiento clásico de la lengua francesa, aunque sean un movimiento tremendamente calumnioso y mentiroso pero la prosa de Pascal resultó estupenda. Dicen que es el creador de la prosa coloquial francesa. Las tres primeras cartas tratan de la disputada "gracia suficiente", o sea que los jesuitas decían que la "gracia suficiente" era suficiente y los jansenistas decían que la "gracia suficiente" no era suficiente, la eficaz tenía que ser una nueva gracia. La gracia suficiente de la cual Pascal no sabía nada.
Desde la cuarta carta se resuelve contra los "molinistas" y los deshace a burlas, sátiras y calumnias. Es notable que en la decimoquinta acusa a los jesuitas de haber borrado la calumnia del Decálogo y él los calumnió tremendamente; y en la decimosexta habla de "las calumnias horribles de los jesuitas contra los curas y las religiosas".
El material de todas estas cartas se lo aprestaba un jefe jansenista llamado Arnaldo, o sea "Arnauld". Pascal antes de morir se arrepintió, pues se dio cuenta que estaba haciendo un mal camino empujado por otros, y la decimonovena no la publicó; y la veinte quedó reducida a notas, en las cuales se metía hasta con el Papa. Voltaire mismo censuró las cartas tratándolas de mentirosas ("Lesiéde de Luis XIV"). Los fragmentos que tenemos de la carta veinte son enteramente contumeliosos, injuriosos y pretensiosos. Por ejemplo: "Yo estoy solo contra 30.000 personas" (Lo contrario era la verdad). "Atienden: ustedes son la impostura, yo la verdad; es toda mi fuerza; si la pierdo estoy perdido. Pero yo tengo la verdad, veremos quién gana".
Bueno, murió bien. Al menos se confesó. Hizo un gran mal a la Compañía de Jesús, pero también le hizo un bien, si se quiere, porque a causa de eso el general de los jesuitas Luís Martín, reprimió fuertemente la tendencia al laxismo que había entrado en la Compañía. Condenó el laxismo e impuso a los jesuitas la escuela más rigurosa de interpretar los casos que es el "tuciorismo", interpretar siempre lo más seguro.
Prueba La gracia nos hace:
1°) renacer (a Nicodemus) Jo. III
2°) hijos de Dios adoptivos Jo. IV 14.
3°) partícipes de su naturaleza Jo. XVI
"Yo soy la vida, vosotros los sarmientos"
Además, San Pablo dice: "participantes de la naturaleza divina".
4°) merecedores del cielo (por la adopción) Rom. VI, 23.
5°) unos con Dios en la vida eterna Jo. III 2
Y hay otros 35 textos de San Pablo en estos sentidos que he dicho. De manera que hay prueba de sobra de la existencia de la Gracia y de sus efectos.
Sin la Gracia el hombre no puede:
1° ) ni llegar a la fe (la gracia nos previene)
2°) ni prepararse a la gracia 3°) ni hacer ningún acto meritorio 4°) ni evitar largo tiempo el pecado grave 5°) ni perseverar. Es una gracia especial la perseverancia hasta el fin, que hay que pedir.
Con la Gracia el hombre puede:
1°) Evitar todos los pecados graves, aunque no todos los veniales.
2°) Orar pro auxilio contra toda tentación.
3°) Pedir la buena muerte, o sea la perseverancia.
Dios es la causa de la Gracia; y Dios no niega a nadie la gracia suficiente, que junto con nuestro albedrío, hace la gracia eficaz.

LOS COROLARIOS
Hay Infierno.
Hay Purgatorio.
Habrá un Fin del Siglo.
Habrá una Parusía Habrá un Juicio Final.

HAY INFIERNO
Este es el Cuarto Misterio, acaso el más difícil de todos, que dice Leonardo Lesio, acaso a causa de nuestra sentimentalidad que nos hace repugnante él concepto y en realidad muchas veces no podemos entenderlo, esa es la verdad.
