El Adviento de la Cumbre climática
Este domingo inauguramos los cristianos el tiempo litúrgico llamado Adviento o “venida” que dura hasta la Navidad o “nacimiento”. Y, pura y feliz coincidencia, hoy se abre en París –en estado de máxima alerta por los recientes atentados– la XXI Cumbre sobre el Cambio Climático: 195 mandatarios del mundo se reúnen con el objetivo de marcar un punto de inflexión. La alerta es máxima. El Adviento urge.
Es la Veintiuna Cumbre. ¿Pues qué han hecho en las veinte precedentes, desde aquella primera de Berlín en 1995? Casi nada, la verdad. ¿Que podía haber sido peor? De poco nos consuela sabiendo como sabemos que estamos tan mal y que es muy probable que vayamos a peor. Da miedo pensar que tampoco en esta Cumbre se dé el paso decisivo, que todo acabe en una declaración más de buenas intenciones sin compromisos vinculantes, como ya sucedió en la cumbre de Kioto de 1997 o en la de Copenhague de 2009, que los intereses particulares de algunos estados y de muchas empresas multinacionales acaben ganando de nuevo aunque todos perdamos.
Da miedo pensar que seamos incapaces de ampliar nuestra mirada o de liberarnos de nuestros miedos, y que sigamos avanzando inconscientes a la aniquilación del planeta, al igual que de medida en medida de seguridad agravamos el terror global y la guerra sin fin. No lo pueden, no lo podemos permitir. Menos mal que está la sociedad civil movilizada, mucho más civilizada que quienes tan bien pagados la dirigen.
Algo hemos adelantado. Hace solo 20 años, las advertencias sobre el cambio climático eran cosa de ecologistas románticos y pseudocientíficos alarmistas. Hoy nadie discute que la Tierra se está calentando, que casi cada mes se baten récords de temperatura global, que hielos y nieves se derriten, que los mares se acidifican y suben de nivel, que el clima está haciendo estragos en forma de fríos y calores extremos, de lluvias y sequías extremas. Bien es verdad que el clima cambia sin cesar y que hay muchos factores que influyen en el cambio. Pero no sirve como excusa. Numerosos estudios científicos evidencian que la gravísima aceleración del cambio climático es provocada en buena parte por el ser humano, debido al uso industrial de combustibles fósiles. Somos nosotros los mayores responsables de la situación presente.
No lo hemos tomado en serio hasta que el agua nos ha llegado al cuello. Nunca mejor dicho, pues territorios donde viven 400 millones de personas, como el sur de Bangladesh, quedarán sumergidos por el mar. Los más pobres, como siempre, se llevarán la peor parte. Y entre los más pobres se cuentan no solamente los seres humanos, sino también innumerables seres vivientes de otras especies. ¿Quién ha dicho que somos los señores de la Creación, el centro y la cima y el culmen de la evolución de la vida, y que todos los seres, de las ballenas a las bacterias, están a nuestro servicio?
Somos responsables de parar esta carrera suicida y de eludir la catástrofe total. Ya está en marcha, pero aún podemos mitigar los daños. El Adviento de otro futuro para la vida está en nuestras manos, y sabemos cuál es la condición necesaria: que la temperatura del Tierra no suba más de 2 grado, o incluso 1,5 grados al final de este siglo. Pero las medidas presentadas a la Cumbre de París hacen prever que puede subir 3 grados e incluso 4.
La llave está, como en casi todo, en la postura que adopten los EEUU. Y China, que aspira a disputarle la hegemonía. Y Rusia, la India y Brasil, empeñados en no ser menos que aquellos. Y Europa…¿ existe Europa? ¿Sabe realmente lo que quiere o lo que debe? Por todas partes se impone la ley de la fuerza, la lógica de la economía de la ganancia, que mata más que todos los terroristas juntos. Nadie quiere perder y todos corremos al mismo abismo. Ya estamos cayendo.
Ya no basta el crecimiento sostenible. Se impone un decrecimiento sostenible. Y solo será posible si cambiamos la mirada y la sensibilidad, si nos sentimos hermanas y hermanos de todas las criaturas, si nos convertimos a una ecología integral, profunda.
Solo entonces será Adviento de verdad. Advendrá un tiempo nuevo, y tendrán sentido las luces de nuestras calles y los regalos de Navidad.
José Arregi Olaizola profesor en la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Deusto. doctor en Teología en el Instituto Católico de París