domingo, 26 de marzo de 2017

Profecías Realizadas en Nuestro Señor Jesucristo



Jesucristo ¿es el Mesías?
Si; Jesucristo es verdaderamente el Mesías.
El es el Salvador prometido en el Paraíso terrestre; El Enviado divino esperado por los patriarcas; El nuevo Legislador anunciado por Moisés; El Emmanuel predicho por los profetas; El Redentor deseado por las naciones.
El ha realizado en su persona todas las profecías del Antiguo Testamento relativas: 1º, al origen del Mesías; 2º, a la época de su llegada; 3º, a las diversas circunstancias de su vida.
Es, pues, Jesucristo el Mesías, el Enviado de Dios para establecer la religión nueva que debía suceder a la religión mosaica. Pero una religión establecida por un Enviado de Dios es necesariamente una religión divina; luego la religión cristiana, fundada por Jesucristo, es divina.
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SECCIÓN PRIMERA. PROFECÍAS CONCERNIENTES AL ORIGEN DEL MESÍAS
En el Paraíso terrenal, después de la caída, Dios promete un Salvador a nuestros primeros padres, los cuales trasmiten esta esperanza a sus descendientes, de tal manera, que ella se encuentra todos los pueblos.
Dios renueva esta promesa a los patriarcas Abrahám, Isaac y Jacob, prometiéndoles que todas las naciones serán bendecidas en Aquel que saldrá de su raza.
Jacob, iluminado por un espíritu profético, anuncia a Judá, su cuarto hijo, que el Libertador descenderá de él. En la tribu de Judá, Dios elige la familia de David. Él dice a este rey: “Yo pondré sobre tu trono a un hijo que saldrá de ti, pero cuyo reinado será eterno: Yo seré su Padre, y él será mi Hijo”. El Mesías, pues, debía ser, a la vez, Hijo de David e Hijo de Dios.
Estas condiciones sólo se hallan reunidas en Jesucristo, porque es descendiente de Abrahám, de la tribu de Judá, de la familia de David, como lo prueba su genealogía, y es el único cuyo reinado es eterno. Luego es el Mesías.
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SECCIÓN SEGUNDA. PROFECÍAS CONCERNIENTES A LA ÉPOCA DE LA VENIDA DEL MESÍAS
 Profecía de Jacob.-En su lecho de muerte, este patriarca, al anunciar a cada uno de sus hijos la suerte que le estaba reservada, dijo a Judá: “El cetro no saldrá de Judá, ni el jefe de su raza, hasta que venga Aquel que debe ser enviado, y que será la expectación de todas las naciones” (Génesis, XLIX, 10). Según esta profecía, el Mesías debe llegar en la época en que la tribu de Judá perderá la autoridad, significada por el cetro. Ahora bien, cuando llegó Jesucristo, la autoridad acababa de pasar a manos de Herodes, príncipe idumeo, que gobernaba en nombre de los romanos: los propios judíos dejaron atestiguada la pérdida de su autoridad nacional, cuando dijeron a Pilatos: “No tenemos derecho para condenar a muerte…”. Luego es cierto que Jesucristo vino en el tiempo señalado por Jacob.
 Profecía de Daniel.- Durante la cautividad en Babilonia, Daniel rogaba ardientemente al Señor que abreviara los sufrimientos de su pueblo y enviara el Mesías. El Arcángel Gabriel vino a decirle:
“El tiempo ha sido reducido a 70 semanas para tu pueblo y para tu santa ciudad. Después de lo cual será abolida la iniquidad y el pecado tendrá fin; la iniquidad será borrada y dará lugar a la justicia eterna; las visiones y las profecías tendrán su cumplimiento; el Santo de los santos recibirá la unción.
“Después de las sesenta y dos semanas, el Cristo será condenado a muerte; y el pueblo que habrá renegado de El dejará de ser su pueblo. Otro pueblo vendrá con su jefe, que destruirá la ciudad y su templo; esta ruina será el fin de Jerusalén: el fin de la guerra consumará la desolación anunciada.
“En una semana (la que queda), el Cristo sellará su alianza con muchos. A mitad de la semana, las víctimas y los sacrificios serán abolidos; la abominación de la desolación reinará en el templo, y la desolación no tendrá fin” (Daniel, IX, 24-27).
-Según esta célebre profecía, el objeto de la venida del Mesías es la remisión de los pecados y el reinado eterno de la justicia. En 70 semanas, todas las profecías debían cumplirse.
-Se trata de semanas de años, según la manera ordinaria de calcular de los judíos: las 70 semanas hacen un todo de 490 años.
