Correspondencia fidelísima de María a todas las gracias
La Virgen tuvo en todo instante la plenitud de la gracia que le correspondía, y esta fue creciendo y aumentando de día en día, pues las gracias y dones sobrenaturales no limitan la capacidad de su recipiente, sino que lo dilatan y ensanchan para nuevas comunicaciones. Cuanto más se ama a Dios, tanto más se capacita el alma para amarlo más y recibir más gracia. Amando se adquieren nuevas fuerzas para amar, y quien más ama, más quiere y más puede amar: la gracia llama a la gracia y la plenitud de gracia a una plenitud siempre mayor.
El tesoro de gracias que recibió María en el instante mismo de la creación de su alma santa fue inmenso. En aquel momento se cumplieron ya las palabras que el Ángel le dirigió el día de la Anunciación: Dios te salve, llena de gracia. María, desde el principio, ha sido amada por Dios más que todas las criaturas, pues el Señor se complació plenamente en Ella y la colmó sobreabundantemente de todas sus gracias, «más que a todos los espíritus angélicos y que a todos los santos». Muchos santos y doctores de la Iglesia piensan que la gracia inicial de María es superior a la gracia final de todos los demás seres. Santo Tomás afirma de la Virgen que «su dignidad es en cierto modo infinita». Esta gracia le fue dada a la Virgen en razón de su Maternidad divina.
Además, el contacto maternal –físico y espiritual– de María con la Humanidad Santísima de Cristo, constituye para Ella una fuente continua e inagotable de crecimiento en gracia. «María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este “Amado” eternamente, en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda “la gloria de la gracia”». Los frutos de ese trato maternal fueron máximos, según aquel principio que expresa así Santo Tomás: cuanto más cerca de la fuente se encuentra el recipiente, tanto más participa de su influjo. Ninguna criatura estuvo nunca más cerca de Dios. El aumento continuo de la plenitud de gracia de Nuestra Madre fue más intenso en algunos momentos concretos de su vida: en la Encarnación, en el Nacimiento, en la Cruz, en Pentecostés, cuando la Virgen recibiera la Sagrada Eucaristía...
A la plenitud de gracia de la Virgen correspondió una plenitud de libertad –se es más libre cuanto más santo se es–, y, en consecuencia, una respuesta fidelísima a estos dones de Dios, por la cual obtuvo una inmensidad de méritos. A Ella acudimos ahora nosotros, que somos sus hijos, y que tenemos tanta necesidad de ayuda