Con decir que nuestro último fin es Dios y que con nuestro libre albedrío podemos perderlo, está dicho que hay infierno; ese es precisamente el Infierno, perder el hombre su Ultimo Fin que como vimos en la clase anterior, no tiene otro Ultimo Fin. De manera que todos los últimos fines que nos ponemos en nuestra vida —salvo el verdadero— al morir se disipan todos, se hacen nada. Si no amamos a Dios en el tiempo que nos ha sido dado no hemos cumplido con nuestro Ultimo Fin, y cuando morimos, se acabó. Pese a lo que muchísimos saduceos que niegan que lo haya, incluso algunos cristianos que a semejanza de los que dicen "Yo creo en Dios pero no en los curas", dicen éstos "Yo creo en Dios pero no creo en el Infierno", que es una forma de no creer en Dios. E incluso se dejan decir con nuestro Borges "El que crea en el Infierno, no tiene religión" —cuando la verdad es exactamente lo contrario, empezando por él.
La causa de que muchos más de los que niegan el cielo sean los que dicen "eso del Infierno yo no lo trago", es el sentimentalismo. Algo típico es el caso del poeta Charles Peguy que no quería confesar ni comulgar porque decía no creer en el infierno (esto después de convertirse, porque antes había sido socialista) porque eso no se compadecía con la bondad de Dios, aunque la Iglesia enseña que eso se compadece con la Justicia, la Bondad y la Santidad de Dios.
Esto no lo creyó, hasta que la Gran Guerra del 14 lo persuadió que sí existía ese infierno terrestre que eran los "boches", es decir los alemanes, bien pudiera ser que hubiese un infierno, pero ultraterrestre. Apenas se hubo hecho bautizar y dar la Comunión, cayo muerto de un balazo en la cabeza en la batalla de Villeroy, la primera de la Gran Guerra, y sus últimas palabras fueron: " ¡Tiren, caracho!" ("Tirez, nom de Dieu").
Había sido ya católico de deseo muchos años. Había escrito la poesía religiosa más grande de Francia, a saber, la cadena de sonetos de Nuestra Señora de Chartres, las "Tapicerías" de Sta. Juana de Arco, de los Santos Inocentes y de Sta. Eva. Creía los dogmas de la Fe con toda el alma, pero el sentimiento le hacía no creer en el infierno, o creer que no creía.
Lo que hace que muchísima gente que cree en el cielo y no cree en el infierno, siendo así que son la misma cosa, pero al revés, es el sentimiento vuelto sensiblería, y lo difícil de concebir es la eternidad, de la cual no podemos tener una idea simple y directa sino solo ficticia; a lo más creemos que el "aionion" griego significa eterno, y no significa eterno, sino "sin fin", incluso algunos dicen que significa "muy largo, de mucho tiempo", de manera que la eternidad no la conocemos, la eternidad de Dios es incomprensible para nosotros. Y aún eso de que no termine nunca una cosa que ha empezado, como somos nosotros, no podemos comprenderlo. De manera que cuando algunos teólogos nos ponen el ejemplo de un pajarito que viniese y picase una piedra durante miles y miles de años y cuando recién había empezado a horadar la piedra, recién empezaba el infierno, es decir que no acababa nunca, eso no lo podemos concebir nosotros.
El sentimiento es enteramente necesario para nuestra vida pero está descompuesto y tiende a correrse sobre la razón volviéndose sensiblería, de la eternidad no tenemos experiencia ni podemos tener.
La única manera de poner en pretina el sentimiento deteriorado es el ejercicio vio
lento de la razón empujada por la Fe, o sea "la cautividad de nuestra razón en obsequio de Dios", que eso es la Fe, como dice San Pablo. Es decir, que hay que someter el entendimiento simplemente, como hay que hacerlo también con muchísimas cosas naturales que no podemos entender; por ejemplo es un hecho tal cosa porque el físico nos dice que lo es y yo someto mi entendimiento a lo que me dice el físico, a su mejor parecer.
