miércoles, 11 de julio de 2007

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Esta informacion fue tomada de la pagina http://familiasguadalupanas.trimilenio.net
Las Guadalupanas una de las Comunidades religiosas nacida de los Eepc de Bucaramanga. fueron acogidas en España su sede actual. las dirige La Madre Andrea que junto con El Padre Antonio, fundaron Los Ermitaños Eucaristicos del Padre Celestial en Bucaramanga.
Un Abrazo Madre Andrea Y Hermanitas Guadalupanas
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CONOCE
UN POCO SOBRE LA COMUNIDAD A LA QUE PERTENECEMOS
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ERMITAÑOS

EN PIEDECUESTA, SANTANDER, ESTÁ LA ÚNICA HERMANDAD DE ERMITAÑOS DE COLOMBIA Y SURAMÉRICA. LA INTEGRAN RELIGIOSOS Y MONJAS CATÓLICOS DE LA COMUNIDAD OPUS PATRIS, FUNDADA POR EL SACERDOTE BELGA ANTONIO LOOTENS. TODOS ABANDONARON LAS COMODIDADES DE LA VIDA URBANA Y SE INTERNARON EN LA MONTAÑA A ORAR POR LA HUMANIDAD.
El camino que conduce a la finca parece una metáfora de la vida espiritual. Es empinado y con muchas curvas y pone a prueba la fuerza del motor o de las piernas de centenares de personas que en los fines de semana suben para conversar o meditar con algunos de los jóvenes que integran la única comunidad de ermitaños que existe en Latinoamérica. En una montaña frente a Piedecuesta, Santander, están los religiosos de la comunidad Opus Patris, fundada por el sacerdote belga Antonio Lootens, Apa Antonio, un hombre delgado, de intensos ojos azules y una sonrisa permanente que sólo habla de Dios y de entrega a los demás.

¿Ermitaños? Sí, personas que viven apartadas del mundanal ruido y dedicadas a la oración, a la contemplación y a obras de caridad en medio de una disciplina que a cualquiera le puede parecer estricta o incluso retrógrada pero que cuando se los ve vivirla con tranquilidad y alegría, causa inquietud en el alma e incluso un poco de envidia por la paz que se refleja en sus rostros. Ermitaños, palabra que en la mente del lector seguramente trae imágenes de monjes serios, adustos, sensación de algo oculto, de grandes mortificaciones, de gente un poco rara.
Pero todas las dudas o temores quedan disipados cuando se llega a la explanada y nos empezamos a cruzar con jóvenes que si bien andan en silencio y casi siempre rezando, sonríen y saludan amablemente. ¿Qué hacen en todo el día? Trabajan y rezan, lo que para ellos es lo mismo. Mientras cultivan, arreglan las instalaciones, cocinan, limpian o producen programas de televisión, piden a Dios y la Virgen por usted y por mí.
Se levantan a las cuatro y media de la mañana y dedican media hora al ejercicio físico. Algunos trotan, otros juegan un partido de microfútbol, y las monjas, las que hacen televisión, ponen música y practican aeróbicos. Después la ducha fría (muy saludable según todos) y media hora de oración individual en alguno de los oratorios o en privado según el carisma o preferencia de cada uno, la Santa Misa, el desayuno, y a trabajar. Al medio día el Rosario, un descanso para el almuerzo vegetariano, y a seguir trabajando. A las tres de la tarde rezan La Corona de la Misericordia, breve oración por la conversión de los pecadores. A las seis, todos ante el sagrario. Cenan a las siete y se acuestan a las ocho.
Opus Patris tiene hombres y mujeres que perfectamente separados trabajan en lo que ellos llaman carismas. Todos viven en el mismo espíritu de oración, de entrega y desprendimiento de lo material. Pero como en todo, hay formas de vivirlo, y eso son los carismas. Existen las comunicadoras, que gracias a una donación de la madre Angélica tienen un moderno estudio de televisión donde producen ocho horas de programación mensual para canales de pago. Ellas hacen de todo: escriben, dirigen, editan, iluminan y actúan. Hay que verlas. Ninguna supera los treinta años, ninguna sabía nada de televisión, pero las ganas de hacer uso de los medios las llevó a embarcarse en esa aventura. Apa Antonio cuenta que poco a poco algunas de sus hijas le manifestaron la necesidad de un apostolado en ese sentido. Al principio se resistió, pero se dio cuenta de la importancia y sin conocer a nadie se fue a los Estados Unidos y pidió una cita con la famosa monja. “Recé mucho. No tenía ni idea de dónde me estaba metiendo, no conocía a nadie, pero llegué y me dijeron que sólo me daban quince minutos y no con ella pues estaba enferma, sino con un gerente o algo así. Me fui al oratorio, y como siempre me puse en manos de Dios y le dije: Estoy aquí porque creo que es importante, y si Tú lo crees, pues ayúdame. Al rato entró una monja mayor y empezamos a hablar. Era ella. Los quince minutos fueron casi tres horas. Me aceptó que le llevara tres hermanitas para entrenarlas, y al poco tiempo nos donaron el estudio y ahí van rezando, divirtiéndose y haciendo mucho bien”.

