jueves, 29 de septiembre de 2011

Eutanasia.......

DECLARACIÓN «IURA ET BONA» SOBRE LA EUTANASIA
Introducción

Los derechos y valores inherentes a la persona humana ocupan un puesto importante en la problemática contemporánea. A este respecto, el Concilio Ecuménico Vaticano II ha reafirmado solemnemente la dignidad excelente de la persona humana y de modo particular su derecho a la vida. Por ello ha denunciado los crímenes contra la vida, como "homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado" (Gaudium et spes, 27).

La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, que recientemente ha recordado la doctrina católica acerca del aborto procurado [1], juzga oportuno proponer ahora la enseñanza de la Iglesia sobre el problema de la eutanasia.

En efecto, aunque continúen siendo siempre válidos los principios enunciados en este terreno por los últimos Pontífices [2], los progresos de la medicina han hecho aparecer, en los recientes años, nuevos aspectos del problema de la eutanasia que deben ser precisados ulteriormente en su contenido ético.

En la sociedad actual, en la que no raramente son cuestionados los mismos valores fundamentales de la vida humana, la modificación de la cultura influye en el modo de considerar el sufrimiento y la muerte; la medicina ha aumentado su capacidad de curar y de prolongar la vida en determinadas condiciones que a veces ponen problemas de carácter moral. Por ello los hombres que viven en tal ambiente se interrogan con angustia acerca del significado de la ancianidad prolongada y de la muerte, preguntándose consiguientemente si tienen el derecho de procurarse a sí mismos o a sus semejantes la "muerte dulce", que serviría para abreviar el dolor y sería, según ellos más conforme con la dignidad humana.

Diversas Conferencias Episcopales han preguntado al respecto a esta Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, la cual, tras haber pedido el parecer de personas expertas acerca de los varios aspectos de la eutanasia, quiere responder con esta Declaración a las peticiones de los obispos, para ayudarles a orientar rectamente a los fieles y ofrecerles elementos de reflexión que puedan presentar a las autoridades civiles a propósito de este gravísimo problema.

La materia propuesta en este documento concierne ante todo a los que ponen su fe y esperanza en Cristo, el cual mediante su vida, muerte y resurrección ha dado un nuevo significado a la existencia y sobre todo a la muerte del cristiano, según las palabras de San Pablo: "pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, morimos para el Señor. En fin, sea que vivamos, sea que muramos, del Señor somos" (Rom. 14, 8; Flp 1, 20).

Por lo que se refiere a quienes profesan otras religiones, muchos admitirán con nosotros que la fe —si la comparten— en un Dios creador, Providente y Señor de la vida confiere un valor eminente a toda persona humana y garantiza su respeto.

Confiamos, sin embargo, en que esta Declaración recogerá el consenso de tantos hombres de buena voluntad, los cuales, por encima de diferencias filosóficas o ideológicas, tienen una viva conciencia de los derechos de la persona humana. Tales derechos, por lo demás, han sido proclamados frecuentemente en el curso de los últimos años en declaraciones de Congresos Internacionales [3]; y tratándose de derechos fundamentales de cada persona humana, es evidente que no se puede recurrir a argumentos sacados del pluralismo político o de la libertad religiosa para negarles valor universal.

I. Valor de la vida humana


La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sacro y que nadie puede disponer de ella a capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del amor de Dios, que son llamados a conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias:

1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad [4].

2. Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. Esta le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra, pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna.

3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo, hacia las diversas comunidades y hacia la sociedad entera, aunque a veces intervengan, como se sabe, factores psicológicos que pueden atenuar o incluso quitar la responsabilidad.

Se deberá, sin embargo, distinguir bien del suicidio aquel sacrificio con el que, por una causa superior —como la gloria de Dios, la salvación de las almas o el servicio a los hermanos— se ofrece o se pone en peligro la propia vida.

II. La eutanasia


Para tratar de manera adecuada el problema de la eutanasia, conviene ante todo precisar el vocabulario.

Etimológicamente la palabra eutanasia significaba en la antigüedad una muerte dulce sin sufrimientos atroces. Hoy no nos referimos tanto al significado original del término, cuanto más bien a la intervención de la medicina encaminada a atenuar los dolores de la enfermedad y da la agonía, a veces incluso con el riesgo de suprimir prematuramente la vida. Además el término es usado, en sentido mas estricto, con el significado de "causar la muerte por piedad", con el fin de eliminar radicalmente los últimos sufrimientos o de evitar a los niños subnormales, a los enfermos mentales o a los incurables la prolongación de una vida desdichada, quizás por muchos años que podría imponer cargas demasiado pesadas a las familias o a la sociedad.

Es pues necesario decir claramente en qué sentido se toma el término en este documento.

Por eutanasia se entiende una acción o una omisión que por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. La eutanasia se sitúa pues en el nivel de las intenciones o de los métodos usados.

