sábado, 10 de febrero de 2018

MARÍA, CORREDENTORA

Written by Antonio José Sánchez Sáezhttp://comovaradealmendro.es/2018/02/maria-corredentora/
Llevo un tiempo meditando (en el rosario y en adoración ante el Santísimo) sobre este futuro dogma, aún no proclamado, pero sentido en el corazón de muchos fieles desde hace siglos: “María corredentora, abogada y medianera”. Como muchos sabrán, la propia Virgen calificó ese dogma en sus apariciones en Amsterdam como el mayor de todos. Profetizó también que la Iglesia encontraría mucha resistencia interna para su proclamación.
Con este artículo quiero compartir, hermanos en la fe, las cosas que he sacado en claro sobre la corredención de María, en la que creo firmemente.
El 25 de marzo de 1945 comenzaron las apariciones de la Santísima Virgen a Ida Peerdeman. Se trata de una apariciones aprobadas por la Iglesia, por mano del obispo de Haarlem-Amsterdam (José María de Punt), el 31 de mayo de 2002. Las apariciones se iniciaron exactamente 600 años después del famoso milagro eucarístico de Amsterdam.
Entre otros mensajes importantísimos nuestra Madre le pide a la Iglesia que proclame el quinto y último dogma mariano: “María corredentora, medianera y abogada”.
La propia Virgen le indicó a Ida que en esta imagen que ponemos abajo está resumido el dogma: y, efectivamente, vemos a María reinando bajo la cruz sobre la Tierra, una Tierra donde ya no aparece la serpiente infernal. Arriba se lee: “María, Madre de todos los pueblos”, que alude a la maternidad sobre todos los hombres, el encargo que recibió de Cristo al pie de la cruz, justo antes de su muerte.
Por cierto, recordemos que una imagen de la Virgen de Amsterdam fue la que lacrimó varias en Akita (Japón), 1973-1975, en otras apariciones de la Virgen, especialmente apocalípticas, también aprobadas por el obispo de Niigata, Mons. John Ito. Sus lágrimas nos llaman a la conversión urgente, ante el terrible futuro próximo que se cierne sobre el mundo y, especialmente, sobre la Iglesia.
La Virgen dijo también en Garabandal (1961-1965) que el día del milagro allí profetizado (que seguiría al Aviso y previo al Castigo) coincidiría con un evento feliz para la Iglesia, que no se da sino cada cierto tiempo. Muy posiblemente ese acontecimiento feliz sea la proclamación del quinto dogma mariano. De hecho, Conchita, a una pregunta que se le hizo en el año de 1974 sobre el tema, ella contestó lo siguiente:
“Es un hecho singular en la Iglesia que ocurre en contadas ocasiones y que nunca ha sucedido en mi vida. No es nada nuevo ni extraordinario, sencillamente es algo raro, como la definición de un dogma, algo que afectará a toda la Iglesia. Ocurrirá el mismo día que el Milagro, pero no como consecuencia de éste, sino por pura coincidencia.”
En el Aviso la Virgen en Garabandal le dijo a las niñas que veremos nuestra alma tal y como Dios la ve. Será una especie de juicio en pequeño, un anticipo de nuestro juicio particular, y, a la vez, una nueva rociada de Espíritu Santo sobre el mundo, de modo que, al igual que los apóstoles temerosos recibieron el E. S. en el Cenáculo y eso les permitió perder el miedo a los judíos y salir a evangelizar, cuando los apóstoles de los últimos tiempos vean confirmada su fe en el Aviso, recibirán la fortaleza para predicar en los tiempos del Anticristo, que se habrá enseñoreado de la Iglesia. Y es por eso por lo que la oración que la Virgen pidió en Amsterdam que se difundiera en este fin de los tiempos habla de la Venida del Espíritu Santo. Ese Espíritu Santo que también ha de transformar el mundo en nuevos Cielos y nueva Tierra:
SEÑOR JESUCRISTO,
HIJO DEL PADRE,
MANDA AHORA TU ESPÍRITU
SOBRE LA TIERRA.
