martes, 15 de diciembre de 2015

Vision De La Beata Ana Katalina De Emmerick sobre la Anunciacion y siguientes dias




XXIX
La anunciación del Ángel
Tuve una visión de la Anunciación de María el día de esa fiesta. He visto a la Virgen Santísima poco después de su desposorio, en la casa de San José, en Nazaret. José había salido con dos asnos para traer algo que había heredado o para buscar las herramientas de su oficio. Me pareció que se hallaba aún en camino. Además de la Virgen y de dos jovencitas de su edad que habían sido, según creo, sus compañeras en el Templo, vi en la casa a Santa Ana con aquella parienta viuda que se hallaba a su servicio y que más tarde la acompañó a Belén, después del nacimiento de Jesús. Santa Ana había renovado todo en la casa. Vi a las cuatro mujeres yendo y viniendo por el interior paseando juntas en el patio. Al atardecer las he visto entrar y rezar de pie en torno de una pequeña mesa redonda; después comieron verduras y se separaron. Santa Ana anduvo aún en la casa de un lado a otro, como una madre de familia ocupada en quehaceres domésticos. María y las dos jóvenes se retiraron a sus dormitorios, separados.El frente de la alcoba, hacia la puerta, era redondo, y en esta parte circular, separada por un tabique de la altura de un hombre, se encontraba arrollado el lecho de María. Fui conducida hasta aquella habitación por el joven resplandeciente que siempre me acompaña, y vi allí lo que voy a relatar en la forma que puede hacerlo una persona tan miserable como yo. Cuando hubo entrado la Santísima Virgen se puso, detrás de la mampara de su lecho, un largo vestido de lana blanca con ancho ceñidor y se cubrió la cabeza con un velo blanco amarillento. La sirvienta entró con una luz, encendió una lámpara de varios brazos que colgaba del techo, y se retiró. La Virgen tomó una mesita baja arrimada contra el muro y la puso en el centro de la habitación. La mesa estaba cubierta con una carpeta roja y azul, en medio de la cual había una figura bordada: no sé si era una letra o un adorno simplemente.

Sobre la mesa había un rollo de pergamino escrito. Habiéndola colocado
la Virgen entre su lecho y la puerta, en un lugar donde el suelo estaba cubierto con una alfombra, puso delante de sí un pequeño cojín redondo, sobre el cual se arrodilló, afirmándose con las dos manos sobre la mesa. María veló su rostro y juntó las manos delante del pecho, sin cruzar los dedos. Durante largo tiempo la vi así orando ardientemente, con la faz vuelta al cielo, invocando la Redención, la venida del Rey prometido a Israel, y pidiendo con fervor le fuera permitido tomar parte en aquella misión. Permaneció mucho tiempo arrodillada, transportada en éxtasis; luego inclinó la cabeza sobre el pecho. Entonces del techo de la habitación bajó, a su lado derecho, en línea algún tanto oblicua, un golpe tan grande de luz, que me vi obligada a volver los ojos hacia la puerta del patio. Vi, en medio de aquella masa de luz, a un joven resplandeciente, de cabellos rubios flotantes, que había descendido ante María, a través de los aires. Era el Arcángel Gabriel. Cuando habló vi que salían las palabras de su boca como si fuesen letras de fuego: las leí y las comprendí.

María inclinó un tanto su cabeza velada a la derecha. Sin embargo, en su modestia,
no miró al ángel. El Arcángel siguió hablando. María volvió entonces el rostro hacia él, como si obedeciera una orden, levantó un poco el velo y respondió. El ángel dijo todavía algunas palabras. María alzó el velo totalmente, miró al ángel y pronunció las sagradas palabras:

"He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra"…

 María se hallaba en un profundo arrobamiento. La habitación resplandecía y
ya no veía yo la lámpara del techo ni el techo mismo. El cielo aparecía abierto y mis miradas siguieron por encima del ángel una ruta luminosa. En el punto extremo de aquel río de luz se alzaba una figura de la Santísima Trinidad: era como un fulgor triangular, cuyos rayos se penetraban recíprocamente. Reconocí allí Aquello que sólo se puede adorar sin comprenderlo jamás: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y, sin embargo, un solo Dios Todopoderoso. Cuando la Santísima Virgen hubo dicho: "Hágase en mí según tu palabra", vi una aparición alada del Espíritu Santo, que no se parecía a la representación habitual bajo la forma de paloma: la cabeza se asemejaba a un rostro humano; la luz se derramaba a los costados en forma de alas. Vi partir de allí como tres efluvios luminosos hacia el costado derecho de la Virgen, donde volvieron a reunirse. Cuando esta luz penetró en su costado derecho, la Santísima Virgen volvióse luminosa Ella misma y como transparente: parecía que todo lo que había de opaco en ella desaparecía bajo esa luz, como la noche ante el espléndido día. Se hallaba tan penetrada de luz que no había en ella nada de opaco o de oscuro. Resplandecía como enteramente iluminada.

Después de esto vi que el ángel desaparecía y que la faja luminosa, de donde
había salido, se desvanecía. Parecía que el cielo aspirase y volviese hacia sí la luz que había dejado caer. Mientras veía todas estas cosas en la habitación de María tuve una impresión personal de naturaleza singular. Me hallaba en angustia continua, como si me acechasen peligrosas emboscadas, y vi una horrible serpiente que se arrastraba a través de la casa y por los escalones hasta la puerta, donde me había detenido cuando la luz penetró en la Santísima Virgen. El monstruo había llegado ya al tercer escalón. Aquella serpiente era del tamaño de un niño, con la cabezota ancha y chata, y a la altura del pecho tenía dos patas cortas membranosas, armadas con garras, sobre las cuales se arrastraba, que parecían alas de murciélago. Tenía manchas de diferentes colores, de aspecto repugnante; se parecía a la serpiente del Paraíso terrenal, pero de aspecto más deforme y espantoso. Cuando el ángel desapareció de la presencia de la Virgen, ésta pisa la cabeza del monstruo que estaba delante de la puerta, el cual lanzó un grito tan espantoso que me hizo estremecer. Después he visto aparecer tres espíritus, que golpearon al odioso reptil echándolo fuera de la casa.
 

