Preparar bien la Comunión; huir de la rutina
Ante el Señor no podemos presentarnos de cualquier manera. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de bodas; y le dijo: amigo, ¿cómo has entrado aquí, sin llevar el traje de bodas?.
Nos llega la invitación –cada día– para acercarnos al banquete eucarístico, con tanto esmero preparado. Conocemos hábitos, actitudes, errores, facetas de nuestro carácter, que tal vez no se corresponden con el alto honor que Jesucristo nos hace.
Hemos de hacer examen; no vayamos a presentarnos ante el Señor vestidos de harapos, porque tenemos el peligro de disfrazar los defectos y justificar las acciones. «Para acoger en la tierra a personas constituidas en dignidad hay luces, música, trajes de gala. Para albergar a Cristo en nuestra alma, ¿cómo debemos prepararnos? ¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si solo se pudiera comulgar una vez en la vida?». Pasaríamos la noche en vela, sabríamos bien qué le diríamos, qué peticiones le formularíamos..., todos los preparativos nos parecerían pocos... Así debemos recibirle todos los días.
El convidado que no tenía el vestido nupcial ciertamente escuchó la invitación, fue a las bodas con alegría, pero no tuvo en cuenta lo que exigía esta llamada. Al Señor no le podemos recibir de cualquier manera: distraídos, sin atención, sin saber bien lo que hacemos. Toda buena Comunión supone en primer lugar recibir al Señor en gracia. Nuestra Madre la Iglesia nos enseña y nos advierte que «nadie debe acercarse a la Sagrada Eucaristía con conciencia de pecado mortal, por muy contrito que le parezca estar, sin preceder la Confesión sacramental».
Tan alto don requiere además que nos preparemos lo mejor que podamos en el alma y en el cuerpo: la Confesión frecuente, aunque no existan faltas graves; fomentar los deseos de purificación; aumentar los actos de fe, de amor y humildad en el momento de recibir al Señor, etc.
«Amor con amor se paga... Amor, en primer lugar, al propio Cristo. El encuentro eucarístico es, en efecto, un encuentro de amor». Comulgar con frecuencia nunca debe significar comulgar con tibieza. Y cae en la tibieza, el que no se prepara, quien no pone lo que está de su mano para evitar que el Señor lo encuentre distraído cuando venga a su corazón. Significaría una gran falta de delicadeza acercarse a la Comunión con la imaginación puesta en otras cosas. Tibieza es falta de amor, no ir con las debidas disposiciones a comulgar. Sabemos que nunca estaremos lo suficientemente dispuestos para recibir como se merece a Aquel que viene a nuestra alma, pues nuestra pobre morada no da para más; pero sí espera el Señor esos detalles que están a nuestro alcance. «Si cualquier persona distinguida o que ocupe algún alto puesto, o algún amigo rico y poderoso nos anunciara que iba a venir a visitarnos a nuestra casa, ¡con qué solicitud limpiaríamos y ocultaríamos todo aquello que pudiera ofender la vista de esta persona o amigo! Lave primero las manchas y suciedades que tiene el que ha ejecutado malas obras, si quiere preparar a Dios una morada en su alma