domingo, 16 de febrero de 2025

El Agus Bendita...

 

Estudio científico: El Agua Bendita protege de las radiaciones

El Laboratorio científico del Instituto de Medicina Industrial y Naval analizó al agua, antes y después de ser bendecida. Los resultados demuestran que al hacerse la oración del Padre Nuestro y la Señal de la Cruz sobre el agua, la concentración de bacterias dañinas se reduce cientos de veces. La radiación electromagnética disminuye notablemente.

Si el agua bendita es tan poderosa contra los demonios en el mundo espiritual, de qué no será capaz en el mundo material

Entrevista a Maria Simma

—¿Cómo puede ayudarnos, a nosotros y a las almas del purgatorio, el agua bendita?

—Deberíamos tener agua bendita a mano en todos los hogares. Deberíamos usarla con frecuencia. En caso de que algo nos perturbe, o si se ha cometido un gran pecado, deberíamos rociar el lugar con agua bendita. Es una protección poderosa contra Satanás. Las almas del purgatorio piden que haya agua bendita en todas las tumbas, y se congregan y nos ayudan en cualquier lugar donde se utilice con frecuencia. También, para discernir si una actividad es demoníaca o no, el agua bendita contestará rápidamente la pregunta por nosotros. Los demonios escapan de ella y vuelve la paz cuando se utiliza.
Existen además estudios en la actualidad que prueban que el agua bendita es también una protección contra las radiaciones peligrosas.

Precisamente justo ahora con el Covid-19, se ha prohibido absolutamente el agua bendita en todas las iglesias y capillas, siendo sustituida por el infame y demoníaco gel hidroalcólico. Recordar que también se ha prohibido bañarse en el agua de Lourdes, de propiedades comprobadamente curativas.

Estos siervos de Satanás que gobiernan la Iglesia en la actualidad saben muy bien donde atacar para servir a su jefe y dejar al rebaño a merced de los lobos.

EFECTOS CIENTÍFICOS OBSERVADOS AL BENDECIR Y ORAR

Científicos rusos han descubierto y demostrado el mecanismo “material” del fenómeno divino de bendecir y orar (1). “Una oración es un medicamento poderosísimo”, afirma Valeri Slezin, jefe del Laboratorio de Neuropsicofisiología del Instituto de Investigación y Desarrollo Psiconeurológico Bekhterev de San Petersburgo. “La oración no solo regula todos los procesos del organismo humano, sino que también repara la estructura de la conciencia más afectada” (2).

El profesor Slezin hizo algo que resulta difícil de creer: medir el poder de la oración. Registrando los electroencefalogramas de algunos monjes al momento de orar, logró captar un fenómeno extraordinario, la desconexión completa del córtex cerebral.

Este estado puede observarse solo en bebés de tres meses, cuando la cercanía de su mamá les provoca una sensación de completa seguridad. A medida que la persona crece, tal sensación desaparece, la actividad cerebral aumenta y el ritmo de las bio-corrientes cerebrales raramente se manifiesta, salvo en las horas de sueño profundo o al orar, como ha demostrado el científico mencionado.

Valeri Slezin ha llamado a este estado desconocido “leve vigía, al orar” y ha demostrado que tiene una importancia vital para cada persona.

Es un hecho conocido que las enfermedades son provocadas también por situaciones difíciles y sucesos que nos quedan grabados en la mente. Al orar, sin embargo, las preocupaciones quedan en un plano secundario e incluso desaparecen totalmente. De esta manera se hace posible el restablecimiento psíquico, emocional y físico.

Los oficios de la Iglesia también tienen un importante rol en la recuperación de la salud. La ingeniera y electrofísica Angelina Malakovskaia, del Laboratorio de Tecnología Médica y Biológica, ha dirigido numerosos estudios para medir las diferencias en la salud de las personas, antes y después de asistir a algún oficio religioso. Los resultados han demostrado que participar de los servicios litúrgicos hace que se normalice la presión sanguínea y también determinados valores medibles en la sangre.

Parece que las oraciones pueden incluso neutralizar las radiaciones

Se sabe que después de la explosión de Chernobyl, los instrumentos para medir la radiación demostraron valores que llegaban a sobrepasar el límite cuantificable. Sin embargo, en el área en donde se encuentra la Iglesia del Arcángel Miguel, a 4 km de los reactores nucleares, el valor de la radiación se mantuvo normal.

