viernes, 30 de marzo de 2018

Crucifixión - Visiones Catalina de Emmerich

Relato de Ana Catalina de Emmerick de lo acontecido previamente a La Pasion de Cristo..


Ana Catalina Emmerick, BeataAnne CatherineBeatificada el 3 de Octubre, 2004
 Mística alemana 1774-1824 Religiosa agustinaAlma víctima, ofreció enormes sufrimientos viviendo la Pasión de Nuestro Señor. Dios le concedió muchos dones místicos, entre ellos, visiones, estigmatización, locución, éxtasis, etc.
En los últimos años de su vida se sustentaba solamente de la Santa Eucaristía. 
 
Fue exclaustrada a la fuerza por la invasión napoleónica. Inválida y estigmatizada, vivió la pasión de Jesucristo. edía de su nacimiento, el 8 de septiembre de 1774, en una granja del pueblo de Flamsche cerca de Coesfeld, diócesis de Münster, Westfalia, noroeste de Alemania.

Desde los cuatro años de edad tuvo frecuentes visiones de la historia de la Salvación. Tras muchas dificultades causadas por la pobreza y 
oposición de su familiaingresó a los 28 años de edad en el monasterio de Agnetenberg, en Dülmen.

Suprimido el monasterio por las autoridades civiles, se trasladó a una casa particular. Desde 1813 en adelante, la enfermedad la obligó a la inmovilidad.

«Llevó consigo los estigmas de la Pasión del Señor y recibió carismas extraordinarios que empleó para consuelo de numerosos visitantes. Desde el lecho desarrolló un gran y fructífero apostolado», constató el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, el cardenal José Saraiva Martins, al leer el decreto de reconocimiento del milagro ante Juan Pablo II.
Desde ese mismo a
ñno tuvo más alimento que la Comunión, y pasó por tres exhaustivas investigaciones de la diócesis, la policía bonapartista y las autoridades.
Los últimos años de su vida experimentó místicamente la pasión de Jesucristo y trataba de describir en su dialecto bajo alemán las visiones cotidianas de lo sobrenatural que ella misma encontraba indecibles.
Un notable escritor alemán, Clemens Brentano, al tener noticia de ello, se convirtió y permaneció al pié de la cama de la enferma copiando los relatos de la vidente desde 1818 a 1824. Dos veces al día el escritor acudía a visitar a Ana Catalina para copiar en sus diarios los apuntes, y regresaba otra más para leérselos a la monja inválida y comprobar así la fidelidad de lo trascrito.
Muerte
El lunes 9 de febrero de 1824 murió en Dulmen consumada por las enfermedades y las penitencias.
Al fallecer la religiosa, el escritor ordenó el material depositado en sus diarios. Preparó un índice de las visiones y la edición de «La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». El libro fue un acontecimiento mundial.
scritor alemán comenzó entonces a ordenar las visiones de la «Vida de María». Brentano murió dejando la tarea inacabada. En lo sucesivo, distintos especialistas editaron los «Diarios» y compilaron, cada uno a su modo, las visiones sobre la Iglesia, el Antiguo Testamento, la Vida pública de Jesús y la Iglesia naciente. «No hallé en su fisonomía ni en su persona el menor rastro de tensión ni exaltación», afirmó Brentano tras conocer a la religiosa. «Todo lo que dice es breve, simple, coherente, y a la vez lleno de profundidad, amor y vida». 
El famoso director y actor de cine, Mel Gibson, queriendo hacer una película sobre la pasión del Señor, rezaba en su despacho cuando el libro de la Pasión de Catalina Emmerick se desprendió del librero y cayó sobre sus piernas. Esta experiencia asombrosa llevó al Sr. Gibson a inspirarse en este libro para hacer la película «The Passion» («La Pasión»).



Mientras se comenzaba a escuchar sobre esta extraordinaria película, el Vaticano anunció que Ana Catalina será pronto beatificada. ALABADO SEA JESUCRISTO.