Ahora bien, es necesario reafirmar con toda firmeza que nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Se trata en efecto de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad.

Podría también verificarse que el dolor prolongado e insoportable, razones de tipo afectivo u otros motivos diversos, induzcan a alguien a pensar que puede legítimamente pedir la muerte o procurarla a otros. Aunque en casos de ese género la responsabilidad personal pueda estar disminuida o incluso no existir, sin embargo el error de juicio de la conciencia —aunque fuera incluso de buena fe— no modifica la naturaleza del acto homicida, que en sí sigue siendo siempre inadmisible. Las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez invocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una verdadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticiones angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y sobrenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos que están cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeros.

III. El cristiano ante el sufrimiento y el uso de los analgésicos


La muerte no sobreviene siempre en condiciones dramáticas, al final de sufrimientos insoportables. No debe pensarse únicamente en los casos extremos. Numerosos testimonios concordes hacen pensar que la misma naturaleza facilita en el momento de la muerte una separación que sería terriblemente dolorosa para un hombre en plena salud. Por lo cual una enfermedad prolongada, una ancianidad avanzada, una situación de soledad y de abandono, pueden determinar tales condiciones psicológicas que faciliten la aceptación de la muerte.

Sin embargo se debe reconocer que la muerte precedida o acompañada a menudo de sufrimientos atroces y prolongados es un acontecimiento que naturalmente angustia el corazón del hombre.

El dolor físico es ciertamente un elemento inevitable de la condición humana, a nivel biológico, constituye un signo cuya utilidad es innegable; pero puesto que atañe a la vida psicológica del hombre, a menudo supera su utilidad biológica y por ello puede asumir una dimensión tal que suscite el deseo de eliminarlo a cualquier precio.

Sin embargo, según la doctrina cristiana, el dolor, sobre todo el de los últimos momentos de la vida, asume un significado particular en el plan salvífico de Dios; en efecto, es una participación en la pasión de Cristo y una unión con el sacrificio redentor que Él ha ofrecido en obediencia a la voluntad del Padre. No debe pues maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos, para aceptar voluntariamente al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado (cf. Mt 27, 34). No sería sin embargo prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos secundarios, entorpecimiento o menor lucidez. En cuanto a las personas que no están en condiciones de expresarse, se podrá razonablemente presumir que desean tomar tales calmantes y suministrárseles según los consejos del médico.

Pero el uso intensivo de analgésicos no está exento de dificultades, ya que el fenómeno de acostumbrarse a ellos obliga generalmente a aumentar la dosis para mantener su eficacia. Es conveniente recordar una declaración de Pío XII que conserva aún toda su validez. Un grupo de médicos le había planteado esta pregunta: "¿La supresión del dolor y de la conciencia por medio de narcóticos ... está permitida al médico y al paciente por la religión y la moral (incluso cuando la muerte se aproxima o cuando se prevé que el uso de narcóticos abreviará la vida)?". El Papa respondió: "Si no hay otros medios y si, en tales circunstancias, ello no impide el cumplimiento de otros deberes religiosos y morales: Sí" [5]. En este caso, en efecto, está claro que la muerte no es querida o buscada de ningún modo, por más que se corra el riesgo por una causa razonable: simplemente se intenta mitigar el dolor de manera eficaz, usando a tal fin los analgésicos a disposición de la medicina.

Los analgésicos que producen la pérdida de la conciencia en los enfermos, merecen en cambio una consideración particular. Es sumamente importante, en efecto, que los hombres no sólo puedan satisfacer sus deberes morales y sus obligaciones familiares, sino también y sobre todo que puedan prepararse con plena conciencia al encuentro con Cristo. Por esto, Pío XII advierte que "no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo" [6].

IV. El uso proporcionado de los medios terapéuticos

Es muy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dignidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contra un tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo. De hecho algunos hablan de "derecho a morir" expresión que no designa el derecho de procurarse o hacerse procurar la muerte como se quiere, sino el derecho de morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristiana. Desde este punto de vista, el uso de los medios terapéuticos puede plantear a veces algunos problemas.

En muchos casos, la complejidad de las situaciones puede ser tal que haga surgir dudas sobre el modo de aplicar los principios de la moral. Tomar decisiones corresponderá en último análisis a la conciencia del enfermo o de las personas cualificadas para hablar en su nombre, o incluso de los médicos, a la luz de las obligaciones morales y de los distintos aspectos del caso.

Cada uno tiene el deber de curarse y de hacerse curar. Los que tienen a su cuidado los enfermos deben prestarles su servicio con toda diligencia y suministrarles los remedios que consideren necesarios o útiles.

¿Pero se deberá recurrir, en todas las circunstancias, a toda clase de remedios posibles?