Agua bendita, campanas y la señal de la cruz

Los científicos de Petersburgo también han confirmado, basándose en distintos experimentos efectuados, que el agua bendita (aghiasma), la Señal de la Cruz e incluso el repique de las campanas pueden tener propiedades sanadoras. Por eso, en Rusia, las campanas siempre se han hecho sonar en épocas de epidemia.

La frecuencia emitida por las campanas podría eliminar los agentes que provocan enfermedades como la gripe, la hepatitis o el tifus. Según Malakovskaia, las proteínas de los virus parecieran volverse incapaces de portar tales infecciones cuando las campanas emiten sonidos.

La Señal de la Cruz tiene un efecto aún más significativo: es capaz de eliminar microbios patógenos, no solo en el agua corriente, sino también en los ríos y lagos. Es más eficiente incluso que los más recientes aparatos de desinfección con radiación magnética.

El poder de la bendición

El Laboratorio científico del Instituto de Medicina Industrial y Naval analizó al agua, antes y después de ser bendecida. Los resultados demuestran que al hacerse la oración del Padre Nuestro y la Señal de la Cruz sobre el agua, la concentración de bacterias dañinas se reduce cientos de veces. La radiación electromagnética disminuye notablemente.

Así, la práctica común entre ortodoxos de hacer la Señal de la Cruz sobre todo alimento y bebida no tiene solamente un valor espiritual, sino también preventivo.

El agua bendita (aghiasma) no solamente se purificó, sino que también cambió su estructura, volviéndose completamente inofensiva y capaz de sanar. Todo esto ha sido demostrado científicamente.

El espectrógrafo muestra una densidad óptica más grande en el agua bendita, como si hubiera entendido el sentido de las oraciones sobre ella y las hubiera guardado en su memoria. Esta es la causa del poder curativo que tiene la aghiasma. El único limitante es, en todo caso, que sana solamente a quienes tienen fe.

En palabras de A. Malenkovskaia: “el agua distingue el nivel de fe de las personas”. Cuando un sacerdote bendice el agua, la densidad óptica de esta es 2.5 veces más grande. Cuando la bendición la hace un laico creyente, la densidad crece solamente 1.5 veces, pero cuando la bendición la realiza alguien que no ha sido bautizado o que no cree o ni siquiera lleva consigo una pequeña cruz, los cambios operados en el agua son completamente insignificantes.

Incluso la oración protege de la radiación nuclear por lo que aconsejo a todos los sometidos a radiaciones y a los vacunados rezarlo diariamente y usar agua bendita.

El Milagro de Hiroshima: Jesuitas sobrevivieron a la bomba atómica gracias al Rosario

Frente al 75 aniversario de los ataques atómicos a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, la Iglesia recuerda un episodio documentado por historiadores y médicos que es conocido como el Milagro de Hiroshima.

El 6 de agosto de 1945, fiesta de la Transfiguración, cuatro sacerdotes jesuitas alemanes sobrevivieron al impacto de la bomba nuclear “Little Boy” en Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial.

Los jesuitas Hugo Lassalle, superior en Japón, Hubert Schiffer, Wilhelm Kleinsorge y Hubert Cieslik, se encontraban en la casa parroquial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, uno de los pocos edificios que resistió a la bomba. En el momento de la explosión, uno de ellos se encontraba celebrando la Eucaristía, otro desayunaba y el resto en las dependencias de la parroquia.

Según escribió el propio P. Hubert Cieslik en su diario, únicamente sufrieron daños menores producto de cristales rotos, pero ninguno a consecuencia de la energía atómica liberada por la bomba. 

Los médicos que los atendieron tiempo después les advirtieron que la radiación recibida les produciría lesiones graves, así como enfermedades e incluso una muerte prematura.

El pronóstico nunca se cumplió. No desarrollaron ningún trastorno y en 1976, 31 años después del lanzamiento de la bomba, el P. Schiffer acudió al Congreso Eucarístico de Filadelfia (Estados Unidos) y relató su historia, donde confirmó que los cuatro jesuitas estaban aún vivos y sin ninguna dolencia.