Declarada Venerable a finales del siglo XIX, su proceso de beatificación se reanudó en 1972. En el 2001se declaró la heroicidad de sus virtudes. Beatificada el 3 de Octubre, 2004, por Juan Pablo II.
Primera meditación.- Preparativos para la Pascua
Jueves Santo, el 13 Nisán
Ayer por la tarde, Nuestro Señor tomó su última comida junto con sus amigos, en casa de Simón el Leproso, en Betania, y allí mismo, María Magdalena ungió por última vez con perfume los pies de Jesús. Judas se escandalizó; corrió a Jerusalén y conspiró con los príncipes de los sacerdotes para entregarles a Jesús. Después de la comida, Jesús volvió a casa de Lázaro, mientras algunos de los apóstoles se dirigían a la posada que se halla a la entrada de Betania. Por la noche, Nicodemo acudió de nuevo a casa de Lázaro y tuvo una larga conversación con el Señor; volvió a Jerusalén antes del amanecer, y Lázaro lo acompañó durante un tramo del camino.
Los discípulos le habían preguntado a Jesús dónde quería celebrar la Pascua. Hoy, antes del amanecer, Nuestro Señor ha mandado a buscar a Pedro, a Santiago y a Juan; les ha explicado con detalle todos los preparativos que deben disponer en Jerusalén, y les ha dicho que, subiendo al monte Sión, encontrarían a un hombre con un cántaro de agua. Reconocerían a ese hombre, pues, en la Pascua anterior, en Betania, fue él quien mandó preparar la comida para Jesús; por eso, san Mateo dice: «Él les dijo: "Id a la ciudad, a uno, y decidle: 'El Maestro dice: Mi tiempo está cerca, en tu casa haré la Pascua con mis discípulos.'"» Después debían ser conducidos por ese hombre al cenáculo y allí hacer todos los preparativos necesarios.
Yo vi a los apóstoles subir a Jerusalén, por una quebrada al sur del Templo y al norte de Sión. En una de las vertientes de la montaña del Templo había una hilera de casas, y ellos marcharon frente a esas casas, siguiendo el curso de un torrente. Cuando alcanzaron la cumbre del monte Sión, que es una montaña más alta que la montaña del Templo, se encaminaron hacia el Mediodía, y al principio de una pequeña cuesta encontraron al hombre que Jesús les había descrito; fueron tras él y le dijeron lo que Jesús les había mandado. El hombre recibió con gran alegría sus palabras y les respondió que en su casa había sido ya dispuesta una cena (probablemente por Nicodemo), pero que, hasta aquel momento, él no había sabido para quién y que se alegraba mucho de saber que era para Jesús. El nombre de este hombre era Helí, cuñado de Zacarías de Hebrón, en cuya casa Jesús había anunciado el año anterior la muerte de Juan el Bautista. Helí tenía únicamente un hijo, que era levita, y amigo de san Lucas, antes de que éste fuese llamado por Nuestro Señor, y cinco hijas, todas ellas solteras. Todos los años acudía a la fiesta de Pascua con sus sirvientes, alquilaba una sala y preparaba la Pascua para todos aquellos que no tuvieran amigos con quienes hospedarse en la ciudad. Ese año había alquilado un cenáculo propiedad de Nicodemo y José de Arimatea. Mostró a los apóstoles dónde estaba y cuál era su distribución.
Segunda meditación.- El cenáculo
Del lado sur del monte Sión, no lejos de las ruinas del castillo de David y del mercado que asciende hacia el castillo hacia el este, hay una antigua y sólida edificación entre frondosos árboles, en mitad de un espacioso patio amurallado. A ambos lados de la entrada se ven otras construcciones anejas, sobre todo a la derecha, donde está la morada del sirviente principal, y pegada a ésta, la casa en la que la Santísima Virgen y las santas mujeres pasaron más tiempo después de la muerte de Jesús. El cenáculo, que en otras épocas había sido más grande, fue residencia de los bravos capitanes de David, que allí se ejercitaban en el uso de las armas.
Antes de la construcción del Templo, el Arca de la Alianza estuvo depositada allí durante un largo período, y todavía pueden encontrarse huellas de su presencia en el sótano. También he visto al profeta Malaquías cobijado bajo ese mismo techo; fue allí donde escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el Sacrificio de la Nueva Alianza. Salomón rindió honores a esta casa y llegó a tener lugar en ella algún acto simbólico y figurativo que he olvidado. Cuando casi todo Jerusalén fue destruido por los babilonios, esta casa fue respetada. He visto otras muchas cosas relacionadas con la casa; pero sólo recuerdo lo que he contado.
Cuando fue comprado por Nicodemo y José de Arimatea, este edificio estaba en muy mal estado. Ellos arreglaron el cuerpo principal y lo dispusieron cómodamente; lo alquilaban a los extranjeros que acudían a Jerusalén con motivo de la Pascua. Así fue como Nuestro Señor pudo celebrar allí la Pascua del año anterior. Además, la casa y sus dependencias se utilizaban como almacén de estelas, monumentos y otras piedras, y también como taller para los obreros. José de Arimatea poseía excelentes canteras en su país, de donde hacía traer grandes bloques de piedra, con las cuales, bajo su dirección, esculpían sepulcros, adornos y columnas que después vendían. Nicodemo también se dedicaba a este negocio y solía pasar muchas horas de sus ratos libres esculpiendo. Trabajaba en la sala o en el sótano bajo ésta, excepto en tiempo de las fiestas. Su trabajo lo había llevado a conocer a José de Arimatea, de quien se había hecho amigo; a menudo, habían llevado a cabo juntos alguna empresa.
Esa mañana, mientras Pedro y Juan hablaban con el hombre que había alquilado el cenáculo, vi a Nicodemo en la casa de la izquierda del patio, donde habían sido colocadas muchas piedras que impedían el paso al cenáculo. Una semana antes, vi a varias personas trasladando las piedras de un lado a otro, limpiando el patio y preparando el cenáculo para la Pascua; entre ellos me pareció ver a algunos discípulos, quizás Aram y Temeni, los primos de José de Arimatea. El cenáculo propiamente dicho está casi en el centro del patio, es rectangular y lo rodean chatas columnas; si el espacio entre los pilares se abriera un poco, podría formar parte de la gran sala interior, pues todo el edificio es como si fuera transparente; pero, excepto en las ocasiones especiales, los pasos están cerrados. La luz penetra por unas ranuras que hay en lo alto de las paredes. Al entrar, se encuentra primero un vestíbulo, al que dan acceso tres puertas; luego, la gran sala interior, de cuyo techo cuelgan varias lámparas; las paredes, hasta media altura, están decoradas para la fiesta con hermosas esteras y tapices, y una abertura del techo ha sido velada con una gasa azul muy transparente.
La parte de atrás de la habitación está separada del resto por una cortina también de gasa azul. Esta división en tres partes del cenáculo le otorga cierta semejanza con el Templo, donde encontramos el atrio el Sancta y el Santasantórum. En la parte posterior del cenáculo se encuentra, colgada a derecha e izquierda, la indumentaria precisa para la celebración de la fiesta. En el medio hay una especie de altar. Un banco de piedra elevado sobre tres escalones; y con la figura de un triángulo rectángulo está sujeto a la pared. Ése debe de ser el horno donde se asa el cordero pascual, porque hoy, durante la comida, los escalones se notaban calientes. No puedo explicar en detalle todo lo que hay en esta parte de la sala, pero se están haciendo grandes preparativos para la cena pascual. En la pared que hay encima de este horno o altar, se ve una especie de nicho, delante del cual vi la imagen de un cordero pascual: tenía un cuchillo en el cuello y su sangre parecía ir cayendo gota a gota sobre el altar; pero no lo recuerdo claramente. En otro nicho de la pared había tres alacenas de diversos colores, que podían moverse como nuestros tabernáculos, para abrirlas y cerrarlas. Había en ellas todo tipo de vasijas para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento fue colocado allí.
En las habitaciones adyacentes al cenáculo se veía una especie de divanes con gruesos cubrecamas, que podían ser usados como camas. Bajo el edificio hay hermosas bodegas. El Arca de la Alianza estuvo en algún momento depositada debajo de donde ahora está el hogar. La casa cuenta con cinco cañerías que, por debajo del suelo, se llevan las inmundicias y las aguas de la montaña, pues la casa está construida en un punto elevado. En esa casa, he visto a Jesús orar y hacer milagros; los discípulos también se quedaban con frecuencia a pasar la noche en las salas laterales.
Tercera meditación.- Preparativos para comer el cordero pascual
Cuando los apóstoles acabaron de hablar con Helí de Hebrón, este último entró en la casa por el patio, pero los discípulos torcieron a la derecha y bajaron el monte Sión hacia el norte. Atravesaron un puente y siguieron por un sendero cubierto de árboles hasta el otro lado de la quebrada de delante del Templo y de la hilera de casas que quedan al sur de éste. Allí estaba la casa del anciano Simeón, que murió en el Templo tras la presentación de Nuestro Señor. Los hijos de Simeón, algunos de los cuales eran discípulos de Jesús en secreto, vivían ahora en la casa de Simeón. Los apóstoles hablaron con uno de ellos, un hombre alto y moreno que trabajaba en el Templo. Fueron con él hasta la parte oriental del Templo, atravesando la puerta de Ofel, por la que Jesús había entrado en Jerusalén el domingo de Ramos, y prosiguieron hasta la plaza del ganado, al norte del Templo. En la parte sur de esta plaza vi pequeños cercados como jardines en miniatura, en los que pastaban hermosos corderos. Allí era donde se compraban los corderos de Pascua. Yo vi al hijo de Simeón entrar en uno de estos cercados, y los corderos se acercaban a él como si lo conocieran. Escogió cuatro, que fueron llevados al cenáculo, donde empezaron a prepararlos.
Luego vi a Pedro y a Juan ir, además, a diversas partes de la ciudad y encargarse de varias cosas. También los vi delante de la puerta de una casa situada al norte del monte Calvario. Esa casa, donde los discípulos de Jesús se alojaban casi siempre, pertenecía a Serafia, que luego fue llamada Verónica. Pedro y Juan enviaron desde allí a algunos discípulos al cenáculo, y les hicieron varios encargos que he olvidado.
Ellos entraron entonces en casa de Serafia, donde tenían que hacer todavía algunas cosas. El marido de ella era miembro del Consejo, y pasaba mucho tiempo fuera de casa ocupado en sus asuntos, pero aun cuando estaba en casa, se veían poco. Serafia era una mujer más o menos de la edad de la Santísima Virgen, que conocía a la Sagrada Familia desde hacía mucho tiempo, pues cuando Jesús niño se quedó tres días en Jerusalén después de la fiesta, ella se ocupó de alimentarlo.
Los dos apóstoles cogieron de allí, entre otras cosas, el cáliz con el que Nuestro Señor instituyó la Sagrada Eucaristía.
Cuarta meditación.El cáliz y la Última Cena
El cáliz que los apóstoles cogieron de casa de Verónica, tenía una apariencia hermosísima y misteriosa. Había estado depositado mucho tiempo en el Templo, entre otros objetos preciosos, y era muy antiguo, tanto, que su origen y uso habían sido olvidados. Eso mismo ha pasado en la Iglesia cristiana, donde muchas joyas antiguas consagradas se han ido olvidando y cayendo en desuso. Muchas veces, enterradas en el polvo del Templo, han sido encontradas, vasijas antiguas y joyas, que se han recompuesto y vendido. De este mismo modo, y porque Dios así lo quiso, se encontró este cáliz santo que nunca se ha podido fundir debido a que no se sabe de qué material está hecho. Fue hallado por los sacerdotes en el tesoro del Templo, entre otros objetos que habían sido vendidos como antigüedades. Serafia lo compró, y había sido utilizado ya muchas veces por Jesús en las celebraciones; desde el día de la Ultima Cena pasó a ser custodiado por la sagrada comunidad cristiana. Este cáliz no siempre había tenido el mismo aspecto; y quizá en esa ocasión de la Cena, habían reunido las diferentes piezas que lo componían. Colocaron el gran cáliz sobre una bandeja, rodeado por seis pequeñas copas. El cáliz contenía a su vez un recipiente menor sobre un plato, todo ello cubierto con una tapadera redonda. En el cáliz había insertada una cuchara que podía sacarse con facilidad. Todos estos diferentes vasos estaban envueltos en paños y metidos en una bolsa de cuero, si no estoy equivocada. El gran cáliz se compone de la copa y del pie, que seguramente fue añadido con posterioridad, pues las dos partes son de distinto material. La copa tiene forma de pera, es maciza y oscura y muy bruñida; tiene adornos dorados y dos pequeñas asas para sujetarla. El pie es de oro puro, finamente labrado. En él está representada la figura de una serpiente y hay también un racimo de uva; en todo él se han engastado piedras preciosas.
El gran cáliz quedó depositado en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor, y veo que todavía está allí; aparecerá un día, como ya apareció antes. Otras iglesias se repartieron las pequeñas copas que lo rodeaban; una de ellas está en Antioquía, otra en Éfeso. Pertenecían a los patriarcas, que bebían en ellas un misterioso brebaje antes de dar o recibir la bendición; yo lo he visto muchas veces.
El gran cáliz perteneció a la casa de Abraham; Melquisedec lo llevó consigo desde la tierra de Semíramis a la tierra de Canaán, donde fundó algunos asentamientos en el lugar donde después se edificaría Jerusalén. Lo utilizó en el sacrificio, cuando ofreció pan y vino en presencia de Abraham, después volvió a dejarlo en manos de este sagrado patriarca. El mismo cáliz estuvo asimismo en el Arca de Noé.
Quinta meditación.-Jesús entra en Jerusalén
Por la mañana, mientras los apóstoles estaban en Jerusalén ocupados con los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, se despidió con gran afecto de las santas mujeres, de Lázaro y de su Santa Madre, y les dio las últimas indicaciones. Yo vi al Señor hablar a solas con su Madre y le dijo, entre otras cosas, que había enviado a Pedro, el apóstol de la fe, y a Juan, el apóstol del amor, delante de Él para preparar la Pascua en Jerusalén. Le dijo, hablando de Magdalena, cuyo dolor era inmenso, que su amor era muy grande, pero todavía de algún modo humano, y que por eso el dolor la ponía fuera de sí. Le habló también de la traición proyectada por Judas, y la Santísima Virgen rogó por él. Judas había dejado otra vez Betania para ir a Jerusalén, con el pretexto de pagar unas deudas. Corrió todo el día de un fariseo a otro y acordó el pago con ellos. Le mostraron quiénes serían los soldados encargados de prender a Nuestro Divino Salvador. Judas pensó sus excusas de modo que pudiera justificar su ausencia. Yo he visto todos sus cálculos y todos sus pensamientos. Era de natural activo y dispuesto, pero esas buenas cualidades topaban con la avaricia, la ambición y la envidia, pasiones que él no se esforzaba en combatir. En ausencia de Jesús, había incluso obrado milagros y curado enfermos.
Cuando Nuestro Señor le dijo a la Santísima Virgen lo que iba a suceder, ella le pidió, de la manera más tierna, que la dejase morir con Él. Pero él la exhortó a tener más resignación en su pena que las otras mujeres; le dijo también que resucitaría, y el lugar donde se le aparecería. Ella no lloró mucho ante él, pero su dolor era indescriptible; había algo casi espantoso en su profundo recogimiento. El Señor le agradeció como hijo piadoso el amor que ella le tenía, y la estrechó contra su corazón. Le dijo también que celebraría espiritualmente la Ultima Cena con ella, y le indicó la hora en que ella recibiría su preciosa Sangre. Se despidió una vez más de todos y les dio las últimas instrucciones.
Jesús y los apóstoles salieron a las doce de Betania y se encaminaron a Jerusalén; con ellos iban siete discípulos que eran de Jerusalén y sus alrededores, excepto Natanael y Silas. Entre ellos estaban también Juan y Marcos, el hijo de la pobre viuda que el jueves anterior había ofrecido su último dinero en el Templo mientras Jesús predicaba. Nuestro Señor lo había tomado consigo desde hacía pocos días. Las santas mujeres los siguieron al cabo de un rato.
Jesús y sus compañeros rodearon el monte de los Olivos, caminaron por el valle de Josafat y llegaron incluso hasta el monte Calvario. Mientras caminaban, no cesaba de instruirlos. Dijo entre otras cosas a los apóstoles que hasta entonces les había dado pan y vino, pero que hoy les daría su Carne y su Sangre, su ser entero, todo lo que era y todo lo que tenía. La expresión de Nuestro Señor mientras decía esto era tan dulce, que su alma parecía estar saliendo de su boca con sus palabras, y parecía languidecer de amor deseando que llegara el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo comprendieron, y creyeron que estaba habiéndoles del cordero pascual. No hay palabras para expresar todo el amor y toda la resignación contenidos en los últimos discursos de Nuestro Señor en Betania y en su camino a Jerusalén.
Los siete discípulos que habían seguido al Señor a Jerusalén no recorrieron el camino en su compañía; fueron a llevar al cenáculo los hábitos ceremoniales de la Pascua y volvieron a casa de María, la madre de Marcos. Cuando Pedro y Juan llegaron al cenáculo con el cáliz, los vestidos para la ceremonia ya estaban en el vestíbulo, donde los discípulos y algunos otros compañeros los habían dejado. Habían colocado también colgaduras en las paredes desnudas, destapado las aberturas de arriba y habían encendido tres lámparas. A continuación, Pedro y Juan fueron al valle de Josafat y avisaron a Nuestro Señor y a los apóstoles. Los discípulos y los amigos que iban a celebrar la Pascua con ellos en el cenáculo, llegaron más tarde.
Sexta meditación.- La última Pascua
Jesús y sus discípulos comieron el cordero pascual en el cenáculo, divididos en tres grupos. Jesús con los doce apóstoles, en el cenáculo propiamente dicho; Natanael con otros doce discípulos, en una de las salas laterales, otros doce se agruparon en torno a Eliaquim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí; Eliaquim había sido discípulo de Juan el Bautista.
Tres de los corderos habían sido sacrificados para ellos en el Templo. El cuarto cordero fue inmolado en el cenáculo, y de ése comieron Jesús y los apóstoles. Judas no sabía eso porque, ocupado en sus artimañas, no había regresado hasta hacía poco, y no había estado presente cuando sacrificaron el cordero.
El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los apóstoles fue muy emocionante: se llevó a cabo en el atrio del cenáculo. Los apóstoles y los discípulos presentes cantaron el salmo 118. Jesús les habló del tiempo nuevo que comenzaba y que los sacrificios de Moisés y del cordero pascual iban a cumplirse; y que por esta razón el cordero debía ser sacrificado como antiguamente en Egipto, porque también ellos estaban a punto de liberarse de la esclavitud.
Se dispusieron los recipientes y los instrumentos necesarios. Trajeron un cordero pequeñito tocado con una corona que fue enviada a la Santísima Virgen, a la estancia en la que ella permanecía con las santas mujeres. El cordero estaba atado a una tabla, con una cuerda que le rodeaba el cuerpo; me recordó a Jesús atado en la columna y azotado. El hijo de Simeón sostenía la cabeza del cordero; Jesús le hizo una incisión en el cuello con la punta de un cuchillo, que dio entonces al hijo de Simeón, quien acabó de matarlo. A Jesús parecía repugnarle tener que herir al animal; lo hizo de prisa, pero con solemnidad: la sangre fue recogida en un cuenco y Jesús mojó en ella un ramo de hisopo. A continuación, fue a la puerta de la sala, tintó con sangre los dos pilares y la cerradura y fijó el ramo sobre la puerta. Habló luego a los discípulos y les dijo, entre otras cosas, que el ángel exterminador se mantendría alejado, que debían orar en aquel sitio sin temor y sin inquietud cuando Él fuera sacrificado, Él mismo, el verdadero cordero pascual; que un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar y que durarían hasta el fin del mundo.