María arrobada en el Espíritu SantoDesaparecido el ángel he visto a María arrobada en éxtasis profundo, en absoluto recogimiento. Pude ver que ya conocía y adoraba la Encarnación del Redentor en sí misma, donde se hallaba como un pequeño cuerpo humano luminoso, completamente formado y provisto de todos sus miembros. Aquí, en Nazaret, no es lo mismo que en Jerusalén, donde las mujeres deben quedarse en el atrio, sin poder entrar en el Templo, porque solamente los sacerdotes tienen acceso al Santuario. En Nazaret la misma Virgen es el Templo: el Santo de los Santos está en Ella, como también el Sumo Sacerdote y se halla Ella sola con Él. ¡Qué conmovedor es todo esto y qué natural y sencillo al mismo tiempo! Quedaban cumplidas las palabras del salmo 45: "El Altísimo
ha santificado su tabernáculo; Dios está en medio de Él, y no será conmovido".Era más o menos la medianoche cuando contemplé todo este espectáculo. Al cabo de algún tiempo Ana entró en la habitación de María con las demás mujeres. Un movimiento admirable en la naturaleza las había despertado: una luz maravillosa había aparecido por encima de la casa. Cuando vieron a María de rodillas, bajo la lámpara, arrebatada en el éxtasis de su plegaria, se alejaron respetuosamente.
Después de algún tiempo vi a la Virgen levantarse y acercarse al altarcito de la pared; encendió la lámpara y oró de pie. Delante de ella, sobre un alto atril, había rollos escritos. Sólo al amanecer la vi descansando. El guía me llevó fuera de la habitación; pero cuando estuve en el pequeño vestíbulo de la casa me vi presa de gran temor. Aquella horrible serpiente, que estaba allí en acecho, se precipitó sobre mí y quiso ocultarse entre los pliegues de mi vestido. Me encontré en medio de una angustia horrible; pero mi guía me alejó de allí y pude ver que reaparecían los tres espíritus, que golpearon nuevamente al monstruo. Aún resuena en mí su grito horroroso y me espanta su recuerdo.
 

Contemplando esta noche el misterio, de la Encarnación comprendía todavía muchas otras cosas. Ana recibió un conocimiento interior de lo que estaba realizándose. Supe también por qué el Redentor debía quedar nueve meses en el seno de su Madre y nacer bajo la forma de niño; el porqué no quiso aparecer en forma de hombre perfecto como nuestro primer padre Adán saliendo de las manos de Dios: todo esto se me explicó, pero ya no lo puedo explicar con claridad. Lo que puedo decir es que Él quiso santificar nuevamente el acto de la concepción y la natividad de los hombres, degradados por el pecado original.Si María se convirtió en Madre y si Él no vino más temprano al mundo fue porque ella era lo que ninguna criatura fue antes ni será después: el puro vaso de gracia que Dios había prometido a los hombres y en el cual Él debía hacerse hombre, para pagar las deudas de la humanidad, mediante los abundantes méritos de su pasión.
 

La Santísima Virgen era la flor perfectamente pura de la raza humana abierta en la plenitud de los tiempos. Todos los hijos de Dios entre los hombres, todos, hasta los que desde el principio habían trabajado en la obra de la santificación, han contribuido a su venida. Ella era el único oro puro de la tierra; solamente ella era la porción inmaculada de la carne y de la sangre de la humanidad entera, que preparada, depurada, recogida y consagrada a través de todas las generaciones de sus antepasados; conducida, protegida y fortalecida bajo el régimen de la ley de Moisés, se realizaba finalmente como plenitud de la gracia. Predestinada en la eternidad, surgió en el tiempo como Madre del Verbo Eterno.
 

La Virgen María contaba poco más de catorce años cuando tuvo lugar la Encarnación de Jesucristo. Jesús llegó a la edad de treinta y tres años y tres veces seis semanas. Digo tres veces seis, porque en este mismo instante estoy
viendo la cifra seis repetida tres veces.



XXX
Visitación de María a Isabel
Algunos días después de la Anunciación del Ángel a María, José volvióse  a Nazaret e hizo ciertos arreglos en la casa para poder ejercer su oficio y quedarse, pues hasta entonces sólo había permanecido dos días allí. Nada sabía del misterio de la Encarnación del Verbo en María. Ella era la Madre de Dios y era la sierva del Señor y guardaba humildemente el secreto. Cuando la Virgen sintió que el Verbo se había hecho carne en ella, tuvo un gran deseo de ir a Juta, cerca de Hebrón, para visitar a su prima Isabel, que según, las palabras del ángel hallábase encinta desde hacía seis meses.

Acercándose el
tiempo en que José debía ir a Jerusalén, para la fiesta de Pascua, quiso acompañarle con el fin de asistir a Isabel durante su embarazo. José, en compañía de la Virgen Santísima, se puso en camino para Juta. Él camino se dirigía al Mediodía. Llevaban un asno sobre el cual montaba María de vez en cuando. Este asno tenía atada al cuello una bolsa perteneciente a José, dentro de la cual había un largo vestido pardo con una especie de capuz. María se ponía este traje para ir al Templo o a la sinagoga. Durante el viaje usaba una túnica parda de lana, un vestido gris con una faja por encima, y cubría su cabeza una cofia amarilla. Viajaban con bastante rapidez. Después de haber atravesado la llanura de Esdrelón, los vi trepar una altura y entrar en la ciudad, de Dotan, en casa de un amigo del padre de José. Este era un hombre bastante acomodado, oriundo de Belén. Él padre de José lo llamaba hermano a pesar de no serlo: descendía de David por un antepasado que también fue rey, según creo, llamado Ela, o Eldoa o Eldad, pues no recuerdo bien su nombre.
 

Dotan era una ciudad de activo comercio. Luego los vi pernoctar bajo un cobertizo. Estando aún a doce leguas de la casa de Zacarías pude verlos otra noche en medio de un bosque, bajo una cabaña de ramas toda cubierta de hojas verdes con hermosas flores blancas. Frecuentemente se ven en este país al borde de los caminos esas glorietas hechas de ramas y de hojas y algunas
construcciones más sólidas en las cuales los viajeros pueden pernoctar o refrescarse, y aderezar y cocer los alimentos que llevan consigo. Una familia de la vecindad se encarga de la vigilancia de varios de estos lugares y proporciona las cosas necesarias mediante una pequeña retribución. No fueron directamente de Jerusalén a Juta. Con el fin de viajar en la mayor soledad dieron una
vuelta por tierras del Este, pasando al lado de una pequeña ciudad, a dos leguas de Emaús y tomando los caminos por donde Jesús anduvo durante sus años de predicación. Más tarde tuvieron que pasar dos montes, entre los cuales los vi descansar una vez comiendo pan, mezclando con el agua parte del bálsamo que habían recogido durante el viaje. En esta región el país es muy
montañoso.Pasaron junto a algunas rocas, más anchas en su parte superior que en la base; había en aquellos lugares grandes cavernas, dentro de las cuales se veían toda clase de piedras curiosas. Los valles eran muy fértiles. Aquel camino los condujo a través de bosques y de páramos, de prados y de campos. En un lugar bastante cerca del final del viaje noté particularmente una planta que tenía pequeñas y hermosas hojas verdes y racimos de flores formados por nueve campanillas cerradas de color de rosa. Tenía allí algo en qué debía ocuparme; pero he olvidado de qué se trataba.

La casa de Zacarías estaba situada sobre una colina, en torno de la cual había
un grupo de casas. Un arroyo torrentoso baja de la colina. Me pareció que era el momento en que Zacarías volvía a su casa desde Jerusalén, pasadas las fiestas de Pascua. He visto a Isabel caminando, bastante alejada de su casa, sobre el camino de Jerusalén, llevada por un ansia inquieta e indefinible. Allí la encontró Zacarías, que se espantó de verla tan lejos de la casa en el estado en que se encontraba. Élla dijo que estaba muy agitada, pues la perseguía el pensamiento de que su prima María de Nazaret estaba en camino para visitarla.
 

