sábado, 19 de mayo de 2012

Promesa del Espíritu Santo. El odio del mundo. Sermón de Leonardo Castellani

La persecución del mundo moderno a los verdaderos cristianos, ya no será por “cristianos” en sí, al menos eso es lo que se verá públicamente; sino que serán perseguidos por no adecuarse al sistema, a las reglas del “nuevo orden”, y serán perseguidos por “retrógrados”, “medievales”, “nazis”, “fachos”, etc. Epítetos que ya se vienen utilizando y que, mediante la presión psicológica de los medios, irá entrando en las mentes de las masas descreídas. Y la misma persecución, se verificará tanto desde fuera como desde dentro de la Iglesia. Falsos hermanos perseguirán a los buenos cristianos.
Las dos formas más terríficas de la persecución son la de adentro y la de afuera; primero la de adentro: “seréis excomulgados”, como si dijéra­mos... (“exsynagogis facient vos-apossynagogéesete”) seréis echados de la si­nagoga o reunión de los creyentes, que equivale a nuestra “excomunión”. Y después la de afuera, “os matarán”, y en los últimos tiempos, “os ma­tarán y creerán con eso hacer un servicio a Dios”; es decir, os matarán como a criminales, como a perros rabiosos. Los mártires de los últimos tiempos, dice San Agustín, ni siquiera parecerán ser mártires.
(Castellani, “El Evangelio de Jesucristo”)
Y la cultura mediática seguirá desacreditando cada vez más al católico (entiéndase al católico tradicional, no al “mistongo” comprometido con lo “políticamente correcto”). Tapando así a los buenos cristianos, y enalteciendo y premiando a aquellos que (cristianos otrora o no) siguen las máximas de lo “políticamente correcto” que el mundo propone para poder convivir con él. Leamos esta excelente prédica del R.P. Leonardo Castellani, quién ha sido perseguido en contadas ocasiones por lo que realmente fue, un buen y profundo sacerdote católico
Promesa del Espíritu Santo. El odio del mundo. (1963)
“Entonces el Señor dijo a los discípulos: "Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testi­monio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expul­sarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. No os dije esto desde el principio porque estaba yo con vosotros”. (Jn. 15,26 - 16,4)
El Evangelio es una partecita del final del Sermón Despedida o Sermón Testamento de Cristo, dicho en la Ultima Cena; y quizás una parte en el camino del Cenáculo al monte Oliveto: trata de la Per­secución.
Después de prometerles de nuevo, por tercera o cuarta vez, la venida y la asistencia del Espíritu Santo a fin de que pudieran dar testimonio de Él, Cristo predice a sus Apóstoles, también por tercera o cuarta vez, la Persecución. Ya durante su vida les había dicho:
“Si a Mí me han perseguido,
a vosotros os perseguirán:
no es el siervo mayor que el Señor
ni el discípulo mayor que el Maestro”[1].
La Persecución es la ley de la Iglesia: es la carga que debemos llevar, y debemos hoy mirarla de frente. Ella muestra que la Iglesia es una cosa sobrenatural, supramundana; de otro modo no se enten­dería que hombres honrados, buenos y aun santos, lo mejor que hay en la Humanidad, sean odiados con tan extraña saña, a veces hasta el asesinato, a veces de adentro de la Iglesia y no solamente de afuera, como vemos en el curso de veinte siglos. La historia de la Iglesia hace buenas estas palabras de Cristo, y ellas indican tanto la persecución de dentro como la de fuera: “Os echarán de las sinagogas —o sea, os excomulgarán—; y llegará la hora en que todo el que os dé muerte creerá hacer un servicio a Dios”.
La historia nos muestra la persecución a los buenos cristianos vigente siempre; no a todos los cristianos, por cierto; no a los cris­tianos solamente de nombre, los cuales no sufren e incluso a veces sirven de idiotas útiles a los impíos. San Pablo dijo: “Todo aquél que quiera vivir fielmente conforme a Cristo Jesús, sufrirá persecución”[2]. No dijo: “Todos los bautizados”; dijo: “Todos los piadosos”[3].