Después todos fueron al otro extremo de la sala, cerca del lugar donde debajo, en otro tiempo, había estado el Arca de la Alianza. El horno estaba encendido: Jesús echó la sangre sobre el lugar y lo consagró como un altar. Luego, seguido de los apóstoles, fue rodeando el cenáculo y lo consagró como un nuevo Templo. Mientras tanto, todas las puertas permanecían cerradas.
El hijo de Simeón había completado ya la preparación del cordero. Lo había colocado sobre una tabla, con las patas de delante cada una atada a un palo y las de atrás juntas y extendidas. Recordaba a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con los otros tres corderos sacrificados en el Templo.
Los corderos pascuales de los judíos se mataban todos en el atrio del Templo aunque en tres sitios distintos: uno, para las personas distinguidas; otro, para la gente común y, otro, para los extranjeros. El cordero pascual de Nuestro Señor no fue sacrificado en el templo, pero todo se hizo conforme a la ley. Jesús pronunció todavía otras palabras y dijo a sus discípulos que el cordero era sólo un símbolo, que Él era el verdadero cordero pascual y que sería sacrificado al día siguiente, y otras cosas que he olvidado.
Tras estas palabras de Jesús, y habiendo llegado Judas, empezaron a disponerse las mesas. Los discípulos se pusieron los vestidos de ceremonia que estaban en el vestíbulo, se cambiaron las sandalias, y se colocaron encima una especie de camisa blanca y una capa, que era más corta por delante que por detrás; se sujetaron los vestidos en la cintura, y se remangaron las mangas que eran muy anchas. Cada grupo fue a la sala que le había sido asignada. Los discípulos a las salas laterales, Nuestro Señor con los apóstoles se quedó en la del cenáculo. Cogieron cada uno un palo y, con él en la mano, fueron acercándose de dos en dos a la mesa; permanecieron de pie, cada cual en su sitio, con el palo apoyado sobre los brazos extendidos y las manos levantadas.
La mesa era estrecha y con forma de herradura y de una altura algo superior a la rodilla de un hombre; frente a Jesús, dentro del semicírculo, se dejó un sitio vacío desde donde poder servir los platos. Tal como lo recuerdo, Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor estaban a la derecha de Jesús; a ese extremo de la mesa se sentaba Bartolomé; en el otro lado, Tomás y Judas Iscariote; a la izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo, y en la punta de la izquierda, Simón, y a continuación Mateo y Felipe.
En medio de la mesa estaba la bandeja con el cordero pascual. Su cabeza reposaba entre sus patas delanteras, dispuestas en cruz, las patas de atrás seguían extendidas; todo el borde de la fuente estaba adornado con ajos. Junto a esta bandeja había un plato con la carne asada de Pascua, además de un plato con verduras y un segundo plato con manojitos de hierbas amargas que parecían hierbas aromáticas. Frente a Jesús había otra fuente con hierbas y un plato con una salsa oscura y espesa. Los discípulos tenían cada uno ante sí unos panes redondos y planos, sin levadura, en lugar de platos, y cuchillos de marfil.
Después de la plegaria, el sirviente principal puso delante de Jesús, sobre la mesa, el cuchillo para cortar el cordero, y también una copa llena de vino, luego llenó las otras seis copas, situadas cada una entre dos apóstoles. Jesús bendijo el vino y lo bebió; los apóstoles compartían una copa entre dos. Nuestro Señor partió el cordero: los apóstoles fueron recibiendo cada uno una porción sobre su pan. Lo comieron muy de prisa separando la carne de los huesos con sus cuchillos de marfil y quemando después los huesos. Todo esto lo hicieron de pie, apenas apoyados en el respaldo de sus asientos. Jesús partió uno de los panes ácimos, guardó una parte y distribuyó la otra entre los apóstoles. Su copa de vino fue llenada de nuevo, pero Jesús no bebió: «Desde ahora no beberé más de este fruto de vida hasta aquel día, cuando lo beba de nuevo con vosotros en el Reino de Dios.» Después de beber cantaron un himno; Jesús rezó o permaneció en silencio, y luego se lavaron las manos de nuevo. A continuación, se sentaron.
Nuestro Señor partió todavía otro cordero, que hizo llevar a las santas mujeres, que comían en una de las estancias del patio. Los apóstoles comieron todavía verduras y lechuga. Jesús tenía una expresión de recogimiento y serenidad tan grandes como yo no le había visto nunca. Dijo a los apóstoles que olvidaran todas sus preocupaciones. La Santísima Virgen, sentada a la mesa de las mujeres, estaba también llena de serenidad. Cuando las demás mujeres se le acercaban y tiraban suavemente de su velo para llamar su atención y hablar con ella, sus movimientos manifestaban una gran placidez de espíritu.
Al principio Jesús conversó afectuosamente con sus apóstoles; después fue quedándose serio y melancólico, y les dijo: «De cierto os digo que uno de vosotros me ha de entregar.» Había sólo una fuente con lechuga, y Jesús la repartía a los que estaban a su lado; luego, encargó a Judas, que estaba enfrente, que la distribuyera a los compañeros de su lado de mesa. Cuando Jesús habló de un traidor, lo que llenó a todos de espanto, dijo: «Un hombre que mete la mano conmigo o en el mismo plato, ése me ha de entregar», lo que significaba: «Uno de los doce que están comiendo y bebiendo conmigo, uno de los que comparten mi pan.» No señaló claramente a Judas ante los otros, pues meter la mano en el mismo plato era una expresión que también quería decir que se tenía la mayor intimidad. Sin embargo, quería que Judas, que había metido la mano en el mismo plato que el Señor, para repartir la lechuga, se diera por enterado. Jesús añadió: «El Hijo del Hombre se va, como está escrito de él; mas ¡ay de aquel por quien el Hijo del Hombre es entregado. Bueno le fuera al tal hombre no haber nacido.»
Los apóstoles, muy turbados, le preguntaban a la vez: «Señor, ¿soy yo?», pues no comprendían del todo las palabras de Jesús. Pedro, por señas, le pedía a Juan que le preguntara a Nuestro Señor de quién hablaba, pues habiendo sido reconvenido por Jesús, temía que se estuviese refiriendo a él. Juan, que estaba a la derecha de Jesús y apoyado en el brazo izquierdo comía con la mano derecha, recostó su cabeza en el pecho de Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?» Yo no vi que Jesús lo dijera de palabra, pero dijo: «Es aquel a quien le doy el pan que he mojado.» No sé si se lo susurró a Juan pero éste lo supo en cuanto Jesús mojó el pedazo de pan y se lo ofreció afectuosamente a Judas, quien a su vez preguntó: «¿Soy yo, Señor?» Jesús lo miró con amor y le dio una respuesta ambigua. Entre los judíos ofrecer pan era una prueba de amistad y de confianza. Jesús utilizó ese gesto para advertir a Judas sin declararlo culpable ante los otros. Sin embargo, Judas se consumía de rabia. Yo vi durante la cena una figura horrible sentada a sus pies, que a veces ascendía hasta su corazón. No vi que Juan le repitiera a Pedro lo que Nuestro Señor le había dicho, pero lo tranquilizó con la mirada.
Séptima meditación.Jesús lava los pies a los apóstoles
Todos se levantaron de la mesa, y mientras recomponían sus ropas como era usual antes del oficio solemne, el sirviente principal entró con dos criados para quitar la mesa. Jesús le pidió que llevara agua al atrio y el sirviente se fue de la sala con sus criados. Jesús, de pie entre los apóstoles, les habló algún tiempo con solemnidad. No puedo repetir exactamente lo que dijo, pero me acuerdo de que les habló del Reino, de que volvía con su Padre, de lo que les dejaría cuando se separase de ellos, etc. Les habló también sobre la penitencia, la confesión, el arrepentimiento y la justificación.
Yo comprendí que se estaba refiriendo al lavatorio de los pies, y vi que todos los apóstoles reconocían sus pecados y se arrepentían de ellos, excepto Judas. Este discurso fue también largo y solemne y cuando acabó, Jesús envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar el agua al vestíbulo, y les dijo a los apóstoles que colocaran las sillas en semicírculo; Él se fue también al vestíbulo, y allí se envolvió el cuerpo con una toalla, y mientras tanto, los apóstoles, en la sala, se decían algunas palabras y se preguntaban cuál sería el primero de entre ellos. El Señor les había dicho claramente que iba a dejarlos y que su Reino estaba muy próximo y al alcance, lo que reforzaba aún más su idea de que el Señor tenía unos planes secretos y que se había referido a un triunfo terrestre que proclamaría en el último momento.
Mientras, Jesús, en el vestíbulo, mandó a Juan que cogiera una jofaina y a Santiago, un cántaro lleno de agua; y que lo siguieran a la sala, adonde el sirviente principal había llevado otra jofaina vacía.
Jesús, ataviado de un modo tan humilde, les reprochó la disputa que se había suscitado entre ellos, y les dijo, entre otras cosas, que Él mismo era su servidor, y que se sentaran para que él les lavara los pies. Tomaron asiento en el mismo orden que habían estado sentados a la mesa. Jesús iba del uno al otro echándoles sobre los pies agua de la jofaina que llevaba Juan; luego, con un extremo de la toalla en la que estaba envuelto, se los secaba. Nuestro Señor llevó a cabo este acto de humildad lleno de afecto hacia sus apóstoles.
Cuando llegó a Pedro, éste asimismo humilde, quiso detenerlo, y le dijo: «Señor, ¿cómo vas tú a lavarme los pies?» Jesús le contestó: «Ahora no entiendes lo que hago, pero lo entenderás más tarde.» Me pareció que en un aparte le decía: «Simón, has merecido que mi Padre te revelara quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy; tú sólo lo has reconocido abiertamente. Y por eso sobre ti construiré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi poder permanecerá en ti y en tus sucesores hasta el final de los tiempos.»
Jesús señaló a Pedro ante los apóstoles, y les dijo que cuando él ya no estuviera presente, Pedro ocuparía su lugar. Pedro exclamó: «Tú nunca me lavarás los pies.» A lo que el Señor respondió: «Si no lo hago no tendrás nada que ver conmigo.» Entonces Pedro añadió: «Señor, lavadme no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús dijo: «Quien ha sido purificado no precisa lavarse más que los pies: todo el resto es puro; vosotros estáis, pues, limpios, aunque no todos». Con estas palabras se refería a Judas. Jesús había hablado del lavatorio de los pies como de un símbolo del perdón de las culpas cotidianas, porque los pies están sin cesar en contacto con la tierra, y si no se los limpia constantemente siempre están sucios.
Al lavarles Jesús los pies fue como si les hubiera concedido una especie de absolución espiritual. Pedro, en medio de su celo, lo que vio fue aquel gesto era una humillación demasiado grande para su Maestro. Él no sabía que al día siguiente, para salvarlo, Jesús se sometería a la ignominiosa muerte en la cruz.
Cuando Jesús lavó los pies de Judas, lo hizo del modo más afectuoso. Acercó su sagrada faz a los pies de Judas y le dijo en voz baja que desde hacía un año sabía de su traición. Judas fingía no oírlo y hablaba con Juan, lo que hizo que Pedro se irritara y no pudiera evitar decirle: «Judas, el Maestro te está hablando». Entonces Judas dio a Jesús una réplica vaga y evasiva, dijo algo así como: «Dios me libre, Señor.» Los demás no se habían dado cuenta de que Jesús le había hablado a Judas, pues lo hizo en voz baja para que los otros no lo oyeran y, además, estaban ocupados en calzarse de nuevo las sandalias. Nada en todo el transcurso de su Pasión afligió tanto a Jesús como la traición de Judas.
Jesús finalmente lavó también los pies de Juan y Santiago. Luego les habló sobre la humildad, y les dijo que el más grande entre todos era aquel que servía a los demás, y que a partir de entonces debían lavarse los pies unos a otros. A continuación, se puso sus vestidos. Los apóstoles se desciñeron los suyos, que habían sujetado para comer el cordero pascual.
Octava meditación.Institución de la Sagrada Eucaristía
Según indicaciones de Nuestro Señor, el sirviente principal volvió a disponer de nuevo la mesa, que habían retirado un poco. Colocándola en medio de la sala, puso sobre ella una jarra lleno de agua y otra llena de vino. Pedro y Juan fueron a la parte de la sala en donde estaba el horno del cordero pascual, a buscar el cáliz que habían traído desde casa de Serafia y que tenían guardado en su bolsa. Lo sujetaron entre los dos, a la manera de un tabernáculo, y lo dejaron sobre la mesa, delante de Jesús. Había también allí una fuente ovalada con tres panes sin levadura dispuestos sobre un paño de lino, junto con el medio pan que Jesús había guardado de la cena pascual. A su lado tenía asimismo un jarro con agua y vino y tres recipientes, uno con aceite espeso, otro con aceite claro y el tercero vacío.
Desde tiempos inmemoriales se observaba la costumbre de comer del mismo pan y beber de la misma copa al finalizar la comida, como signo de fraternidad y amor, y para dar la bienvenida o despedirse. Creo que en las Sagradas Escrituras se habla más de esto.
En la Última Cena, Jesús elevó esa costumbre, que hasta entonces había sido un rito simbólico y figurativo a la dignidad del más grande Sacramento. Posteriormente, entre los cargos presentados ante Caifás, a partir de la traición de Judas, Jesús fue acusado de haber introducido una novedad en la ceremonia de Pascua; sin embargo, Nicodemo demostró cómo en las Escrituras eso ya constaba como una práctica antigua.
Jesús se encontraba entre Pedro y Juan, las puertas estaban cerradas, y todo tenía un aire misterioso y solemne. Cuando el cáliz fue sacado de su bolsa, Jesús oró y habló a sus apóstoles con gran seriedad. Yo vi a Jesús explicándoles el significado de la Cena y toda la ceremonia, y me hizo pensar en un sacerdote enseñando a otros a decir misa.
Jesús tenía delante una bandeja en la cual reposaban los vasos, y tomando el paño de lino blanco que cubría el cáliz, lo extendió sobre la bandeja. Después le vi quitar de encima del cáliz una tapa redonda y ponerla sobre la misma bandeja. A continuación, retiró el paño que cubría los panes ácimos y los puso sobre; sacó también de dentro del cáliz una copa más pequeña y repartió a su derecha y a su izquierda las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo el pan y el aceite, levantó con las dos manos la bandeja con los panes, elevó la mirada, rezó, ofertó, depositó de nuevo la bandeja sobre la mesa y volvió a cubrirla. Tomó luego el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan añadiera un poco de agua que Jesús había bendecido antes; a continuación, bendijo el cáliz, lo elevó orando, lo ofreció y lo colocó de nuevo sobre la mesa.
Juan y Pedro le echaron un poco de agua sobre las manos, encima del plato en el que habían estado los panes. Jesús recogió, con la cuchara insertada en el pie del cáliz, un poco del agua vertida sobre sus manos y la vertió a su vez sobre las de ellos; después, el plato fue dando la vuelta a la mesa y todos se lavaron las manos sobre él. Todo esto me recordó extraordinariamente el sagrado sacrificio de la misa.
Mientras tanto, Jesús se mostraba cada vez más tierno y afectuoso con sus discípulos; les repitió que iba a darse a ellos entero, todo lo que él tenía, es decir, Él mismo, como si estuviera transido de amor. Le vi volverse transparente, hasta parecer una sombra luminosa. Partió el pan en varios trozos y los dejó sobre la bandeja; cogió un poco del primer pedazo y lo echó en el cáliz. En el momento en que hizo eso, me pareció ver a la Santísima Virgen recibiendo el sacramento espiritualmente, aun no estando presente. No sé cómo, pero me pareció verla entrar, caminando sin tocar el suelo, y llegar hasta donde estaba Nuestro Señor para recibir de Él la Sagrada Eucaristía; después ya no la vi más. Aquella mañana, en Betania, Jesús le había dicho que celebraría la Pascua con ella en espíritu, y le había indicado la hora en que debía ponerse a orar para recibir la Eucaristía.
Jesús rezó y les enseñó aún unas cuantas cosas más sus palabras salían de su boca como un fuego luminoso, y como tal entraban en los apóstoles, en todos excepto en Judas. Cogió la bandeja con los trozos de pan y dijo: «Tomad y comed, éste es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.» Extendió la mano derecha en señal de bendición, y mientras lo hacía todo Él resplandecía. Sus palabras eran luminosas, y el pan entraba en la boca de los apóstoles como una sustancia brillante; yo vi cómo la luz penetraba en todos ellos; sólo Judas permanecía en tinieblas. Jesús ofreció primero el pan a Pedro, después a Juan, y a continuación hizo señas a Judas para que se acercara. Judas recibió el Sacramento en tercer lugar, pero las palabras de Nuestro Señor parecían huir de la boca del traidor y volver a Él. Esa visión me perturbó tanto que no puedo describir mis sentimientos. Jesús le dijo: «Haz cuanto antes lo que tienes que hacer.» Después administró el Sacramento a los demás, apóstoles que fueron aproximándose de dos en dos.
Jesús sujetó el cáliz por sus dos asas y lo elevó hasta su cara pronunciando las palabras de consagración. Mientras lo hacía se lo veía transfigurado y transparente, como si todo su ser lo hubiera abandonado para pasar a estar contenido en el pan y el vino. Dio de beber a Pedro y a Juan del cáliz que sostenía en la mano y luego lo dejó de nuevo sobre la mesa. Juan vertió la divina sangre del cáliz en las copas pequeñas y Pedro se las entregó a los apóstoles, que bebieron dos de la misma copa. No estoy muy segura pero creo que Judas también bebió un sorbo del cáliz. Después ya no volvió a su sitio, sino que se fue inmediatamente del cenáculo; los demás creyeron que iba a cumplir un encargo de Jesús. Se fue sin rezar y sin dar gracias, con la gran ingratitud que supone retirarse sin dar gracias después del pan cotidiano, mucho más tras haber recibido el pan de vida eterna de los ángeles. Durante toda la cena estuve viendo al lado de Judas una figura terrorífica, cuyos pies eran como un hueso seco; pero cuando Judas llegó a la puerta del cenáculo, vi tres demonios a su alrededor: el uno entraba en su boca, el otro le daba prisa y el tercero corría ante él. Era de noche y parecían irle alumbrando el camino; Judas corría como un insensato.
Nuestro Señor echó un resto de la divina sangre, que había quedado en el fondo del cáliz, la pequeña copa que había estado en su interior; después puso sus dedos sobre el cáliz y Pedro y Juan echaron de nuevo agua y vino sobre ellos. Después les dió a beber otra vez del cáliz y lo que quedó lo echó en las copas y lo repartió entre los demás apóstoles. A continuación, Jesús limpió el cáliz, metió dentro la pequeña en la que había guardado el resto de la sangre divina, puso encima la bandeja con lo que quedaba del pan consagrado, le colocó la tapadera, envolvió el cáliz y lo situó en medio de las seis copas. Yo vi como, después de la Resurrección, los apóstoles comulgaban con los restos del Santísimo Sacramento.
No recuerdo que el Señor comiera o bebiera el pan y el vino consagrados, tampoco vi ññque Melquisedec lo hiciera cuando ofreció él también pan y vino. Pero sé por qué los sacerdotes participan del Sacramento aunque Jesús no lo hiciera. Si los ángeles la hubieran distribuido, ellos no hubieran participado de la Eucaristía; pero si los sacerdotes no participaran, lo que queda de la Eucaristía se perdería, así que lo hacen para preservarla.
Había una indescriptible solemnidad en todo lo que Jesús hizo durante la Sagrada Eucaristía, y cada uno de sus movimientos estaba lleno de majestad. Vi que los apóstoles anotaban cosas en unos pequeños trozos de pergamino que llevaban consigo. Varias veces durante la ceremonia los vi también inclinarse unos ante otros, como hacen nuestros sacerdotes.
Novena meditación.  Instrucciones privadas y consagraciones-