HAZ QUE EL ESPÍRITU SANTO
HABITE EN EL CORAZÓN
DE TODOS LOS PUEBLOS,
PARA QUE SEAN PRESERVADOS
DE LA CORRUPCIÓN, DE LAS CALAMIDADES
Y DE LA GUERRA.
QUE LA SEÑORA DE TODOS LOS PUEBLOS,
QUE UN DÍA ERA MARÍA,
SEA NUESTRA ABOGADA.
AMÉN.
<<“Que un día era María” no significa de ningún modo que ya no debemos llamar “María” a la Sta. Virgen, como repetimos tantas veces cuando rezamos el rosario. Significa más bien que queremos conocer a María no solo por su nombre, sino también por su vocación como Madre espiritual y para que nuestra relación con Ella llegue a ser como la de un niño>> (Padre Paul María Sigi). Es decir, en este fin de los tiempos, María quiere recordarnos su papel como Madre de todos, incidiendo de nuevo en aquel encargo que Cristo le dio bajo la Cruz, en estos tiempos difíciles que se nos vienen encima, de apostasía y gran tribulación, en que necesitaremos de su protección para no caer en la desesperanza ni en la herejía, que se difundirá por toda la Iglesia, menos por su resto fiel.
Expongo, a continuación, algunos pensamientos que creo pueden servir para apoyar la futura proclamación del dogma de María corredentora:
“1º. La interpretación correcta de la corredención mariana
Corredimir es un verbo que implica una dualidad: Cristo es el Redentor, pero hay Otra que es co-rredentora. Esta co-rredención no implica unos mismos méritos de ambos sino una participación conjunta en la labor de la redención del género humano. De hecho, el que redime es Cristo, y la que corredime María. Porque Dios quiso que su Hijo naciera de Mujer y no que apareciera en el mundo a la edad adulta y de manera milagrosa en mitad del Éter, porque para poder redimir al hombre era necesario que el Salvador se encarnara en una Mujer para así, naciendo y muriendo como hombre y resucitando luego poder elevar la naturaleza humana caída por el pecado original a su estado prístino. Dicho de otra forma: la encarnación era imprescindible para que Cristo pudiera redimir al hombre y, por eso, María era necesaria en ese plan. El papel de María, pues, en la obra salvadora de su Hijo, fue querido por el Cielo. Y vamos a intentar clarificarlo.”
La Iglesia ha preferido hablar de que María es “colaboradora de la redención” en lugar de corredentora. Ya san Agustín atribuye a la Virgen la calificación de «colaboradora» en la Redención (cf. De Sancta Virginitate, 6; PL 40, 399), título que subraya la acción conjunta y subordinada de María a Cristo redentor. El CVII tuvo muy presente esta doctrina y la hizo suya, subrayando la contribución de la Virgen santísima no solo al nacimiento del Redentor, sino también a la vida de su Cuerpo místico a lo largo de los siglos: en la Iglesia, María «colaboró» y «colabora» (cfr. Lumen gentium, 53 y 63) en la obra de la salvación. Refiriéndose al misterio de la Anunciación, el Concilio declara que la Virgen de Nazaret, «abrazando la voluntad salvadora de Dios…, se entregó totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo. Con él y en dependencia de él, se puso, por la gracia de Dios todopoderoso, al servicio del misterio de la Redención» (ib., 56).