Fueron examinados por decenas de doctores unas 200 veces a lo largo de los años posteriores y no se halló en sus cuerpos rastro alguno de la radiación.

Los cuatro religiosos nunca dudaron de que habían gozado de la protección divina y de intercesión de la Virgen: “Vivíamos el mensaje de Fátima y rezábamos juntos el Rosario todos los días”, explicaron.

(1) De hecho, fueron capaces de medir algunos efectos, demostrando científicamente lo que sabían los Santos Padres en casi 2,000 años de experiencia, pero tal “mecanismo”, divino en su esencia, no puede ser explicado en términos humanos. (Nota de J. Bulighina)

(2) Este poder sanador en lo físico, lo moral y lo espiritual, del Padre Nuestro dicho con fe, se puede apreciar en el programa 12 Pasos para Alcohólicos Anónimos y para familias afectadas por el alcoholismo. Algunas personas que estaban a un paso de morir o pacientes de hospitales para problemas mentales han experimentado transformaciones milagrosas.

Portal Bien de Salud

Aci Prensa

EJÉRCITO REMANENTE...

sábado, 15 de febrero de 2025

La admirable Ascencion...



 


LA ASCENSIÓN DE CRISTO A LOS CIELOS: ALGUNAS REFLEXIONES

Hermanos en la fe,

feliz día de la Ascensión de Jesús a los Cielos, solemnidad de la Iglesia.

Querría hacer unas breves reflexiones sobre este dogma, recogido en el Credo de los apóstoles (el credo corto, el más antiguo). Se trata de la Ascensión de Cristo al Cielo en cuerpo y alma. Un dogma que nos asombra, una vez más, por lo que muestra de exceso de Amor de Dios hacia los hombres.

Cristo, después de su Resurrección, se apareció varias veces a sus apóstoles y a otras muchas personas, con su cuerpo resucitado y glorioso. Ese cuerpo tenía características bien conocidas por la teología, que se explican en los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles:

– 1. Impasibilidad: es decir, la propiedad de no poder sufrir, ni padecer enfermedad o muerte. Definiéndola con mayor precisión, es «la imposibilidad de sufrir y morir».

– 2. Sutilidad, sutileza o penetrabilidad: es la propiedad por la cual el cuerpo adquiere una facultad semejante a la de los espíritus en cuanto puede penetrar los cuerpos sólidos sin lesionarse ni lesionar, es decir, poder atravesar otros cuerpos y materia.

– 3. Agilidad: es la capacidad del cuerpo para obedecer al espíritu en todos sus movimientos con suma facilidad y rapidez, pudiendo, por ejemplo, trasladarse a la distancia deseada en forma instantánea.

– 4. Claridad: es el estar libre de todo lo inicuo y rebosar exterior e interiormente hermosura y esplendor.

Así serán los cuerpos de los hombres que resuciten en la Parusía del Señor, porque Cristo es, en todo, modelo y primicia para los hombres. Porque por donde pasó la Cabeza que es Cristo ha de pasar su Cuerpo, que es la Iglesia:
“Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual” (1 Cor. 15, 42-44).

La segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, siendo espíritu divino, bajó del Cielo y se encarnó de María la Virgen, recibiendo un cuerpo y naturaleza humanos, naturaleza que se unía de manera perfecta a la
naturaleza divina, formando una única persona divina. Perfecto Dios, perfecto Hombre.

Dios Padre le preparó un cuerpo a su Hijo para que pudiera sufrir en sus carnes una dolorosísima Pasión, para que pudiera pagar con sus heridas y su sufrimiento la deuda acumulada desde Adán: “Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo” (Hebreos 10, 5).

Al morir, la deuda queda cancelada y, tras su resurrección, Dios-Hijo sube de nuevo al Cielo, ya sin la carga del pecado, pero llevando algo consigo maravilloso: la naturaleza humana, su cuerpo y alma humanos. Porque también la carne está llamada a ser glorificada y habitar en el Cielo, como tantas veces nos recuerda San Ireneo.