Jesús dio a sus apóstoles unas instrucciones privadas. Les dijo que debían seguir celebrando el Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin de los tiempos. Les enseñó cómo usarlo y cómo transmitirlo; y de qué modo, gradualmente, debían enseñar y hacer público este misterio. Les enseñó cuándo debían comer el resto de los elementos consagrados, cuándo debían darle parte de ellos a la Santísima Virgen, y cómo consagrar ellos mismos cuando les hubiese enviado el Divino Consuelo. Después les habló del sacerdocio, de la sagrada unción, de la preparación del Crisma y de los Santos Óleos. Había tres recipientes: dos de ellos contenían una mezcla de aceite y de bálsamo. Les enseñó a hacer esta mezcla, a qué partes del cuerpo se debía aplicar, y en qué ocasiones. Recuerdo, entre otras cosas, que citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no debía ser administrada; puede que fuera en la Extremaunción, mis recuerdos no están claros en este punto. Habló de diferentes tipos de unción, sobre todo de las de los reyes, y dijo que incluso los reyes inicuos, al ser ungidos, recibían de la unción especiales poderes. Puso un poco de ungüento y de aceite en un recipiente vacío y los mezcló, no puedo decir con total seguridad si fue entonces o al consagrar el pan cuando bendijo el aceite.
Después vi cómo Jesús ungía a Pedro y a Juan, en cuyas manos Él había vertido el agua que había corrido por sus manos y a los cuales había dado de beber de su mismo cáliz. A continuación, les impuso las manos sobre la cabeza y sobre los hombros. Ellos unieron sus manos cruzando los pulgares y se inclinaron profundamente ante Nuestro Señor hasta ponerse casi de rodillas. Jesús les ungió el dedo pulgar y el índice de cada mano y trazó una cruz sobre sus cabezas con el Crisma. Les dijo que también aquello permanecería hasta el fin del mundo.
Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé fueron asimismo consagrados. Vi cómo cruzaba sobre el pecho de Pedro una especie de estola que éste llevaba colgada al cuello. A los otros simplemente se la cruzó desde el hombro derecho hasta el izquierdo. No me acuerdo bien si esto lo hizo durante la institución del Santísimo Sacramento o sólo durante la unción.
Comprendí que, con esta unción, Jesús les comunicaba algo esencial y sobrenatural que soy incapaz de describir. Les dijo que, en cuanto recibieran el Espíritu Santo, podrían consagrar el pan y el vino y ungir a los demás apóstoles. Me fue mostrado aquí cómo el día de Pentecostés, Pedro y Juan impusieron las manos a los otros apóstoles y una semana después a los demás discípulos. Tras la Resurrección, Juan administró por primera vez el Santísimo Sacramento a la Santísima Virgen. Este hecho fue celebrado durante un tiempo por la Iglesia triunfante, aunque la Iglesia terrenal no lo haya celebrado desde hace mucho. Los primeros días después de Pentecostés, sólo Pedro y Juan consagraban la Sagrada Eucaristía, pero más tarde vi que los otros consagraban también.
Nuestro Señor bendijo asimismo fuego en una vasija de hierro, y después de eso se procuró no dejarlo apagar jamás. Fue conservado junto al lugar donde fue depositado el Santísimo Sacramento, del corazón del antiguo horno pascual, y de allí lo sacaban siempre para los usos espirituales.
Todo lo que Jesús hizo entonces fue en secreto y fue enseñado también en secreto. La Iglesia ha conservado todo lo que era esencial de esas instrucciones privadas y, bajo la inspiración del Espíritu Santo, lo ha ido desarrollando y adaptando según sus necesidades.
Yo no sé si Juan y Pedro fueron consagrados obispos, o sólo Pedro y Juan consagrado sacerdote, o qué dignidad fue otorgada a los demás apóstoles. Pero los diferentes modos en que Nuestro Señor dispuso las estolas sobres sus pechos parecen indicar distintos grados de consagración.
Cuando estas ceremonias concluyeron, el cáliz, que estaba junto a la vasija del Crisma, fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte más retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina de gasa azul, y desde entonces aquel lugar fue el Santuario. El sitio donde fue depositado el Santísimo Sacramento estaba muy poco más elevado que el horno pascual. José de Arimatea y Nicodemo cuidaron el Santuario y el cenáculo en ausencia de los apóstoles.
Jesús dio todavía instrucciones a sus apóstoles durante largo rato y también rezó varias veces. Con frecuencia parecía conversar con su Padre celestial; estaba lleno de entusiasmo y de amor. Los apóstoles estaban exultantes de gozo y de celo, y le hacían diversas preguntas que Él les contestaba. La mayoría de estas palabras están en las Sagradas Escrituras. El Señor dijo a Pedro y a Juan diversas cosas que luego ellos debían transmitir a los demás apóstoles, y éstos, a su vez, a los discípulos y a las santas mujeres, según la capacidad de cada uno para los conocimientos transmitidos. Jesús habló en privado con Juan, le dijo que viviría más tiempo que los otros. Le contó también algo relativo a siete Iglesias, coronas, ángeles y le dio a conocer misteriosas representaciones que, según yo creo, significaban varias épocas. Los otros apóstoles sintieron un poco de envidia por esa confianza particular que Jesús le había demostrado a Juan.
Jesús habló de nuevo del traidor. «Ahora está haciéndolo», decía. Y, de hecho, yo vi a Judas haciendo exactamente lo que Jesús decía.
Pedro aseguraba con vehemencia que él sería siempre fiel a Jesús, y éste dijo: «Simón, Simón, Satanás te desea para molerte como trigo; pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y que, cuando tú seas confirmado, puedas confortar a tus hermanos.»
Y entonces, Nuestro Señor les dijo de nuevo que a donde Él iba, ellos no podían seguirlo, a lo que Pedro contestó exaltado: «Señor, yo estoy dispuesto a acompañarte a la prisión y la muerte.» A lo que Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo que, antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.»
Hablándoles de los tiempos difíciles que se avecinaban, Jesús les dijo: «Cuando os he mandado sin bolsa y sin sandalias, ¿os ha faltado algo?» «No», respondieron los apóstoles. «Pues ahora», prosiguió Jesús, «que cada cual coja su bolsa y sus sandalias y, quien nada tenga, que venda su túnica para comprar una espada, pues en verdad os digo que todo lo que fue escrito se va a cumplir: ha sido reconocido como inicuo. Todo lo relacionado conmigo ha llegado a su fin.» Los apóstoles entendieron todo esto de un modo literal y Pedro le mostró dos espadas cortas y anchas como dagas. Jesús dijo: «Basta, vayámonos de aquí.» A continuación, entonaron un himno de acción de gracias, colocaron la mesa a un lado y se fueron hacia el atrio.
Allí encontró Jesús a su Madre, a María, hija de Cleofás, y a Magdalena, que le suplicaron con ansia que no fuera al monte de los Olivos, porque corría el rumor de que querían cogerle. Pero Jesús las consoló con pocas palabras, y se alejó rápidamente de ellas. Debían de ser cerca de las nueve. Bajaron por el camino que Pedro y Juan habían seguido para llegar al cenáculo, y se dirigieron al monte de los Olivos.
Yo he visto la Pascua y la institución de la Sagrada Eucaristía como lo he relatado. Aunque mi emoción en esos momentos era tan grande que no pude prestar mucha atención a los detalles, pero ahora lo he visto con más claridad. No hay palabras que puedan expresar la fatiga y la pena, su visión del interior de los corazones, el amor y la fidelidad de Nuestro Salvador. Su conocimiento de todo lo que iba a suceder. ¡Cómo quedarse sólo en lo externo! Nuestro corazón se inflama de admiración, gratitud y amor -la ceguera de los hombres es incomprensible-, y nuestra alma se ve sobrepasada por la conciencia de la ingratitud del mundo entero y por sus propios pecados.

