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Escrito por María Velázquez Dorantes
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Domingo 06 de Abril 2008 |
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¿POR QUÉ ME HICE SACERDOTE? Habla el padre José Manuel Otaolaurruchi, legionario de Cristo
Por María Velázquez Dorantes
¿Cómo germina la semilla en usted para convertirse en sacerdote?
El
deseo de ser sacerdote nace desde que era niño. En mi interior deseaba
ser algo grande, estelar, y por eso pensé incluso en ser torero. El
enfrentarse a un toro de lidia se me hacía algo arriesgado y me
emocionaba con enfrentar grandes retos. Pasado el tiempo seguí buscando
hasta que me vino la idea de ser sacerdote. Supongo que el testimonio
de los padres que yo conocía me influyó positivamente y me di cuenta
que entregar la vida por amor a los demás y por amor a Cristo era lo
más grande que podía elegir y era algo por lo cual valía la pena
sacrificarlo todo. Llegada la adolescencia, mi mayor problema fue
elegir dónde ingresar, pues conocía varias congregaciones. Un día me
encontré con un padre legionario de Cristo y eso sí que fue amor a
primera vista. Sin necesidad de hablar con él, me di cuenta de que Dios
me quería sacerdote como esos padres. Posteriormente, cuando me di
cuenta de que eran sacerdotes bien formados, deportistas, trabajadores
infatigables, me entusiasmé totalmente y después de 22 años de vida
legionaria, cada día amo más mi vocación.
¿Cuál ha sido la experiencia más impactante en su vida sacerdotal?
La
más impactante ha sido en misiones en Venezuela. Hace 4 años fui a una
zona totalmente inhóspita en el estado Falcón, en unas montañas donde
hacía más de 5 años que no llegaba ni un sacerdote. Allí todos son
prácticamente protestantes. Hay mucha miseria, abundan las enfermedades
de la piel, como la sarna. Es la única ocasión en la que he visto que
las mamás regalan a sus hijas. Allá llegué con un grupo de jóvenes
misioneros y, dentro de la labor sacramental que estaba realizando, me
encontré con una señora que llevaba tiempo en la cama. Estaba
prácticamente en los huesos; la habitación tenía un hedor insoportable.
Después de confesarla y darle la Comunión, la señora me preguntó si ya
estaba lista. Yo, a modo de broma y para animarla, le contesté que
estaba totalmente lista para llegar al Cielo. Y en ese momento se
murió. Eso me impactó muchísimo y aún hoy lo recuerdo con
consternación.
¿Cómo observa la realidad religiosa de América?
Hay
una sed de Dios muy grande y debemos darle a Cristo, verdadero Pan de
Vida. Veo que hay que formar la fe de los pueblos. La ignorancia
religiosa es cada vez mayor y eso expone a muchas desorientaciones o
falsas concepciones. Se desconocen las verdades fundamentales de la fe.
Hay que trabajar mucho en la catequesis a todos los niveles: niños,
jóvenes y adultos.
¿Qué mensajes considera usted que debe recibir el hombre contemporáneo para vivir su fe?
El
vivir en el bien y en la verdad. En este sentido, las enseñanzas de
Benedicto XVI son especialmente valiosas. No se cansa de repetir al
mundo entero que no se puede construir una civilización sin Dios. Que
no se puede dar la espalda a Dios en la vida de las naciones, de las
culturas, de la ciencia...
¿Cuál es su opinión sobre el periodismo religioso?
Siento
que debemos adaptar las verdades de nuestra fe a las inquietudes del
hombre actual. Debemos aprovechar los medios abiertos de comunicación
para compartir lo bueno que tenemos, sin complejos y con
profesionalidad. Un ejemplo radiante nos lo dio Juan Pablo II.
¿Cómo se relaciona el sacerdote con el escritor de El Observador de la Actualidad?
Me
gusta participar en El Observador porque es una ventana abierta a miles
de personas que te escriben, te cuestionan, a veces te protestan, te
corrigen; pero todo esto me agrada porque es signo de que el mensaje
llega al pueblo.
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