Zacarías trató de hacerle comprender que desechase tal idea y por signos y escribiendo en una tablilla, le decía cuán poco verosímil era que una recién casada emprendiera viaje tan largo en aquel momento. Juntos volvieron a su casa. Isabel no podía desechar esa idea fija, habiendo sabido en sueños que una mujer de su misma sangre se había convertido en Madre del Verbo Eterno, del Mesías prometido. Pensando en María concibió un deseo muy grande de verla y la vio, en efecto, en espíritu que venía hacia ella. Preparó en su casa, a la derecha de la entrada, una pequeña habitación con asientos y aguardó allí al día siguiente, a la expectativa, mirando hacia el camino por si llegaba María. Pronto se levantó y salió a su encuentro por el camino.

Isabel era una mujer alta, de cierta edad: tenía el rostro pequeño y rasgos bellos;
la cabeza la llevaba velada. Sólo conocía a María por las voces y la fama. María, viéndola a cierta distancia, conoció que era ella Isabel y se apresuró a ir a su encuentro, adelantándose a José que se quedó discretamente a la distancia. Pronto estuvo María entre las primeras casas de la vecindad, cuyos habitantes, impresionados por su extraordinaria belleza y conmovidos por cierta dignidad sobrenatural que irradiaba toda su persona, se retiraron respetuosamente en el momento de su encuentro con Isabel. Se saludaron amistosamente dándose la mano. En aquel momento vi un punto luminoso en la Virgen Santísima y como un rayo de luz que partía de allí hacia Isabel, la cual recibió una impresión maravillosa. No se detuvieron en presencia de los hombres, sino que, tomándose del brazo, se dirigieron a la casa por el patio interior.En el umbral de la puerta, Isabel dio nuevamente la bienvenida a María y luego entraron en la casa. José llegó al patio conduciendo al asno, que entregó a un servidor y fue a buscar a Zacarías en una sala abierta sobre el costado de la casa. Saludó con mucha
humildad al anciano sacerdote, el cual lo abrazó cordialmente y conversó con él por medio de la tablilla sobre la que escribía, pues había quedado mudo desde que el ángel se le había aparecido en el Templo.María e Isabel, una vez que hubieron entrado, se hallaron en un cuarto que me pareció servir de cocina. Allí se tomaron de los brazos. María saludó a Isabel muy cordialmente y las dos juntaron sus mejillas. Vi entonces que algo luminoso irradiaba desde María hasta el interior de Isabel, quedando ésta toda iluminada y profundamente conmovida, con el corazón agitado por santo regocijo. Se retiró Isabel un poco hacia atrás, levantando la mano y, llena de humildad, de júbilo y entusiasmo, exclamó: "Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿Pero de dónde a mí tanto favor que la Madre de mi Señor venga a visitarme?... Porque he aquí que como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura que llevo se estremeció de alegría en mi interior. ¡Oh, dichosa tú, que has creído; lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!"Después de estas palabras condujo a María a la pequeña habitación preparada, para que pudiera sentarse y reposar de las fatigas del viaje. Sólo había que dar unos pasos para llegar hasta allí. María dejó el brazo de Isabel, cruzó las manos sobre el pecho y empezó el cántico del Magníficat: "Mi alma glorifica al Señor; y mi espíritu se alegró en Dios mi Salvador. Porque miró a la bajeza de su sierva; porque he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Porque ha hecho grandes cosas conmigo el Todopoderoso, y santo es su Nombre. Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen. Hizo valentías con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de su corazón. Quitó a los poderosos de los tronos y levantó a los humildes. A los hambrientos hinchó de bienes y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia. Como habló a nuestros padres, a Abrahán y a su simiente, para siempre".
 

Isabel repetía en voz baja el Magníficat con el mismo impulso de inspiración de María. Luego se sentaron en asientos muy bajos, ante una mesita de poca altura. Sobre ésta había un vaso pequeño.¡Qué dichosa me sentía yo, porque repetía con ellas todas las oraciones, sentada muy cerca de María! ¡Qué grande era entonces mi felicidad!



XXXI

En casa de Zacarías e Isabel
José y Zacarías están juntos conversando acerca del Mesías, de su próxima venida y de la realización de las profecías. Zacarías era un anciano de alta estatura y hermoso cuando estaba vestido de sacerdote. Ahora responde siempre por signos o escribiendo en su tablilla. Los veo al lado de la casa en una sala abierta al jardín.

María e Isabel están sentadas sobre una alfombra en el huerto, bajo un árbol grande, detrás del cual hay una fuente por donde se escapa el agua cuando se retira la compuerta. En todo el contorno veo un prado cubierto de césped, de flores y de árboles con pequeñas ciruelas amarillas. Están juntas comiendo frutas y panecillos sacados de la alforja de José. ¡Qué simplicidad y qué conmovedora frugalidad!

En la casa hay dos criados y dos mozos de servicio: los veo ir y venir preparando alimentos en una mesa, debajo dé un árbol. Zacarías y José se acercan y comen también algo. José quería volverse de inmediato a Nazaret; pero tendrá que quedarse ocho
días allí. No sabe nada aún del estado de embarazo de María. Isabel y María habían guardado silencio sobre esto, manteniendo entre ellas una armonía secreta y profunda, que las unía íntimamente.

Varias veces al día, especialmente antes de las comidas, cuando todos se hallaban reunidos, las santas mujeres decían una especie de Letanías. José oraba con ellas. Pude ver una cruz que aparecía entre las dos mujeres, a pesar de no existir aún la cruz: aquello era como si dos cruces se hubiesen visitado.
Ayer, por la tarde, se juntaron todos para comer, quedándose hasta la medianoche sentados a la luz de una lámpara, bajo el árbol del jardín. Vi luego a José y a Zacarías solos en su oratorio, y a María y a Isabel en su pequeña habitación, una frente a la otra, de pie, absortas y estáticas, diciendo juntas el cántico del Magníficat. Además del vestuario mencionado, la Virgen usaba algo parecido a un velo negro transparente, que bajaba sobre el rostro cuando debía hablar con los hombres.

Hoy Zacarías condujo a José a otro jardín retirado de su casa. Zacarías era un hombre muy ordenado en todas sus cosas. En este huerto abundan árboles con frutas hermosas de todas clases: está muy bien cuidado, atravesado por una larga enramada, bajo la cual hay sombra; en su extremidad hay una glorieta escondida cuya puerta se abre por un costado. En lo alto de esta casa se ven aberturas cerradas con bastidores; dentro hay un lecho de reposo hecho de esteras, de musgos o de otras hierbas. Vi allí dos estatuas blancas del tamaño de un niño: no sé cómo se encuentran allí ni qué representan. Yo las hallaba parecidas a Zacarías y a Isabel, de cuando serían más jóvenes.