La ceremonia de la Pascua fue celebrada por Jesús de total conformidad con la ley. Los fariseos tenían por costumbre añadir algunos minutos y ceremonias suplementarias.--

jueves, 29 de marzo de 2018

Viernes Santo

Lectio: 
 Viernes, 30 Marzo, 2018

JUAN 18,1 - 19,42 

 La Pasión de Cristo según Juan 
1. Recojámonos en oración - Statio
Ven, Tú, refrigerio,
delicia y alimento de nuestras almas.
Ven y quita todo lo que es mío,
e infunde en mí sólo lo que es tuyo.
Ven, Tú que eres el alimento de todo casto pensamiento,
círculo de toda clemencia y cúmulo de toda pureza.
Ven y consuma en mí todo lo que es ocasión
de que yo no pueda ser consumada por ti.
Ven, oh Espíritu,
que siempre estás con el Padre y con el Esposo,
y repósate sobre las esposas del Esposo.
(Sta. María Magdalena de Pazzis, O. Carm, en La Probatione ii, 193-194)
2. Lectura orante de la Palabra – Lectio
Del evangelio según Juan
1 Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. 2 Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. 3 Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas.4 Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?» 5 Le contestaron: «A Jesús el Nazareno.» Díceles: «Yo soy.» Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. 6 Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. 7 Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?» Le contestaron: «A Jesús el Nazareno».8 Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.» 9 Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno.»
10 Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. 11 Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?»
Jesús ante Anás y Caifás. Negaciones de Pedro.
12 Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron 13 y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el sumo sacerdote de aquel año. 14 Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.
15 Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el atrio del sumo sacerdote, 16 mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. 17 La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?» Dice él: «No lo soy.» 18 Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose.
19 El sumo sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. 20 Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. 21 ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho.» 22 Apenas dijo esto, uno de los guardias, que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?» 23 Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
24 Anás entonces le envió atado al sumo sacerdote Caifás.
25 Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?» Él lo negó diciendo: «No lo soy.» 26 Uno de los siervos del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con él?» 27 Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.
Jesús ante Pilato.
28 De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua.29 Salió entonces Pilato fuera hacia ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?» 30 Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado.» 31 Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley.» Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie.» 32 Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir.
33 Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» 34 Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» 35 Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» 36 Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.»
37 Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»
38 Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?» Y, dicho esto, volvió a salir hacia los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en él. 39 Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al rey de los judíos?» 40 Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!» Barrabás era un salteador.
19: 1 Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. 2 Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; 3 y, acercándose a él, le decían: «Salve, rey de los judíos.» Y le daban bofetadas.
4 Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él.» 5 Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre.» 6 Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo no encuentro en él ningún delito.» 7 Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios.»
8 Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. 9 Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?» Pero Jesús no le dio respuesta.10 Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?» 11 Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado.»
Condena a muerte.
12 Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César.» 13 Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. 14 Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro rey.» 15 Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!» Les dice Pilato: «¿A vuestro rey voy a crucificar?» Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César.» 16 Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
La crucifixión.
Tomaron, pues, a Jesús, 17 y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, 18 y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. 19 Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el rey de los judíos.» 20 Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. 21 Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: `El rey de los judíos', sino: `Éste ha dicho: Yo soy rey de los judíos'.» 22 Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito.»
Reparto de los vestidos.
23 Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. 24 Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca.» Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados.
Jesús y su madre.
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Muerte de Jesús.
28 Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice:
«Tengo sed.»
29 Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. 30 Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
La lanzada.
31 Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado -porque aquel sábado era muy solemne- rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. 32 Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. 33 Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, 34 sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. 35 El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. 36 Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. 37 Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
La sepultura.
38 Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. 39 Fue también Nicodemo -aquel que anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. 40 Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. 41 En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. 42 Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
3. Rumiar la Palabra – Meditatio
3.1 Clave de lectura:
- Jesús dueño de su suerte
Quisiera proponeros el recogernos con el espíritu de María, bajo la cruz de Jesús. Ella, mujer fuerte que ha penetrado todo el significado de este acontecimiento de la pasión y muerte de Señor, nos ayudará a tener una mirada contemplativa sobre el Crucificado (Jn 19,25-27). Nos encontramos en el capítulo 19 del evangelio de Juan, que comienza con la escena de la flagelación y la coronación de espinas. Pilatos presenta a Jesús a los sumos sacerdotes y a los guardias: “Jesús Nazareno, el rey de los Judíos” que gritan su muerte en la cruz (Jn 19,6). Comienza así para Jesús el camino de la cruz hacia el Gólgota, donde será crucificado. En la narración de la pasión según Juan, Jesús se revela dueño de sí mismo, controlando así todo lo que le sucede. El texto juanista abunda en frases que indican esta realidad teológica, de Jesús que ofrece su vida. Los sucesos de la pasión él los sufre activamente no pasivamente. Traemos aquí sólo algunos ejemplos haciendo hincapié sobre algunas frases y palabras. El lector puede encontrar otras:
Entonces Jesús, conociendo todo lo que le iba a suceder se adelanta y les pregunta: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Díceles: “¡Yo soy!”. Judas, el que lo entregaba estaba también con ellos. Cuando les dijo: “Yo soy” retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: “¿A quién buscáis?”. Le contestaron: “A Jesús el Nazareno”. Jesús respondió “Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Así se cumpliría lo que había dicho: De los que me has dado, no he perdido a ninguno” (Jn 18, 4-9).
“Entonces Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura” (Jn 19,5).
A Pilatos le dice: “No tendrías ningún poder sobre mí, si no te hubiese sido dado de lo alto” (Jn 19,11).
También sobre la cruz Jesús toma parte activa en su muerte, no se deja matar como los ladrones a los cuáles les son destrozadas las piernas (Jn 19,31-33); al contrario entrega su espíritu (Jn 19,30). Son muy importantes los detalles apuntados por el evangelista: “Jesús entonces, viendo a su Madre y allí junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a la Madre: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!”. Luego dice al discípulo: “¡He ahí a tu Madre!” (Jn 19, 26-27). Estas sencillas palabras de Jesús llevan el peso de la revelación, palabras con las cuáles, Él nos revela su voluntad: “ he ahí a tu hijo” (v.26); “he ahí a tu Madre” (v. 27). Palabras que nos envían a aquellas pronunciadas por Pilatos en el litóstrotos: “He ahí el hombre” (Jn 19,5). Aquí Jesús, desde la cruz, su trono, revela su voluntad y su amor por nosotros. Él es el cordero Dios, el pastor que da su vida por las ovejas. En aquel momento, en la cruz Él hace nacer la Iglesia, representada por María, su hermana, María la de Cleofás y María Magdalena con el discípulo amado (Jn 19,25).
- Discípulos amados y fieles
El cuarto evangelio especifica que estos discípulos “estaban junto a la cruz” (Jn 25-26). Un detalle éste de profundo significado. Sólo el cuarto evangelio narra que estas cinco personas estaban junto a la cruz. Los otros evangelistas no especifican. Lucas, por ejemplo, narra que todos aquéllos que lo conocieron lo seguían desde lejos (Lc 23,49). También Mateo cuenta que muchas mujeres seguían desde lejos estos sucesos. Estas mujeres, habían seguido a Jesús desde la Galilea y le servían. Pero ahora lo seguían desde lejos (Mt 27,55-56). Marcos, lo mismo que Mateo, no ofrece los nombres de aquéllos que seguían la muerte de Jesús desde lejos (Mc 15,40-41). Sólo el cuarto evangelio especifica que la Madre de Jesús con las otras mujeres y el discípulo amado “estaban junto a la cruz”. Estaban allí, como siervos ante su Señor. Están valerosamente presentes en el momento en el que Jesús declara que ya “todo está cumplido” (Jn 19,30). La Madre de Jesús está presente en la hora que finalmente “ha llegado”. Aquella hora preanunciada en las bodas de Caná (Jn 2,1ss). El cuarto evangelio había anotado también en aquel momento que “la Madre de Jesús estaba allí” (Jn 2,1). Por esto, aquél que permanece fiel al Señor en su suerte es el discípulo amado. El evangelista deja en el anonimato este discípulo de modo que cualquiera de nosotros nos podremos reflejar en él que ha conocido los misterios del Señor, apoyando su cabeza sobre el pecho de Jesús durante la última cena.
3.1.1. Preguntas y sugerencias para orientar la meditación y la actualización
• Lee otra vez el texto del evangelio, y busca en la Biblia todos los textos citados en la clave de lectura. Intenta encontrar otros textos paralelos que te ayuden a penetrar a fondo el texto de la meditación.
• Con tu espíritu, ayudado por la lectura orante del relato de Juan, visita los lugares de la Pasión, párate en el Calvario para aprovechar con María y el discípulo amado el acontecimiento de la Pasión.
• ¿Qué es lo que más llama tu atención?
• ¿Qué sentimientos suscita en ti el relato de la Pasión?
• ¿Qué significa para ti el hecho de que Jesús padece activamente su Pasión?
4. Oratio
¡Oh Sabiduría Eterna!. ¡Oh Bondad Infinita! ¡Verdad Infalible! ¡Escrutador de los corazones, Dios Eterno! Haznos entender, Tú que puedes, sabes y quieres! Oh Amoroso Cordero, Cristo Crucificado, que haces que se cumpla en nosotros lo que tú dijiste: “Quien me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). ¡ Oh luz indeficiente, de la que proceden todas las luces! ¡Oh luz, por la que se hizo la luz, sin la cuál todo es tinieblas, con la cuál todo es luz. ¡Ilumina, ilumina e ilumina una y otra vez! Y haz penetrar la voluntad de todos los cooperadores que has elegido en tal obra de renovación. ¡Jesús, Jesús Amor, transfórmanos y confórmanos según tu Corazón! ¡Sabiduría Increada, Verbo Eterno, dulce Verdad, tranquilo Amor, Jesús, Jesús Amor!
(Santa María Magdalena de Pazzis, O. Carm., en La Renovación de la Iglesia, 90-91)
5. Contemplatio
Repite con frecuencia, con calma, esta palabras de Jesús, asociado a Jesús en el ofrecimiento de si mismo:
“Padre en tus manos entrego mi Espíritu
---------------------------------------------------------------------------

