jueves, 3 de junio de 2021

Unidad entre el cuerpo y el alma

 

Unidad entre el cuerpo y el alma

Aunque sea grande la diferencia entre el cuerpo terreno y el transfigurado, hay entre ellos una estrechísima relación. Es dogma de fe que el cuerpo resucitado es específica y numéricamente idéntico al cuerpo terreno.

La doctrina cristiana, basándose en la naturaleza del alma y en diversos pasajes de la Sagrada Escritura, muestra la conveniencia de la resurrección del propio cuerpo y la unión de nuevo con el alma. En primer lugar, porque el alma es solo una parte del hombre, y mientras esté separada del cuerpo no podrá gozar de una felicidad tan completa y acabada como poseerá la persona entera. También, por haber sido creada el alma para unirse a un cuerpo, una separación definitiva violentaría su modo de ser propio; pero, sobre todo otro argumento, es más conforme con la sabiduría, justicia y misericordia divinas que las almas vuelvan a unirse a los cuerpos, para que ambos, el hombre completo –que no es solo alma, ni solo cuerpo–, participen del premio o del castigo merecido en su paso por la vida en la tierra; aunque es de fe que el alma inmediatamente después de la muerte recibe el premio o el castigo, sin esperar el momento de la resurrección del cuerpo.

A la luz de la enseñanza de la Iglesia vemos con mayor profundidad que el cuerpo no es un mero instrumento del alma, aunque de ella recibe la capacidad de actuar y con ella contribuye a la existencia y desarrollo de la persona. Por el cuerpo, el hombre se halla en contacto con la realidad terrena, que ha de dominar, trabajar y santificar, porque así lo ha querido Dios. Por él, el hombre puede entrar en comunicación con los demás y colaborar con ellos para edificar y desarrollar la comunidad social. Tampoco podemos olvidar que a través del cuerpo el hombre recibe la gracia de los sacramentos: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?.

Somos hombres y mujeres de carne y hueso, pero la gracia ejerce su influjo incluso sobre el cuerpo, divinizándolo en cierto modo, como un anticipo de la resurrección gloriosa. Mucho nos ayudará a vivir con la dignidad y el porte de un discípulo de Cristo considerar frecuentemente que este cuerpo nuestro, templo ahora de la Santísima Trinidad cuando vivimos en gracia, está destinado por Dios a ser glorificado. Acudamos hoy a San José para pedirle que nos enseñe a vivir con delicado respeto hacia los demás y hacia nosotros mismos. Nuestro cuerpo, el que tenemos en la vida terrena, también está destinado a participar para siempre de la gloria inefable de Dios.

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