Hasta ahora los moralistas respondían que no se está obligado nunca al uso de los medios "extraordinarios". Hoy en cambio, tal respuesta siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la terapia. Debido a esto, algunos prefieren hablar de medios "proporcionados" y "desproporcionados". En cada caso, se podrán valorar bien los medios poniendo en comparación el tipo de terapia, el grado de dificultad y de riesgo que comporta, los gastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y sus fuerzas físicas y morales.

Para facilitar la aplicación de estos principios generales se pueden añadir las siguientes puntualizaciones:

— A falta de otros remedios, es lícito recurrir, con el consentimiento del enfermo, a los medios puestos a disposición por la medicina más avanzada, aunque estén todavía en fase experimental y no estén libres de todo riesgo. Aceptándolos, el enfermo podrá dar así ejemplo de generosidad para el bien de la humanidad.

— Es también lícito interrumpir la aplicación de tales medios, cuando los resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos. Pero, al tomar una tal decisión, deberá tenerse en cuenta el justo deseo del enfermo y de sus familiares, así como el parecer de médicos verdaderamente competentes; éstos podrán sin duda juzgar mejor que otra persona si el empleo de instrumentos y personal es desproporcionado a los resultados previsibles, y si las técnicas empleadas imponen al paciente sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden obtener de los mismos.

Es siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicina puede ofrecer. No se puede, por lo tanto, imponer a nadie la obligación de recurrir a un tipo de cura que, aunque ya esté en uso, todavía no está libre de peligro o es demasiado costosa. Su rechazo no equivale al suicidio: significa más bien o simple aceptación de la condición humana, o deseo de evitar la puesta en práctica de un dispositivo médico desproporcionado a los resultados que se podrían esperar, o bien una voluntad de no imponer gastos excesivamente pesados a la familia o la colectividad.

— Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pesar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares. Por esto, el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiera prestado asistencia a una persona en peligro.

Conclusión

Las normas contenidas en la presente Declaración están inspiradas por un profundo deseo de servir al hombre según el designio del Creador. Si por una parte la vida es un don de Dios, por otra la muerte es ineludible; es necesario, por lo tanto, que nosotros, sin prevenir en modo alguno la hora de la muerte, sepamos aceptarla con plena conciencia de nuestra responsabilidad y con toda dignidad. Es verdad, en efecto que la muerte pone fin a nuestra existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal. Por eso, todos los hombres deben prepararse para este acontecimiento a la luz de los valores humanos, y los cristianos más aún a la luz de su fe.


Los que se dedican al cuidado de la salud pública no omitan nada, a fin de poner al servicio de los enfermos y moribundos toda su competencia; y acuérdense también de prestarles el consuelo todavía más necesario de una inmensa bondad y de una caridad ardiente. Tal servicio prestado a los hombres es también un servicio prestado al mismo Señor, que ha dicho: "...Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de una audiencia concedida al infrascripto cardenal Prefecto ha aprobado esta Declaración, decidida en reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha ordenado su publicación.

Roma, desde la Sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina le la Fe, 5 de mayo de 1980.

Cardenal Franjo SEPER
Prefecto

Jerôme HAMER,
arzobispo titular de Lorium,
Secretario


Notas

[1] Declaración sobre el aborto procurado, 18 de noviembre de 1974, (AAS 66, 1974, págs. 730-747)

[2] Pío XII, Discurso a los congresistas de la Unión Internacional de las Ligas Femeninas Católicas, 11 de septiembre de 1947 (AAS 39, 1947 pág. 483); Alocución a la Unión Católica Italiana de las Comadronas, 29 de octubre de 1951 (AAS 43, 1951, págs. 835-854); Discurso a los miembros de la Oficina Internacional de Documentación de Medicina Militar, 19 de octubre de 1953 (AAS 45, 1953, págs. 744-754); Discurso a los participantes en el IX Congreso de la Sociedad Italiana de Anestesiología, 24 de febrero de 1957 (AAS 49, 1957, pág. 146); cf. Alocución sobre la "Reanimación", 24 de noviembre de 1957 (AAS 49, 1957, págs. 1027-1033). Pablo VI, Discurso a los miembros del Comité Especial de las Naciones Unidas para la cuestión del "Apartheid", 22 de mayo de 1974 (AAS 66, 1974, pág. 346). Juan Pablo II, Alocución a los obispos de Estados Unidos de América, 5 de octubre de 1979 (AAS 71, 1979, pág. 1225).

[3] Recuérdese en particular la recomendación 779 (1976), referente a los derechos de los enfermos y de los moribundos, de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en su XXVII sesión ordinaria. Cf. Sipeca, núm. 1, marzo de 1977, págs. 14-15.

[4] Se dejan completamente de lado las cuestiones de la pena de muerte y de la guerra, que exigirían consideraciones específicas, ajenas al tema de esta Declaración.

[5] Pío XII, Discurso, del 24 de febrero de 1957 (AAS 49, 1957, pág. 147).

[6] Pío XII, Discurso, del 24 de febrero de 1957 (AAS 49, 1957, pág. 145, cf. Alocución, del 9 de septiembre de 1958 (AAS 50, 1958, pág. 694).