“A mi juicio, la clave está en interpretar la corredención de María como una labor de inferior rango, evidentemente, que la de su Hijo pero con una importancia superior a la de una mera colaboradora, expresión ésta que puede llamar al equívoco porque un colaborador no es alguien imprescindible sino intercambiable por otro colabordador o simplemente prescindible. Y es por eso por lo que creo que su labor de corredención se entiende mejor si hablamos de María como “colaboradora necesaria”. Sí, es cierto que Dios lo puede todo, pero, tras el pecado original, requería de una Mujer, inmaculada, que le diera su carne y su sangre. Así, desde el momento en que Dios decide que Cristo ha de venir al mundo para salvar al hombre, precisa de una doncella virgen (algo que ya insinía en el Protoevangelio) y su papel se hace, pues, necesario, no contingente, sino imprescindible. Y en ese sentido Ella corredime, porque entre la voluntad salvadora de Dios Padre y la salvación definitiva por Cristo interpuso Dios la libertad de María para aceptar o rechazar dicho plan. Es algo que sorprende, pues todo un Dios, que no cabe en el Universo, se la juega todo a una a que una pequeña y santa doncella acepte Su voluntad. Porque si Dios necesita de nosotros mismos para salvarnos, también necesitó de María para redimir al hombre. Al ser la única mujer inmaculada de la historia, pensada por Dios desde antes de la creación del mundo, era o ella o nadie. Y por eso María no es una mujer más, sino la Mujer, con mayúsculas. Porque Dios ha hecho obras grandes en Ella y en alguien tan pequeña y humilde quiso Dios que se suspendiera por un instante la inmarcesible grandeza de la promesa hecha a Abraham sobre la Venida del Salvador, desde que el Arcángel Gabriel se le aparece y le anuncia hasta que Ella pronunció su “sí quiero””.
Su participación, al ser única, era de un grado superior al de una mera colaboradora o cooperadora. Así lo intuyó el más mariano de los papas recientes, Juan Pablo II, cuando dijo:
“El término «cooperadora» aplicado a María cobra, sin embargo, un significado específico. La cooperación de los cristianos en la salvación se realiza después del acontecimiento del Calvario, cuyos frutos se comprometen a difundir mediante la oración y el sacrificio. Por el contrario, la participación de María se realizó durante el acontecimiento mismo y en calidad de madre; por tanto, se extiende a la totalidad de la obra salvífica de Cristo. Solamente ella fue asociada de ese modo al sacrificio redentor, que mereció la salvación de todos los hombres. En unión con Cristo y subordinada a él, cooperó para obtener la gracia de la salvación a toda la humanidad.
El particular papel de cooperadora que desempeñó la Virgen tiene como fundamento su maternidad divina. Engendrando a Aquel que estaba destinado a realizar la redención del hombre, alimentándolo, presentándolo en el templo y sufriendo con él, mientras moría en la cruz, «cooperó de manera totalmente singular en la obra del Salvador» (Lumen gentium, 61). Aunque la llamada de Dios a cooperar en la obra de la salvación se dirige a todo ser humano, la participación de la Madre del Salvador en la redención de la humanidad representa un hecho único e irrepetible.”
(La Virgen María, cooperadora en la obra de la Redención. Catequesis de Juan Pablo II el miércoles 9 de abril de 1997).
2º. El “sí” de María, condición necesaria para la Redención
Siendo esto así, la aceptación por María ante el arcángel Gabriel de la Encarnación de Cristo es una condición necesaria para su concepción y nacimiento. Como vemos, no es que los méritos de María sean equiparables o compartibles con Cristo, sino que su participación es de otro orden, espiritual e ineludible, como un prius o requisito sine qua non para que Cristo pudiese redimir al mundo.
Al traer a Cristo al mundo, María es un instrumento único de su misericordia, pero también de su justicia, pues, como le dijo Siméon, “He aquí que este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y como signo de contradicción –y a ti misma una espada te atravesará el alma-, para que se revelen los pensamientos de muchos corazones” (Lc. 2,34-35).
Al traer a Cristo, María trae la Cruz al mundo, que debe ser el centro. En uno de sus mensajes en Amsterdam, Ella dijo: “No yo, sino la Cruz.” (16.12.1949).
