jueves, 21 de mayo de 2009

Jesus Historico

Extraordinario texto, real,sencillo y concluyente sobre Jesús Hombre y sobre todo Dios

JAG


JESÚS: UNA BIOGRAFÍA





«Jesús. Un perfil biográfico», de Armand Puig
Radiografia de una biografiaPor Anna-Bel Carbonell


El sacerdote y Doctor en Teología Armand Puig -de la arquidiócesis de Tarragona (Cataluña, España)- publicó hace apenas un año un libro que causó gran espectación entre creyentes y no creyentes, por su peculiar estilo y presentación de la vida, muerte y resurreción de Jesús. Su título «Jesús. Un perfil biográfico». El Dr. Puig es director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas «San Frutuós», Doctor en Ciencias Bíblicas y profesor de Nuevo Testamento en la Facultad de Teología de Cataluña. Reconocido biblista, ha coordinado la edición de la Biblia Catalana Interconfesional y es miembro de la Asociación Bíblica de Cataluña y del «Astudiorum Novi Testamente Societas».
La obra a la cual nos referimos alcanza tal precisión que parecería una radiografía detalladísima de una biografía que se ha desgranado ya en múltiples ocasiones a lo largo de dos mil años. Estamos, pues, ante un texto de una gran calidad dada la preparación bíblica e histórica del autor, quien presenta una nueva biografía crítica y rigurosamente sugestiva de Jesús de Nazaret. El libro ha figurado el último año entre los más vendidos en Cataluña.
A raíz de la publicación de esta obra, son muchas las charlas, entrevistas y tertulias que Puig ha ofrecido bajo el título de «Evangelio de Juan, un texto entre la tradición y la innovación». A continuación presentamos extractos de una de estas charlas, complementados con algunas citas del texto.
El último de los evangelios –afirma el autor- se aparta del esquema general y común de los llamados «evangelios sinópticos» escritos por Mateo, Lucas y Marcos. El Evangelio de Juan ha merecido diversos análisis literarios y una reflexión mucho más profunda y minuciosa.
A lo largo de su obra, el biblista hace expresa referencia a los cuatro evangelios, presentándolos con todos sus parecidos, como cuatro relatos extraordinarios, cada uno con personalidad propia, y que presentan la figura, la actividad, los hechos y las palabras de Jesús de Nazaret a partir de los materiales obtenidos de la tradición.
En Juan –comenta Puig en su libro- «...todo resulta estilizado, concentrado, lleno de una gran carga teológica. Su relato presenta diversas idas de Jesús a Jerusalén con motivo de las fiestas judías, y una cuarta parte del texto (capítulos 13-17) está dedicado a un sólo episodio: la última cena de Jesús con los discípulos». A su vez, no duda en recordar que es «majestuoso el prólogo, que es un himno a Jesucristo, Palabra preexistente y encarnada, Hijo único del Padre, el que revela el rostro amoroso de Dios (1, 1-18)».
Mucho se ha estudiado sobre la autoría de los evangelios. Los nombres de los textos canónigos son de finales del siglo II, y es una cuestión de lo más controvertida, señala el biblista. En la antigüedad casi siempre se desconocía el nombre del autor de las obras de arte, de los escritos, etc., el anonimato era una práctica habitual. El valor de la propiedad intelectual no estaba reconocido, todo era más colectivo y comunitario. A pesar de eso, no deja de sorprender, comenta el autor en una entrevista publicada en la revista FOC NOU, (Nº 367, www.focnou.com), que aunque en ningún evangelio salga el nombre del evangelista dentro del texto, en cada uno aparece un personaje que habla de ellos. Siguiendo esta argumentación no parece extraño que aquel a quien se le atribuye el cuarto evangelio no reciba nombre, pero se explicite en el relato y en lugares tan privilegiados como reposando en el pecho de Jesús en la última cena, al pie de la cruz o sea el único que «cree» en la narración de la resurrección. No obstante hay que saber que el evangelio de Juan no está escrito por un único autor, sino por una colectividad que finaliza su redacción hacia el año 95.