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Que es La teologia..por nuestro mismisimo Santo Padre..

Benedicto XVI: ¿Qué es la teología?

Discurso en la entrega del “Premio Ratzinger”

Señores cardenales, venerados hermanos, ilustres señores y señoras:

Ante todo, quisiera expresar mi alegría y gratitud por el hecho de que, con la entrega de su premio teológico, la fundación que lleva mi nombre otorgue reconocimiento público a la obra llevada a cabo a lo largo de toda una vida por dos grandes teólogos, y a un teólogo de la generación más joven le dé un signo de aliento para avanzar por el camino emprendido

Al profesor González de Cardedal me une un camino común de muchos decenios. Ambos iniciamos con san Buenaventura y dejamos que él nos indicara la dirección. Durante su larga vida de estudioso, el profesor González ha tratado todos los grandes temas de la teología, y ello no sólo reflexionando o hablando desde un punto de vista teórico, sino enfrentándose siempre al drama de nuestro tiempo, viviendo e incluso sufriendo de forma totalmente personal las grandes cuestiones de la fe y, con ellas, las cuestiones del hombre de hoy. De esta forma, la palabra de la fe no es algo del pasado, en sus obras se convierte realmente en nuestra contemporánea.

El profesor Simonetti nos ha abierto de una manera nueva el mundo de los Padres. Precisamente al mostrarnos desde el punto de vista histórico, con precisión y atención, lo que dicen los Padres, éstos se convierten en personas contemporáneas nuestras, que hablan con nosotros.

El padre Maximilian Heim ha sido elegido recientemente abad del monasterio de Heiligenkreuz –monasterio de gran tradición en las cercanías de Viena–, asumiendo con ello el cometido de actualizar una gran historia y llevarla hacia el futuro. A este respecto, espero que el trabajo sobre mi teología que nos ha ofrecido pueda serle útil, y que la abadía de Heiligenkreuz logre, en este tiempo nuestro, desarrollar aún más esa teología monástica que siempre ha acompañado a la universitaria, formando con ésta el conjunto de la teología occidental.

Sin embargo, mi tarea no consiste en pronunciar aquí una laudatio de los galardonados, lo que ya ha realizado de manera competente el cardenal Ruini. Ahora bien, quizá la entrega del premio nos depare la ocasión de dedicar unos momentos a la cuestión fundamental de qué es realmente “teología”. La teología es ciencia de la fe, nos dice la tradición. Pero aquí surge inmediatamente la pregunta: ¿Es esto realmente posible? ¿No se trata de una contradicción? ¿Acaso la ciencia no es lo contrario de la fe? ¿La fe no deja de ser fe, cuando se convierte en ciencia? ¿Y no deja tal vez la ciencia de ser ciencia, cuando se ve ordenada o incluso subordinada a la fe? Tales cuestiones, que ya constituían un serio problema para la teología medieval, ante el concepto moderno de ciencia se han vuelto aún más apremiantes, a primera vista incluso sin solución. De este modo puede comprenderse por qué, durante la Edad Moderna, en muchos ambientes la teología se replegara principalmente en el campo de la historia, con el fin de demostrar en él su seria cientificidad. Hay que reconocer con gratitud que de este modo se realizaron obras grandiosas, y que el mensaje cristiano recibió nueva luz, capaz de hacer visible su íntima riqueza. Ahora bien, si la teología se repliega totalmente en el pasado, deja hoy la fe a oscuras. En una segunda fase, el interés se concentró en la praxis para mostrar cómo la teología, puesta en relación con la psicología y la sociología, es una ciencia útil que da indicaciones concretas para la vida. Esto resulta también importante, pero si el fundamento de la teología, la fe, no se convierte al mismo tiempo en objeto del pensamiento; si la praxis sólo se refiere a sí misma o vive únicamente de los préstamos de las ciencias humanas, entonces queda vacía y sin fundamento.