Lectio Divina: 
 Friday, March 30, 2018
The Passion of Jesus according to John
John 18:1 – 19:42

1. RECOLLECTION IN PRAYER – STATIO

Come, You who refresh us,
the soul’s delightful guest,
come take away all that is mine,
and pour into me all that is yours.
Come, You who are the nourishment of every chaste thought,
source of all mercies, sum of all purity.
Come and burn away all that in me is cause
of my not being able to be consumed by You.
Come, Spirit,
who are ever with the Father and the Bridegroom,
and rest over the brides of the Bridegroom.
(St. Mary Magdalene de’ Pazzi, O.Carm.,
in La Probatione ii, 193-194.)

2. A PRAYERFUL READING OF THE WORD – LECTIO

From the Gospel according to John
Jesus went out with his disciples across the Kidron valley to where there was a garden, into which he and his disciples entered. Judas his betrayer also knew the place, because Jesus had often met there with his disciples. So Judas got a band of soldiers and guards from the chief priests and the Pharisees and went there with lanterns, torches, and weapons. Jesus, knowing everything that was going to happen to him, went out and said to them, “Whom are you looking for?” They answered him, “Jesus the Nazorean.” He said to them, “I AM.” Judas his betrayer was also with them. When he said to them, “I AM, “they turned away and fell to the ground. So he again asked them, “Whom are you looking for?” They said, “Jesus the Nazorean.” Jesus answered, “I told you that I AM. So if you are looking for me, let these men go.” This was to fulfill what he had said, “I have not lost any of those you gave me.” Then Simon Peter, who had a sword, drew it, struck the high priest’s slave, and cut off his right ear. The slave’s name was Malchus. Jesus said to Peter, “Put your sword into its scabbard. Shall I not drink the cup that the Father gave me?” So the band of soldiers, the tribune, and the Jewish guards seized Jesus, bound him, and brought him to Annas first. He was the father-in-law of Caiaphas, who was high priest that year. It was Caiaphas who had counseled the Jews that it was better that one man should die rather than the people. Simon Peter and another disciple followed Jesus. Now the other disciple was known to the high priest, and he entered the courtyard of the high priest with Jesus. But Peter stood at the gate outside. So the other disciple, the acquaintance of the high priest, went out and spoke to the gatekeeper and brought Peter in. Then the maid who was the gatekeeper said to Peter, “You are not one of this man’s disciples, are you?” He said, “I am not.” Now the slaves and the guards were standing around a charcoal fire that they had made, because it was cold, and were warming themselves. Peter was also standing there keeping warm. The high priest questioned Jesus about his disciples and about his doctrine. Jesus answered him, “I have spoken publicly to the world. I have always taught in a synagogue or in the temple area where all the Jews gather, and in secret I have said nothing. Why ask me? Ask those who heard me what I said to them. They know what I said.” When he had said this, one of the temple guards standing there struck Jesus and said, “Is this the way you answer the high priest?” Jesus answered him, “If I have spoken wrongly, testify to the wrong; but if I have spoken rightly, why do you strike me?” Then Annas sent him bound to Caiaphas the high priest. Now Simon Peter was standing there keeping warm. And they said to him, “You are not one of his disciples, are you?” He denied it and said, “I am not.” One of the slaves of the high priest, a relative of the one whose ear Peter had cut off, said, “Didn’t I see you in the garden with him?” Again Peter denied it. And immediately the cock crowed. Then they brought Jesus from Caiaphas to the praetorium. It was morning. And they themselves did not enter the praetorium, in order not to be defiled so that they could eat the Passover. So Pilate came out to them and said, “What charge do you bring against this man?” They answered and said to him, “If he were not a criminal, we would not have handed him over to you.” At this, Pilate said to them, “Take him yourselves, and judge him according to your law.” The Jews answered him, “We do not have the right to execute anyone, “ in order that the word of Jesus might be fulfilled that he said indicating the kind of death he would die. So Pilate went back into the praetorium and summoned Jesus and said to him, “Are you the King of the Jews?” Jesus answered, “Do you say this on your own or have others told you about me?” Pilate answered, “I am not a Jew, am I? Your own nation and the chief priests handed you over to me. What have you done?” Jesus answered, “My kingdom does not belong to this world. If my kingdom did belong to this world, my attendants would be fighting to keep me from being handed over to the Jews. But as it is, my kingdom is not here.” So Pilate said to him, “Then you are a king?” Jesus answered, “You say I am a king. For this I was born and for this I came into the world, to testify to the truth. Everyone who belongs to the truth listens to my voice.” Pilate said to him, “What is truth?” When he had said this, he again went out to the Jews and said to them, “I find no guilt in him. But you have a custom that I release one prisoner to you at Passover. Do you want me to release to you the King of the Jews?” They cried out again, “Not this one but Barabbas!” Now Barabbas was a revolutionary. Then Pilate took Jesus and had him scourged. And the soldiers wove a crown out of thorns and placed it on his head, and clothed him in a purple cloak, and they came to him and said, “Hail, King of the Jews!” And they struck him repeatedly. Once more Pilate went out and said to them, “Look, I am bringing him out to you, so that you may know that I find no guilt in him.” So Jesus came out, wearing the crown of thorns and the purple cloak. And he said to them, “Behold, the man!” When the chief priests and the guards saw him they cried out, “Crucify him, crucify him!” Pilate said to them, “Take him yourselves and crucify him. I find no guilt in him.” The Jews answered, “We have a law, and according to that law he ought to die, because he made himself the Son of God.” Now when Pilate heard this statement, he became even more afraid, and went back into the praetorium and said to Jesus, “Where are you from?” Jesus did not answer him. So Pilate said to him, “Do you not speak to me? Do you not know that I have power to release you and I have power to crucify you?” Jesus answered him, “You would have no power over me if it had not been given to you from above. For this reason the one who handed me over to you has the greater sin.” Consequently, Pilate tried to release him; but the Jews cried out, “If you release him, you are not a Friend of Caesar. Everyone who makes himself a king opposes Caesar.” When Pilate heard these words he brought Jesus out and seated him on the judge’s bench in the place called Stone Pavement, in Hebrew, Gabbatha. It was preparation day for Passover, and it was about noon. And he said to the Jews, “Behold, your king!” They cried out, “Take him away, take him away! Crucify him!” Pilate said to them, “Shall I crucify your king?” The chief priests answered, “We have no king but Caesar.” Then he handed him over to them to be crucified. So they took Jesus, and, carrying the cross himself, he went out to what is called the Place of the Skull, in Hebrew, Golgotha. There they crucified him, and with him two others, one on either side, with Jesus in the middle. Pilate also had an inscription written and put on the cross. It read, “Jesus the Nazorean, the King of the Jews.” Now many of the Jews read this inscription, because the place where Jesus was crucified was near the city; and it was written in Hebrew, Latin, and Greek. So the chief priests of the Jews said to Pilate, “Do not write ‘The King of the Jews,’ but that he said, ‘I am the King of the Jews’.” Pilate answered, “What I have written, I have written.” When the soldiers had crucified Jesus, they took his clothes and divided them into four shares, a share for each soldier. They also took his tunic, but the tunic was seamless, woven in one piece from the top down. So they said to one another, “Let’s not tear it, but cast lots for it to see whose it will be, “in order that the passage of Scripture might be fulfilled that says: They divided my garments among them, and for my vesture they cast lots. This is what the soldiers did. Standing by the cross of Jesus were his mother and his mother’s sister, Mary the wife of Clopas, and Mary of Magdala. When Jesus saw his mother and the disciple there whom he loved he said to his mother, “Woman, behold, your son.” Then he said to the disciple, “Behold, your mother.” And from that hour the disciple took her into his home. After this, aware that everything was now finished, in order that the Scripture might be fulfilled, Jesus said, “I thirst.” There was a vessel filled with common wine. So they put a sponge soaked in wine on a sprig of hyssop and put it up to his mouth. When Jesus had taken the wine, he said, “It is finished.” And bowing his head, he handed over the spirit. Here all kneel and pause for a short time. Now since it was preparation day, in order that the bodies might not remain on the cross on the sabbath, for the sabbath day of that week was a solemn one, the Jews asked Pilate that their legs be broken and that they be taken down. So the soldiers came and broke the legs of the first and then of the other one who was crucified with Jesus. But when they came to Jesus and saw that he was already dead, they did not break his legs, but one soldier thrust his lance into his side, and immediately blood and water flowed out. An eyewitness has testified, and his testimony is true; he knows that he is speaking the truth, so that you also may come to believe. For this happened so that the Scripture passage might be fulfilled: Not a bone of it will be broken. And again another passage says: They will look upon him whom they have pierced. After this, Joseph of Arimathea, secretly a disciple of Jesus for fear of the Jews, asked Pilate if he could remove the body of Jesus. And Pilate permitted it. So he came and took his body. Nicodemus, the one who had first come to him at night, also came bringing a mixture of myrrh and aloes weighing about one hundred pounds. They took the body of Jesus and bound it with burial cloths along with the spices, according to the Jewish burial custom. Now in the place where he had been crucified there was a garden, and in the garden a new tomb, in which no one had yet been buried. So they laid Jesus there because of the Jewish preparation day; for the tomb was close by.

