La persecución del mundo moderno a
los verdaderos cristianos, ya no será por “cristianos” en sí, al menos eso es lo
que se verá públicamente; sino que serán perseguidos por no adecuarse al
sistema, a las reglas del “nuevo orden”, y serán perseguidos por “retrógrados”,
“medievales”, “nazis”, “fachos”, etc. Epítetos que ya se vienen utilizando y
que, mediante la presión psicológica de los medios, irá entrando en las mentes
de las masas descreídas. Y la misma persecución, se verificará tanto desde fuera
como desde dentro de la Iglesia. Falsos hermanos perseguirán a los buenos
cristianos.
Las dos formas
más terríficas de la persecución son la de adentro y la de afuera; primero la de
adentro: “seréis excomulgados”, como si dijéramos... (“exsynagogis
facient vos-apossynagogéesete”) seréis echados de la sinagoga
o reunión de los creyentes, que equivale a nuestra “excomunión”. Y después la de
afuera, “os matarán”, y en los últimos tiempos, “os matarán y creerán con eso
hacer un servicio a Dios”; es decir, os matarán como a criminales, como a perros
rabiosos. Los mártires de los últimos tiempos, dice San Agustín, ni siquiera
parecerán ser mártires.
(Castellani,
“El Evangelio de Jesucristo”)
Y la cultura mediática seguirá
desacreditando cada vez más al católico (entiéndase al católico tradicional, no
al “mistongo” comprometido con lo “políticamente correcto”). Tapando así a los
buenos cristianos, y enalteciendo y premiando a aquellos que (cristianos otrora
o no) siguen las máximas de lo “políticamente correcto” que el mundo propone
para poder convivir con él. Leamos esta excelente prédica del R.P. Leonardo
Castellani, quién ha sido perseguido en contadas ocasiones por lo que realmente
fue, un buen y profundo sacerdote católico
Promesa del Espíritu Santo. El
odio del mundo. (1963)
“Entonces
el Señor dijo a los discípulos: "Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de
junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará
testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis
conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os
expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os
mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al
Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de
que ya os lo había dicho. No os dije esto desde el principio porque estaba yo
con vosotros”. (Jn. 15,26 -
16,4)
El
Evangelio es una partecita del final del Sermón Despedida o Sermón
Testamento de Cristo, dicho en la Ultima Cena; y quizás una parte en el camino
del Cenáculo al monte Oliveto: trata de la Persecución.
Después de
prometerles de nuevo, por tercera o cuarta vez, la venida y la asistencia del
Espíritu Santo a fin de que pudieran dar testimonio de Él, Cristo predice a sus
Apóstoles, también por tercera o cuarta vez, la Persecución. Ya durante su vida
les había dicho:
“Si a Mí me
han perseguido,
a vosotros os
perseguirán:
no es el
siervo mayor que el Señor
ni el
discípulo mayor que el Maestro”[1].
La Persecución
es la ley de la Iglesia: es la carga que debemos llevar, y debemos hoy mirarla
de frente. Ella muestra que la Iglesia es una cosa sobrenatural, supramundana;
de otro modo no se entendería que hombres honrados, buenos y aun santos, lo
mejor que hay en la Humanidad, sean odiados con tan extraña saña, a veces hasta
el asesinato, a veces de adentro de la Iglesia y no solamente de afuera, como
vemos en el curso de veinte siglos. La historia de la Iglesia hace buenas estas
palabras de Cristo, y ellas indican tanto la persecución de dentro como la de
fuera: “Os echarán de las sinagogas —o sea, os excomulgarán—; y
llegará la hora en que todo el que os dé muerte creerá hacer un servicio a
Dios”.
La historia
nos muestra la persecución a los buenos cristianos vigente siempre; no a
todos los cristianos, por cierto; no a los cristianos solamente de nombre, los
cuales no sufren e incluso a veces sirven de idiotas útiles a los impíos. San
Pablo dijo: “Todo aquél que quiera vivir fielmente conforme a Cristo Jesús,
sufrirá persecución”[2].
No dijo: “Todos los bautizados”; dijo: “Todos los
piadosos”[3].
