Preparación de la Comunión
En un sermón sobre la preparación para recibir al Señor, exclama San Juan de Ávila: «¡Qué alegre se iría un hombre de este sermón si le dijesen: “El rey ha de venir mañana a tu casa a hacerte grandes mercedes”! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni dormiría en toda la noche, pensando: “El rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré posada?”. Hermanos, os digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que trae un reino de paz». ¡Es una realidad muy grande! ¡Es una noticia para estar llenos de alegría!
Cristo mismo, el que está glorioso en el Cielo, viene sacramentalmente al alma. «Con amor viene, recíbelo con amor». El amor supone deseos de purificación –acudiendo a la Confesión sacramental cuando sea necesario o incluso conveniente–, aspirando a estar el mayor tiempo posible con Él.
Jesús desea estar con nosotros, y repite para cada uno aquellas memorables palabras de la Última Cena: Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros.... «La posada que Él quiere es el ánima de cada uno; ahí quiere Él ser aposentado, y que la posada esté muy aderezada, muy limpia, desasida de todo lo de acá. No hay relicario, no hay custodia, por más rica que sea, por más piedras preciosas que tenga, que se iguale a esta posada para Jesucristo. Con amor viene a aposentarse en tu ánima, con amor quiere ser recibido», no con tibieza o distraído. ¡Es el acontecimiento más grande del día y de la vida misma! Los ángeles se llenan de admiración cuando nos acercamos a comulgar. Cuanto más próximo esté ese momento, más vivo ha de ser nuestro deseo de recibirlo.
Junto a las disposiciones del alma, las del cuerpo: el ayuno que la Iglesia ha dispuesto en señal de respeto y reverencia, las posturas, el vestir, que nos llevan a presentarnos como dignos hijos al banquete que el Padre ha preparado con tanto amor. Y cuando esté en nuestro corazón le diremos: Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo escondido, te ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro ya no oculto, sea yo feliz viendo tu gloria.
La Virgen Nuestra Señora nos enseñará a darle buena acogida a su Hijo en esos momentos en que le tenemos con nosotros. Ninguna criatura