Hoy por la tarde vi a María y a Isabel ocupadas en la casa. La Virgen tomaba parte en los quehaceres domésticos y preparaba toda clase de prendas para el esperado niño. Las he visto trabajando juntas: tejían una colcha grande destinada al lecho de Isabel, para cuando hubiera dado a luz. Las mujeres judías usaban colchas de esta clase, las cuales tenían en el centro una especie de bolsillo
dispuesto de tal manera que la madre podía envolverse completamente en él con su niño. Encerrada allí dentro y sostenida mediante almohadas podía sentarse o tenderse según su voluntad. En el borde de la colcha había flores bordadas y algunas sentencias.

Isabel y María preparaban también toda clase de objetos para regalarlos a los pobres cuando naciera la criatura. Vi a santa Ana durante la ausencia de María y de José, enviar a menudo su criada a la casa de Nazaret para ver si todo seguía en orden allí. Una vez la vi ir allá sola.

Zacarías fue con José a pasear al campo. La casa se hallaba sobre una colina y es la mejor de toda esa región; otras casitas veo dispersas alrededor. María se encuentra sola, un tanto fatigada, en la casa con Isabel. He visto a Zacarías y a José pasar la noche en el jardín situado a alguna distancia de la casa. Unas veces los vi durmiendo en la glorieta, otras, orando a la intemperie. Volvieron al amanecer.

He visto a Isabel y a María dentro de la casa. Todas las mañanas y las noches repiten el Magníficat, inspirado a María por el Espíritu Santo, después de la salutación de Isabel. La salutación del ángel fue como una consagración que hacía el templo de María Santísima a Dios. Cuando pronunció aquellas palabras: "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra", el Verbo Divino, saludado por la Iglesia y saludado por su sierva, entró en ella. Desde entonces, Dios estuvo en su templo y María fue el templo y el Arca de la Alianza del Nuevo Testamento. La salutación de Isabel y el alborozo de Juan en el seno de su madre, fueron el primer culto rendido ante aquel Santuario. Cuando la Virgen entonó el Magníficat, la Iglesia de la Nueva Alianza, del nuevo matrimonio, celebró por primera vez el cumplimiento de las promesas divinas de la Antigua Alianza, del antiguo matrimonio, recitando, en acción de gracias, un Te Deum laudamus. ¡Quién pudiera expresar dignamente la emoción de este homenaje rendido por la Iglesia a su Salvador, aún antes de su nacimiento!

Esta noche, mientras veía orar a las santas mujeres, tuve varias intuiciones y explicaciones relativas al Magníficat y al acercamiento del Santo Sacramento en la actual situación de la Santísima Virgen. Mi estado de sufrimiento y mis numerosas molestias me han hecho olvidar casi todo lo que he podido ver. En el momento del pasaje del cántico:"Hizo valentías con su brazo", vi diferentes cuadros figurativos del Santísimo Sacramento del Altar en el Antiguo Testamento. Había allí, entre otros, un cuadro de Abrahán sacrificando a Isaac, y de Isaías anunciando a un rey perverso algo de que éste se burlaba, y que he olvidado. Vi muchas cosas desde Abrahán hasta Isaías, y desde éste hasta María Santísima. Siempre veía el Santísimo Sacramento acercándose a la Iglesia de Jesucristo, quien reposaba todavía en el seno de su Madre.

Hace mucho calor allí donde está María en la tierra prometida. Todos se van al jardín donde está la casita. Primero Zacarías y José, luego Isabel y María. Han tendido un toldo bajo un árbol como para hacer una tienda de campaña. Hacia un lado veo asientos muy bajos con respaldos.

Anoche vi a Isabel y a María que iban al jardín un tanto alejado de la casa de Zacarías. Llevaban frutas y panecillos dentro de unas cestas y parecía que querían pasar la noche en ese lugar. Cuando José y Zacarías volvieron más tarde, vi a María que les salía al encuentro. Zacarías tenía su tablilla, pero la luz era insuficiente para que pudiera escribir y vi que María impulsada por el
Espíritu Santo le anunció que esa misma noche habría de hablar y que podía dejar su tablilla, ya que pronto podría conversar con José y rezar junto a él.

Angel de Ana CatalinaTanto me sorprendió esto, que yo, sacudiendo la cabeza, no quise admitirlo; pero mi Ángel de la Guarda, o mi guía espiritual, que siempre me acompaña, díjome, haciéndome una señal para que mirase a otra parte: "¿No quieres creer esto? Pues mira lo que sucede allí". Mirando hacia el lado que me indicaba vi un cuadro totalmente distinto, de época muy posterior. Vi al santo ermitaño Goar en un lugar donde el trigo había sido cortado. Hablaba con los mensajeros de un obispo mal dispuesto con él y aún aquellos hombres no le tenían afecto. Cuando los hubo acompañado hasta su casa lo vi buscando un gancho cualquiera para poder colgar su capa. Como viera un rayo de sol que entraba por la abertura del muro, en la simplicidad de su fe colgó su capa de aquel rayo y ella quedó suspendida allí en el aire. Me admiró tanto este prodigio que ya no me asombré de oír hablar a Zacarías, puesto que aquella gracia le llegaba por intermedio de María Santísima, dentro de la cual habitaba el mismo Dios. Mi guía me habló entonces de aquello a que se da el nombre de milagro. Entre otras cosas recuerdo que me dijo:

"Una confianza total en Dios, con la simplicidad de un niño, da a todas las cosas el ser y la substancia".

Estas palabras me aclararon acerca de todos los milagros, aunque no puedo explicarme esto con claridad.

Vi a los cuatro santos personajes pasar la noche en el jardín: se sentaron y comieron algunas cosas. Luego los vi caminar de dos en dos, orar juntos y entrar alternativamente en la glorieta para descansar en ella. Supe también que después del sábado, José se volvería a Nazaret y que Zacarías lo acompañaría un trecho de camino. Había un hermoso claro de luna y el cielo estaba muy
puro.



XXXII

Misterios del "Magníficat”
Durante la oración de las dos santas mujeres vi una parte del misterio relacionado con el Magníficat. Debo volver a ver todo esto el sábado, víspera de la octava de la fiesta y entonces podré decir algo más. Ahora sólo puedo comunicar lo siguiente: el Magníficat es el cántico de acción de gracias por el cumplimiento de la bendición misteriosa de la Antigua Alianza. Durante la oración de María vi sucesivamente a todos sus antepasados. Había en el transcurso de los siglos, tres veces catorce parejas de esposos que se sucedían, en los cuales el padre era siempre el vástago del matrimonio anterior. De cada una de estas parejas vi salir un rayo de luz dirigido hacia María mientras se hallaba en oración. Todo el cuadro creció ante mis ojos como un árbol con ramas luminosas, las cuales iban embelleciéndose cada vez más, y por fin, en un sitio determinado de este árbol de luz, vi la carne y la sangre purísimas e inmaculadas de María, con las cuales Dios debía formar su Humanidad, mostrándose en medio de un resplandor cada vez más vivo.