Destaquemos sintéticamente algunas ideas del autor:
El Evangelio de Juan es una obra maestra, un texto que en el conjunto de la producción literaria y teológica del cristianismo primitivo brilla con fuerza y con un carácter único, y esto ha sido admitido y reconocido incluso por personas que pertenecen a ambientes no estrictamente cristianos.
El texto de Juan es milimetrado. Si los sinópticos lo son, principalmente el de Mateo por la formación, el de Juan va mucho más allá.
Una de las frases más emblemáticas de dicha narración es «amaros los unos a los otros como yo os he amado», pero ¿quiénes son estos unos y otros?
Juan, presenta al protagonista, al personaje diciendo primero «quién no es», es decir el bautista, para luego decir quién es. No es aquél que ha dicho: soy la voz de uno que grita en el desierto. ¿Por qué bautiza si no es ni el Mesías, ni Ananías, ni el profeta? Juan no es ninguno de estos. Pero vendrá uno que Juan presenta como «el cordero de Dios». La primera cosa que se le ocurre decir a un humano a propósito de Jesús es:«Mirad el cordero de Dios», y si nos fijamos bien en la expresión «cordero de Dios que quitas el pecado del mundo» enseguida entramos en un registro metafórico relacionado con el Antiguo Testamento. La expresión es realmente extraordinaria, porque ¿a quién se le ocurre relacionar a un cordero con Dios? Sólo se le ocurre a alguien que quiera decirnos, seguramente –porque Juan es muy difícil de interpretar-, que ahí hay a la vez una identidad que es muy amplia; como la que se establece con un cordero, por un lado y Dios, por otro.
En el Antiguo Testamento la palabra «cordero» nos lleva inmediatamente a un sacrificio, concretamente al sacrificio pascual. ¿Qué quiere decirnos Juan? Ha cogido una figura, le ha dado el máximo privilegio y la ha puesto en relación con Dios. A mi entender –sostiene el Dr. Puig- esta primera definición «es el que lleva el pecado del mundo», ¿acaso un cordero puede quitar los pecados? ¿El cordero pascual qué hacía?, ¿éste qué hará? Indudablemente está anunciando la Pasión.
Así, pues, busca un punto de partida para encontrar al final un punto de llegada. Y al final del texto sencillamente nos dice: «Todo aquello sucedió porque tenía que cumplirse aquello que dicen las escrituras, no le han de romper ningún hueso», se sobrentiende, del cordero.
Pero la riqueza del primer capítulo no acaba aquí, sino que Juan, la última palabra que dice es: «Yo lo he visto y doy testimonio que éste es el Hijo de Dios». Es decir, «el cordero de Dios» es muy novedoso, pero «Hijo de Dios» pertenece a la tradición más tradicionalista, porque quien lee a Marcos, Mateo y Lucas, se dará cuenta de que pretenden mostrar que Jesús es el Hijo de Dios. Pero ¿qué quiere decir aquí la tradición? Estamos hablando de la confesión de fe de la comunidad cristiana primitiva.
Jesús –en este cuarto evangelio- acaba su vida terrenal, antes de la pasión, con una plegaria que dura todo un capítulo (Juan,17), y plegaria quiere decir la intimidad máxima entre tú y Dios. Es la conocida plegaria sacerdotal. A Dios se le llamará Padre. Jesús y el Padre formarán una unidad en Juan.
Juan nos presentará a un Jesús que es hombre y es Dios, es Dios y es hombre. Plantea una encarnación (Juan 1, 14) que es de profunda actualidad «el que es la palabra se ha hecho hombre y habita entre nosotros», y al cabo de poco dice «A Dios nadie lo ha visto nunca: su Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre, es quien nos lo ha revelado».
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Articulo del propio utor Armand Puig.

Puede afirmarse casi con total seguridad que todos tenemos una imagen prefijada de Jesús, de quién fue y, sobre todo, de qué representa para la vida de cada uno. A pesar de este mundo secularizado en el que vivimos, Jesús es siempre un personaje vivo, y su figura re-emerge constantemente y da pábulo a comentarios, libros y demás publicaciones que logran que su presencia sea constante en los medios de comunicación.