3º. María es Reina
Como Reina, es reina de la Iglesia, de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes, de todos los Santos, del Santísimo Rosario, de la familia y de la paz. Pero no es reina porque sea esposa del Rey, Cristo, sino porque es Madre del Rey. Porque siempre el Rey es Hijo de una Reina. Aquí, su reinado le viene por ser Madre del Rey (el Hijo), por ser Hija de Rey (el Padre) y por ser Esposa de Rey (el Espíritu Santo).
Así lo confirma el Salmo 45, versículos 7-12:
“Tu trono es de Dios para siempre jamás; un cetro de equidad, el cetro de tu reino; tú amas la justicia y odias la impiedad. Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros; mirra y áloe y casia son todos tus vestidos. Desde palacios de marfil laúdes te recrean. Hijas de reyes hay entre tus preferidas; a tu diestra una Reina, con el oro de Ofir. Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el Rey se prendará de tu belleza. El es tu Señor, ¡póstrate ante él!”
Que María esté a la derecha de Cristo en el Cielo (no los hijos del Trueno, como quería la madre de los Boanerges) expresa claramente su papel central en la salvación del orbe.
4ª. María es la nueva Eva, la Mujer nueva
Y que Eva fue la causa del tropiezo de Adán, antecediéndole en la caída y siendo necesaria para que él pecase. Pues, de igual modo, también María es condición previa para que naciera el Salvador, la salud de los hombres (Jeoshua), antecediéndole en el tiempo. Si Eva fue condición necesaria para el pecado de Adán, María fue condición necesaria para la salvación del mundo por Cristo.
5ª. Corazón de Jesús, Corazón de María
Que la salvación del mundo fue obra de los dos Sagrados Corazones lo tenemos confirmado por la Sagrada Escritura en el bellísimo episodio de la presentación en el Templo, cuando San José y María presentan dos palomas o pichones como sacrificio al sacerdote del Templo, para su purificación y presentación del niño. Esas dos palomas, hermanos, ¿no eran acaso Jesús y María, que habrían de inmolarse para la salvación de los hombres, uno de forma real y la otra de forma mística?
La prescripción de esa ofrenda según se cuenta en Levítico (Lv. 5, 7; Lv. 12, 8; Lv. 14, 22; Lv. 15, 14-15; Lv. 15, 28) era para las parejas humildes que no podían ofrecer una res. Y se dice que una paloma era para holocausto (Cristo) y la otra para la expiación del pecado (María, que con su “sí” expió el pecado de Eva, con los sufrimientos enormes padecidos durante toda su vida).
6º. María murió místicamente en el Calvario
Que María murió místicamente junto a su Hijo en el Calvario se lo predijo el anciano Simeón a María también en la presentación. Allí él le dijo que “una espada te atravesará el pecho”. Ésa es una descripción no metafórica sino real: María fue igualmente “ejecutada”, o, mejor dicho, autoinmolada, como Cristo (“Nadie Me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo”, Jn. 10, 18), y por amor a los hombres, como Cristo. Solo que en su caso no sobre la cruz sino bajo ella, en una escala inferior, claro, como una nueva Eva bajo el árbol del conocimiento del Bien y del Mal. Cristo murió realmente, y, a la vez, su Madre lo hizo místicamente, traspasándole el corazón la misma espada de la muerte de su Hijo, al igual que una misma bala mata a dos soldados que están uno detrás del otro, como lo están sus Sagrados Corazones.
Así, al sufrimiento del Hijo se sumó el sufrimiento de la Madre, siendo como son idénticos ambos Corazones, ya que Cristo lo recibió por entero de su Madre, al igual que su carne y su sangre, y María de Dios. El Corazón de Jesús es el de María, y el de María, el de Jesús. Y esa comunión inseparable de voluntades y de sufrimientos no puede romperse por la muerte, sino que uno acompañó al otro, espiritualmente, en el padecimiento y la muerte, y más allá…. en la resurrección. La profecía de Simeón se cumplió literalmente. Y por eso la Iglesia, sabia, une las fechas del Sagrado Corazón y del Inmaculado Corazón de María, 8 de junio y 9 de junio.
