EJÉRCITO REMANENTE ..
La masonería promueve el lenguaje soez para acabar con el pensamiento crítico
Orwell ha explorado el poder del lenguaje para moldear nuestro pensamiento, incluido el poder de un lenguaje descuidado o degradado para distorsionar el pensamiento. Recurrir a la palabrota degrada y simplifica el pensamiento. No olvidemos que usan el lenguaje para distorsionar la realidad.
Cuando tengas que hablar, hazlo de tal modo que tus palabras sean mejores que tu silencio.
¡Qué mal hablamos!
Discúlpame lector querido por comenzar así, con una queja árida y a bocajarro, pero no he querido disimular ni edulcorar la desazón que me provoca la extensión y la intensión del lenguaje soez que padecemos, auténticamente repulsivo. Porque a eso me refiero cuando digo que hablamos mal, no al hecho de usar el lenguaje con mayor o menor corrección o propiedad, aunque también esos aspectos darían para comentar largamente. Pero no va por ahí mi queja sino del uso de palabras groseras y malsonantes.
Propiciado por la masonería, secta satánica que gobierna el mundo y domina los medios y las mentes, prácticamente no hay ámbito donde no prolifere la mala educación en el lenguaje. Desde las conversaciones triviales a los medios de comunicación, desde la literatura al cine (es prácticamente imposible encontrarse con una película que no esté cuajada de exabruptos), desde el lenguaje juvenil al de los líderes sociales, desde los espacios de humor a los espectáculos públicos.
No es que las expresiones burdas me escandalicen por su tosquedad ni porque sean malsonantes. No es eso -desde que guardo memoria las he oído de todos los calibres-. Lo que sí me escandaliza es su práctica normalizada, su generalización impúdica, la libertad de movimientos de que gozan, la altanería con que se profieren, la habituación que han adquirido y lo que me parece aún más grave, la falta de oposición con que circulan. Que el lenguaje se pervierta ya es grave, pero que lo pervertido adquiera carta de naturaleza social es más grave todavía. No es que a alguien se le escape de vez en cuando algún taco, es que vemos que se extiende el hablar mal y quienes lo hacen, lejos de pedir disculpas, se ufanan con su uso y su reiteración.
Orwell ha explorado el poder del lenguaje para moldear nuestro pensamiento, incluido el poder de un lenguaje descuidado o degradado para distorsionar el pensamiento. Expresó estas preocupaciones no sólo en sus novelas Rebelión en la granja y 1984, sino también en su ensayo clásico, «La política y la lengua inglesa», donde argumenta que «si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento».
El régimen totalitario descrito en 1984 exige a los ciudadanos que se comuniquen en neolengua, una lengua cuidadosamente controlada con una gramática simplificada y un vocabulario restringido diseñado para limitar la capacidad del individuo de pensar o expresar conceptos subversivos como la identidad personal, la autoexpresión y el libre albedrío. Con esta bastardización del lenguaje, los pensamientos completos son reducidos a términos simples que sólo transmiten un significado simplista, véase estar recurriendo a la palabrota continuamente, degrada y simplifica el pensamiento.
La neolengua elimina la posibilidad de matizar, haciendo imposible la consideración y la comunicación de los matices de significado. El Partido también pretende, con palabras cortas de neolengua, hacer que el discurso sea físicamente automático y, por tanto, que sea en gran medida inconsciente, lo que disminuye aún más la posibilidad de un pensamiento verdaderamente crítico.
Con un 20% de jóvenes que apenas saben leer, y, por lo tanto, iletrados que, además, están debilitados por las pantallas, ya no hay riesgo de que el gobierno se encuentre con un desafío político digno de ese nombre.
Tenemos una masa cada vez más cretinizada, clavada en las pantallas, que penetra en este totalitarismo digital que le es ofrecido, que subsiste sin el lenguaje necesario para clarificar sus pensamientos, con sentimientos igualmente cada vez más rudimentarios. Como ya no tenemos palabras para expresar nuestras emociones, éstas se vuelven muy bárbaras. La barbarie es simplemente la ausencia del lenguaje. El resultado fatal de todo esto es la deriva totalitaria que estamos padeciendo.
Para que haya una deriva totalitaria, debe haber una coalición de masas y el poder de la ideología. Las masas estaban preparadas para este totalitarismo, lo han pedido y están pidiendo más. Nos encontramos en una situación extremadamente crítica en la que tenemos generaciones cada vez más estúpidas e iletradas, con un coeficiente intelectual general en descenso, y con ecuaciones extremadamente problemáticas para resolver a nivel de la historia de la humanidad.
Arrancando de estos principios, pretendo ofrecer ahora un puñado de reflexiones sobre este hecho, mucho más grave, a mi parecer, de lo que pudiera pensarse a simple vista. Porque no es -solo ni en primer lugar- un problema de formas, no es -solo ni en primer lugar- una cuestión estética, sino algo más profundo y en mi opinión, uno de los síntomas inequívocos de descomposición moral que padecemos socialmente. Comenzaré por la dimensión fundamental: la estrechísima relación existente entre nuestro ser (personas humanas) y la palabra.