Apenas resucitado Jesucristo, se desencadena la persecución en Jerusalén: el protomártir San Esteban[4] y los dos Santiagos fueron muertos cruelmente por los judíos: Santiago el Menor, que fue primo de Jesús[5], y Santiago el Mayor, hermano mayor de Juan Evangelista, el Santiago de los españoles. Muchos españoles creen fue martirizado en España, pero es inexacto, pues por las Escrituras consta que lo hizo degollar Herodes en Jerusalén[6]. La tradición cuenta que estuvo en España, y eso puede ser —y que su cuerpo reposa en Galicia; y esto último es seguro: hay allí en la capital de Galicia un santuario inmemorial, adonde toda Europa concurría en peregrinación durante la Edad Media, atraída por los frecuentes milagros: de donde toda­vía a la Vía Láctea llamamos “el Camino de Santiago”. Los demás Apóstoles no tuvieron mejor (o peor) suerte: todos fueron martirizados en diferentes partes del mundo: San Juan Evangelista murió en su cama a los 100 años de edad, pero fue martirizado en vida dos veces casi hasta la muerte. Los fieles de Jerusalén fueron despojados de sus bienes, muchos dellos encarcelados y azotados, como San Pablo dos veces; los Apóstoles tuvieron que salir y disper­sarse por todo el mundo —para bien del mundo.
Poco después suceden las diez sangrientas y satánicas persecucio­nes romanas, donde fueron muertos, casi siempre con exquisitas torturas, millones de fieles; no miles sino millones; los mismos im­píos modernos, que quieren rebajar el número de los mártires (como Gibbon, por ejemplo), no se animan a bajar del millón; y hoy día existe en el mundo la persecución más grande que ha existido nunca, por lo menos en extensión: no solamente en la inmensa extensión “detrás del Muro de Acero”, sino también en países católicos, como Cuba, Haití y Méjico. En Méjico las leyes de Calles están vigentes, aunque no urgidas del todo, por miedo al pueblo; pero si la policía encuentra una beba que va a la escuela de las monjas con un catecis­mo en la valijita, el padre es multado; si un sacerdote anda de sotana, es multado; si uno edifica una iglesia, es multado; y las iglesias pertenecen al Gobierno (Padre Raúl Entraigas).
La persecución de adentro consiste sobre todo en los cismas y en las herejías, y también en los “falsi fratres” o falsos hermanos, de cuya persecución solapada y traidora se queja San Pablo[7]; o sea, los católicos fingidos, que ya existían en tiempo de San Pablo. Hace unos días, estando yo en San Juan, un párroco pronunció un vehe­mente sermón contra el diario Tribuna y contra mí en presencia de las delegadas de la Acción Católica de toda la Provincia; incluso de la dueña del diario, que salió de la Asamblea medio muerta.
El joven franciscano español dijo prácticamente que era un peca­do para un católico leer el diario Tribuna y que al tal Castellani había que encerrarlo, porque estaba haciendo mucho daño. La causa fue un artículo titulado “La Decadencia de España”, que está lleno de amor y respeto a España y habla de la decadencia del siglo XVIII, que es un hecho histórico, y del actual resurgimiento; pero el buen fraile no leyó más que el título[8]. Yo le presenté mis excusas en el mismo diario, diciendo que el artículo quizás era inoportuno en San Juan; pero él siguió en sus trece: “Me ratifico en todo lo que he dicho: dígaselo Ud. a su esposo y dígaselo al Obispo”. Se hizo una tormen­ta en un vaso de agua; la cual paró el Arzobispo Audino[9], que es muy honrado hombre.
Yo no digo que éste sea un falso hermano ni que ésta sea “per­secución”; fue más bien una equivocación; pero al que recibe el chumbo de la equivocación, no le hace mucha gracia; y de no haber habido un Obispo muy sensato, podía haberme costado caro. Lo traigo solamente como ejemplo cómico de lo que puede suceder dentro de la vida cristiana.
En los países católico-liberales, como el nuestro, la persecución está velada, pero existe: y aunque no sea sangrienta, es muy perni­ciosa, porque ataca las almas. La Masonería trabaja asiduamente (¡y con qué éxito!) en tapar a los escritores católicos[10], en silenciar a los buenos sacerdotes y hacer fiestas a los tarambanas, en desacreditar y derribar a los gobernantes católicos (recuerden a Lonardi) y en impedir se enseñe la Religión en las escuelas, aunque la mayoría de los padres lo desee: ésta es persecución de la peor especie; y esta persecución hipócrita puede traer la otra, la persecución abierta —de la cual hemos visto un ejemplito en 1955.