Apenas
resucitado Jesucristo, se desencadena la persecución en Jerusalén: el
protomártir San Esteban[4] y los dos Santiagos fueron
muertos cruelmente por los judíos: Santiago el Menor, que fue primo de
Jesús[5], y Santiago el Mayor,
hermano mayor de Juan Evangelista, el Santiago de los españoles. Muchos
españoles creen fue martirizado en España, pero es inexacto, pues por las
Escrituras consta que lo hizo degollar Herodes en Jerusalén[6]. La tradición cuenta que
estuvo en España, y eso puede ser —y que su cuerpo reposa en Galicia; y esto
último es seguro: hay allí en la capital de Galicia un santuario inmemorial,
adonde toda Europa concurría en peregrinación durante la Edad Media, atraída por
los frecuentes milagros: de donde todavía a la Vía Láctea llamamos “el Camino
de Santiago”. Los demás Apóstoles no tuvieron mejor (o peor) suerte: todos
fueron martirizados en diferentes partes del mundo: San Juan Evangelista murió
en su cama a los 100 años de edad, pero fue martirizado en vida dos veces casi
hasta la muerte. Los fieles de Jerusalén fueron despojados de sus bienes, muchos
dellos encarcelados y azotados, como San Pablo dos veces; los Apóstoles tuvieron
que salir y dispersarse por todo el mundo —para bien del
mundo.
Poco después
suceden las diez sangrientas y satánicas persecuciones romanas, donde fueron
muertos, casi siempre con exquisitas torturas, millones de fieles; no miles sino
millones; los mismos impíos modernos, que quieren rebajar el número de los
mártires (como Gibbon, por ejemplo), no se animan a bajar del millón; y hoy día
existe en el mundo la persecución más grande que ha existido nunca, por lo menos
en extensión: no solamente en la inmensa extensión “detrás del Muro de Acero”,
sino también en países católicos, como Cuba, Haití y Méjico. En Méjico las leyes
de Calles están vigentes, aunque no urgidas del todo, por miedo al pueblo; pero
si la policía encuentra una beba que va a la escuela de las monjas con un
catecismo en la valijita, el padre es multado; si un sacerdote anda de sotana,
es multado; si uno edifica una iglesia, es multado; y las iglesias pertenecen al
Gobierno (Padre Raúl Entraigas).
La persecución
de adentro consiste sobre todo en los cismas y en las herejías, y también en los
“falsi fratres” o falsos hermanos, de cuya persecución solapada y
traidora se queja San Pablo[7]; o sea, los católicos
fingidos, que ya existían en tiempo de San Pablo. Hace unos días, estando yo en
San Juan, un párroco pronunció un vehemente sermón contra el diario Tribuna
y contra mí en presencia de las delegadas de la Acción Católica de toda la
Provincia; incluso de la dueña del diario, que salió de la Asamblea medio
muerta.
El joven
franciscano español dijo prácticamente que era un pecado para un católico leer
el diario Tribuna y que al tal Castellani había que
encerrarlo, porque estaba haciendo mucho daño. La causa fue un artículo titulado
“La Decadencia de España”, que está lleno de amor y respeto a España y
habla de la decadencia del siglo XVIII, que es un
hecho histórico, y del actual resurgimiento; pero el buen fraile no leyó más que
el título[8]. Yo le presenté mis excusas
en el mismo diario, diciendo que el artículo quizás era inoportuno en San Juan;
pero él siguió en sus trece: “Me ratifico en todo lo que he dicho: dígaselo Ud.
a su esposo y dígaselo al Obispo”. Se hizo una tormenta en un vaso de agua; la
cual paró el Arzobispo Audino[9], que es muy honrado
hombre.
Yo no digo que
éste sea un falso hermano ni que ésta sea “persecución”; fue más bien una
equivocación; pero al que recibe el chumbo de la equivocación, no le hace mucha
gracia; y de no haber habido un Obispo muy sensato, podía haberme costado caro.
Lo traigo solamente como ejemplo cómico de lo que puede suceder dentro de la
vida cristiana.
En los países
católico-liberales, como el nuestro, la persecución está velada, pero existe: y
aunque no sea sangrienta, es muy perniciosa, porque ataca las almas. La
Masonería trabaja asiduamente (¡y con qué éxito!) en tapar a los escritores
católicos[10], en silenciar a los buenos
sacerdotes y hacer fiestas a los tarambanas, en desacreditar y derribar a los
gobernantes católicos (recuerden a Lonardi) y en impedir se enseñe la Religión
en las escuelas, aunque la mayoría de los padres lo desee: ésta es persecución
de la peor especie; y esta persecución hipócrita puede traer la otra, la
persecución abierta —de la cual hemos visto un ejemplito en
1955.