Estas vías, por lo tanto, no son suficientes. Por útiles e importantes que sean, se convertirían en subterfugios si la pregunta verdadera quedara sin respuesta. Dicha pregunta es la siguiente: ¿Es verdad lo que creemos o no? En la teología está en juego la cuestión sobre la verdad, que es su fundamento último y esencial. Aquí, una expresión de Tertuliano puede hacernos dar un paso más: escribe que Cristo no dijo: “Yo soy la costumbre”, sino: “Yo soy la verdad”, Non consuetudo sed veritas (Virg. 1, 1). Christian Gnilka ha mostrado que el concepto consuetudo puede hacer referencia a las religiones paganas, que, según su naturaleza, no eran fe, sino “costumbre”: se hace lo que se ha hecho siempre; se observan las formas cultuales tradicionales, esperando mantenerse así en la justa relación con el ámbito misterioso de lo divino. El aspecto revolucionario del cristianismo en la antigüedad fue precisamente su ruptura con la “costumbre” por amor a la verdad. Tertuliano habla aquí basándose sobre todo en el Evangelio de San Juan, en el que se encuentra también la otra interpretación fundamental de la fe cristiana, que se expresa en la designación de Cristo como Logos. Si Cristo es el Logos, la verdad, el hombre debe corresponderle con su propio logos, con su razón. Para llegar hasta Cristo, debe seguir el camino de la verdad. Debe abrirse al Logos, a la Razón creadora, de la que se deriva su propia razón y a la que ésta lo remite. De este modo se comprende que la fe cristiana, por su misma naturaleza, debe suscitar la teología, tenía que interrogarse sobre la razonabilidad de la fe, aunque, naturalmente, el concepto de razón y el de ciencia abarquen muchas dimensiones, por lo que la naturaleza concreta del nexo entre fe y razón debía y debe ser nuevamente evaluada.

Por lo tanto, aun cuando resulta claro, en el cristianismo, el nexo fundamental entre Logos, verdad y fe, la forma concreta de este nexo ha planteado y sigue planteando preguntas siempre nuevas. Está claro que, en este momento, dicha pregunta, que ha ocupado y ocupará a todas las generaciones, no puede tratarse con detalle, ni siquiera a grandes rasgos. Quisiera intentar tan sólo proponer un brevísimo apunte. San Buenaventura, en el prólogo a su Comentario a las Sentencias, habló de un doble uso de la razón: de un uso inconciliable con la naturaleza de la fe y de otro que, por el contrario, es propio de la naturaleza de la fe. Existe, según dice, la violentia rationis, el despotismo de la razón, que se convierte en juez supremo y último de todo. Este tipo de razón es ciertamente inviable en el ámbito de la fe. ¿Qué entiende con ello Buenaventura? Una expresión del Salmo 95, 9 puede mostrarnos de qué se trata. Dice allí Dios a su pueblo: “...en el desierto [...] vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras”. Se alude aquí a un doble encuentro con Dios: ellos han “visto”. Pero no les basta, por lo que ponen a Dios “a prueba”. Quieren someterlo a experimento. Se le somete, por así decir, a un interrogatorio, y a un procedimiento de prueba experimental. Esta modalidad de uso de la razón ha alcanzado la cumbre de su desarrollo durante la Edad Moderna, en el ámbito de las ciencias naturales. La razón experimental se presenta hoy ampliamente como la única forma de racionalidad declarada científica. Lo que no pueda verificarse o falsificarse científicamente cae fuera del ámbito científico. Con este planteamiento se han realizado, como es sabido, obras grandiosas, y nadie se atreverá seriamente a dudar de que sea justo y necesario en el ámbito del conocimiento de la naturaleza y de sus leyes. Pero semejante uso de la razón tiene un límite: Dios no es un objeto de la experimentación humana. Él es Sujeto y se manifiesta tan sólo en la relación de persona a persona, lo que forma parte de la esencia de la persona.

Desde esta perspectiva, Buenaventura alude a un segundo uso de la razón, válido para el ámbito de lo “personal”, para las grandes cuestiones del mismo ser hombre. El amor quiere conocer mejor a aquél que ama. El amor, el amor verdadero, no vuelve ciego, sino vidente. De ello forma parte, precisamente, la sed de conocimiento, de un conocimiento auténtico del otro. De ahí que los Padres de la Iglesia hallaran precursores y adelantados del cristianismo, fuera del mundo de la revelación de Israel, no ya en el ámbito de la religión consuetudinaria, sino en los hombres que buscaban a Dios, que buscaban la verdad: en los “filósofos”, en personas que estaban sedientas de verdad y que, por lo tanto, estaban en camino hacia Dios. Cuando falta este uso de la razón, las grandes cuestiones de la Humanidad caen fuera del ámbito de la razón y quedan abandonadas a la irracionalidad. De ahí la importancia de una teología auténtica. La fe recta orienta a la razón hacia su apertura a lo divino, para que ésta, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más de cerca. La iniciativa de este camino la tiene Dios, que ha puesto en el corazón del hombre la búsqueda de su rostro. Por lo tanto, forman parte de la teología, por un lado, la humildad que se deja “tocar” por Dios, y, por otro, la disciplina que se vincula al orden de la razón, que preserva al amor de ceguera y que ayuda a desarrollar su fuerza visual.

Soy muy consciente de que con todo esto no se ha dado respuesta a la cuestión acerca de la posibilidad y el cometido de la recta teología, sino que sólo se ha puesto de relieve la grandeza del reto inherente a la naturaleza de la teología. Sin embargo, el hombre necesita precisamente este reto, ya que nos impulsa a abrir nuestra razón interrogándonos acerca de la verdad misma, acerca del rostro de Dios. Por eso damos las gracias a los galardonados, que han mostrado en sus obras que la razón, cuando recorre la pista trazada por la fe, no es razón enajenada, sino razón que responde a su altísima vocación. Gracias.