Asimismo, estamos en un momento en el que, cada vez más, biblistas católicos, protestantes y ortodoxos trabajamos juntos. En efecto, la Biblia -que antes era la piedra de escándalo que nos separaba- es hoy día la confluencia que nos une, y esto supone un cambio de época.
El Concilio Vaticano II ha propiciado este enorme cambio y ha hecho que personas de muy distinta condición se encuentren con seriedad, honradez y voluntad de aportar en la reconstrucción y reconstitución del personaje que en mayor medida ha marcado si no la historia de los países de Extremo Oriente, sí al menos -e indudablemente- la de Occidente.Aunque las biografías de Jesús son muchas, hacía unos cuantos años que no disponíamos de vidas de Jesús, porque la exégesis bíblica caminaba por otros derroteros.
Precisamente en 2005 se cumplio el centenario de una obra de Albert Schweiser -teólogo alemán de Alsacia- que certificó la defunción de cualquier posibilidad de escribir biografías de Jesús, cuando se afirmó que, durante el siglo XIX, todos los autores se habían equivocado porque no se había resuelto el problema de quién era realmente Jesús. Igualmente, desde 1905 hasta 1953, Rudolf Bultmann -otro famoso teólogo alemán protestante- dominó la cuestión con una frase que se hizo famosa: "Lo que sabemos sobre Jesús cabría en una hoja de papel"
Como consecuencia de ello, ninguna persona se atrevió a investigar sobre el Jesús histórico. Sin embargo, después de cien años, un latino como yo se atreve a poner sobre la mesa un título provocativo para los exégetas: Jesús. Una biografía.
Creo que es posible elaborar una biografía de Jesús si se parte de unos presupuestos metodológicos e históricos distintos, algo que solemos llamar "la tercera búsqueda del Jesús histórico". En efecto, en este momento, las vidas de Jesús han regresado, aunque no de la misma forma; en la actualidad nos encontramos en otras coordenadas. En primer lugar, ha cambiado la exégesis, que, además de ser interconfesional, se beneficia de los últimos descubrimientos arqueológicos y documentarios.
Así, por ejemplo, la exégesis actual aprovecha las excavaciones arqueológicas realizadas en Galilea, las cuales nos permiten reconstruir ciertos escenarios, como los tres molinos de aceite equidistantes de un punto que se encuentran en Nazareth, hecho que nos permite suponer que esa localidad era un pueblecito de unos quinientos habitantes.
Igualmente, estamos en condiciones de saber qué sucedía en la economía galilea de la época, porque Jesús era un hombre rural, por lo que nos interesa esta Galilea rural, profunda y judía que determina la vida y la actividad concreta de Jesús con sus discípulos. Asimismo, tenemos Qumrán; aunque Jesús no estuvo nunca en Qumrán, era alguien que conocía el movimiento esenio -y, de hecho, el cristianismo primitivo se encontró de forma indirecta en diálogo con este movimiento-. Por esto mismo, la exégesis de los textos evangélicos tiene en cuenta los descubrimientos de Qumrán. Además, no debemos olvidar la existencia de Nag Hammadi, la famosa biblioteca gnóstica que, aunque lejana de Jesús, nos aporta, por ejemplo, el evangelio de Tomás, un texto muy interesante porque en él hay núcleos que corresponden al Jesús histórico y que encuentran su paralelo en parábolas de Jesús recogidas en los evangelios de Mateo, Marcos o Lucas.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que Jesús es un judío. Este dato parece una obviedad, pero sucede que la investigación a veces lo ha olvidado.
La judaidad -es decir, el carácter judío de Jesús- es algo que la tercera búsqueda del Jesús histórico pone en primera término; tenemos que profundizar en este carácter judío de Jesús para intentar situarlo bien y para ver cómo en el horizonte de este país judío del siglo I emerge y sobre-emerge en muchos de sus planteamientos su figura. Es verdad que en Jesús hay mucho judaísmo, pero también hay mucha "heterodoxia judía". Es decir, Jesús no es alguien que se limite a repetir lo que se esperaría de un rabino del siglo I, sino que se contradistingue de lo que diría.