Así que hemos
de mirar de frente nuestro destino: todos los que quieran ser buenos cristianos,
toparán contrastes y dificultades en el mundo por el hecho de ser cristianos;
porque van a contracorriente de la correntada del mundo. “Este amigo nuestro, o
compañero de oficina, o de cuartel (o de lo que sea) es un poco raro. ¡Cuidado
con él! Comulga cada semana, se aparta de todas las ‘farras’, da limosnas que no
pegan con lo poco que gana, anda mucho con los curas; es un hombre secreto;
lleva un secreto consigo. ¡Cuidado con él! No es como nosotros...” Esto es lo
menos que puede pasarle a un cristiano hoy día.
“Secretum
meum mihi”[11]. Mi secreto para mí. Pero todo
secreto es sospechoso. Mi secreto es mi fe, mi vida interior; a nadie se la
puedo contar del todo —a Dios solamente y Jesucristo. “Et vita vestra est
abscondita cum Christo in Deo”: Y vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios[12].
R.P. Leonardo
Castellani, Sermón en la infra-octava de la
Ascensión del Señor, “Domingueras prédicas II”, Ediciones Jauja,
1998.
[1] Juan
15, 20; Mateo 10,
24.
[2] II
Timoteo 3,
12.
[3] El gran
exégeta Erik Peterson observó que ciertos espíritus filantrópicos pretenden
reducir a puros malentendidos todo lo que sucede en este mundo. Según ellos,
Jesucristo fue crucificado y los Apóstoles condenados a muerte por un simple
equívoco. Estos mismos hombres, en la hora en que el martirio retorna para la
Iglesia, tienden a reducir todo a un juego de
incomprensiones.
Así, por ejemplo, el jesuíta Ignacio Pérez del Viso aprueba
calurosamente a quienes buscan “tender puentes entre la Iglesia y aquellas
logias masónicas (que trabajan por) las causas de la humanidad, como la
paz mundial y la defensa de los derechos del hombre”, y recuerda que tales
diálogos comenzaron al fin de la Primera Guerra Mundial (“Católicos y
Masones”, en “La Nación”, 26-VIII-98, p.
18).
La
supuesta amplitud de espíritu hace que estos “cristianos” consideren triunfos
las derrotas de quienes defienden la fe y así se levanten como profetas del Gran
Amanecer Rosado, “un amanecer que, generalmente, parece más rosado la noche
antes que la mañana siguiente” (G. K. Chesterton, “Las Fiestas y el Asceta”,
en “The Thing”).
[4] Hechos
7, 55-60.
[5] En el año
62 y por orden del Sumo Sacerdote Anán, Santiago fue arrojado del pináculo del
Templo de Jerusalén, y luego lapidado y apaleado.
[6] Hechos
12, 2.
[7] I
Corintios 11, 26;
Gálatas 2, 4.
[8] En el
artículo mencionado Castellani señala el influjo del “barroquismo religioso” -la
exterioridad religiosa, la fe sustituida en parte por la Propaganda, una moral a
veces más pagana que cristiana- en la decadencia española, que se hizo visible
en los siglos XVII y XVIII: “Releyendo durante esta ‘gripe’ los dramas de Calderón, ese
decaimiento salta a los ojos: supuesto que Calderón no fantasea sino que
retrata. La moral de Cristo está en el fondo, pero falseada por bárbaros
prejuicios godos. Y la responsable última es la religión entiesada y
esclerótica. Basta ver las ‘aprobaciones’ de sus obras, dadas por eclesiásticos
a veces eminentes, como el poeta Josef de Valdivieso”.
“Las vidas de santos teatralizadas muestran otro gran desvío; como
‘El Príncipe Constante’, ‘El Mágico’ y tantas otras. No son santos
reales, por decirlo de una vez: están compuestos cerebralmente con conceptos y
lugares comunes de libros piadosos. Ellas hormiguean de milagros. A veces
pueriles; y más bien que cristianismo evangélico, muestran en sus héroes una
especie de estoicismo fanfarrón revestido de beaterías”. (“La
Decadencia de España”. Abreviado)
“No
se niega con esto la admirable grandeza de la España del Siglo de Oro: el que
tuvo, retuvo” (“La Argentina Bolchevique”, en “Nueva Crítica
Literaria”, Dictio, Bs. As., 1976, p. 369).
[9] Mons.
Audino Rodríguez Olmos.
[10] Ver
“Domingueras Prédicas”, Homilía del Domingo Noveno después de
Pentecostés.
[11] Isaías 24, 16
(Vulgata).
[12] Colosenses 3,
3.