Oré entonces, llena de júbilo y de esperanza, como un niño que viera crecer delante de sí el árbol de Navidad. Todo esto era una imagen de la proximidad de Jesucristo en la carne y de su Santísimo Sacramento. Era como si hubiese visto madurar el trigo para formar el pan de vida del que me hallara hambrienta. Todo esto es inefable. No puedo decir cómo se formó la carne en la cual se encarnó el mismo Verbo. ¿Cómo es posible esto a una criatura humana que todavía se encuentra dentro de esa carne, de la cual el Hijo de Dios y de María ha dicho que no sirve para nada y que sólo el espíritu vivifica?... También dijo Él que aquéllos que se nutren de su Carne y de su Sangre gozarán de la Vida Eterna y serán resucitados por Él en el último día. Únicamente su Carne y su Sangre son el alimento verdadero y tan sólo aquéllos que toman este Alimento viven en Él, y Él en ellos.

No puedo expresar cómo vi, desde el comienzo, el acercamiento sucesivo de la Encarnación de Dios y con ella la proximidad del Santo Sacramento del Altar, manifestándose de generación en generación; luego una nueva serie de patriarcas representantes del Dios Vivo que reside entre los hombres en calidad de víctima y de alimento hasta su segundo advenimiento en el último día, en la institución del sacerdocio que el Hombre-Dios, el nuevo Adán, encargado de expiar el pecado del primero, ha trasmitido a sus Apóstoles y éstos a los nuevos sacerdotes, mediante la imposición de las manos, para formar así una sucesión semejante de sacerdotes no interrumpida de generación en generación.

Todo esto me enseñó que la recitación de la genealogía de Nuestro Señor ante el Santísimo Sacramento en la fiesta del Corpus Christi, encierra un misterio muy grande y muy profundo. También aprendí por él que así como entre los antepasados carnales de Jesucristo hubo algunos que no fueron santos y otros que fueron pecadores, sin dejar de constituir por eso gradas de la escala de Jacob, mediante las cuales Dios bajó hasta la Humanidad, también los obispos indignos quedan capacitados para consagrar el Santísimo Sacramento y para otorgar el sacerdocio a otros, con todos los poderes que le son inherentes.

Cuando se ven estas cosas se comprende por qué los viejos libros alemanes llaman al Antiguo Testamento la Antigua Alianza o antiguo matrimonio, y al Nuevo Testamento la Nueva Alianza o nuevo matrimonio. La flor suprema del antiguo matrimonio fue la Virgen de las vírgenes, la prometida del Espíritu Santo, la muy casta Madre del Salvador; el vaso espiritual, el vaso honorable, el vaso insigne de devoción donde el Verbo se hizo carne. Con este misterio comienza el nuevo matrimonio, la Nueva Alianza. Esta Alianza es virginal en el sacerdocio y en todos aquéllos que siguen al Cordero, y en ella el Matrimonio es un gran sacramento: la unión de Jesucristo con su prometida la Iglesia.
 

Para poder expresar, en cuanto me sea posible, cómo me fue explicada la proximidad de la Encarnación del Verbo y al mismo tiempo el acercamiento del Santísimo Sacramento del Altar, sólo puedo repetir, una vez más, que todo esto apareció ante mis ojos en una serie de cuadros simbólicos, sin que, a causa del estado en que me encuentro, me sea posible dar cuenta de los detalles en forma inteligible. Sólo puedo hablar en forma general. He visto primero la bendición de la promesa que Dios diera a nuestros primeros padres en el Paraíso y un rayo que iba de esta bendición a la Santísima Virgen, que se hallaba recitando el Magníficat con Isabel. Vi a Abrahán, que había recibido de Dios aquella bendición, y un rayo que partiendo de él llegaba a la Santísima Virgen. Vi a los otros patriarcas que habían llevado y poseído aquella cosa santa y siempre aquel rayo yendo de cada uno de ellos hasta María. Vi después la transmisión de aquella bendición hasta Joaquín, el cual, gratificado con la más alta bendición venida del Santo de los Santos del Templo, pudo convertirse por ello en el padre de la Santísima Virgen concebida sin pecado. Y por último es en Ella donde, por la intervención del Espíritu Santo, el Verbo, se hizo carne. En ella, como en el Arca de la Alianza del Nuevo Testamento, el Verbo habitó nueve meses entre nosotros, oculto a todas las miradas, hasta que habiendo nacido de María en la plenitud de los tiempos, pudimos ver su gloria, como gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Esta noche vi a la Santísima Virgen dormir en su pequeña habitación, teniendo su cuerpo de costado, la cabeza reclinada sobre el brazo. Se hallaba envuelta en un trozo de tela blanca, de la cabeza a los pies. Bajo su corazón vi brillar una gloria luminosa en forma de pera rodeada de una pequeña llama de fulgor indescriptible. En Isabel brillaba también una gloria, menos brillante, aunque más grande, de forma circular; la luz que despedía era menos viva.

Ayer, viernes, por la noche, empezando ya el nuevo día, pude ver en una habitación de la casa de Zacarías, que aún no conocía, una lámpara encendida para festejar el Sábado. Zacarías, José y otros seis hombres, probablemente vecinos de la localidad, oraban de pie bajo la lámpara, en torno de un cofre sobre el cual se hallaban rollos escritos. Llevaban paños sobre la cabeza; pero al orar no hacían las contorsiones que hacen los judíos actuales. A menudo bajaban la cabeza y alzaban los brazos al aire. María, Isabel y otras dos mujeres se hallaban apartadas, detrás de un tabique de rejas, en un sitio desde donde podían ver el oratorio: llevaban mantos de oración y estaban veladas desde la cabeza a los pies.

Luego de la cena del sábado vi a la Virgen Santísima en su pequeña habitación recitando con Isabel el Magníficat. Estaban de pie contra el muro, una frente a la otra, con las manos juntas sobre el pecho y los velos negros sobre el rostro, orando, una después de la otra, como las religiosas en el coro. Yo recité el Magníficat con ellas, y durante la segunda parte del cántico pude ver, unos lejos y otros cerca, a algunos de los antepasados de María, de los cuales partían como líneas luminosas que se dirigían hacia ella.

Vi aquellos rayos de luz saliendo de la boca de sus antepasados masculinos y del corazón del otro sexo, para concluir en la gloria que estaba en María. Creo que Abrahán, al recibir la bendición que preparaba el advenimiento de la Virgen, habitaba cerca del lugar donde María recitó el Magníficat, pues el rayo que partía de él, llegaba hasta María desde un punto muy cercano, mientras que los que partían de personajes mucho más cercanos en el tiempo, parecían venir de muy lejos, de puntos más distantes.

Cuando terminaron el Magníficat, que recitaban todos los días por la mañana y por la noche, desde la Visitación, se retiró Isabel, y vi a la Virgen entregarse al reposo. Habiendo terminado la fiesta del sábado los vi comer de nuevo el domingo por la noche. Tomaron su alimento todos juntos en el jardín cercano a la casa. Comieron hojas verdes que remojaban en salsa. Sobre la mesa había fuentes con frutas pequeñas y otros recipientes que contenían, creo, miel, que tomaban con unas espátulas de asta.