Los adversarios de la tesis fuera de la Iglesia fueron los neoplatónicos y los albigenses, además de los saduceos que, como hemos visto negaban la resurrección de los cuerpos. Dentro de la Iglesia, San Agustín enumera seis clases de gente que él ha encontrado (De Civitate Dei — penúltimo libro — XXI) y son:
Primera Orígenes — (La Iglesia ha condenado muchas de sus proposiciones, pero ahora los estudiosos han encontrado que lo condenado no está en Orígenes, sino que pertenece a sus seguidores, los origenistas). Hay varias proposiciones condenadas, como p. ej. la de que un día Dios va a perdonar a todos los condenados, incluso al Diablo. (Los discípulos de Orígenes enseñaban la "anakefaleosis" o reducción de todo a su punto de partida, en latín "recapitulatio"). En nuestros días Giovanni Papini adoptó esa opinión como probable en "El Diablo". No hay que recordar al gran macanero de Víctor Hugo ni a Lamartine, sensiblero. Aquel escribió dos libros acerca de Satán, en los cuales al final lo liberta y lo hace un habitante del cielo, no sé cómo. En Orígenes se encuentran algunas proposiciones aventuradas o dudosas, pero ninguna heterodoxa, lo cual también es demostrado porque el oriente nunca lo condenó; pasaron unos 12 concilios ecuménicos, de los cuales unos 6 admiten los orientales y no hay ninguna condenación de Orígenes. Fue condenado en el Concilio de Trento, aunque en rigor no fue condenada ninguna proposición que se encontrara realmente en él.
Segunda — De los primeros cristianos que negaban el Infierno, según los encontrara San Agustín; decían que en el Juicio Universal triunfará la misericordia y Dios cambiará de opinión como con Nínive, que había prometido castigarla y después la perdonó; los condenados ya habrán hecho penitencia y hasta de sobra.
Tercera — Dios perdonará el Infierno a todos los bautizados.
Cuarta — A todos los católicos.
Quinta ~ A todos los fieles a la Fe, aunque hubieren tenido "vida rota".
Sexta — A todos los limosneros, porque Cristo dijo que en el Juicio Final exclamaría "Venid conmigo, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer... etc.".
Como estos cristianos traían textos de la Escritura mal escogidos y peor entendidos el Santo se pone a refutarlos largamente a través del penúltimo libro — XXI — del "Civitate Dei", acribillándolos con otros textos y sobre todo con la razón contundente que corre a lo largo de todo el libro: "Se trata de una revelación de Dios debidamente comprobada; no podemos entrometer allí nuestras pobres preferencias y ocurrencias, más debemos adorarla de rodillas, pues es un gran beneficio de Dios a nuestro intelecto".
En particular responde con dieciséis siglos de anticipación a la ocurrencia de Borges en su libro Discusión de que es injusto un castigo eterno por un delito que se comete en diez minutos. Ni la justicia humana da castigos en proporción a la duración de la pena, a veces da una condena perpetua por ejemplo un homicidio cometido en cinco minutos. La duración no tiene nada que ver con este asunto.
San Agustín responde a todos los adversarios que quieren (dice) ser más buenos que Dios mismo y que el que niegue la eternidad del Infierno verá pronto que está engañado,
porque se irá al Infierno, puesto que negar un dogma debidamente revelado es pecado grave, y que el amontonar razones contra él como contra otro cualquier misterio, solo muestra la debilidad y presunción de nuestro entendimiento. De si ha sido conveniente que Dios nos revelara misterios, pregunta Sto. Tomás en la Summa, responde que sí, que ha sido conveniente para nosotros; es un bien cargoso, pero es un bien.
Dicho esto, veamos la prueba: catorce veces menciona Cristo el fuego eterno en el Evangelio — dejando aparte por superfluo el resto del Nuevo testamento (muchas veces los mencionan San Pablo, San Pedro y San Juan) y el Antiguo, ya que antes de Cristo también creían en el Infierno. Las tres menciones más importantes son la parábola del rico Epulón, la sentencia de los dañados: "Id de aquí, malditos, al fuego eterno" en la parábola del Juicio Final y la tremenda exhortación a cortarse un miembro del cuerpo antes de cometer un pecado grave.
"Si tu mano te escandaliza, córtala y échala de ti, pues vale más entrar manco en el Reino de los cielos que con las dos manos ser echado en la Gehenna del fuego" (Mc IX 42), donde el gusano dellos no muere; y el fuego nunca se apaga" y repite dos veces más, haciendo alusión "al pie" y "a un ojo" nombrando por tanto al infierno nueve veces.
La "Gehenna", nombre griego del Infierno tomado del hebreo, era un valle cerca de Jerusalén donde los israelitas habían quemado sus hijos en holocausto al ídolo Maloch y después echaban la basura prendiéndole fuego. Después de esa apostasía al dios asirio, que pedía sacrificios humanos y nada menos que niños y al que cayeron los israelitas en su idolatría (como cayeron tantas otras veces) el lugar quedó como maldito. Los que se arrepintieron temían a ese valle sobremanera y le echaban la basura incendiándola, de manera que estaba el lugar continuamente humeando.