CIUDAD DEL VATICANO, jueves 30 de junio de 2011 (ZENIT.org).–

martes, 27 de septiembre de 2011

Defenza de las heregias ....para tapar la boca

Hermanos de Jesús

Muchos protestantes disputan la virginidad perpetua de María usando este versículo del Evangelio de Marcos: "¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?" (Marcos 6, 3). A primera vista este versículo pareciera ser un obstáculo insalvable para la doctrina de la perpetua virginidad de María. Sin embargo esta escritura sirve para ejemplificar el peligro de querer interpretar las Escrituras desconociendo los lenguajes antiguos y sin tener en cuenta los usos y costumbres de las sociedades y culturas que la Biblia describe. Como cualquier erudito bíblico lo puede atestiguar, los israelitas de la antigüedad se referían comúnmente a sus primos, miembros de la propia tribu y hasta otros sin ninguna relación tribal o familiar específica como "hermanos" (hebreo "aj").
1 Crónicas 6, 18-28 — Los que ejercían ese ministerio y sus hijos son los siguientes: De los descendientes de Quehat: Hemán el cantor, hijo de Joel, hijo de Samuel, hijo de Elcaná, hijo de Ierojám, hijo de Eliel, hijo de Tóaj, hijo de Suf, hijo de Elcaná, hijo de Májat, hijo de Amasai, hijo de Elcaná, hijo de Joel, hijo de Azarías, hijo de Sefanías, hijo de Tájat, hijo de Asir, hijo de Ebiasaf, hijo de Coré, hijo de Ishar, hijo de Quehat, hijo de Leví, hijo de Israel. Además, su hermano Asaf, que asistía a su derecha. Asaf era hijo de Berequías, hijo de Simá, hijo de Micael, hijo de Baasías, hijo de Malquías, hijo de Etní, hijo de Zéraj, hijo de Adaías, hijo de Etán, hijo de Zimá, hijo de Simei, hijo de Iájat, hijo de Gersón, hijo de Leví.
Este pasaje se refiere a dos hombres, Hemán y Asaf como "hermanos". Sin embargo podemos ver claramente que sus genealogías—perfectamente enunciadas aquí—muestran que tienen diferentes padres y abuelos, de hecho el único ancestro que comparten es Leví, el padre de su tribu. De aquí deducimos claramente que los israelitas usaban ocasionalmente la palabra "hermano" para identificar personas que en el vocabulario moderno no hubieran sido considerados hermanos o ni siquiera primos, siendo apenas miembros de la misma tribu. Esto tiene mucho sentido, ya que la vida y sustento de un israelita dependía de la suerte de su grupo tribal, mucho más que de su propia familia. La vida en la antigüedad hacía muy difícil la supervivencia de una familia fuera del entorno de su tribu. Este uso general de la palabra "hermano"—que no nos resulta familiar en el español moderno—es un excelente ejemplo de por qué no podemos leer las Escrituras imponiendo nuestras propias ideas preconcebidas sobre familia, sociedad y lenguaje sin que eso resulte en una severa distorsión de su significado. Queda entonces bien claro por qué es tan peligroso confiar en nuestro propio entendimiento de la Biblia como autoridad suprema de la fe.
2 Samuel 1, 26 — ¡Cuánto dolor siento por ti, Jonatán, hermano mío muy querido! tu amistad era para mí más maravillosa que el amor de las mujeres.

David es hijo de Jesé, Jonatán es hijo de Saúl—un príncipe—sin embargo David usa la palabra "hermano" para referirse a él al lamentar su muerte.
1 Reyes 9, 12-13 — Jirám salió de Tiro para ver los poblados que le había cedido Salomón. Y como no le gustaron, exclamó: "¿Son estas las ciudades que me das, hermano mío?" Y se las llamó "País de Cabul", hasta el día de hoy.

Hiram se refiere a Salomón como "hermano" cuando ni tan siquiera son miembros de la misma nación, ya que Hiram es el rey de Tiro.
1 Reyes 20, 32 — Ellos se ciñeron un sayal y se ataron cuerdas a la cabeza; luego se presentaron al rey de Israel y le dijeron: "Tu servidor Ben Hadad ha dicho: Perdóname la vida". El respondió: "¿Vive todavía? ¡Es mi hermano!".

Ahab llama a Ben Hadad su "hermano" y en este caso también, ambos son de naciones diferentes.
Amós 1, 9 — Así habla el Señor: "Por tres crímenes de Tiro y por cuatro, no revocaré mi sentencia. Porque entregaron a Edóm poblaciones enteras de cautivos, sin acordarse de una alianza entre hermanos".

La palabra "hermano" puede referirse, como vemos aquí, a los miembros de una alianza entre naciones. En este caso la alianza es entre Salomón (rey de Israel) e Hiram (rey de Tiro). Dios mismo se refiere a la relación entre ellos como "alianza entre hermanos".
Marcos 6, 3 — "¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo.