XXXIII

Regreso de José a Nazaret
Más tarde, con claro de luna, estando la noche estrellada y limpia, se puso en viaje José acompañado de Zacarías. Llevaba un pequeño paquete con panes, un cántaro y un bastón de empuñadura curva. Los dos tenían abrigos de viaje con capuz. Las mujeres los acompañaron corto trecho, volviendo solas en medio de una noche hermosísima. Ambas entraron directamente en la
habitación de María, donde había una lámpara encendida, como era habitual cuando ella oraba y se preparaba para el descanso. Las dos se quedaron de pie, una en frente a la otra, y recitaron el Magníficat.

Esta noche he visto a María e Isabel. Lo único que recuerdo es que pasaron toda la noche en oración, aunque no sé la causa de ello. Durante el día he visto a María ocupada en diversos trabajos, como ser trenzado de colchas. Vi a Zacarías y a José, que se hallaban aún en camino: pasaron la noche en un cobertizo. Habían dado grandes rodeos y visitado, me parece, a diversas familias. Creo que les faltaban tres días para el término del viaje. No recuerdo otros detalles.

Ayer vi a José en su casa de Nazaret. Creo que ha ido a ella directamente, sin detenerse en Jerusalén. La criada de Ana se encarga del cuidado doméstico, yendo de una casa a otra. Fuera de ella no hay nadie más en la casa de José, que está completamente solo. También vi a Zacarías de vuelta en su casa.

Vi a María e Isabel recitando el Magníficat y ocupándose de diversos trabajos. Al caer la tarde pasearon por el huerto, donde había una fuente, cosa no común en el país. Por la noche, pasadas las horas de calor, iban a pasear por los alrededores, pues la casa de Zacarías se halla aislada y rodeada de campiñas. Habitualmente se acostaban más o menos a las nueve, levantándose siempre
antes de la salida del sol.

He visto un cuadró indescriptible de la Iglesia. Se me apareció la Iglesia en forma de una fruta octogonal muy delicada que nacía de un tallo cuyas raíces tocaban en una fuente ondulante de la tierra. El tallo no era más alto de lo necesario como para poder ver entre la iglesia y la tierra. Delante de la iglesia había una puerta, sobre la fuente misma, la cual ondeaba arrojando de sí algo blanco como arena hacia ambos lados, y en derredor todo reverdecía y fructificaba. En la parte delantera de la Iglesia no se veía raíz alguna de las que iban a la tierra. Dentro de la iglesia y en medio de ella había, a semejanza de la cápsula de la semilla de la manzana, un recipiente formado de filamentos blancos, muy tiernos, en cuyos intersticios veíanse como las semillas de una
manzana.

En el piso interno de la iglesia había una abertura por la cual se podía mirar la fuente ondeante de abajo. Mientras miraba esto vi que caían algunos granos resecos y marchitos en la fuente. Esa especie de flor se iba transformando cada vez más en una iglesia y la cápsula del medio se iba convirtiendo en un artístico armazón parecido a un hermoso ramo.

Dentro de este artificio he visto a la Santísima Virgen y a Santa Isabel, que parecían a su vez como dos santuarios o Sancta Sanctorum. Vi que ambas se saludaban volviéndose una hacia la otra. En ese momento aparecían dos rostros de ellas: Jesús y Juan. A Juan lo he visto encorvado dentro del seno materno. A Jesús lo vi como lo suelo ver en el Santísimo Sacramento: a semejanza de un pequeño Niño luminoso que iba hacia donde estaba Juan. Estaba de pie, como flotando y llegándose a Juan le quitaba como una neblina. El pequeño Juan estaba ahora con el rostro echado sobre el suelo. La neblina caía al pozo por la mencionada abertura y era absorbida y desaparecía en la fuente que estaba debajo. Luego Jesús levantó al pequeño Juan en el aire, y lo abrazó. Después de esto he visto volver a ambos al seno materno, mientras María e Isabel cantaban el Magníficat.

Bajo este cántico he visto a ambos lados de la Iglesia a José y a Zacarías adelantarse, y detrás de ellos otros muchos hasta llenarse la iglesia, que concluyó en una gran festividad realizada adentro. En derredor de la iglesia crecía una viña con tanta pujanza que fue necesario podarla por varias partes. La iglesia asentóse, por fin, en el suelo; apareció un altar en ella y en la abertura que daba al pozo se formó un baptisterio. Muchísima gente entraba por la puerta a la iglesia. Todas estas transformaciones se produjeron lentamente, como brotando y creciendo. Me es difícil explicar todo esto tal como lo he visto. Más tarde, en la fiesta de San Juan, tuve otra visión. La iglesia octogonal era ahora transparente como cristal o, mejor dicho, como si fueran rayos de agua cristalina. En medio de ella había una fuente de agua, bajo una torrecita, donde vi a Juan bautizando. De pronto se cambió el cuadro y de la fuente del medio brotó un tallo como una flor. En derredor había ocho columnas con una corona piramidal sobre la cual estaban los antepasados de Ana, de Isabel y de Joaquín, con María y José y los antepasados de Zacarías y de José algo apartados de la rama principal. Juan estaba arriba en una rama del medio. Pareció que salía una voz de él, y he visto entonces a muchos pueblos, a reyes y príncipes entrar en la iglesia y a un obispo que distribuía el Santísimo Sacramento. Oí a Juan que hablaba de la gran dicha de la gente que había entrado en la iglesia.



XXXIV

Nacimiento de Juan. María regresa a Nazaret
Vi a la Virgen Santísima después de su vuelta de Juta a Nazaret, pasando algunos días en casa de los padres del discípulo Parmenas, el cual en aquella época no había nacido aún. Creo haber visto esto en el mismo momento del año en que sucedió. Tengo la sensación de que fue así. Según esto, el nacimiento de Juan habría tenido lugar a fines de Mayo o principios de Junio. María se quedó tres meses en casa de Santa Isabel, hasta el nacimiento de Juan. En el tiempo de la circuncisión del niño ya no se hallaba allí.
Cuando María partió para Nazaret, José acudió a su encuentro a la mitad del camino. Cuando José volvió a Nazaret con la Santísima Virgen, notó que se hallaba encinta, y le asaltaron toda clase de dudas y de inquietudes, pues ignoraba la aparición del ángel y su revelación a María.

Después de su desposorio, José había ido a Belén por asuntos de familia, y María, entre tanto, a Nazaret con sus padres o algunas compañeras. La salutación angélica había tenido lugar antes del retorno de José, y María, en su tímida humildad, había guardado silencio sobre el secreto de Dios. José, turbado e inquieto, no demostraba nada exteriormente; pero luchaba en silencio contra sus dudas. La Virgen, que había previsto esto, permanecía grave y pensativa, lo cual aumentaba las angustias de José.

