Los amigos problemáticos de Bergoglio
El ex cardenal Theodore McCarrick no es la única persona equivocada por la que apostó Francisco. Porque se pueden señalar al menos tres, en los niveles altos de la jerarquía, cada una atada con doble hilo a los cambios que este Papa quiere introducir en la Iglesia.
De McCarrick también Francisco conocía desde hace tiempo su mala conducta, su cortejo de jóvenes y de seminaristas llevados de paseo y después a la cama. Y sin embargo lo mantuvo firme hasta el final como su primer consejero en los nombramientos que tenían por objetivo derribar las relaciones de fuerza entre los obispos de Estados Unidos, para beneficio del ala progresista. Blaise Cupich en Chicago, Joseph Tobin en Newark, Kevin Farrell como presidente del Dicasterio vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida, promovidos rápidamente a cardenales también por Francisco, son los tres de la camada de McCarrick, milagrosamente en carrera gracias a él, aunque hoy corren el riesgo de ser dañados también ellos por la caída de su deidad tutelar, a quien hace pocos meses ni siquiera Francisco pudo defender más, después que saliera a la luz también un lejano abuso sexual suyo en perjuicio de un menor.
También está el cardenal belga Godfried Danneels, uno que presume haber sido el promotor de la elección a Papa de Jorge Mario Bergoglio, junto a esa “mafia de San Galo", tal como él mismo la definió, que reunió periódicamente en esa ciudad suiza a la crema de los cardenales hostiles a Juan Pablo II y Benedicto XVI. En los dos Sínodos sobre la Familia, del 2014 y del 2015, el papa Francisco puso ambas veces en el primer lugar de la lista de sus invitados precisamente a Danneels, porque era partidario de esa “apertura” a la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, es decir, en la práctica a la admisión del divorcio y de las segundas nupcias, que Francisco quería abrir a toda costa, como después hizo con la exhortación postsinodal "Amoris laetitia". Pero ni siquiera Danneels es ese espejo de virtud que los elogios ostentosos de Bergoglio hacían imaginar. En el 2010 fue de dominio público en Bélgica el audio grabado con consejos dados por él de mantenerse callado y de no denunciar a un joven que era su sobrino y víctima sexual del entonces obispo de Brujas, Roger Vangheluwe, su amigo y protegido.
Después está también el cardenal hondureño Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, salpicado
desde hace tiempo por graves acusaciones de malversaciones financieras ya indagadas por una visita apostólica en su diócesis y cuyo obispo auxiliar y discípulo Juan José Pineda Fasquelle ha sido removido el pasado 20 de julio a causa de continuas prácticas homosexuales con sus seminaristas. Pero el papa Francisco sigue confiándole la coordinación del “C9”, el concejo de los nueve cardenales que lo ayudan en el gobierno de la Iglesia universal.
No sólo eso. El pasado 15 de agosto el papa Francisco nombró en el rol clave de sustituto de la Secretaría de Estado al arzobispo venezolano Edgar Peña Parra, ex consejero de la nunciatura en Honduras entre el 2002 y el 2005, muy ligado a Maradiaga y Pineda, de quien propició en el 2005 el nombramiento como obispo auxiliar de Tegucigalpa.
Y también, pero no último, está monseñor Battista Ricca. Que no es cardenal, pero de todos modos es el emblema de la secretaría personal que Bergoglio se ha construido en torno a sí, paralela y con frecuencia alternativa a las oficinas de la curia. En el organigrama de la Secretaría de Estado Ricca figura como consejero diplomático de primera clase, pero cuando trabajaba en la diplomacia y operaba en el campo brilló por los escándalos que sembró. Especialmente en Uruguay, donde convivió en la nunciatura con su amante traído desde Suiza, su anterior etapa en su carrera. Francisco lo sabe, pero promovió a Ricca a prelado del IOR, el “banco” vaticano, y lo tiene en su puesto también como director de la Casa Santa Marta, su residencia. Y a quien le ha preguntado por qué, respondió: “¿Quién soy yo para juzgarlo?”.
En síntesis, Francisco quiere reformar la Iglesia, pero apuesta precisamente por personas de las que primero debería liberarse, si realmente quiere una Iglesia restablecida y limpia.
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Sandro Magister