Hay quienes se toman la libertad de entender que todos los mencionados en este verso son hijos de María. Sin embargo el verso no dice "uno de los hijos de María" sino "el hijo de María". A la confusión original se agrega el hecho de que la madre de Santiago y José también se llama María, como se puede comprobar en Marcos 15, 40, donde se mencionan a las "tres Marías" que estuvieron presentes en el Calvario.
Marcos 15, 40 — Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.

En el relato de Marcos se ve, bien a las claras que María, la madre de Santiago y José no es la madre de Jesús.
Mateo 10, 2-4 — Los nombres de los doce apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo y Tadeo; Simón, el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

Como vemos aquí, ninguno de los apóstoles llamados Santiago es hijo de José y de María, de modo que ninguno puede ser llamado un "hermano" de Jesús en el sentido moderno de la palabra, aunque es posible que sean parientes cercanos. Santiago el mayor, se nos informa en la Biblia, es el hijo de Zebedeo y Santiago el Menor es hijo de Alfeo. Es imposible probar que María tuvo otros hijos, usando estos textos.
Mateo 27, 55-56 — Había allí muchas mujeres que miraban de lejos: eran las mismas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María—la madre de Santiago y de José—y la madre de los hijos de Zebedeo.
Resulta claro que esta María no es la madre de Jesús, ya que el autor del Evangelio no hubiera dejado de identificarla como tal, mucho menos al momento del Calvario. Combinado con Marcos 6, 3 y 15, 40 se hace evidente que estos versos no pueden ser usados para probar que María tuvo otros hijos aparte de Jesús.
Lucas 6, 14-16 — A Simón, a quien llamó Pedro y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelote; a Judas de Santiago y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.

Este pasaje que nos da la lista de los nombres de los apóstoles clarifica el origen de Santiago el Menor, quien es hijo de Alfeo y no de José.
Lucas 2, 40-52 — El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría y la gracia de Dios estaba sobre él. Sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta.
No se hace mención de ningún hermano en este relato de la infancia de Jesús ni cuando sus padres lo encuentran finalmente en el templo. Esta es la última mención de José en los Evangelios, unos doce años después del nacimiento de Jesús. No se nombran ni hermanos ni hermanas de Jesús. Nótese que es cronológicamente improbable, por no decir imposible, que María haya tenido luego otros hijos que pudieran haber sido "hermanos y hermanas" de Jesús al tiempo de su ministerio, cuando él contaba con alrededor de treinta años. Eso le deja a María unos dieciocho años para dar a luz y criar a—por lo menos—dos varones y dos niñas. El mayor de esos varones hubiera sido apenas un adolescente al tiempo del ministerio de Cristo.
Juan 7, 3-4 — Y le dijeron sus hermanos: "Sal de aquí y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces, pues nadie actúa en secreto cuando quiere ser conocido. Si haces estas cosas, muéstrate al mundo."

Hubiera sido impensable que los hermanos menores de Jesús le hablaran de esta manera a su supesto "hermano mayor", el primogénito de María.
Juan 19, 25-27 — Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo." Luego dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre." Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

Desde la Cruz, Cristo entrega su madre al cuidado de Juan, hijo de Zebedeo. Esto hubiera sido impensable si Cristo hubiera tenido otros hermanos. Nótese que la "hermana de su madre" tiene el mismo nombre: María. Como es rarísimo que alguien le dé el mismo nombre a dos hijas, lo más probable es que ambas Marías hayan sido parientes cercanos y no hijas del mismo padre y madre. Esto nos ayuda a entender mejor lo expresado en Marcos 6, 3.

Estos versos dejan sin contestar varios interrogantes. Uno de ellos es ¿Por qué Santiago y José son hijos de María la esposa de Clofás y también se los llama los hijos de Alfeo en Lucas 6, 15. Esto puede ser el resultado de una viuda que se ha casado después de tener dos hijos o bien, Alfeo y Clofás eran la misma persona, siendo uno de los nombres su apodo. No es raro encontrar en la Biblia a personas que responden a más de un nombre, lo que parece haber sido común en la sociedad judía de aquellos tiempos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Curiosidades reales ..de Las SagradasEscrituras : Jesus oraba con la cabeza cubierta ???



 

















ORABA JESÚS CON LA CABEZA
CUBIERTA?