Seis veces habla San Pablo del Infierno, el cual pone la "sentencia eterna" entre los fundamentos del Cristianismo en la Epístola a los Hebreos, VI 2 cuantas veces se encuentra.
En las palabras de Cristo se menciona lo irremisible (en la parábola del rico Epulón "ni una gota de agua") y "el fuego".
En el Apokalypsis, quién sabe No sabemos, nadie sabe, qué es ese fuego. Ciertamente no es nuestro fuego terrestre, que no quemaría al diablo. Tampoco es solamente la separación de Dios para siempre, que le llaman "pena de daño", contraponiéndola a la "pena de sentido" que es el fuego. Estas penas también se dan en el Purgatorio, como veremos más adelante. Es alguna cosa creada, que Cristo no halló nada mejor para denominar a que "el fuego", que viene a ser en realidad una metáfora. Sto. Tomás cree que pudiera ser "el orden de la creación pesando sobre el condenado que se ha puesto fuera de ese orden"
Pero ¿el orden puede atormentar? ¡Canastos! Pongan un loco o un borracho en un escuadrón marchando en orden, e imaginen la lluvia de puñetazos, patadas, empujones y gritos que cosechará al salirse del orden.
Esto lo expone Sertillanges en su libro "El Catecismo de los incrédulos". Yo no lo he encontrado en Sto. Tomás. Más aceptable me parece la opinión de que es el remordimiento, como el del Purgatorio sería el del arrepentimiento, porque esas dos cosas en las almas separadas, tienen que tener una fuerza muchísimo mayor que en nosotros; deben ser una especie de fuego. Esta es la tesis de Frank Dukesme, un exegeta judío, mejor dicho, su padre fue un rabino judío convertido y su hijo es uno de los mayores exégetas que hay hoy en día. Lástima que sea un poco oscuro, un poco nimio, un poco demasiado detallista.
En un libro muy importante que tiene, que se llama "Lo que te espera después de tu muerte", editado por Lohlé.
Lo sacó del Libro de Esdras, tomo IV, que es un apócrifo. Los libros primero y segundo de Esdras son legítimos, pero el Concilio de Trento sacó los otros dos libros diciendo que no estaban en el Canon, pero los recomendó muchísimo y mandó que se imprimiesen detrás del Apokalypsis, es decir, detrás de toda la Escritura. Hasta ahora se hacía así, pero últimamente ya no se editan al final de las Escrituras los dos últimos libros de Esdras. Son dos libros apocalípticos, exagerados, me parecen a mí, en cuanto a los detalles.
Así que el fuego representa un castigo adicional a la pena de daño (y proveniente della) como hay un gozo accidental a la visión de Dios, que va en aumento, hasta donde no sé, como la compañía de familiares o amigos o cuando sucede en la tierra la canonización. Hasta un punto irán creciendo los goces, hasta el Juicio Final.
ADVERSARIOS:
Fuera de todos los que niegan la otra vida, están los saduceos y los origenistas, no Orígenes. De los argumentos que aducen contra el Infierno he dicho lo necesario, pues nacen de la sensiblería, y entonces querer refutarlos es peor que querer disputar con una mujer caprichosa. La sensiblería es un vicio o defecto mental de la voluntad, y la otra raíz es que de la eternidad no tenemos experiencia y la del infierno nos causa terror, como decía San Agustín: "Hermanos míos, yo os aterro porque estoy aterrado".
Algunos, como el Cardenal Newman y el teólogo español Getino han supuesto una remisión o atenuación de la pena de los condenados. La razón es que está fuera de la capacidad de la natura humana padecer un dolor años y siglos sin interrupción, de donde suponen que hay períodos de mitigación, como de sueño o inconsciencia. Esta opinión no ha causado mucho entusiasmo en la Iglesia, que no la ha condenado pero ha sido seguida casi por nadie. Porque qué importa que haya una mitigación si no hay nunca fin.
EI Catecismo que me enseñaron a mí de chico (creo que era el de Astete) decía: ¿Qué se goza en el Cielo? En el Cielo se goza de todo bien sin mezcla de mal alguno. ¿Qué se padece en el Infierno? En el Infierno se padece la ausencia de Dios y todo mal sin mezcla de bien alguno. Eso de "sin mezcla de bien " no puede ser.