Esta conjunción de lo que le aúna a -y le separa de- su época es uno de los puntos nodales de la aproximación al Jesús histórico.
He citado el evangelio de Tomás. ¿Por qué no hablar de la famosa fuente Q? La fuente Q es una hipótesis de los exégetas; a pesar de que no la hemos encontrado, suponemos que existía porque, cotejando los textos paralelos de Mateo y Lucas, la observación de que existen tantas coincidencias y textos parecidos nos lleva a formular la hipótesis sobre Q. Esta fuente Q resulta muy importante porque situamos a Marcos en torno al año 60 ó 70 (para algunos, 72), pero la fuente Q, que contiene sentencias de dichos de Jesús, ronda el año 50. En esa fecha, todavía estaban muy recientes los hechos de la vida de Jesús y los acontecimientos finales.
Jesús es un personaje que tiene fuentes históricas muy próximas a los hechos narrados, y esto resulta un elemento algo insólito en los personajes antiguos. Por ejemplo, conocemos a Sócrates por Platón, que era su discípulo. ¿Por qué entonces no podemos conocer a Jesús por sus discípulos, que son los apóstoles y los evangelios (en definitiva, esta fuente Q? Nos situamos en el mismo cuadro de comprensión: Jesús no escribió nada, pero Sócrates tampoco. Por ello, de la misma manera que nadie dudaría de lo que enseñó Sócrates conociendo los textos de Platón, nadie puede dudar de lo que enseñó Jesús conociendo los textos que hablan sobre él en los cuatro escritos fundamentales desde el punto de vista histórico.
Deseo subrayar este punto. El paradigma de investigación y análisis ha cambiado con la tercera búsqueda del Jesús histórico, puesto que recupera el carácter judío de Jesús y la confianza en la historicidad (en el sentido histórico, no teológico del término) de los evangelios canónicos.
Muchas veces, la gente pregunta si los evangelios son textos inventados, construidos, reelaborados... Pues bien, diré que los evangelios canónicos son textos con un alto grado de veracidad histórica.
En la Universidad de Jerusalén, cuando alguien quiere explicar el siglo I judío, entre las fuentes existentes de primera mano y contemporáneas de este siglo I se emplean los evangelios canónicos cristianos; indudablemente, se consulta Flavio Josefo, pero también los evangelios canónicos cristianos. Sucede que el judaísmo del siglo I tiene poquísimos textos contemporáneos, puesto que datan del siglo II y casi III.
Naturalmente, también debemos valorar el criterio. No hemos descubierto tantas cosas nuevas sobre Jesús, pero los criterios sobre Jesús son distintos: antes éramos restrictivos, nos parecía que teníamos que cortar las fuentes; ahora, sin embargo, la crítica mantiene hasta lo que puede, es decir, es mucho más cuidadosa con las fuentes que la crítica anterior, cuyo resultado final era reducido y muy poco atrayente.
Con esta forma de trabajar no vulneramos el principio de crítica histórica, sino que lo situamos en otro paradigma heurístico de búsqueda que denominamos "de plausibilidad histórica". Es decir, cuando nos encontramos con un texto, tenemos que balancearlo entre el horizonte judío y las aportaciones innegables de reelaboración de la primitiva comunidad cristiana.
Es cierto que en los evangelios hay reelaboración, pero innovar y reelaborar no quiere decir inventar.
Tenemos muchísimos ejemplos en los que se observa que los evangelios fueron muy cuidadosos con lo que llegó hasta ellos.
En este deseo de no olvidar todas las fuentes posibles, es preciso detenerse, por ejemplo, en los evangelios apócrifos. La palabra "apócrifo" tiene mala prensa porque da la impresión de que es un evangelio falso. Sin embargo, "apócrifo" es una expresión que llega muy tarde, en el siglo XVI, y se emplea para designar, simplemente, los textos que no han entrado en el canon de las escrituras. Por ello, es mejor llamarlos "evangelios no canónicos", porque, si así lo hacemos, tenemos un campo muy amplio para convertirlo en un interesante material histórico sobre Jesús.
