Adoración y acción de gracias
Aunque todos los actos de Cristo fueron redentores, existe, sin embargo, en su vida un acontecimiento singular que destaca sobre todos, y al que todos se dirigen: el momento en que la obediencia y el amor del Hijo ofrecieron al Padre un sacrificio sin medida, a causa de la dignidad de la Ofrenda y por el Sacerdote que la ofrecía. Y es Él quien permanece en la Misa como Sacerdote principal y Víctima realmente ofrecida y sacramentalmente inmolada.
En la Santa Misa, los frutos que miran inmediatamente a Dios, como la adoración y la acción de gracias, se producen siempre en su plenitud infinita, sin depender de nuestra atención, ni del fervor del sacerdote. En cada Misa se ofrecen infaliblemente a Dios una adoración, una reparación y una acción de gracias de valor sin límites, porque es Cristo mismo quien la ofrece y el que se ofrece. Por eso, es imposible adorar mejor a Dios, reconocer su dominio soberano sobre todas las cosas y sobre todos los hombres. Es la realización más acabada del precepto: Adorarás al Señor tu Dios y a Él solo servirás.
Es imposible dar a Dios una reparación más perfecta por las faltas diariamente cometidas que ofreciendo y participando con devoción del Santo Sacrificio del Altar. Es imposible agradecerle mejor los bienes recibidos que a través de la Santa Misa: Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi?... ¿Cómo retribuiré a Dios por todos los beneficios que ha tenido conmigo? Elevaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor. Qué gran oportunidad para agradecer a Dios tantos bienes como recibimos..., pues a veces es posible que nos olvidemos de dar gracias a Dios por sus dones, tantos y tantos; puede sucedernos como a los leprosos curados por Jesús...
«La adoración, la reparación y la acción de gracias son efectos infalibles del sacrificio de la Misa que miran al mismo Dios», ya que es el mismo el que ofrece y se ofrece. ¡Qué honor tan grande el de los sacerdotes, al prestarle a Cristo la voz y las manos en el sacrificio eucarístico! ¡Qué grandeza la de los fieles de poder participar en tan gran Misterio!
«Dile al Señor que, en lo sucesivo, cada vez que celebres o asistas a la Santa Misa, y administres o recibas el Sacramento Eucarístico, lo harás con una fe grande, con un amor que queme, como si fuera la última vez de tu vida.
»—Y duélete, por tus negligencias pasadas»