Cuando llegaron a Nazaret la Virgen no se dirigió enseguida a su casa con San José, sino que se quedó dos días en casa de una familia emparentada con la suya, donde habitaban los padres del discípulo Parmenas, no nacido aún, que fue más tarde uno de los siete diáconos en la primera comunidad de los cristianos de Jerusalén. Aquellas gentes se hallaban vinculadas a la Sagrada Familia, siendo la madre, hermana del tercer esposo de María de Cleofás, el cual fue padre de Simeón, obispo de Jerusalén. Tenían una casa y jardín en Nazaret. También tenían parentesco con María Santísima por Isabel. Vi a la Virgen permanecer algún tiempo en esa casa, antes de volver a la de José.

Entre tanto la inquietud de José aumentó de tal manera, que cuando María volvió a su lado, José se había formado el propósito de dejarla, huyendo secretamente de la casa y de su lado. Mientras iba pensando estas cosas se le apareció un ángel, que le dijo palabras que tranquilizaron su ánimo.



XXXV

Preparativos para el nacimiento de Jesús
Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa  se halla más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón. La criada de Ana permanece en Nazaret cuando María está ausente y sirve a José. Veo que mientras vivió Ana casi no tenían hogar independiente del todo, pues recibían siempre de ella todo lo que necesitaban para su manutención.
María y José esperan el Nacimiento de JesúsVeo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento de Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive. En la casa hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo junto a la Virgen y recibe lecciones de María. Creo que es la hija de María de Cleofás y que también se llama María. José no está en Nazaret, pero debe llegar muy pronto. Vuelve de Jerusalén donde ha llevado los animales para el sacrificio. Vi a la Virgen Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con otras mujeres. Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.

Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo. Como creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían a verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de la Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.

Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa de Isabel. Tenía figuras simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja. Hasta he visto algunos hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo de aguja. Todas estas prendas no eran únicamente para uso de la futura madre: había muchas destinadas a los pobres, en los que siempre se pensaba en tales ocasiones solemnes.

Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el suelo alrededor de un cofre, trabajando en una colcha de gran tamaño colocada sobre el cofre. Se servían de unos palillos con hilos arrollados de diversos colores. Ana estaba muy ocupada, e iba de un lado a otro tomando lana, repartiéndola y dando trabajo a cada una de ellas.

José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a llevar animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida por una pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de Belén. Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente. Desde allí se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan sólo tomar informes relativos a un empadronamiento o una percepción de impuestos que exigía la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal.

Con todo, no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada la purificación de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y desde allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas encontraba en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta oportunidad para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de construcción, pues tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada vecina a Jerusalén, condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar.

Atravesando hoy la llanura de Kimki, a seis leguas de Nazaret, se le apareció un ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada. Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla correr en libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.

Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José debía llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje que debía hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su casa de Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados, envueltos en grandes esteras.

Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto a la Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer lo que el ángel le había ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la casa de Ana, donde las vi hacer preparativos para un viaje próximo. Ana estaba muy triste. La Virgen sabía de antemano que el Niño debía nacer en Belén; pero por humildad no había hablado. Estaba enterada de todo por las profecías sobre el nacimiento del Mesías que Ella conservaba consigo en Nazaret.

Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras. En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por los textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad de Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella, en su actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en los valles entre cadenas montañosas.



XXXVI

Partida de María y de José hacia Belén
Esta noche vi a José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás y algunos servidores, salir de la casa de Ana para su viaje. María iba sentada sobre la albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo conducía. Había otro asno sobre el cual debía regresar Ana. Esta mañana he visto a los santos viajeros a unas seis leguas de Nazaret, llegando a la llanura de Kimki, que era el lugar donde el ángel se le había aparecido a José dos días antes. Ana poseía un campo en aquel lugar y los servidores debían tomar allí la burra de un año que José quería llevar, la cual corría y saltaba delante o al lado de los viajeros.

Ana y María de Cleofás se despidieron y regresaron con sus servidores. Vi a la Sagrada Familia caminando por un sendero que subía a la cima de Gelboé. No pasaban por los poblados, y seguían a la pollina, que tomaba caminos de atajo. Pude verlos en una propiedad de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim, por el lado de Samaria. El cuidador los recibió amistosamente, pues los había conocido en un viaje anterior. Su familia estaba relacionada con la de Lázaro.

Veo allí muchos hermosos jardines y avenidas. La casa está sobre una altura; desde la terraza se alcanza a contemplar una gran extensión de la comarca. Lázaro heredó de su padre esta propiedad. He visto que Nuestro Señor se detuvo con frecuencia durante su vida pública en este lugar y enseñó en los alrededores. El cuidador y su mujer trataron muy amistosamente a María. Se admiraron que hubiese emprendido semejante viaje en el estado en que se encontraba, dado que hubiera podido quedarse tranquilamente en casa de Ana.
José y María hacia BelénHe visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando en medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío, donde había caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo a José: "Es necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir". No bien dijo estas palabras se detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto, junto al cual había una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas un asiento para la Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse debajo del árbol y José colgó del árbol su linterna. A menudo he visto hacer lo mismo a las personas que viajan por estos lugares. La Virgen pidió a Dios ayuda contra el frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente de calor tal, que tendió sus manos a José para que él pudiera calentar un tanto sus manos ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron agua de la fuente vecina, mezclándola con gotas del bálsamo que José llevaba en su cántaro.

José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría mucho en ese viaje tan penoso para Ella. Habló del buen alojamiento que pensaba conseguir en Belén. Conocía una casa cuyos dueños eran gente buena y pensaba hospedarse allí con ciertas comodidades. Mientras iban de camino, hacía el elogio de Belén, recordando a María todas las cosas que podían consolarla y alegrarla. Esto me causaba lástima, pues yo sabía todo lo que sufriría: todo iba a acontecer de diferente manera.

A esta altura habían pasado ya dos pequeños arroyos, uno a través de un alto puente, mientras los dos asnos lo cruzaban a nado. La borriquilla que iba en libertad, tenía curiosas actitudes. Cuando el camino era recto y bien trazado, sin peligros para perderse, como entre dos montañas, corría delante o detrás de los viajeros. Cuando el camino se dividía, aguardaba y tomaba el sendero recto. Cuando debían detenerse, se paraba como lo hizo bajo el terebinto.

No sé si pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje. Este viejo terebinto era un árbol sagrado, que había formado parte del bosque de Moré, cerca de Siquem. Abrahán, viniendo de Canaán, había visto aparecer allí al Señor, el cual le había prometido aquella tierra para su posteridad, y el Patriarca alzó un altar debajo del terebinto. Jacob, antes de ir a Betel para ofrecer sacrificio al Señor, había enterrado bajo el árbol los ídolos de Labán y las joyas de su familia. Josué había levantado allí el tabernáculo donde se hallaba el Arca de la Alianza, y, reunida la población, le había exigido renunciar a los ídolos. En este mismo sitio Abimelec, hijo de Gedeón, fue proclamado rey por los siquemitas.