“Como puede ver -sigue Apa Antonio- aquí se trabaja todo el día. Tenemos la zona de clausura donde están perfectamente separados hombres y mujeres, los que siguen el carisma del silencio y la oración. Pero no crea que están todo el día mirando al techo. Rezan y trabajan y cuentan con el permiso del obispo de tener en su cabaña un pequeño sagrario. Ellos y ellas cultivan, hacen arreglos, estudian, pintan, escriben en oración y silencio. Están las Guadalupanas, que se dedican al apostolado de las familias. Gracias a la Virgen de Guadalupe, ya tienen un edificio pequeño donde se practican retiros espirituales para matrimonios. Ese campo de acción es muy grande. Piense en cómo está la familia de hoy. Las personas sufren mucho. Casarse no es fácil y menos sin la ayuda de Dios. Ahora empezamos otro carisma, el de salud, el carisma de los samaritanos. Estamos construyendo, sin dinero, como siempre, un hospital para los pobres. Ahora no hay nada, sólo unas carpas y un huerto para plantas medicinales, pero ya estamos ayudando a la gente. También tenemos sacerdotes, todavía pocos. Somos cuatro y no damos abasto en los fines de semana oyendo confesiones desde las seis de la mañana hasta las cinco de la tarde sin parar”.


Los de clausura, los anacoretas, esos monjes casi míticos y que según el imaginario que nos dan el cine y algunas novelas modernas los creemos personas raras, aquí sonríen con facilidad, hablan con voz decidida de su camino de oración, son acogedores cuando interrumpimos su soledad y nos reciben en su cabaña. Ésta sólo cuenta con una cama, un pequeño escritorio, un baño y el sagrario que es el centro de su vida. Todos tienen un trabajo específico que puede ser en la huerta, carpintería, en reparaciones o ayudar en la panadería. Todos estudian por varias horas los escritos de los Padres de la Iglesia y de los Papas.
Por lo general están siempre en silencio y muy de vez en cuando reciben alguna visita de familiares o amigos muy cercanos. Ninguno extraña nada de su vida anterior. Algunos vienen de otros países como España, Costa Rica o Guatemala. Muchos son colombianos, y para mi sorpresa la mayoría son jóvenes y de familias acomodadas que dejaron sus trabajos y un futuro matrimonio para entregarse a Dios. Algunos vinieron de visita y se quedaron, otros nos conocieron por internet.

No es fácil la decisión de entrar en una orden religiosa, y aunque las historias son diferentes, tienen el denominador común de la vocación, es decir, de un llamado. ¿Pero cómo estar seguro? La incorporación definitiva dura ocho años. Apa Antonio nos cuenta del proceso: “Primero es una prueba o experiencia de dos años, en que la persona está con nosotros, conoce las exigencias y va madurando en su vocación. Después viene la etapa de los carismas. Durante esos ocho años puede cambiar en tres ocasiones, así decanta su vocación. La vocación la da Dios. Yo no convenzo a nadie y está prohibido intentar convencer. Aquí el que viene es porque quiere ayudar a los demás. No tenemos nada material que sea atractivo a los ojos del mundo, sólo muchas ganas de amar a Dios y de servir a todos. Rezando, trabajando y ayudando somos felices. No hay lavado de cerebros y el que se quiera ir pues se va y no pasa nada”

¿Milagros? “Todos los días -me responde Apa Antonio-. Todo lo que ve es un milagro. Yo no quería ser sacerdote pero aquí estoy. Yo no quería fundar nada, pero Dios manda, y cuando se obedece, todo es mejor de lo que uno piensa y las cosas salen adelante. A mis hijos y a mis hijas les enseño que nosotros no podemos nada, pero si rezamos y trabajamos, Él lo hace todo. Cuando hay problemas le digo a la Virgen: Madre mía, no puedo más, ahora te toca convencer a tu Hijo. Y como es mi Mamá, no me falla. ¿Milagros? La gente cree que es ver cosas raras. Para ver milagros sólo hay que fijarse en cómo actúa Dios en las almas, en las personas que se confiesan, en los que se entregan para siempre en una vocación. El matrimonio también es obra de Dios. Cada niño que nace es un milagro, y muy grande hoy en día. La gente no ve milagros porque no tiene fe. Si creyéramos un poquito en Él, la vida cambiaría”.
Y Apa Antonio Lootens y sus ermitaños de la comunidad Opus Patris de Piedecuesta, Santander, se reúnen en el sagrario y se ponen a orar para que el mundo encuentre la paz y la felicidad.