Últimas etapas del camino
En las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada vez más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquilla, hicieron un rodeo de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José había poseído algunos pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la región. Si hubieran seguido atravesando directamente el desierto que se halla al Mediodía, detrás de Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis horas; pero el camino era montañoso y muy incómodo en esta estación.
Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron algo al Jordán. Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.
Junto a la casa, y un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban los instrumentos de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía una fuente rodeada de baños que recibían las aguas de aquélla mediante conductos especiales. El dueño parecía tener extensas propiedades y allí mismo tenía un tráfico considerable. He visto que iban y venían varios servidores que comían en aquella finca.
El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial y los condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se ocuparon del asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras ropas mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron.
La dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa y a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza admirable de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María se dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que los viajeros partieran al día siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí, treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo.
He visto algunos niños. La Santa Familia pasó la noche en este lugar.
Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de unas, dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines. José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo matrimonio de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia; sin embargo, atravesaron este lugar sin detenerse.
A media legua dieron vuelta a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron a una posada grande en cuyo patio había una fuente con cañerías de agua. Encontraron reunidas a muchas gentes que celebraban un funeral. El interior de la casa, en cuyo centro estaba el hogar con una abertura para el humo, había sido transformado en una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles que separaban ordinariamente las diversas piezas. Detrás del hogar había colgaduras negras y frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro. Varios hombres rezaban. Tenían largas vestimentas de color negro y encima otros vestidos blancos más cortos. Algunos llevaban una especie de manípulo negro, con flecos, colgado del brazo. En otra habitación estaban las mujeres completamente envueltas en sus vestiduras, llorando, sentadas sobre cofres muy bajos.
Los dueños de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre, se contentaron con hacerles señas de que entrasen; pero los servidores los recibieron muy cortésmente y se ocuparon de ellos. Les prepararon un alojamiento aparte con esteras suspendidas, que le daba aspecto de carpa. Más tarde he visto a los dueños de casa visitando a la Sagrada Familia, en amigable conversación con ellos. Ya no llevaban las vestiduras blancas. José y María tomaron alimento, rezaron juntos y se entregaron al descanso.
Hoy a mediodía, María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran, pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta me parece que haya dicho treinta y ocho. Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto, no en su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento de la partida vi que José, hablando de sus asnos con el dueño de la casa, elogiaba los animales de éste, y dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla en caso de necesidad. Los huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento en Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro de ser bien recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la buena acogida que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino. Vemos, pues, que hasta los santos pueden estar en error.
Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un rodeo hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos. José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta casa se cobraban entonces los impuestos para el gobierno romano.
José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en Belén. La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la ciudad, hacia el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran edificio. María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas que cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable; el sol se muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se contempla un paisaje muy hermoso.
José se halla en una habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le preguntan quién es y consultan grandes rollos escritos, algunos suspendidos de los muros; los despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José parecía no saber que también María, por Joaquín, descendía en línea directa de David. El hombre pregunta dónde se halla su mujer.
Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto para la gente del país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto se halla en vigor desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes, pero sin regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado un poco retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde que no posee bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.
Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún otro comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país, como Magdala, cerca del lago de Genesaret, donde acuden a pagar las gentes de Galilea y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces, sobre los cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en el lugar de su nacimiento. Este impuesto será dividido dentro de tres meses en tres partes, cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador Augusto, para Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto. Habiendo participado en una guerra y teniendo derechos sobre una parte del país, es preciso darle algo. La segunda parte está destinada a la construcción del Templo: me parece que debe servir para abonar una deuda contraída. La tercera debiera ser para las viudas y los pobres, que desde tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún en nuestra época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan estos buenos motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de los poderosos.
Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas, pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a su mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María, dejando al pobre José lleno de confusión.
Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más adentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado.
Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias veces y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes decían que el sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar.
Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José condujo a María bajo este árbol y le arregló un asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol.
María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin sentóse sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.
José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.
Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado.
Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un montecillo y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como las del boj.
En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino que lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada estaba al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada por un lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina.
La gruta era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que llevaba al valle de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes en trabajos toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra entrada que, generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para mayor comodidad.
Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más amplia, que llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad, que terminaba debajo de la gruta del pesebre. La entrada común a la gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde el lugar se podían ver los techos de algunas casitas de Belén. Saliendo de allí y torciendo a la derecha, se llegaba a una gruta más profunda y oscura, en la cual hubo de ocultarse María alguna vez.
Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado sobre estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese lado, de modo que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la parte Meridional tenía la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde entraba aire y luz. Una abertura semejante había en la bóveda de la misma roca: estaba cubierta de césped y era la extremidad de la altura sobre la cual estaba edificada la ciudad de Belén.
Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la misma naturaleza, había que descender más. El suelo en torno de la gruta se alzaba, de modo que la gruta misma estaba rodeada de un banco de piedra de variable anchura. Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes uniformes y limpias, hasta agradables a la vista.
Al Norte del corredor había una entrada a otra gruta lateral más pequeña. Pasando delante de esta entrada, se hallaba el sitio donde José solía encender fuego; luego la pared daba vuelta al Nordeste en la otra gruta, más amplia, situada a mayor altura. Allí he visto más tarde el asno de José. Detrás de este sitio había un rincón bastante grande, donde cabía el asno con suficiente forraje.En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la Virgen Santísima cuando nació de Ella la Luz del mundo. En la parte que se extiende al Mediodía estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús. El pesebre no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí. Para beber no tenían más que agachar la cabeza al bebedero de piedra que estaba debajo.
Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba sentada la Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle sus dones. Saliendo del pesebre y dando vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta, se pasaba por frente a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio donde hizo José más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques de zarzos. En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios objetos.
Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que conducía al valle de los pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse casitas y en el llano, cobertizos con techos de cañas, sostenidos por estacas. Delante de la gruta la colina bajaba a un valle sin salida, cerrado por el Norte, ancho de más o menos medio cuarto de legua. Había allí zarzales, árboles y jardines. Atravesando una hermosa pradera, donde había una fuente y pasando bajo los árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen Santísima se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta había un gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí se podía contemplar Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.
He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido y dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia de siete años. Fue allí donde un ángel le dijo a Eva que Dios le daba a Set en lugar de Abel. Aquí en la gruta de Maraha, fue escondido y alimentado Set, pues sus
hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con José.
En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas, pude verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar y dormir cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o sobre colchones de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre, puede haber servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya certeza de estas cosas.
Recuerdo también haber visto en mis visiones sobre la predicación de Jesús, que el 6 de Octubre el Señor, después de su bautismo, celebró la festividad del sábado en la gruta del pesebre, que los pastores habían transformado en oratorio.
Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó a edad muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes montada en un camello y vivó a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus últimos tiempos lo siguió también al valle de los pastores, donde Abrahán había alzado sus carpas en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien años y viendo llegar su última hora pidió a Abrahán que la enterrara en esa gruta, acerca de la cual hizo algunas predicciones y a la que llamó Gruta de la leche o Gruta de la nodriza. Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado, y brotó allí una fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y alto, abierto en una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de esta materia que no alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa de materia se podía llegar hasta la entrada de otra gruta más alta. La gruta fue ensanchada más tarde, puesto que Abrahán hizo excavar su parte lateral para la tumba de Maraha. Sobre un gran bloque de piedra había una especie de gamella, también de piedra, sostenida por patas cortas y gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto en tiempos de Jesucristo.
Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación profética con la Madre del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían; pues en la historia de la juventud de Abrahán se halla también una persecución figurativa de ésta, y su nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era desde tiempos de Abrahán lugar de devoción, sobre todo para las madres y nodrizas: en esto había algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se veneraba, de modo figurado, a la Santísima Virgen; lo mismo como Elías la había visto en aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el monte Carmelo.
Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo alimentado con su leche a un antepasado de María. No puedo expresar esto bien; pero todo era como un pozo profundo que iba hasta la fuente de la vida universal y del que siempre se sirvieron, hasta que María surgió como única fuente de agua limpia e inmaculada.
El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos parecía un gran tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un terebinto. Abrahán se encontró con Melquisedec debajo de este árbol, no recuerdo ahora en qué ocasión. Este coposo árbol tenía algo de sagrado para los pastores y las gentes de los alrededores: les gustaba descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su historia, pero creo que el mismo Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente donde los pastores iban por agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes singulares. A ambos lados del árbol habían levantado cabañas abiertas para descansar y todo esto estaba rodeado de un cerco protector. Más tarde he visto que Santa Elena hizo construir allí una iglesia, donde se celebró la santa Misa.