3. REFLECTING ON THE WORD – MEDITATIO

3.1. A key to the reading:
- Jesus master of His fate
I would like to suggest that we meditate in the spirit of Mary, at the foot of the cross of Jesus. She, the strong woman who understood the full meaning of this event of the passion and death of the Lord, will help us cast a contemplative glance at the crucified (Jn 1:5–27). We are looking at chapter 19 of John’s Gospel, which begins with the scene of the scourging and the crowning with thorns. Pilate presents “Jesus the Nazarene, the king of the Jews” to the chief priests and to the guards who call for His death on the cross (Jn 1:). Thus Jesus begins the way of the cross towards Golgotha, where He will be crucified. In the story of the Passion according to John, Jesus reveals himself as master of himself and in control of all that is happening to Him. John’s text is full of phrases that point to this theological fact, that Jesus offers His life. He actively, not passively, endures the events of the passion. Here are just some examples putting the stress on some phrases and words. The reader may find other examples:
Knowing everything that was to happen to Him, Jesus came forward and said: "Who are you looking for?" They answered, "Jesus the Nazarene". He said, "I am He!". Now Judas the traitor was standing among them. When Jesus said to them "I am He", they moved back and fell on the ground. He asked them a second time, "Who are you looking for?" They said, "Jesus the Nazarene". Jesus replied, "I have told you that I am He. If I am the one you are looking for, let these others go". This was to fulfill the words He had spoken, "Not one of those You gave me have I lost". (Jn 1:-9)
Jesus then came out wearing the crown of thorns and the purple robe” (Jn 1:),
Jesus replied, “You would have no power over me at all, if it had not been given you from above.” (Jn 1:1).
On the cross too, Jesus takes an active part in His death, He does not allow himself to be killed like the thieves whose legs were broken (Jn 1:1-33), but commits His spirit (Jn 1:0). The details recalled by the Evangelist are very important: Seeing His mother and the disciple whom He loved standing near her, Jesus said to His mother, “Woman, this is your son.” Then to the disciple He said, “This is your mother.” (Jn 1:6-27). These simple words of Jesus bear the weight of revelation, words that reveal to us His will: “this is your son” (v. 26); “this is your mother” (v. 27). These words also recall those pronounced by Pilate on the Lithostrotos: “This is the man” (Jn 1:). With these words, Jesus on the cross, His throne, reveals His will and His love for us. He is the lamb of God, the shepherd who gives His life for His sheep. At that moment, by the cross, He gives birth to the Church, represented by Mary, her sister  (or sister-in-law) Mary of Cleophas, and Mary Magdalene, together with the beloved disciple (Jn 1:5).
- Beloved and faithful disciples
The fourth Gospel specifies that these disciples “stood by the cross” (Jn 1:5-26). This detail has a deep meaning. Only the fourth Gospel tells us that these five persons stood by the cross. The other Evangelists do not say so. Luke, for instance, says that all those who knew Him followed the events from a distance (Lk 2:9). Matthew also says that many women followed these events from afar. These women had followed Jesus from Galilee and served Him. But now they followed Him from afar (Mt 2:5–56). Like Matthew, Mark gives us the names of those who followed the death of Jesus from afar (Mk 1:0-41). Thus only the fourth Gospel says that the mother of Jesus and the other women and the beloved disciple “stood by the cross”. They stood there like servants before their king. They are present courageously at a time when Jesus has already declared that “it is fulfilled” (Jn 1:0). The mother of Jesus is present at the hour that finally “has come”. That hour foretold at the wedding feast of Cana (Jn 2:1 ff). The fourth Gospel had remarked then that “the mother of Jesus was there” (Jn 2:1). Thus the person that remains faithful to the Lord in his destiny, he/she is a beloved disciple. The Evangelist keeps this disciple anonymous so that each one of us may see him/herself mirrored in the one who knew the mysteries of the Lord, who laid his head on Jesus’ chest at the last supper (Jn 13:25).
3.1.1.  Questions and suggestions to direct our meditation and practice
● Read once more the passage of the Gospel and look in the Bible for the texts mentioned in the key to the reading. Look for other parallel texts that may help us penetrate deeper into the text presented for our meditation.
● In spirit, and with the help of the prayerful reading of John’s text, visit the places of the Passion, stop on Calvary to witness with Mary and the beloved disciple the events of the Passion.
● What struck you most?
● What feelings does this story of the Passion arouse in you?
● What does the fact that Jesus actively bears His passion mean for you?

4. ORATIO

O Eternal Wisdom, Infinite Goodness, Ineffable Truth, You who probe hearts, Eternal God, help us to understand that You can, know and want to! O Loving and Bleeding Lamb, crucified Christ, fulfill in us that which You said: “Anyone who follows me will not be walking in the dark, but will have the light of life” (Jn 8:12). O perfect light, from whom all lights proceed! O light for whom light was created, without whom all is darkness and with whom all is light. Light up, light up, do light up! Let Your whole will penetrate all the authors and collaborators You have chosen in this work of renewal. Jesus, Jesus love, Jesus, transform us and make us conform to You. Uncreated Wisdom, Eternal Word, sweet Truth, silent Love, Jesus, Jesus Love!
(St. Mary Magdalene de’ Pazzi, O.Carm.,
in The Renewal of the Church, 90-91.)

5. CONTEMPLATIO

Repeat frequently and calmly these words of Jesus when He offered himself:
“Father into Your hands I commend my spirit
-------------------------------------------------------------------------------
Orden Carmelitana

Lectio: 
 Giovedì, 29 Marzo, 2018
Lavanda dei piedi
Giovanni 13,1-15

1. PREGHIERA

Iniziamo il nostro incontro con la Parola di Dio lasciando parlare tutta la nostra vita, lasciando che la parola del vangelo di oggi parli a tutta la nostra vita e la rinnovi con la luce dell’esempio che Gesù ci offre. Ci lasciamo guidare da una proposta di preghiera che attingiamo da una raccolta di canti oranti che ha per titolo: «Cuore in festa».
«Quando tu parli, Signore, il nulla palpita di vita: le ossa aride diventano persone viventi, il deserto fiorisce... Quando mi accingo a pregarti mi sento arido, non so che dire. Non sono, evidentemente, sintonizzato con la tua volontà, le mie labbra non sono intonate al mio cuore, il mio cuore non si sforza d’intonarsi con il tuo. Rinnova il mio cuore, purifica le mie labbra perché parli con te come vuoi tu, perché parli con gli altri come vuoi tu, perché parli con me stesso, col mio mondo interiore, come vuoi tu». (L.Renna)

2. LETTURA

1Prima della festa di Pasqua Gesù, sapendo che era giunta la sua ora di passare da questo mondo al Padre, dopo aver amato i suoi che erano nel mondo, li amò sino alla fine. 2Mentre cenavano, quando già il diavolo aveva messo in cuore a Giuda Iscariota, figlio di Simone, di tradirlo, 3Gesù sapendo che il Padre gli aveva dato tutto nelle mani e che era venuto da Dio e a Dio ritornava, 4si alzò da tavola, depose le vesti e, preso un asciugatoio, se lo cinse attorno alla vita. 5Poi versò dell’acqua nel catino e cominciò a lavare i piedi dei discepoli e ad asciugarli con l’asciugatoio di cui era cinto. 6Venne dunque da Simon Pietro e questi gli disse: «Signore, tu lavi i piedi a me?». 7Rispose  Gesù: «Quello che io faccio, tu ora non lo capisci, ma lo capirai dopo». 8Gli disse Simon Pietro: «Non mi laverai mai i piedi!». Gli rispose Gesù: «Se non ti laverò, non avrai parte con me». 9Gli disse Simon Pietro: «Signore, non solo i piedi, ma anche le mani e il capo!». 10Soggiunse Gesù: «Chi ha fatto il bagno, non ha bisogno di lavarsi se non i piedi ed è tutto mondo; e voi siete mondi, ma non tutti». 11Sapeva infatti chi lo tradiva; per questo disse: «Non tutti siete mondi».
12Quando dunque ebbe lavato loro i piedi e riprese le vesti, sedette di nuovo e disse loro: «Sapete ciò che vi ho fatto? 13Voi mi chiamate Maestro e Signore e dite bene, perché lo sono. 14Se dunque io, il Signore e il Maestro, ho lavato i vostri piedi, anche voi dovete lavarvi i piedi gli uni gli altri. 15Vi ha dato infatti l’esempio, perché come ho fatto io, facciate anche voi».
c) Momenti di silenzio orante:
In un ascolto amoroso la parola non è necessaria, anche il silenzio parla e comunica amore.