-El profeta indica el punto en que empiezan las semanas: es la publicación del decreto para la reconstrucción de Jerusalén. Este edicto fue dado por Atajerjes Longímano, el vigésimo año de su reinado, 454 años antes de Jesucristo.
-El profeta divide las 70 semanas en tres periodos muy desiguales: siete, sesenta y dos y una:-
a) En el primero, que es de siete semanas, o cuarenta y nueve años, los muros de Jerusalén deben ser levantados con grandes dificultades. La historia prueba que así fue en efecto.
b) El segundo periodo, compuesto de 62 semanas, o 434 años, debe transcurrir antes que el Cristo sea condenado a muerte. Estos 434 años añadidos a los 49 del primer periodo, terminan el año veintinueve de la era cristiana, decimoquinto año del reinado de Tiberio, año de la predicación de San Juan Bautista.
c) El último periodo no comprende más que una semana, durante la cual el Mesías debe confirmar su alianza, es decir, establecer su ley, ser rechazado por su pueblo y condenado a muerte; las hostias y los sacrificios deben ser abolidos. Un pueblo extranjero debe venir a vengar ése crimen, dispersando a los judíos y destruyendo la ciudad y el templo.
Ahora bien, todo eso ha sucedido: al principio de la 70ª semana, el año treinta de nuestra era, Jesús comienza su predicación, que dura tres años y tres meses, a la mitad de la misma semana, el año 34, Jesús es condenado a muerte por los judíos, y los sacrificios de la Antigua Alianza son reemplazados por el sacrificio del Calvario. Unos 36 años después de la muerte de Jesucristo, el año 70, el ejército romano y su general Tito reducen a ruinas la ciudad de Jerusalén y su templo. Desde ese día reina la desolación sin fin del pueblo judío, porque renegó del Cristo. En Jesucristo, pues, y sólo en Él, tuvo cumplimiento, y cumplimiento exactísimo, la profecía de Daniel. Luego Jesús es el Santo de los santos anunciado por el profeta.
 Profecías de Ageo y de Malaquías.- De regreso de la cautividad de Babilonia, los ancianos de Israel, que habían visto la magnificencia de Salomón, lloraron al contemplar el nuevo templo construido por Nehemías. Para consolarlos, Ageo les anuncia que el Deseado de todas las naciones vendrá al nuevo templo y lo llenará de gloria (Ageo, II, 8).
Malaquías predice que el Mesías, el Dominador, el Ángel de la Alianza, vendrá a su templo tan pronto como su precursor le haya preparado el camino (Malaquías, III, 1).
Ahora bien, Jesús visitó frecuentemente este templo, destruido para siempre 37 años después de su muerte. Este templo no ha recibido, fuera de Jesucristo, la visita de ningún personaje ilustre. Juan Bautista fue su precursor, y lo presentó al pueblo diciendo: “He aquí el Cordero de Dios”. En Jesucristo, pues, y en El solo, se han realizado las profecías de Ageo y de Malaquías.
Las profecías de Jacob, de Daniel, de Ageo y de Malaquías son las que han puesto en mayor aprieto a los judíos, que no han reconocido en Jesucristo al Enviado de Dios. En su Talmud confiesan que todos los tiempos señalados para la venida del Mesías han pasado. Por eso, desesperados de su causa, han pronunciado esta maldición: ¡Malditos sean los que calculen el tiempo del Mesías! ¡Pobres ciegos!
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SECCIÓN TERCERA. PROFECÍAS CONCERNIENTES A LA VIDA DEL MESÍAS
 Su nacimiento.- Isaías predijo que nacería de una Virgen: “He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, que será llamado Emmanuel, es decir, Dios con nosotros” (Isaías, VII, 14; Mateo, I, 23). Y de la Virgen María nació Jesús, como nos lo dicen san Mateo y san Lucas al principio de sus Evangelios. San Mateo hasta tiene especial cuidado en hacer notar que esto era el cumplimiento de la profecía de Isaías. Esto, indudablemente, es un milagro; pero, como dijo Gabriel a María, para Dios no hay imposibles (Mateo, I, 22; Lucas, I, 37).
-Miqueas anuncia que el Mesías nacerá en Belén, y esta predicción es tan conocida del pueblo judío, que los Doctores de la Ley, preguntados por Herodes, designan a los Magos la ciudad de Belén como lugar de su nacimiento. Y en Belén, precisamente, nació Jesús.
-Balaam había dicho: “Una estrella saldrá de Jacob, un renuevo se levantará de Israel…” (Números, XXIV, 17). El recuerdo de esta profecía es el que mueve a los Magos de Oriente y los lleva a Jerusalén. Y los Magos, conducidos por una estrella milagrosa, vinieron a adorar a Jesús en su pesebre.