Cristo bien podría haber “usado” temporalmente el cuerpo que le dieron Dios y su Madre María Santísima para sufrir la Pasión, abandonándolo en el sepulcro y subiendo al Cielo tal y como vino, con su espíritu divino. Pero no es ésa la lógica del Amor. Puesto que el Hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, con altísima dignidad, Cristo se lleva consigo lo que tanto ama, este cuerpo nuestro frágil y hecho de barro, glorificado por la Resurrección.
No quiso dejar atrás las llagas y heridas de su Pasión, que son también las nuestras, las que nos causa el pecado, el mundo y la concupiscencia. Y lo hizo así para recordarle al Padre su Amor infinito hacia los hombres. El Hombre, por así decirlo, entra en el Cielo, unido a la naturaleza divina de Cristo. En la idea de bajar desde el Cielo y subir portando consigo la naturaleza humana hay una preciosa idea de rescate del Hombre. Podríamos decir, parafraseando las bellísimas palabras del Padre al hijo pródigo: “Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado”.

“¡Ecce Homo!», dice Pilato: he ahí al Hombre, llagado y herido de muerte por el pecado, resumido todo él en Cristo, torturado hasta la muerte. Pero no podía acabar ahí, porque ese Hombre machacado por el pecado es luego sanado en la Resurrección y asciende también al Cielo, precioso, perfecto y bello, unido a Cristo.

En resumidas cuentas, podemos decir que Cristo asciende al Cielo en cuerpo y alma, fundamentalmente, por tres razones:

– Primero, para tomar posesión del Reino: Dios Padre le pone por encima de todo nombre, de toda potestad y trono o dominación.

– Segundo: porque sólo desde el Cielo, en unión con su Padre, pudo enviar su Espíritu Santo a los apóstoles y discípulos, y comenzar la labor de evangelización de todo el orbe.

– Tercero, para ser intercesor y mediador entre Dios y los hombres. Porque para Dios Padre son irresistibles las peticiones de su Hijo cuando le muestra las heridas, agujeros y llagas de su Pasión, ya que le recuerdan el Amor que siente por nosotros.

“El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y por sus llagas fuimos nosotros curados” (Is. 53, 5).

Fijémonos que Cristo asciende al Cielo a los 40 días, número no casual, que recuerda a los 40 años que Israel vagó por el desierto hasta entrar en la Tierra prometida.

Y es que la ascensión de Cristo es el modelo de lo que será el hombre resucitado, cuando nuestro cuerpo, ya glorioso, se una a nuestra alma en el Cielo. La Ascensión y la carne gloriosa de Cristo nos recuerdan el feliz destino de aquellos bienaventurados que, tras su muerte, sean hallados justos y dignos de salvarse.

Cristo sube solo, por su propio poder (asciende), mientras que María Santísima, pocos años más tarde, le sigue al Cielo, pero ascendida por medio de los ángeles (asunción), ya que Ella es creatura. En esto vemos también cómo María Santísima sigue siempre a su Hijo en todo, también en llevarse su cuerpo al Cielo. Porque sólo hay dos personas en el Cielo con cuerpo: Jesús y María. Dios restituye en ellos la imagen de Adán y Eva, caídos tras el pecado original. Jesús y María son los nuevos Adán y Eva, recreados para salvar al mundo del pecado original y de la muerte.

Cuando Cristo asciende, una nube oculta la vista del Señor a los apóstoles. No es que desaparezca, sino que es un “hasta luego”, un ocultarse a la vista, en algo parecido a como queda su presencia real y sustancial en la hostia consagrada, velada por los accidentes del pan.

Antes de subir, Cristo les dice a los apóstoles que sean sus testigos en el mundo. Ese encargo sólo será posible cuando el Padre cumpla su promesa de enviarles el Paráclito, que procede del Padre y del Hijo, diez días más tarde, en Pentecostés.

Y, finalmente, otra idea: tal y como subió al Cielo Cristo así bajará en su Parusía, dicen los dos ángeles a los apóstoles, al final de los últimos tiempos. Bajará entre nubes, en gloria y majestad, al son de trompetas, como ascendió. Y no falta mucho. Y los mismos pocos que le despidieron serán los pocos que le reciban. ¿Acaso habrá fe sobre la Tierra cuando venga el Hijo del Hombre? (Lc. 18, 8). Sí, en el resto fiel que le espera, los que no hayan apostatado, consagrados al Inmaculado Corazón de María.

Hermanos, espero que estas breves líneas os hayan ayudado a comprender la profundidad maravillosa de este dogma de la Iglesia.

Como vara de almendro...