“Y es imposible que en este ejercicio el alma no se encuentre con la dolorosísima Madre María, y no se una a la misma compasión y a los mismos afectos incomprensibles de la Dolorosa Madre de Dios. ¡Será un vivir con Jesús sufriente y con María doliente, y un cosechar todos los inmensos eternos bienes para sí y para todos!” (San Aníbal de Francia).
Imaginemos el dolor de María cuando tuvo que refugiarse en una cueva para traer a su Hijo al mundo; cuando buscaban a su Hijo para matarle y tuvo que salir de su tierra a una tierra extraña, afrontando un futuro incierto y de privaciones; imaginemos su amargura de madre cuando Herodes ordenó la muerte de muchos niños de la comarca alrededor por causa de su hijo, muchos seguramente hijos de amigas y parientes; cuando se le perdió su Hijo, el Hijo de Dios; cuando murió su esposo en la tierra, dejándola viuda en una época en que la viudedad suponía un auténtico daño para la mujer… ¡y qué decir de los sufrimientos de la pasión…!
7º. María corredimió durante toda su vida
Y es que María no solo le donó el cuerpo a su Hijo, sino que le amamantó, alimentó y cuidó hasta su muerte. Y le acompañó durante toda su vida pública, siguiéndole junto con otras mujeres y discípulos, ayudándole en la intendencia. Recordemos cómo visitaba a su Hijo en su peregrinar por Galilea, junto con sus parientes (Lc. 8, 21). María, pues, crió a Cristo para que Él pudiera salir a predicar y a ofrecerse como hostia inmolada por los hombres. En esto, Ella se comporta también como corredentora. De un modo parecido, San José, padre nutricio de Cristo, actuó toda su vida como cooperador de la obra redentora.
8º. Pero, sobre todo, en la Pasión
Y, sobre todo, le acompañó durante toda la Pasión. Al ser Inmaculada, al no existir en Ella obstáculo alguno a su amor, la Virgen tenía una capacidad infinita para sufrir, porque su Corazón, su alma y su Espíritu eran puros. Y en las visiones de la Pasión de la beata Ana Katalina Emmerich o de María Valtorta se cuenta cómo María le pidió al Padre la gracia de poder morir con su Hijo en el Calvario. Y cómo Ella le acompañó en cada episodio de su via crucis, recogiendo su Santísima Sangre tras la flagelación, siguiendo la Cruz a los hombros de Jesús, aliviando a su Hijo en sus caídas, estando bajo la Cruz las seis horas de su agonía… Ella sufrió el mismo martirio que su Hijo, cada uno de los latigazos, escupitajos, bofetadas, golpes, injurias, calumnias, etc. que sufrió su Hijo, como un acto reflejo, en su propio cuerpo. Dios no le ahorró nada, sufriendo también Ella su propio martirio- solo que en forma espiritual – cumpliendo en sí misma de manera perfecta lo que vio hacer a su Hijo. Como perfecta discípula de Cristo, hizo lo que Él nos pidió a todos (“¡Haced lo que Él os diga!”). Como dijimos arriba, con su enorme sufrimiento, María expió el pecado de Eva… y Cristo, el de todos.
9º. El encargo de Cristo a María bajo la Cruz, momento supremo de la corredención
El momento culminante de la corredención mariana lo ubicamos en las palabras de Cristo, a punto de expirar: “Madre, ahí tienes a tu hijo”. Nótese que Ella recibió el encargo de tutelar y proteger a los hombres antes de la muerte de Cristo. Es decir, participó de la muerte de su Hijo siendo ya Madre de los hombres, de manera que su sufrimiento final y máximo no quedó en balde sino que, precioso, se sumó al de su Hijo para ofrecer a todos la salvación. ¡Todo está cumplido! Tenía que ser así: porque Adán y Eva cayeron juntos en el pecado original y Cristo y María, juntos, de consuno, abren a los hombres las puertas del Paraíso.