 Caracteres del Mesías.- Isaías nos lo describe así: “Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado; llevará sobre sus hombros la señal de su principado; será llamado el Admirable, el Consejero, el Dios fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz. Su imperio se extenderá cada vez más, y la paz que establecerá no tendrá término. Ocupará el trono de David… y su reinado durará para siempre” (Isaías, IX, 6 y 7).
Por otra parte, el Arcángel Gabriel anuncia en estos términos el nacimiento de Jesucristo: “No temas, María, concebirás y darás a luz un Hijo y le llamarás Jesús. Él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo, y Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob, por siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas, I, 30-33).
La comparación de estos dos textos muestra claramente que el niño Jesús de que habla Gabriel es el mismo Mesías de que hablaba Isaías. Sólo Jesucristo posee los caracteres predichos por el profeta. Él es el niño que nos ha sido dado por Dios; Él lleva sobre sus hombros la cruz, cetro de su imperio; Él es el Admirable en su nacimiento y en su vida; el Dios fuerte en sus milagros; el Consejero lleno de sabiduría en su doctrina; el Padre del siglo futuro por la vida sobrenatural que nos da; el Príncipe de la paz que El trae al mundo, y su reinado, la Iglesia, durará por siempre.
 Milagros del Mesías.- Según la profecía de Isaías, el Cristo debía confirmar su doctrina con milagros: “Dios mismo vendrá y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, los sordos oirán, el cojo saltará como un ciervo, y la lengua de los mudos será desatada” (Isaías, XXXV, 4-6; XLII). Y tales fueron los milagros de Jesucristo.
 La Pasión de Cristo.- Todos los pormenores de la Pasión habían sido anunciados con mucha anticipación: basta indicar las principales profecías.
-Zacarías predice la entrada triunfal del Mesías en Jerusalén, y los treinta dineros entregados al traidor (Zacarías, IX, 9; XI, 13).
-David, en el salmo 21, describe la pasión del Mesías, y le presenta oprimido de ultrajes, rodeado de un populacho que le insulta; tan deshecho por los golpes recibidos, que se le pueden contar los huesos todos; ve sus manos y sus pies traspasados, sus vestiduras repartidas, su túnica sorteada, etc..
-Isaías muestra al Mesías cubierto de oprobios, convertido en el varón de dolores, llevado al suplicio como un cordero sin exhalar una queja… El profeta tiene cuidado de afirmar hasta doce veces que el Cristo sufre por expiar los pecados de los hombres. Él es nuestro rescate, nuestra víctima, nuestro Redentor. El capítulo LIII de Isaías, como el salmo XXI, no pueden aplicarse más que nuestro Señor Jesucristo; luego El es el Redentor prometido.
 La resurrección del Mesías es anunciada por David e Isaías: “Vos no permitiréis, Señor, que vuestro Santo esté sujeto a corrupción” (Salmo XV, 10). “El renuevo de Jesé, el Hijo de David, será dado como un signo a todos los pueblos. Las naciones le invocarán, y su sepulcro será glorioso” (Isaías, XI, 10).
 Isaías, Jeremías y Daniel profetizan la reprobación del pueblo judío y la conversión de los gentiles destinados a formar el reino del Mesías.
Todos estos oráculos eran conservados, explicados y enseñados por los antiguos doctores de la sinagoga, como indicadores de los caracteres del futuro Mesías. Es así que todos ellos convienen perfectamente a Jesucristo forman un retrato tan parecido de toda su vida que es imposible no reconocerlo en el; luego Jesucristo es el verdadero Mesías descrito por los profetas.
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CONCLUSIÓN.– Dios, en el Antiguo Testamento, hablando sucesivamente por los patriarcas y profetas, desde Adán hasta Malaquías, prometió al mundo un Mesías, un Redentor. Este Mesías es siempre anunciado como el Enviados de Dios, investido de todos los poderes de Dios, y Dios mismo. Es así que todo lo que acabamos de decir prueba que este Mesías prometido no puede ser otro sino Jesucristo, porque en Jesucristo, y sólo en Él, se han realizado las notas características del Mesías. Luego Jesucristo es realmente el Mesías y, por consiguiente, el Enviados de Dios, investido de todos los poderes de Dios y Dios mismo.
Por eso todos los Padres y Doctores de la Iglesia han presentado la realización de las profecías en Jesucristo como una prueba decisiva de su misión divina.
Después de haber recordado las principales profecías que san Justino citaba al judío Trifón, Monseñor Freppel termina de esta manera:
“Contra los judíos esta argumentación es abrumadora; y no es menos decisiva contra los racionalistas.