Por ejemplo, en relación con el clásico tema "maldito" de los hermanos y hermanas de Jesús, con los evangelios canónicos en la mano alcanzamos un nivel bajo de resolución.
En cambio, con los evangelios apócrifos podemos llegar un poco más allá, puesto que, si bien es cierto que no nos sirven para resolver todo, al menos se pueden utilizar para contar con un punto interesante a partir del cual entablar la discusión. De todos modos, adelanto ya que es un tema que no podemos resolver al cien por cien por falta de fuentes históricas.
Por consiguiente, los evangelios apócrifos nos interesan mucho, siempre que los pasemos por la crítica histórica, puesto que no todo es oro, sino que también hay paja. También nos interesan las fuentes helenísticas, que son pocas pero interesantes. Otro tanto sucede con las fuentes romanas, las cuales, a pesar de ser también escasas, son muy imparciales, porque Roma es la maestra de la neutralidad. Roma aporta a esta cuestión el dato de que hubo un judío que fue llevado a la muerte mediante el suplicio de la crucifixión por Poncio Pilatos, gobernador de Judea en tiempos de Tiberio. Esto -que es muy simple- resulta importantísimo, porque de una vez por todas se disipa cualquier nubarrón sobre la existencia histórica de Jesús. Si alguien desea negarla, debe explicar por qué Tácito, Plinio el Joven o Suetonio se expresan en el mismo sentido. En definitiva, en este momento no hay nadie con un mínimo de rigor que se atreva a negar la existencia histórica de Jesús.
Llegamos así a preguntarnos sobre una cuestión que no deseo rehuir. En la figura de Jesús se encuentra un punto de enigma al que ya se refirió David Friedrich Strauss en 1835. Este autor reconocía que, en el fondo, no podíamos llegar a dilucidarlo hasta el final porque el mismo Jesús se propuso a sí mismo como pregunta (¿quién dices que soy yo?), si bien no para oscurecer su misión y su persona, sino porque una y otra están en relación con la respuesta personal que cada uno aporte a esa pregunta.
El enigma de Jesús, por tanto, no es oscuridad, sino incitación a la respuesta, interpelación.
Jesús habla de sí de forma indirecta. Jesús no se autopropone, no vende su propia imagen, sino que ésta sirve para que los otros respondan y digan que hay una imagen construida por los discípulos, la cual, a su vez, sirva para que cada uno construya la imagen final de Jesús.
Los judaísmos de la época nos sirven mucho para entender este enigma, puesto que Jesús no rompe con la religión judía. Afirmo esto con cierto énfasis porque sé que hay otros exégetas que insistirán en que Jesús es alguien que rompe con muchísimas cosas. Sin negar esto, Jesús practica el judaísmo hasta el final. No pueden acusarlo de ser un mal judío, sino que es un buen judío. A pesar de ello, el sanedrín lo acusará de traidor, falsario y provocador del pueblo; por lo tanto, Jesús resulta insoportable para sus propios contemporáneos, pero no porque sea un mal judío, sino porque su interpretación del Dios del Sinaí es, en el fondo, distinta de lo que los rabinos coetáneos pensaban. Jesús es alguien que llega hasta el corazón de la pregunta sobre Dios.
Mi propuesta es ésta. Los teólogos de aquella época y de ésta hablamos como podemos de Dios, pero Jesús, por el contrario, habla desde Dios. Este matiz es importantísimo, porque Jesús no discute posiciones teológicas, sino que afirma con mucha sencillez algo que deja descolocados a los teólogos con la seguridad humilde de quien tiene una proximidad con Dios y puede permitirse el lujo de hablar desde él.
Los discípulos captaron este detalle, aunque no llegaron hasta las últimas consecuencias. Después, todos le fallarán en Getsemaní, y en la última cena los vemos un poco despistados; pero también captan que allí hay algo que -como diría el mismo Jesús- es más importante que Jonás y Salomón.
De todos modos, no podemos pensar que hubo un solo judaísmo, sino diversos, ya que este siglo fue de una gran ebullición.