Ser y decir
Nuestro ser no es nuestro decir pero entre ser y decir existe una relación de continuidad sin cortes ni saltos. En el ser humano una cosa es lo que el hombre es y otra lo que el hombre dice. Parece bastante claro que ser y decir no son lo mismo. En el hombre no, pero en Dios sí. En Dios su Ser es su Decir. Más aún, en Dios su Ser, que es su Decir, es al mismo tiempo su Hacer, y este ser que simultáneamente es su decir y su hacer no es otra cosa que su mismo nombre, Dios es, “Yahvé”. Dios es el que es. Así se da a conocer a Moisés y así se hace nombrar por su pueblo. Por otra parte no es ninguna salida de tono decir que Dios es su palabra. A los cristianos se nos invita a meditar detenidamente el prólogo del evangelio de San Juan en el cual se afirma y se reitera que “la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios” (Jn 1, 3). Esquemáticamente la idea podría quedar así:
En un segundo momento, caigamos en la cuenta de que el hombre está hecho a imagen de Dios. Pues bien, lo propio de una imagen es que refleje el original, que lo reproduzca de la mejor manera posible. Para la idea que estamos comentando, eso quiere decir que si bien nosotros no somos nuestro decir, ni nuestro hacer, ni nuestro nombre, sí estamos llamados a serlo.
Entre ser, decir y hacer, en el hombre no podemos poner el signo igual, sino su contrario, el signo desigual (=) en pero en la medida en que en nuestra vida se vayan desapareciendo diferencias entre esos tres verbos, la tachadura debe ir desdibujándose y así la imagen de Dios que somos irá descubriendo su auténtica realidad. La unidad interna de cada persona consigo misma llegará a su perfección cuando su ser, su decir y su hacer se identifiquen recíprocamente, cuando coincidan. Esa es la vocación última y definitiva de toda persona humana: ir perfeccionado su ser a lo largo de la vida de tal manera que llegada esta a su cénit, nuestro ser sea nuestra palabra, y esta a su vez la síntesis de nuestras obras, y este ser-decir-hacer equivalga a nuestro nombre. En eso consiste lo que en términos psicológicos llamamos “unidad de vida”, en ser uno consigo mismo, a imagen del original. Hacia esa unidad caminamos y tal unidad constituirá un día nuestra plenitud; y en eso consiste, dicho en términos cristianos, la vocación a la santidad, propia de cada bautizado de modo que pueda llevarse a cumplimiento el mandato del Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
Dentro del lenguaje inapropiado tienen un puesto destacado las blasfemias y las groserías. Con no poca frecuencia unas y otras se disculpan por la falta de consciencia con que se profieren, bien sea porque hay ambientes que las propician, bien sea porque las han hecho costumbre. No cabe duda de que mucho de esto sí hay, pero ni el ambiente ni los hábitos incorrectos justifican el mal uso del lenguaje, ni dan carta de normalidad a imprecaciones que no deberían oírse.
Tanto las groserías como las blasfemias son graves pero la blasfemia lo es especialmente. Acerca de la blasfemia -insulto dirigido contra Dios, la Virgen, los santos o en general contra las cosas sagradas- solo quiero dejar constancia de su maldad intrínseca, y, por tanto, su gravedad extrema. La blasfemia es manifestación de odio hacia Dios y a lo sagrado y por ello mismo un acto perverso de impiedad e irreverencia. Esencialmente la blasfemia es satánica en cuanto que tal expresión de odio solo puede tener su origen en el espíritu del mal. A cualquier hombre de conciencia recta, a cualquier espíritu sano, sea o no cristiano, el lenguaje blasfemo no puede producirle sino una íntima e intensa repugnancia. Reitero mi propósito de dejar consignada su iniquidad y sobre este punto concluir que es el lenguaje del infierno, donde sólo se escuchan gritos y blasfemias.
El testimonio del bien decir (bendecir)
Hablar bien hace bien. Hace poco, oí comentar a una persona de verbo limpio un testimonio que llamó la atención de los presentes. Hacía notar que en varias ocasiones había tenido conversaciones con interlocutores malhablados, los cuales, según iba avanzando el encuentro, habían ido cambiando sus modos de expresión, pasando de emplear abundantes palabras groseras al inicio, a evitarlas y no decir ninguna al final de la charla con esas personas. Basta con hablar bien, decía, para que los otros -al menos algunos- se esfuercen en hacer lo mismo. Esto no pasa de ser un testimonio puntual pero es suficientemente ilustrativo de que el bien hablar no es solo una cuestión estética ni de formas; al contrario, contribuye a limpiar las relaciones y tiene eficacia inmediata muy valiosa.
Este escrito tiene como finalidad el ampliar la mente y el espíritu con el lenguaje, que si para la masonería tiene tanta importancia ya que modela el pensamiento crítico y nos aleja del hombre imagen del Creador, tratando de asemejarnos a las bestias, animalizando. El Español es un idioma riquísimo que tiene palabras adecuadas para definir cualquier situación y enriquecer de ese modo el pensamiento ampliando conceptos.
No nos dejemos seducir por el lenguaje del infierno, en el que la mujer para reafirmar su igualdad se ha dejado arrastrar con estusiasmo, cuando es ella la que modela a la sociedad. Y el demonio lo sabe….
Apocalipsis 17:3
Y me llevó en el Espíritu a un desierto; y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata, llena de nombres blasfemos, y que tenía siete cabezas y diez cuernos
Apocalipsis 13:6
Y abrió su boca en blasfemias contra Dios, para blasfemar su nombre y su tabernáculo, {es decir, contra} los que moran en el cielo.
Daniel 3:29
Por tanto, proclamo un decreto de que todo pueblo, nación o lengua que diga blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego sea descuartizado y sus casas reducidas a escombros, ya que no hay otro dios que pueda librar de esta manera.