Hoy vi a la Sagrada Familia llegar a una granja, a dos leguas al Sur del terebinto. La dueña de la finca estaba ausente y el hombre no quiso recibir a José, diciéndole que bien podía ir más lejos. Un poco más adelante vieron que la borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también. Los pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con benevolencia: les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran fuego.
Los pastores fueron después a la finca donde había sido rechazada la Sagrada Familia, e hicieron el elogio de José y de la belleza y santidad de María, ante la señora de la casa, la cual reprochó a su marido por haber rechazado a personas tan buenas. Luego vi a esta mujer ir adonde estaba María; pero no se atrevió a entrar por timidez y volvió a su casa a buscar alimentos. La cabaña estaba en el flanco Oeste de una montaña, más o menos entre Samaria y Tebez. Al Este, más allá del Jordán, está Sucot. Ainón se encuentra un poco más al Mediodía, al otro lado del río. Salim está más cerca. Desde allí habría unas doce leguas hasta Nazaret.Pastores reprochan a los posaderosLa mujer volvió en compañía de dos niños a visitar a la Sagrada Familia, trayendo provisiones. Disculpóse afablemente y se mostró muy conmovida por la difícil situación de los caminantes. Después que éstos hubieron comido y descansado, presentóse el marido de aquella mujer y pidió perdón a San José por haberlo rechazado. Le aconsejó que subiera una legua más por la cima de la montaña, que allí encontraría un buen refugio antes de comenzar las fiestas del sábado, donde podría pasar el día del reposo festivo.

Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una posada de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos que dan el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte Norte de la montaña. La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba el asno. Se acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se disculpó, diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto su mujer, y al pedirle la Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquélla sintió una profunda emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló un refugio cómodo en el granero cercano y llevó el asno a la cuadra. La borriquilla corría libre por los alrededores. Siempre estaba lejos de ellos cuando no tenía que señalar camino.



XXXVII

La festividad del Sábado
José preparó su lámpara y se puso a orar en compañía de la Virgen Santísima, guardando la observancia del sábado con piedad conmovedora. Comieron alguna cosa y descansaron sobre esteras extendidas en el suelo. Vi a la Sagrada Familia permanecer allí todo el día. María y José oraban juntos. He visto a la mujer del dueño de la posada pasar el día al lado de María con sus tres hijos. Allegóse también aquella mujer que los había hospedado la víspera, con dos de sus hijos. Se sentaron al lado de María amigablemente, quedando muy impresionados por la modestia y la sabiduría de la Virgen, que conversó también con los niños, dándoles algunas útiles instrucciones. Los niños tenían pequeños rollos de pergamino. María les hizo leer y les habló de modo tan amable que las criaturas no apartaban la vista ni un instante de Ella. Era algo muy conmovedor ver esta atención de los niños y escuchar las enseñanzas de María.
Oracion en sábadoAl caer la tarde vi a José paseando con el dueño de la posada por los alrededores, mirando los campos y los jardines y tratándose familiarmente. Así veo a las personas piadosas del país en el día festivo del sábado. Los santos viajeros quedaron en ese lugar la noche siguiente. Los buenos esposos de la posada se encariñaron sumamente con María y le pidieron que se quedara con ellos hasta el nacimiento del Niño. Le mostraron una habitación muy cómoda, y la mujer se ofreció a servirles de todo corazón y con amable insistencia; pero los viajeros reanudaron su viaje por la mañana muy temprano y descendieron por el Suroeste de la montaña, hacia un hermoso valle. Se alejaron aún más de Samaria. Mientras iban descendiendo se podía ver el templo del monte Garizim, pues se lo ve desde muy lejos. Sobre el techo hay figuras de leones o de otros animales semejantes, que brillan a los rayos del sol.

Hoy los he visto hacer unas seis leguas de camino. Al atardecer se encontraban en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa de pastores bastante grande donde fueron recibidos bien. El dueño de casa estaba encargado de cuidar los campos y jardines, propiedad de una vecina ciudad. La casa no estaba en la llanura sino sobre una pendiente. Todo era fértil en esta comarca y en mejores condiciones que el país recorrido anteriormente; pues aquí se estaba de cara al sol, lo que en la Tierra Prometida es causa de una diferencia notable en esta época del año.

Desde este lugar hasta Belén se encuentran muchas de estas viviendas pastoriles diseminadas en los valles. Algunas hijas de pastores, que vivían en estos lugares, se casaron más tarde con servidores que habían venido con los Reyes Magos, y se quedaron en la comarca. De uno de estos matrimonios era un niño curado por Nuestro Señor, en esta misma casa, a instancias de María, el 31 de Julio de su segundo año de predicación, después de su diálogo con la Samaritana. Jesús eligió luego a este joven y a otros dos para acompañarlo durante el viaje que hizo por Arabia después de la muerte de Lázaro. Este joven fue más tarde discípulo del Señor. He visto que Jesús se detuvo aquí con frecuencia para predicar y enseñar. Ahora José bendice a algunos niños que encontró en la casa.




XXXVIII

Los viajeros son rechazados en varias casas
Hoy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca y fortalece, en recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían de bronce por el brillo. Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado con agua. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos al sol. La montura de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes sobre los cuales apoyaba los pies: de esa manera no quedaban en el aire, como veo a la gente de nuestro país. Los movimientos de María eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se sentaba alternativamente a derecha e izquierda. La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar un sitio donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente. Ambos se lavaban con frecuencia los pies. Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad; pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio su respuesta desde el interior.Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo entraron en un cobertizo cerca del cual habían visto detenerse a la borriquilla. El refugio estaba sobre un terreno llano. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba en todo esto. Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y durmieron algunas horas. Desde la última posada hasta aquí habría unas seis leguas. Se hallaban ahora a unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de Jerusalén. Hasta aquel camino no habían seguido el sendero principal, sino atravesando otros de comunicación que iban del Jordán a Samaria, tocando las grandes rutas que llevan de Siria a Egipto. Los atajos eran muy angostos y en las montañas se hallaban a menudo tan apretados que les era necesario tomar muchas precauciones para poder andar sin tropezar ni caerse. Los asnos avanzaban con paso muy seguro.

Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir. Me parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en este lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron hospitalidad fueron igualmente rechazados groseramente.
A varias leguas al Nordeste de Betania, María se sintió muy fatigada y deseó descansar y tomar alimento. José se desvió una legua de camino en busca de una higuera grande que solía estar cargada de higos, en torno de la cual había asientos para descansar a su sombra. José conoció el lugar en uno de sus anteriores viajes. Al llegar a la higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció mucho. Recuerdo vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en la ocasión que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo.

Más tarde se acercaron a una casa cuyo dueño trató asperamente a José, que le había pedido humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz de una linterna y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial con los santos viajeros.

Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos. Estas personas no eran pastores sencillos, sino como campesinos ricos, gente ocupada en negocios. Jesús visitó una de estas casas, después de su bautismo. La habitación donde la Sagrada Familia había pasado la noche, la habían convertido en oratorio. No recuerdo si era propiamente la casa aquélla cuyo dueño se burló de José. Recuerdo vagamente que el arreglo lo hicieron después de los milagros que sucedieron al Nacimiento de Jesús.