En las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada vez más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquilla, hicieron un rodeo de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José había poseído algunos pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la región. Si hubieran seguido atravesando directamente el desierto que se halla al Mediodía, detrás de Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis horas; pero el camino era montañoso y muy incómodo en esta estación.
Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron algo al Jordán. Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.
Junto a la casa, y un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban los instrumentos de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía una fuente rodeada de baños que recibían las aguas de aquélla mediante conductos especiales. El dueño parecía tener extensas propiedades y allí mismo tenía un tráfico considerable. He visto que iban y venían varios servidores que comían en aquella finca.
El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial y los condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se ocuparon del asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras ropas mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron.
La dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa y a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza admirable de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María se dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que los viajeros partieran al día siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí, treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo.
He visto algunos niños. La Santa Familia pasó la noche en este lugar.
Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de unas, dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines. José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo matrimonio de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia; sin embargo, atravesaron este lugar sin detenerse.
A media legua dieron vuelta a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron a una posada grande en cuyo patio había una fuente con cañerías de agua. Encontraron reunidas a muchas gentes que celebraban un funeral. El interior de la casa, en cuyo centro estaba el hogar con una abertura para el humo, había sido transformado en una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles que separaban ordinariamente las diversas piezas. Detrás del hogar había colgaduras negras y frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro. Varios hombres rezaban. Tenían largas vestimentas de color negro y encima otros vestidos blancos más cortos. Algunos llevaban una especie de manípulo negro, con flecos, colgado del brazo. En otra habitación estaban las mujeres completamente envueltas en sus vestiduras, llorando, sentadas sobre cofres muy bajos.
Los dueños de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre, se contentaron con hacerles señas de que entrasen; pero los servidores los recibieron muy cortésmente y se ocuparon de ellos. Les prepararon un alojamiento aparte con esteras suspendidas, que le daba aspecto de carpa. Más tarde he visto a los dueños de casa visitando a la Sagrada Familia, en amigable conversación con ellos. Ya no llevaban las vestiduras blancas. José y María tomaron alimento, rezaron juntos y se entregaron al descanso.
Hoy a mediodía, María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran, pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta me parece que haya dicho treinta y ocho. Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto, no en su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento de la partida vi que José, hablando de sus asnos con el dueño de la casa, elogiaba los animales de éste, y dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla en caso de necesidad. Los huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento en Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro de ser bien recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la buena acogida que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino. Vemos, pues, que hasta los santos pueden estar en error.
Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un rodeo hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos. José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta casa se cobraban entonces los impuestos para el gobierno romano.
José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en Belén. La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la ciudad, hacia el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran edificio. María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas que cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable; el sol se muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se contempla un paisaje muy hermoso.
José se halla en una habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le preguntan quién es y consultan grandes rollos escritos, algunos suspendidos de los muros; los despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José parecía no saber que también María, por Joaquín, descendía en línea directa de David. El hombre pregunta dónde se halla su mujer.
Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto para la gente del país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto se halla en vigor desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes, pero sin regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado un poco retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde que no posee bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.
Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún otro comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país, como Magdala, cerca del lago de Genesaret, donde acuden a pagar las gentes de Galilea y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces, sobre los cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en el lugar de su nacimiento. Este impuesto será dividido dentro de tres meses en tres partes, cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador Augusto, para Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto. Habiendo participado en una guerra y teniendo derechos sobre una parte del país, es preciso darle algo. La segunda parte está destinada a la construcción del Templo: me parece que debe servir para abonar una deuda contraída. La tercera debiera ser para las viudas y los pobres, que desde tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún en nuestra época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan estos buenos motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de los poderosos.
Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas, pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a su mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María, dejando al pobre José lleno de confusión.
Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más adentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado.
Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias veces y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes decían que el sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar.
Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José condujo a María bajo este árbol y le arregló un asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol.
María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin sentóse sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.
José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.
Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado.
Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un montecillo y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como las del boj.
En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino que lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada estaba al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada por un lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina.
La gruta era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que llevaba al valle de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes en trabajos toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra entrada que, generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para mayor comodidad.
Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más amplia, que llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad, que terminaba debajo de la gruta del pesebre. La entrada común a la gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde el lugar se podían ver los techos de algunas casitas de Belén. Saliendo de allí y torciendo a la derecha, se llegaba a una gruta más profunda y oscura, en la cual hubo de ocultarse María alguna vez.
Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado sobre estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese lado, de modo que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la parte Meridional tenía la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde entraba aire y luz. Una abertura semejante había en la bóveda de la misma roca: estaba cubierta de césped y era la extremidad de la altura sobre la cual estaba edificada la ciudad de Belén.
Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la misma naturaleza, había que descender más. El suelo en torno de la gruta se alzaba, de modo que la gruta misma estaba rodeada de un banco de piedra de variable anchura. Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes uniformes y limpias, hasta agradables a la vista.
Al Norte del corredor había una entrada a otra gruta lateral más pequeña. Pasando delante de esta entrada, se hallaba el sitio donde José solía encender fuego; luego la pared daba vuelta al Nordeste en la otra gruta, más amplia, situada a mayor altura. Allí he visto más tarde el asno de José. Detrás de este sitio había un rincón bastante grande, donde cabía el asno con suficiente forraje.En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la Virgen Santísima cuando nació de Ella la Luz del mundo. En la parte que se extiende al Mediodía estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús. El pesebre no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí. Para beber no tenían más que agachar la cabeza al bebedero de piedra que estaba debajo.
Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba sentada la Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle sus dones. Saliendo del pesebre y dando vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta, se pasaba por frente a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio donde hizo José más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques de zarzos. En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios objetos.
Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que conducía al valle de los pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse casitas y en el llano, cobertizos con techos de cañas, sostenidos por estacas. Delante de la gruta la colina bajaba a un valle sin salida, cerrado por el Norte, ancho de más o menos medio cuarto de legua. Había allí zarzales, árboles y jardines. Atravesando una hermosa pradera, donde había una fuente y pasando bajo los árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen Santísima se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta había un gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí se podía contemplar Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.
He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido y dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia de siete años. Fue allí donde un ángel le dijo a Eva que Dios le daba a Set en lugar de Abel. Aquí en la gruta de Maraha, fue escondido y alimentado Set, pues sus
hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con José.
En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas, pude verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar y dormir cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o sobre colchones de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre, puede haber servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya certeza de estas cosas.
Recuerdo también haber visto en mis visiones sobre la predicación de Jesús, que el 6 de Octubre el Señor, después de su bautismo, celebró la festividad del sábado en la gruta del pesebre, que los pastores habían transformado en oratorio.
Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó a edad muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes montada en un camello y vivó a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus últimos tiempos lo siguió también al valle de los pastores, donde Abrahán había alzado sus carpas en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien años y viendo llegar su última hora pidió a Abrahán que la enterrara en esa gruta, acerca de la cual hizo algunas predicciones y a la que llamó Gruta de la leche o Gruta de la nodriza. Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado, y brotó allí una fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y alto, abierto en una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de esta materia que no alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa de materia se podía llegar hasta la entrada de otra gruta más alta. La gruta fue ensanchada más tarde, puesto que Abrahán hizo excavar su parte lateral para la tumba de Maraha. Sobre un gran bloque de piedra había una especie de gamella, también de piedra, sostenida por patas cortas y gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto en tiempos de Jesucristo.
Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación profética con la Madre del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían; pues en la historia de la juventud de Abrahán se halla también una persecución figurativa de ésta, y su nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era desde tiempos de Abrahán lugar de devoción, sobre todo para las madres y nodrizas: en esto había algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se veneraba, de modo figurado, a la Santísima Virgen; lo mismo como Elías la había visto en aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el monte Carmelo.
Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo alimentado con su leche a un antepasado de María. No puedo expresar esto bien; pero todo era como un pozo profundo que iba hasta la fuente de la vida universal y del que siempre se sirvieron, hasta que María surgió como única fuente de agua limpia e inmaculada.
El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos parecía un gran tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un terebinto. Abrahán se encontró con Melquisedec debajo de este árbol, no recuerdo ahora en qué ocasión. Este coposo árbol tenía algo de sagrado para los pastores y las gentes de los alrededores: les gustaba descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su historia, pero creo que el mismo Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente donde los pastores iban por agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes singulares. A ambos lados del árbol habían levantado cabañas abiertas para descansar y todo esto estaba rodeado de un cerco protector. Más tarde he visto que Santa Elena hizo construir allí una iglesia, donde se celebró la santa Misa.