Naturalmente, el judaísmo toma partido contra Roma, porque Roma, en mi opinión, no representa en el fondo tanto el fin del sueño judío nacional como la imposibilidad de ejercer aquello que pertenece sólo a Dios, que es el territorio, la organización, la ley.
El judaísmo del siglo I quiere recuperar esta dimensión de proximidad a Dios, y Roma representa un obstáculo para ello. Por tanto, hay razones religiosas para oponerse a Roma, de tal modo que puede afirmarse que política y religión van juntas en el judaísmo del siglo I. Los mismos zelotes no eran antirromanos porque sí, sino debido a que eran celosos máximos de la ley judía, según la cual aquella tierra era propiedad indiscutible del Dios que se había dado al pueblo de Israel.
Tampoco hay que olvidar la aristocracia saducea. Son un sector que vive una práctica estricta de la ley, y Jesús tiene con ellos muy mala relación porque controlan el templo y se erigen sus poseedores. Por su parte, Jesús piensa que el templo tiene que ser casa de oración; es decir, debe ser propiedad de Dios, y no de alguien que lo controle.
Llegados a este punto cabe preguntarse, por tanto, con quién congenia Jesús. Curiosamente, él lo hace con los fariseos, algo que en principio puede parece extraño. Así sucede, sin embargo, porque los fariseos son quienes tienen un proyecto para el pueblo; quieren que todos practiquen la ley, son militantes de la ley judía y desean que el Dios de Israel llegue a cada corazón.
Ahora bien, hay dos limitaciones que recordar. En primer lugar, la ley no es el objetivo de Jesús; y, en segundo lugar, los fariseos piensan en el 90% de la población, mientras que el 10% restante (publicanos, prostitutas, pobres, etc.) queda fuera de sus planteamientos. Jesús se enfrenta contra los fariseos por estas razones, porque para Jesús el objetivo es la presencia activa y fecunda de Dios en el mundo. Jesús es un apasionado de este Dios compasivo y misericordioso que, por fin, llama a las puertas de la historia humana.
Además, el reino es para Jesús mucho más grande que la ley, ya que ésta es en el fondo insuficiente, y a Dios se le conoce cuando se le abre el corazón y cuando se entra en el reino. Por esto mismo, cuando Pablo habla sobre la ley, la formula en términos también restrictivos, porque uno y otro, Jesús y Pablo, tienen el mismo planteamiento.
De este modo, el Dios del Sinaí es el Dios de la montaña y de las bienaventuranzas. No dos, sino uno.
Ahora bien, las bienaventuranzas son tan rompedoras que introducen algo distinto de la práctica estricta de la ley judía. Por esto, el sermón de la montaña es la carta magna del reino.
Llegamos así al centro de la cuestión. Jesús superará los judaísmos de su época, porque va más allá, y la palabra de Dios -que es su palabra- llega a un punto de culminación. Los fariseos se encuentran muy incómodos con Jesús por estas razones. Por una parte, aceptan que hay algo importante en él, pero, por la otra, les incomoda mucho que Jesús se salga de lo establecido, de lo tradicional. Jesús no cita a ningún rabino, es muy libre, y esto incomoda a los fariseos, que querían fundamentar su posición sobre una tradición de ancianos, de personas que llevarían la ley y su práctica a cada judío de la época.
Daré a continuación algunos puntos de anclaje en el personaje de Jesús. En este sentido, me gustaría situarme en otro registro, es decir, llevar mi reflexión a lo que sería la conciencia que Jesús tenía de sí. Es un punto particularmente difícil, porque mucha gente pregunta si Jesús sabía que le iba a pasar lo que le sucedió. Hay quien argumenta así: si es Dios, lo sabe todo; pero si lo sabe todo, ya no es hombre. Tenemos así un punto que parece insoluble, porque somos un poco hijos de Descartes, y nuestro cartesianismo nos hace decir que o bien lo sabe todo o bien no sabe nada. Sin embargo, nunca funciona así, de la misma manera que en nuestra vida nunca lo sabemos todo.