El Bien y el Ser son correlativos, recíprocos.
El Ser es Bien y el Bien es Ser. Entonces los condenados no existirían porque no tendrían ser y los sufrimientos no tendrían donde radicarse, serían como el mal. El mal es una privación pero no puede existir sin sujeto, no puede andar por el aire el mal. Es una privación de algo en alguien. Así también el bien no puede estar enteramente ausente de un ser cualquiera.
Quizás dirán: el bien está presente en los condenados por la existencia, pero es poco eso, porque si existe para sufrir solamente no es bien, el mal más bien. El mal no es una cosa positiva, sino que consiste en privación. Lo que sufren los condenados del Infierno es la privación de lo que tenían que tener por su Ultimo Fin. Cualquier mal que padecemos en la tierra no es una sustancia, como decían los maniqueos y le costó tanto trabajo refutar a Sto. Tomás. El mal es la falta de la cosa en quien la cosa es debida. Por ejemplo: la ceguera no es una cosa que anda por ahí sola y flotando, se da en un individuo que tenía que tener vista.
Dios no creó ni el Pecado ni el Infierno. Tenemos que corregir a un venerable y admirable poeta, que atribuye la creación del Infierno al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Per me si va nella citta dolente
Per me si va nel eterno dolore
Per me si va tra la perduta gente
Giustizia mosse il mio alto Fattore
Fécemi la divina Potestate
La somma Sapienza el Primo Amore
Dianzo a me non fur cosa create
Se non eterne, at io eterno duro . . .
Lasciate ogni speranza voi che'ntrate ...
En entrada del Infierno según el Dante.
Dice crearon el Infierno la Suma Potestad (es decir el Padre), la Summa Sapienza (o sea el Hijo) y el Divino Amore (el Espíritu Santo), pero no es así.
Tampoco es verdad que antes del infierno no hubiera ninguna cosa creada sino cosas eternas, porque antes del Infierno estuvieron los ángeles buenos creados antes de que se rebelaran y creasen el Infierno. Luzbel creó el Infierno, creatura excelentísima y libre, sin poder para crear, pero sí para destruir.
En el instante de poner su acto de desobediencia y quizás de odio a Dios estalló una inmensa llama brotada de su propio ser, que fue el Infierno —"preparada para el diablo y sus ángeles" dijo Cristo, que significa "proporcionada al diablo y sus ángeles", es decir, preparado no significa que existiera antes, sino adaptada a la naturaleza del Diablo y sus ángeles. "Antes de mí no existieron cosas creadas sino eternas", prosigue el Dante. Tampoco es exacto; antes del Infierno existieron los ángeles que, pecando, crearon de sí mismos el Infierno que es una destrucción, no una creación.
El mandato principal de Dios creador nuestro es amarlo sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo y no huir del Infierno, lo cual es una resultante de lo primero. La cloaca del Universo llama San Agustín al Infierno y "La cloaca de la Historia" es el título de un libro hecho por encargo, no muy excelente pero sí pasable, de Muñoz Alonso, un filósofo español, que fue muy amigo mío, que murió hace poco tiempo; tiene libros muy buenos y estuvo en la Argentina varias veces.
El Infierno está hecho para espoleamos a cumplir con su Ley, para arrastramos a mantenemos con Dios, ése es el fin para nosotros, porque para los condenados ya se acabó. Como hizo San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: no pone primero el Infierno, sino tres meditaciones sobre el pecado (el pecado de los ángeles, el pecado de nuestros primeros padres y por último el pecado mortal único de un alma que se condenó por ese solo pecado, de lo cual no tenemos seguridad, pero probablemente alguno existirá. Lo cual muestra lo espantoso que es el pecado).
Después, San Ignacio hace una meditación de seis puntos en que se considera la maldad del pecado en sí mismo. Después suele hacer una meditación sobre el Hijo Pródigo. No hace primero la meditación del Infierno porque sea lo primero sino "para que si del amor del Señor Eterno me entibiare por mis faltas, a lo menos el temor de la pena me retraiga de caer en el pecado", o sea como una especie de "guarda locos" como dicen los franceses a esa especie de barandilla que se pone en los pisos altos para que ni un loco se pueda caer. Ese debe ser el papel que debe representar la creencia del Infierno para nosotros. No para aterramos sino para que sirva de espolín en nuestra vida espiritual
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