La distinción clave para él es entre la fe de carbonero y la fe crítica, que marcan las dos partes de su obra. Según él, la primera “no presenta ningún problema,” mientras que la segunda aborda temas “candentes.” Tan candentes como la resurrección de Cristo y la virginidad física perpetua de María, la Madre del Señor. Para entrar en aguas que tiene razón para presentir turbulentas, el autor aclara casi de entrada:
La obra fue revisada por dos teólogos, profesores de la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana, quienes, después de detenido análisis del texto y charlas con el autor, garantizan que no contiene errores en la fe y que todo lo que allí se dice es defendible hoy día en la Iglesia Católica y puede ayudar a todo católico, abierto al cambio, a crecer en el conocimiento y amor de Jesucristo, y a continuar firme y estable en la Iglesia Católica. El superior religioso le dio su aprobación.
Con mucho, esa es la parte que me resulta más dolorosa. Pero no entremos en mis dolores. No tan pronto.
Llano quiere en realidad proponer una transición: de la fe acrítica, la del carbonero, a la fe crítica, actualizada, razonable, y sobre todo, adulta. Dice que le tomó 40 años hacer esa transición y su libro documenta a qué llegó al final de ese recorrido. Algunos de sus resultados básicos son:
La virginidad de María es metafórica o espiritual, pues en realidad María tuvo otros hijos. Hablar de virginidad física es un “engaño infantil.”
Por supuesto, una discusión completa supone abordar el libro que el padre quiere vender, y que ha sido motivo de entrevistas, comentarios y no poca publicidad. Pero en esto me siento como ante otros casos, digamos el Código de Da Vinci. ¿De veras debo darles dinero a los que insultan mi fe?
Además, la postura de Llano no es ni pretende ser original. En esta obra, como en otras suyas, su argumento suele ser de este tenor: “teólogos católicos sostienen esto y yo pienso que es el mejor modo de explicar la fe, aunque de un modo crítico.” Ello hace suponer que, más que unos contenidos, lo que debemos analizar es el método que lleva a producir afirmaciones como que Cristo no salió del sepulcro.
San Pablo habló a los Corintios de la predicación sobre Cristo Crucificado como “escándalo para los judíos y necedad para los gentiles” (1 Corintios 1,23). Bultmann, a su manera, y Llano, a la suya, quieren una fe que pase por el cedazo de lo razonable, lo sensato. Desearían eliminar todo rastro de extrañeza o choque entre la propuesta de la fe y los valores en que uno ha vivido o la idea del mundo que uno tiene.
Para Bultmann, por ejemplo, uno no puede admitir la existencia de ángeles cuando ya existe el “milagro” de la electricidad. El poder explicativo de la ciencia se convierte en el criterio único de verdad, al punto que lo no-científico no es falso sino “nonsense,” es puro balbuceo, puro sin-sentido. Llano, en este sentido, es un eco más de la tendencia a desmitologizar, que quería Bultmann. Una fe “actual” y “crítica” según autores como estos, es aquella que conoce las implicaciones del método científico y que, desde esa mentalidad mira el mundo como un conjunto de leyes y hechos en los que se desenvuelva una libertad que sin embargo es heterogénea a la materia y finalmente inexplicable desde la materia.
En ese sentido, el proyecto de desmitologización termina siendo un proyecto que no sabe detenerse a sí mismo, una vez puesto en marcha. ¿Es menos “milagroso” que Dios exista a que la virginidad de María sea perpetua? ¿Se rompen menos las leyes de la ciencia afirmando que “Jesús resucitado está con Dios, es Dios” como lo hace Llano, que afirmando que su cuerpo está vivo y dando vida? Me da la impresión de que cada modernista se detiene donde quiere. Para otros la afirmación de que Jesús es Dios resulta “mítica” o “infantil,” es decir, merece los mismos calificativos que Llano da a la virginidad de María.
Mi sensación es que Llano intenta, como lo han intentado otros, tender una mano a la mentalidad contemporánea, como diciéndoles: “Oigan, la fe no es tan mala; al fin y al cabo se puede actualizar… Podemos encontrar un terreno en que te sientas cómodo creyendo sin tener que renunciar a tu mentalidad o a tu forma de vida… Es cuestión de negociar un poco y saber leer los textos de otro modo…” Lo que no funciona de esas propuestas es que, mientras van haciendo daño entre los católicos, para nada cautivan a los de fuera.
Es muy explicable que quienes aman su fe católica se sientan entristecidos e indignados con posturas como las de Llano, que simplemente traiciona y desfigura el tesoro que es de todos. Esa indignación, sin embargo, debe evitar varios errores que veo cometer a menudo:
Insultar no ayuda. Sólo enturbia el ambiente y desautoriza.
Decir cosas como: “Esta es la fe de siempre, la que confiesa la virginidad perpetua, etc…” sólo produce una sonrisa y estas palabras: “Siga ud. con su fe de carbonero; yo he dedicado este libro a los que buscan una fe actualizada y crítica.”
Escandalizarse es inútil y creo que incluso produce morboso placer en algunos. Nuestros aspavientos sólo hacen que Llano y los demás que son víctimas de esta nueva oleada de la herejía Modernista se confirmen en que hay que hacer mucha “catequesis” para que salgamos de nuestro estado troglodita de “ignorancia.”
Lo que sí funciona, en cambio, es hacer ver a Llano y sus muchachos que conocemos la ciencia, que sabemos de los límites de su método, que no nos deslumbran los logros recientes y que no todo lo nuevo es mejor (ni todo lo viejo es más sólido sólo por ser más viejo). Es la crítica de la ciencia y al crítica del cientificismo lo que puede responder mejor a este nuevo ataque que, bajo capa de sonrisas, despedaza la fe.
Pero nada de lo que yo diga me quita un dolor del alma: ¿No hay un provincial para los jesuitas de Colombia? ¿No hay un arzobispo en Bogotá? Es claro que las autoridades tienen una responsabilidad en esto, y es claro que faltan a ella miserablemente.
Hago mi parte, en cuanto puedo, derribando ídolos: en este caso, los del cientificismo, y ensalzando con alma agradecida la ternura del Dios que quiso pasar por la locura de la Cruz, y ser irreconocible a ojos de los sensatos de este mundo, con tal de darnos su amor que salva. A Él honor por los siglos. Amén.