Creo que sucede lo mismo en Jesús. Lo que distingue a Jesús de nosotros es su conciencia absoluta de Dios.
Una persona creyente tiene conciencia de la presencia de Dios en él, pero es una conciencia que está muy mediatizada por lo que llamamos "debilidad espiritual". Esta conciencia se afloja, bascula, es más fuerte o menos fuerte, y siempre nos encontramos luchando un poco con ella y contra las dudas que tenemos. Sin embargo, la santidad de Jesús -como cualquier otra santidad- está en su participación total. La conciencia de Dios que tiene Jesús es conciencia plena, y aquí está la fuerza.
Podemos llamarlo como queramos, pero para mí la cuestión está en comprender que Jesús se ve a sí mismo desde su conciencia plena de Dios. Por esto podemos decir "obediente en todo", pero naturalmente, y a la vez, sin pecado, sin debilidades ni claroscuros. Transparente y diáfano.
¿Cómo sabemos esto? En Jesús siempre hay palabras esenciales. Cuando hablamos, siempre estamos buscando la tangente; es decir, en el fondo construimos discursos interesantes y, a veces, bellísimos, pero nos falta esencialidad, el corazón de la cosa. Sin embargo, en Jesús siempre estamos tocando el fundamento. Por ejemplo, Jesús pregunta cuál es el mandamiento más importante de la ley. No se trata de una pregunta inocua, porque los rabinos proponían cientos de mandamientos posibles, pero Jesús responde: ama a Dios y ama al prójimo. Esto es esencialidad, porque, en el fondo, un rabino judío habría buscado algo más sofisticado y rebuscado, mientras que Jesús parte de la esencia, de lo que es simple, evidente y obvio: mirar hacia arriba y mirar a los otros.
En este sentido, la conciencia que tiene Jesús pasa por expresiones muy sencillas y por un lenguaje indirecto sobre su proyecto.
En este sentido, debo decir que las parábolas no existen porque sí. Jesús hablaba mediante ellas porque quería expresar cosas que sin ellas no es posible expresar.
La parábola es como una fuerza que irrumpe en la vida de las personas y las lleva más allá de lo que ellas mismas pensaban. La parábola no es recato, sino explosión, invitación a entrar en el reino y cambiar las coordenadas propias. Son también un diálogo para que cada uno reaccione.
Jesús habla en parábolas porque no oculta su conciencia de hijo, sino que la expresa en la vida de cada día.
Ésta es otra característica del mensaje de Jesús: no es un teólogo de oficio, un especulativo, sino alguien muy directo y esencial, por lo que las palabras expresarán su punto de vista sobre Dios y sobre sí mismo. Por ejemplo, en la parábola de los viñadores homicidas se habla del dueño de una viña que manda a unos servidores para que recojan el fruto; estos servidores son apedreados y expulsados. Sin embargo, en lugar de enviar a las fuerzas del orden, este dueño de la viña manda a su hijo, quien no puede hablar ni decir nada. Con toda alevosía, los de la segunda viña lo expulsan. La parábola terminará trágicamente.
Finalmente, diré que Jesús presenta a Dios como padre, pero resulta que, al final, la palabra "padre" es indistinta con la palabra "Dios". ¿Por qué padre es el nombre de Dios? Porque es el nombre de la relación que Jesús mantiene con Dios, relación con la que no se quedará, sino que entregará a sus discípulos: "Cuando oréis, decid 'Padre Nuestro'".
En definitiva, Jesús es un atípico. No hay forma de encuadrarle. ¿Un sabio? ¿Un rabino? ¿Un profeta? ¿Un carismático? En parte fue todo esto, pero en parte fue más, y el enigma persiste. Los discípulos comprenderán que, de hecho, el enigma de Jesús tenía un punto de solución, que es la respuesta de Dios. Ahora bien, ¿cuándo responde Dios? Lo diré en pocas palabras: el domingo de Pascua por la mañana. Dios responde cuando, ante el triunfo aparente del odio, la violencia, la injusticia y la muerte, decide poner las cosas en su sitio. La resurrección de Jesús es, por encima de todo, el partido que Dios toma a favor de una humanidad nueva
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