10ª. María, sacerdotisa
En la misa revivimos y actualizamos el sacrificio único de Cristo en el Calvario. Como nos enseñó el padre Pío, en cada misa, el sacerdote oficia la ceremonia de la inmolación del Señor por la salvación de los hombres. María, en cierta medida, ofició este sacrificio como sacerdote, ofreciendo a su Hijo a la humanidad, asistiendo a su crucifixión, agonía y muerte como lo hacen en cada misa los sacerdotes: coram Deum, por cierto. Y cuando José de Arimatea y Nicodemo lo descienden a los brazos de su Madre Ella le comulga, le recibe ya sacrificado. Este papel de María como sacerdotisa lo vemos apuntado también en la Encíclica «Ad Diem Illum Laetissimum», de 2 de febrero de 1904, de San Pío X, SOBRE LA DEVOCIÓN A LA SMA. VIRGEN, cuando dice, en el apartado titulado “María corredentora”:
“A todo esto hay que añadir, en alabanzas de la santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de su carne con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres; sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el momento oportuno, colocarla ante el ara”.
Recordemos que “sacerdos” (sacerdote) significa “el que ofrece lo sagrado”, algo que María hizo durante toda su vida y, especialmente, al pie de la Cruz. En esto participa íntimamente también de la corredención, ofreciéndole al Padre la sangre purísima de su Hijo, con la que habríamos de lavarnos del pecado original.
11º. María, corredentora también tras la muerte de Cristo
María Santísima no solo corredimió antes de la muerte de su Hijo, sino también, especialmente, tras ella. Porque desde su muerte el viernes santo hasta su resurrección del domingo fue Ella la única representante de Iglesia, la que albergó en su pecho la esperanza de la resurrección y permaneció serena y orante, esperándola. Fue Ella la que reunió a los apóstoles, asustados y descreídos, en el Cenáculo, inspirándoles la esperanza de la resurrección. Y fue Ella quien llamó a su Divino Esposo, el Espíritu Santo, sobre el Sagrado Colegio apostólico, para que pudieran salir a evangelizar el mundo.
Recordemos uno de los mensajes de la Virgen en Amsterdam:
“Y la Señora permaneció junto a sus apóstoles hasta que vino el Espíritu Santo. De la misma manera, la Señora puede venir donde sus apóstoles y pueblos de todo el mundo, para traerles de nuevo el Espíritu Santo… Cuando el dogma, el último dogma de la historia mariana, sea proclamado, entonces la Señora de todos los Pueblos dará la Paz, la verdadera Paz al mundo” (31.05.1954).
12º. San Juan, prefiguración de la humanidad corredimida por María
Esa protección la ejerció también con San Juan, el único apóstol que no huyó y que permaneció junto a la Cruz, modelo y metáfora del resto fiel que ha de quedar en la Iglesia cuando se difunda por doquier, dentro de poco (ay) la gran apostasía. Justo por estar con Ella, San Juan no tuvo miedo, y justo por estar con Ella los romanos y los judíos no se atrevieron a tocarle.
13º. María, la oveja sin mancha
Si Cristo es el Cordero sin mancha, su Madre debía ser igualmente oveja sin mancha. Y lo es, Inmaculada. Porque si María no hubiese sido creada inmaculada, desde el primer instante de su concepción, Cristo no habría podido encarnarse en este mundo.
14º. María, Madre de la Iglesia
Adán se encontraba solo y Dios le dio a una compañera. En ese sentido, Eva prefiguraba lo que sería la Iglesia para los hombres. Eva sale del costado de Adán, como la Iglesia sale del costado de Cristo. Y era María quien se encontraba bajo las alas del Cordero de Dios cuando Longinos abrió su Corazón. María es, así, recreada como Madre de la Iglesia, puesto que ya era Madre de Cristo y de los hombres.
15º. María, corredentora en la batalla final contra el Dragón
Pero la Virgen aún ha de jugar igualmente un papel esencial en la corredención, cuando, muy pronto, Ella traiga de nuevo a su Hijo al mundo, en gloria y majestad, en su Parusía, al igual que lo trajo en su día en pobreza y humildad.