“Es imposible negarlo: Israel esperaba un Mesías, Rey, Pontífice, Profeta; sus libros sagrados marcaban con antelación todos los rasgos de este Libertador prometido. Por otra parte, es cierto que sólo Jesús de Nazaret ha realizado el tipo mesiánico descrito en el Antiguo Testamento.
“Querer explicar este hecho por una coincidencia completamente casual, es imitar a aquellos que atribuyen a la casualidad la formación del mundo. ¿Se dirá que Jesucristo se ha aplicado las predicciones de la Escritura? -Pero no dependía del poder de un hombre elegir el lugar de su nacimiento, nacer en Belén más bien que en Roma, nacer de la raza de Abrahám, de la familia de David; aparecen en el tiempo señalado por Jacob, Daniel, Ageo; hacer milagros; resucitar después de muerto; ser glorificado como Dios todopoderoso y eterno, y eso porque había sido predicho… Solo Dios ha podido disponer la marcha de los acontecimientos para llegar a éste gran resultado, y su realización basta para demostrar la divinidad del cristianismo” (Extracto de Monseñor Freppel: san Justino).
Vamos a terminar esta cuestión con una página magnífica del P. LACORDAIRE. Después de haber recordado las principales profecías mesiánicas, exclama: “Ahora, señores, ¿qué pensáis? Aquí tenéis dos hechos paralelos y correspondientes, ambos ciertos, ambos de una proporción colosal: el uno, que duró 2000 años antes de Jesucristo; el otro, que dura desde hace 18 siglos después de Jesucristo; el uno que anuncia una revolución considerable imposible de prever; el otro que es su cumplimiento; ambos teniendo a Jesucristo por principio, por término, por lazo de unión.
“Una vez más, ¿qué pensáis de esto? ¿Optáis por negar? Pero ¿qué es lo que negáis? ¿Será la existencia de la idea mesiánica? Pero ella está en el pueblo judío que vive todavía, en toda la serie de los monumentos de su historia, en las tradiciones universales del género humano, en las confesiones más explícitas de la más profunda incredulidad.
“¿Será la anterioridad de los pormenores proféticos? Pero el pueblo judío, que crucificó a Jesucristo, y que tiene un interés nacional y secular en arrebatarle la prueba de su divinidad, os afirma que sus Escrituras eran antes lo que son hoy; y, para mayor seguridad, 250 años antes de Jesucristo, bajo Tolomeo Filadelfo, rey de Egipto, y por su orden, todo el Antiguo Testamento, traducido al griego, cayó en poder del mundo griego, del mundo romano, de todo el mundo civilizado.
“¿Os dirigiréis al otro polo de la cuestión y negaréis el cumplimiento de la idea mesiánica? Pero la Iglesia católica, hija de esta idea, está a vuestra vista: ella os ha bautizado.
“¿Será en la unión de estos dos formidables acontecimientos donde buscaréis vuestro punto de apoyo? ¿Negaréis que Jesucristo haya verificado en su persona la idea mesiánica, que Él sea judío de la tribu de Judá, de la familia de David, y el fundador de la Iglesia católica, sobre la doble ruina de la sinagoga y de la idolatría? Pero ambas partes interesadas y enemigas irreconciliables convienen en todo esto. El judío dice: sí, y el cristiano dice: sí.
“¿Diréis que este encuentro de acontecimientos prodigiosos en el punto preciso de Jesucristo es efecto de la casualidad? Pero la casualidad, si existe, no es más que un accidente breve y fortuito, su definición excluye la idea de serie; no hay casualidad de 2000 años y de 1800 años.
“Señores, cuando Dios obra, no hay nada que hacer contra Él. Jesucristo se nos muestra el móvil de lo pasado, así como el móvil de lo futuro, el alma de los tiempos anteriores a Él, y a la vez, el alma de los tiempos posteriores a Él.
“Se nos muestra en sus antepasados, apoyado en el pueblo judío, que es el monumento social y religioso más grande de todos los tiempos antiguos, y en su posteridad apoyado en la Iglesia católica, que es la obra social y religiosa más grande de los tiempos nuevos.
“Se nos muestra teniendo en su mano izquierda el Antiguos Testamento, el libro más grande de los tiempos que le han precedido, y en la mano derecha el Evangelio, el libro más grande de los tiempos que le han seguido. Y, sin embargo, así precedido y seguido, Él es todavía mayor que sus ascendientes y que su posteridad, que los patriarcas y que los profetas, que los apóstoles y que los mártires. Llevado por todo lo que hay de más ilustre después y antes que Él, su fisonomía personal se destaca todavía sobre ese fondo sublime, y nos revela al Dios que no tiene modelo y que no tiene igual” (Conferencia 41-1846- )
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