3. RIFLESSIONE

a) Preambolo alla Pasqua di Gesù:
Il brano del vangelo di questo giorno è inserito in un insieme letterario che comprende i capitoli 13-17. L’inizio è costituito dal racconto dell’ultima cena che Gesù condivide con i suoi discepoli, durante la quale compie il gesto della lavanda dei piedi (13,1-30). Poi, Gesù intesse un lungo dialogo d’addio con i suoi discepoli (13,31 - 14,31), i capitoli 15-17 hanno la funzione di approfondire ulteriormente il precedente discorso del maestro. Immediatamente, segue, l’azione dell’arresto di Gesù (18,1-11). In ogni modo, questi eventi narrati in 13,-17,26 sono collegati sin da 13,1 con la Pasqua di Gesù. Interessante è notare quest’ultima annotazione: da 12,1 la Pasqua non viene più denominata come la pasqua dei giudei, ma di Gesù. É lui, d’ora innanzi, l’Agnello di Dio che libererà l’uomo dal suo peccato. Quella di Gesù è una pasqua che mira alla liberazione dell’uomo: un nuovo esodo che permette di passare dalle tenebre alla luce (8,12), e che porterà vita e festa nell’umanità (7,37).
Gesù è consapevole che sta per concludersi il suo cammino verso il Padre e, quindi sta per portare a termine il suo esodo personale e definitivo. Tale passaggio al Padre avviene mediante la croce, momento nodale in cui Gesù consegnerà la sua vita a vantaggio dell’uomo.
Colpisce l’attenzione del lettore nel constatare come l’evangelista Giovanni sappia ben presentare la figura di Gesù nel mentre è consapevole degli ultimi eventi della sua vita e, quindi, della sua missione. Come a ribadire che Gesù non è travolto dagli eventi che minacciano la sua esistenza, ma è pronto a dare la sua vita. In precedenza l’evangelista aveva notato che non era giunta la sua ora; ma ora nel racconto della lavanda dei piedi dice che è consapevole dell’approssimarsi della sua ora. Tale coscienza sta alla base dell’espressione giovannea: «dopo aver amato i suoi che erano nel mondo, li amò sino alla fine» (v.1). L’amore per i «suoi», coloro che formano la nuova comunità, è stato evidente mentre era con loro, ma splenderà in modo eminente nella sua morte. Tale amore viene mostrato da Gesù nel gesto della lavanda dei piedi che, nella sua valenza simbolica, mostra l’amore continuo che si esprime nel servizio.
b) Lavanda dei piedi:
Gesù si trova in una cena ordinaria con i suoi. Ha piena coscienza della missione che il Padre gli ha affidato: da lui dipende la salvezza dell’umanità. Con tale consapevolezza vuole mostrare ai «suoi», mediante la lavanda dei piedi, come si porta a compimento l’opera salvifica del Padre e indicare in tale gesto la donazione della sua vita per la salvezza dell’uomo. É volontà di Gesù che l’uomo si salvi e uno struggente desiderio lo guida a dare la sua vita e a consegnarsi. É consapevole che «il Padre aveva posto tutto nelle sua mani» (v.3a), tale espressione lascia intravedere che il Padre lascia a Gesù la completa libertà di azione.
Gesù, inoltre, sa che la sua vera provenienza e la meta del suo itinerario è Dio; sa che la sua morte in croce, espressione massima del suo amore, è l’ultimo momento del suo cammino salvifico. La sua morte è un «esodo»; è l’apice della sua vittoria sulla morte, nel suo donarsi (dare la vita) Gesù ci rivela la presenza di Dio come vita piena ed esente dalla morte.
Con questa piena consapevolezza della sua identità e della sua completa libertà Gesù si accinge a compiere il grande e umile gesto della lavanda dei piedi. Tale gesto d’amore viene descritto con un accumulo di verbi (otto) che rendono la scena coinvolgente e pregna di significato. L’evangelista nel presentare l’ultima azione di Gesù verso i suoi, usa questa figura retorica dell’accumulo dei verbi senza ripetersi perché tale gesto rimanga impresso nel cuore e nella mente dei suoi discepoli e di ogni lettore e perché venga ritenuto un comandamento da non dimenticare. Il gesto compiuto da Gesù intende mostrare che il vero amore si traduce in azione tangibile di servizio. Gesù si spoglia delle sue vesti e si cinge di un grembiule, simbolo del servizio. Più precisamente Gesù che depone le sue vesti è un’espressione che ha la funzione di esprimere il significato del dono della vita. Quale insegnamento Gesù vuole trasmettere ai suoi discepoli con questo gesto? Mostra loro che l’amore si esprime nel servizio, nel dare la vita all’altro come lui ha fatto.
Al tempo di Gesù la lavanda dei piedi era un gesto che esprimeva ospitalità e accoglienza nei confronti degli ospiti. In via ordinaria era svolto da uno schiavo oppure dalla moglie nei confronti della moglie e anche dalle figlie verso il loro padre. Inoltre era consuetudine che tale rito della lavanda dei piedi avvenisse sempre prima di mettersi a mensa e non durante. Tale inciso dell’azione di Gesù intende sottolineare la singolarità del suo gesto.
E così Gesù si mette a lavare i piedi ai suoi discepoli. Il reiterato uso del grembiule con cui Gesù si è cinto sottolinea che l’atteggiamento del servizio è un attributo permanente della persona di Gesù. Difatti quando avrà terminato la lavanda Gesù non si toglie il panno che funge da grembiule. Tale particolare intende sottolineare che il servizio-amore non termina con la sua morte. La minuziosità di tali dettagli mostra l’intento dell’evangelista a voler sottolineare la singolarità e l’importanza del gesto di Gesù. Lavando i piedi dei suoi discepoli Gesù intende mostrare ad essi il suo amore, che è un tutt’uno con quello del Padre (10,30.38). É davvero sconvolgente questa immagine che Gesù ci rivela di Dio: non è un sovrano che risiede esclusivamente nel cielo, ma si presenta come servo dell’umanità per innalzarla a livello divino. Da questo servizio divino scaturisce per la comunità dei credenti quella libertà che nasce dall’amore e che rende tutti i suoi membri «signori» (liberi) perché servi. É come dire che solo la libertà crea vero amore. D’ora in poi il servizio che i credenti renderanno all’uomo avrà come scopo quello di instaurare rapporti tra gli uomini in cui l’uguaglianza e la libertà siano una conseguenza della pratica del servizio reciproco. Gesù con il suo gesto intende mostrare che qualsiasi dominio o tentativo di sopravvento sull’uomo è contrario all’atteggiamento di Dio che, invece, serve l’uomo per elevarlo a sé. Inoltre non ha più senso le pretese di superiorità di un uomo sull’altro, perché la comunità fondata da Gesù non ha caratteristiche piramidali, ma dimensioni orizzontali, in cui ciascuno è a servizio degli altri, sull’esempio di Dio e di Gesù.
In sintesi, il gesto che Gesù compie esprime i seguenti valori: l’amore versi i fratelli chiede di tradursi in accoglienza fraterna, ospitalità, cioè in servizio permanente.
c) Resistenza di Pietro:
La reazione di Pietro al gesto di Gesù si esprime in atteggiamenti di stupore e protesta. Anche nel modo di rapportarsi a Gesù avviene un cambiamento: Pietro lo chiama «Signore» (13,6). Tale titolo riconosce a Gesù un livello di superiorità che stride con il «lavare» i piedi, un’azione che compete, invece, a un soggetto inferiore. La protesta è energicamente espressa dalle parole: «tu lavi i piedi a me?». Agli occhi di Pietro questo umiliante gesto della lavanda dei piedi è sembrato come un inversione dei valori che regolano le relazioni tra Gesù e gli uomini: il primo è il Messia, Pietro è un suddito. Pietro disapprova l’uguaglianza che Gesù vuole creare tra gli uomini.
A tale incomprensione Gesù risponde invitando Pietro ad accogliere il senso del lavargli i piedi come una testimonianza del suo affetto verso di lui. Più precisamente gli vuole offrire una prova concreta di come lui e il Padre lo ama.
Ma la reazione Pietro non desiste: rifiuta categoricamente che Gesù si metta ai suoi piedi. Per Pietro ognuno deve ricoprire il suo ruolo, non è possibile una comunità o una società basata sull’uguaglianza. Non è accettabile che Gesù abbandoni la sua posizione di superiorità per rendersi uguale ai suoi discepoli. Tale idea del Maestro disorienta Pietro e lo porta a protestare. Non accettando il servizio d’amore del suo Maestro, non accetta, neanche che muoia in croce per lui (12,34;13,37). É, come dire, che Pietro è lontano dalla comprensione di cosa sia il vero amore, e tale ostacolo è di impedimento perché Gesù glielo mostri con l’azione.
Intanto se Pietro non è disposto a condividere la dinamica dell’amore che si manifesta nel servizio reciproco non può condividere l’amicizia con Gesù e rischia, davvero, di autoescludersi.
Inseguito all’ammonimento di Gesù «Se non ti laverò, non avrai parte con me» (v.8), Pietro aderisce alle minacciose parole del Maestro, ma senza, però, accettare il significato profondo dell’azione di Gesù. Si mostra aperto disposto a farsi lavare da Gesù, non solo i piedi, ma, anche le mani e la testa. Sembra che a Pietro sia più facile accettare il gesto di Gesù come un’azione di purificazione o abluzione piuttosto che come servizio. Ma Gesù gli risponde che i discepoli sono diventati puri («puliti») nel momento in cui hanno accettato di lasciarsi guidare dalla Parola del Maestro, rifiutando quella del mondo. Pietro e i discepoli non hanno più bisogno del rito giudaico della purificazione ma di lasciarsi lavare i piedi da Gesù; ovvero di lasciarsi amare da lui, conferendo loro dignità e libertà.
d) Il memoriale dell’amore:
Al termine della lavanda dei piedi Gesù intende dare alla sua azione una validità permanente per la sua comunità e nello stesso tempo lasciare ad essa un memoriale o comandamento che dovrà regolare per sempre le relazioni fraterne.
Gesù è il Signore, non nella dimensione del dominio, ma in quanto comunica l’amore del Padre (il suo Spirito) che ci rende figli di Dio e idonei a imitare Gesù che liberamente dona l’amore ai suoi. Tale atteggiamento interiore Gesù ha inteso comunicarlo ai suoi, un amore che non esclude nessuno, neppure Giuda che sta per tradirlo. Quindi se i discepoli lo chiamano signore, devono imitarlo; se lo considerano maestro devono ascoltarlo.
e) Alcune domande per meditare:
si alzò da tavola: come vivi l’eucaristia? In modo sedentario o ti lasci sollecitare all’azione dal fuoco dell’amore che ricevi? Corri il pericolo che l’eucaristia a cui partecipi si smarrisca nel narcisismo contemplativo, senza approdare all’impegno di solidarietà e condivisione? Il tuo impegno per la giustizia, per i poveri parte dalla consuetudine d’incontrare Cristo nell’eucaristia, dalla familiarità con lui?
depose le vesti: quando dall’eucaristia passi alla vita sai deporre le vesti del tornaconto, del calcolo, dell’interesse personale per lasciarti guidare da un amore autentico verso gli altri? Oppure dopo l’eucaristia non sei capace di deporre le vesti del dominio e dell’arroganza per indossare quelle della semplicità, della povertà?
si cinse un asciugatoio: è l’immagine della «chiesa del grembiule». Nella vita della tua famiglia, della tua comunità ecclesiale percorri la strada del servizio, della condivisione? Sei coinvolto direttamente nel servizio ai poveri e agli ultimi? Sai scorgere il volto di Cristo che chiede di essere servito, amato nei poveri?
 4. PREGHIERA FINALE
a) Salmo 116 (114-115), 12-13;15-16bc; 17-18
Il salmista che si trova nel tempio e alla presenza dell’assemblea liturgica scioglie il suo sacrificio di ringraziamento. Voltaire che nutriva una particolare predilezione per il v.12 così si esprimeva: «Che cosa posso offrire al Signore per i doni che mi ha elargito?».
Che cosa renderò al Signore
per quanto mi ha dato?
Alzerò il calice della salvezza
e invocherò il nome del Signore
Preziosa agli occhi del Signore
è la morte dei suoi fedeli.
Io sono tuo servo, figlio della tua ancella;
hai spezzato le mie catene.
A te offrirò sacrifici di lode
e invocherò il nome del Signore.
Adempirò i miei voti al Signore
davanti a tutto il popolo.
b) Preghiera finale:
Affascinato dal modo con cui Gesù esprime il suo amore verso i suoi Origene così prega:
Gesù, vieni, ho i piedi sporchi.
Per me fatti servo, versa l’acqua nel bacile;
vieni, lavami i piedi.
Lo so, è temerario quel che ti dico,
ma temo la minaccia delle tue parole:
«Se non ti laverò,
non avrai parte con me».
Lavami dunque i piedi,
perché abbia parte con te.
(Omelia 5 su Isaia)
E San Ambrogio preso da un desiderio ardente di corrispondere all’amore di Gesù, così si esprime:
O mio signore Gesù,
lasciami lavare i tuoi sacri piedi;
te li sei sporcati da quando cammini nella mia anima...
Ma dove prenderò l’acqua della fonte
per lavarti i piedi?
In mancanza di essa
mi restano gli occhi per piangere:
bagnando i tuoi piedi con le mie lacrime,
fa che io stesso rimanga purificato.
(Trattato sulla penitenza