Y será Ella quien con los consagrados a su Inmaculado Corazón le pise la cabeza al Dragón. Será Ella la que protegerá a ese resto de la herejía y la apostasía (ese río de agua sucia de la nueva era de Aquarius) que el Dragón lleva años vertiendo sobre la Tierra y la Iglesia. Y será Ella el nuevo Moisés que guiará a ese resto fiel por el desierto durante los 3,5 años de gran tribulación que ya se nos viene encima, en la que el Anticristo perseguirá a muerte a la Mujer vestida de Sol.
16º. La última devoción que Dios dejó al mundo para su salvación: el Inmaculado Corazón de María
Aparte del Rosario, la última devoción que Dios dio al mundo para su salvación (como dijo la Virgen en Fátima) es la devoción de los cinco primeros sábados de mes y la consagración al Inmaculado Corazón de María. En esto vemos, como dijo Sor Lucía, que está próximo el fin de los tiempos, por ser ésa la “última devoción”, el último recurso divino para la salvación y redención del mundo
¿Y por qué ésa en particular y no otra, como la santa faz o la santa sangre, o la devoción a las cinco llagas, u otras muchas? Lo he meditado mucho, y creo que es porque María es también piedra de tropiezo para los que no están en la auténtica fe, pues es rechazada por muchos católicos tibios, por muchos protestantes, por muchos sabios e intelectuales y teólogos envenenados por el racionalismo y el análisis crítico de la Biblia. La humildad, la sencillez y la pureza de María solo son apreciadas por los que, por la gracia de Dios, mantienen un corazón de niño, sin el cual nadie verá a Dios. Y porque María será un obstáculo irremovible para los que, en la Iglesia católica, la única verdadera, están promoviendo un falso ecumenismo, con una falsa misa y una licuefacción de los dogmas.
Acabamos este artículo, de nuevo, con las inspiradísimas palabras de San Pío X en“Ad diem illum Laetissimum”:
“Con estos presupuestos, volvemos a nuestro propósito: ¿a quién le parecerá que no tenemos derecho a afirmar que María, que desde la casa de Nazaret hasta el lugar de la Calavera estuvo acompañando a Jesús, que conoció los secretos de su corazón como nadie y que administra los tesoros de sus méritos con derecho, por así decir, materno, es el mayor y el más seguro apoyo para conocer y amar a Cristo? Esto es comprobable por la dolorosa situación de quienes, engañados por el demonio o por doctrinas falsas, pretenden poder prescindir de la intercesión de la Virgen. ¡Desgraciados infelices! Traman prescindir de la Virgen para honrar a Cristo: e ignoran que no es posible encontrar al niño sino con María, su Madre.”
Hermanos: es certísimo que la devoción a la Virgen nos acerca más a la santidad, porque Ella, indefectiblemente, nos lleva a su Hijo. A Jesús por María. Ella no es el centro, pero está en el centro (padre Joseph Kentenich).
¡Viva María Santísima, corredentora!
¡Oh Gloriosa Domina!
Oh gloriosa Señora, elevada sobre las estrellas, que en vuestro seno santificado habéis criado providencialmente a vuestro Creador. Lo que nos quitó la triste Eva, Vos lo devolvéis por vuestra santa fecundidad; Vos sois el camino que hace entrar en el cielo a los que lloran. Vos sois la puerta del gran Rey, la brillante entrada de la luz. Pueblos redimidos, cantad a la Vida dada por la Virgen. Gloria a Vos, Señor, que habéis nacido de la Virgen, así como al Padre y al Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
(San Venancio Fortunato) Sevilla, a 2 de febrero de 2018 
Fiesta de la Presentación del Niño en el Templo
Día del primer dolor de la Virgen y del anuncio de su corredención: la aflicción que causó a su tierno Corazón la profecía del anciano Simeón