Así que hemos de mirar de frente nuestro destino: todos los que quieran ser buenos cristianos, toparán contrastes y dificultades en el mundo por el hecho de ser cristianos; porque van a contracorriente de la correntada del mundo. “Este amigo nuestro, o compañero de oficina, o de cuartel (o de lo que sea) es un poco raro. ¡Cuidado con él! Comulga cada semana, se aparta de todas las ‘farras’, da limosnas que no pegan con lo poco que gana, anda mucho con los curas; es un hombre secreto; lleva un secreto consigo. ¡Cuidado con él! No es como nosotros...” Esto es lo menos que puede pasarle a un cristiano hoy día.
“Secretum meum mihi”[11]. Mi secreto para mí. Pero todo secreto es sospechoso. Mi secreto es mi fe, mi vida interior; a nadie se la puedo contar del todo —a Dios solamente y Jesucristo. “Et vita vestra est abscondita cum Christo in Deo”: Y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios[12].
R.P. Leonardo Castellani, Sermón en la infra-octava de la Ascensión del Señor, “Domingueras prédicas II”, Ediciones Jauja, 1998.

[1] Juan 15, 20; Mateo 10, 24.
[2] II Timoteo 3, 12.
[3] El gran exégeta Erik Peterson observó que ciertos espíritus filantrópicos pretenden reducir a puros malentendidos todo lo que sucede en este mundo. Según ellos, Jesucristo fue crucificado y los Apóstoles condenados a muerte por un simple equívoco. Estos mismos hombres, en la hora en que el martirio retorna para la Iglesia, tienden a reducir todo a un juego de incomprensiones.
Así, por ejemplo, el jesuíta Ignacio Pérez del Viso aprueba calurosamente a quienes buscan “tender puentes entre la Iglesia y aquellas logias masónicas (que trabajan por) las causas de la humanidad, como la paz mundial y la defensa de los derechos del hombre”, y recuerda que tales diálogos comenzaron al fin de la Primera Guerra Mundial (“Católicos y Masones”, en “La Nación”, 26-VIII-98, p. 18).
La supuesta amplitud de espíritu hace que estos “cristianos” consideren triunfos las derrotas de quienes defienden la fe y así se levanten como profetas del Gran Amanecer Rosado, “un amanecer que, generalmente, parece más rosado la noche antes que la mañana siguiente” (G. K. Chesterton, “Las Fiestas y el Asceta”, en “The Thing”).
[4] Hechos 7, 55-60.
[5] En el año 62 y por orden del Sumo Sacerdote Anán, Santiago fue arrojado del pináculo del Templo de Jerusalén, y luego lapidado y apaleado.
[6] Hechos 12, 2.
[7] I Corintios 11, 26; Gálatas 2, 4.
[8] En el artículo mencionado Castellani señala el influjo del “barroquismo religioso” -la exterioridad religiosa, la fe sustituida en parte por la Propaganda, una moral a veces más pagana que cristiana- en la decadencia española, que se hizo visible en los siglos XVII y XVIII: “Releyendo durante esta ‘gripe’ los dramas de Calderón, ese decaimiento salta a los ojos: supuesto que Calderón no fantasea sino que retrata. La moral de Cristo está en el fondo, pero falseada por bárbaros prejuicios godos. Y la responsable última es la religión entiesada y esclerótica. Basta ver las ‘aprobaciones’ de sus obras, dadas por eclesiásticos a veces eminentes, como el poeta Josef de Valdivieso”.
“Las vidas de santos teatralizadas muestran otro gran desvío; como ‘El Príncipe Constante’, ‘El Mágico’ y tantas otras. No son santos reales, por decirlo de una vez: están compuestos cerebralmente con conceptos y lugares comunes de libros piadosos. Ellas hormiguean de milagros. A veces pueriles; y más bien que cristianismo evangélico, muestran en sus héroes una especie de estoicismo fanfarrón revestido de beaterías”. (“La Decadencia de España”. Abreviado)
“No se niega con esto la admirable grandeza de la España del Siglo de Oro: el que tuvo, retuvo” (“La Argentina Bolchevique”, en “Nueva Crítica Literaria”, Dictio, Bs. As., 1976, p. 369).
[9] Mons. Audino Rodríguez Olmos.
[10] Ver “Domingueras Prédicas”, Homilía del Domingo Noveno después de Pentecostés.
[11] Isaías 24, 16 (Vulgata).
[12] Colosenses 3, 3.