Comprendiendo 1ª de Corintios 11, 1-16
Por Ed Nelson

[Traducción del inglés por Ana Lizarralde: ana.lizarralde[arroba]gmail.com]


¿Se cubría la cabeza Jesús cuando oraba y profetizaba?
¿Qué quiso decir el Apóstol Pablo cuando dijo que los hombres no debían cubrir sus cabezas para orar o profetizar? ¿Por qué abogaba para que las mujeres cubrieran sus cabezas cuando oraban o profetizaban? Llegar a respuestas correctas es mucho más difícil que el hacer estas preguntas. Debemos ser cuidadosos al responder para no aportar ninguna confusión moderna o medieval en el contexto original y su significado. Por tanto, haremos lo posible por mantenernos fieles al contenido hebraico en éste tema.
Para contestar si Jesús se cubría la cabeza cuando EL oraba o profetizaba, comenzaremos con la enseñanza de Pablo a los Corintios que se encuentra en 11, 1-16.


"Siempre que los sumos sacerdotes y los sacerdotes tenían que ofrecer sacrificios de sangre por ellos mismos, tenían que cubrirse sus cabezas por sus propios pecados. Pero cuando Cristo se ofreció a Si Mismo como el sacrificio final por los pecados y llevó un casco de espinas sobre su cabeza por todos los pecados de la humanidad, [...] el duelo por sus pecados ya fue hecho, así también todos aquellos que invocan el Nombre del Señor por la Salvación lograda por Jesús [...] se quitan los sombreros cuando se acercan a Dios y profetizan en su Nombre.
De esta instrucción de este Fariseo de Fariseos descubriremos las grandes implicaciones del ejemplo de Jesús. La simple respuesta es que para un hombre judío cubrirse la cabeza cuando ora o profetiza es hacer un acto pagano (gentil) contrario al mandato de Dios. Cubrirse la cabeza era de uso de los gentiles. Dicho comportamiento mostraba una falla en la apreciación y el seguimiento de la Tora en su intención y significado más puro. Como corolario, en una mujer el hecho de no cubrirse la cabeza es el mismo acto contra la Tora. Lo explicaremos en más detalle.
1 Corintios 11, 1-16. Este pasaje es parte de una serie de instrucciones acerca del culto a Dios Todopoderoso (capítulos 8-14). Por lo tanto, 1 Corintios 11, 2-16 se comprende mejor en el contexto de las instrucciones de Pablo sobre el culto a los creyentes judíos y gentiles. La sección sobre cubrirse la cabeza está agrupada en su contexto por los versículos 1 y 2. El Apóstol escribe: “Sean mis imitadores, como yo lo soy de Cristo. Los alabo porque en todas las cosas se acuerdan de mi y conservan las tradiciones tal como se las he transmitido.” ¿Qué ejemplo? Se refiere a enseñanzas que aprendió del Señor, es decir del ejemplo del Mesías. Después cierra su enseñanza sobre cubrirse la cabeza con esta oración final: “Si alguien quiere discutir, no es ésa nuestra costumbre ni la de las iglesias de Dios.” (11,16) Pablo no permite variación en su enseñanza. Ni confrontación ni discusión.
Kibbel y Masar.
Pablo dice que transmitió en sus enseñanzas a los Corintios lo que se le había transmitido. Un lenguaje similar se encuentra en 11, 23: “Porque recibí del Señor lo que les transmití.”Pablo está enseñando lo que aprendió del Señor Jesús, sin reinterpretación. En hebreo, el método de aprendizaje de recibir y transmitir a otros se llama kibbel masar [= recibir y transmitir]. Se basa en la tradición oral, garantizada por ser tan precisa o más aún que otras formas de conservar la información en la antigüedad. Al considerar que Pablo atribuye su enseñanza sobre este tema del ejemplo de Cristo (11,1) como también atribuye su enseñanza sobre la cena de acción de gracias (comunión) al Señor, debemos tener cuidado en no tener otra opinión. Declara que la fuente de la enseñanza sobre “cubrirse la cabeza” y “la Cena del Señor” no es otra que Cristo. Lo que recibió, dice, lo transmitió a los creyentes Corintios. Pablo era un fariseo y bien respetado practicante del método de kibbel masar, transmitiendo con precisión y confianza lo que recibió del Señor. Era puntillosamente preciso de la letra, la frase y el ejemplo.
Cuando tratamos estos antiguos métodos de conservar las enseñanzas del Señor, siempre debemos recordar que el apóstol nunca abandonó sus agudas habilidades aprendidas en la tradicional educación de los Fariseos. Nunca se divorció de esta secta judía ni aun cuando creyó en el Mesías, sino que siguió reuniéndose con ellos y conquistó seguidores de Cristo entre ellos, y les ofreció el Reino de Dios por la fe en el Mesías. Cuando interpretamos los escritos de Pablo, tampoco debemos divorciarlo de sus raíces hebreas, como él se negó a hacerlo. Se le habían enseñado muy bien las tradiciones del judaísmo y las entendía bien. Aún en Corinto, él fue a las sinagogas, y siempre comenzaba su trabajo en ellas. Enseñó primero a los judíos, después a los gentiles. Fue su código de instrucción y práctica para que otros hicieran lo mismo.
Por tanto Pablo no es anti-judío (al contrario), ni anti-Tora (al contrario), pero estaba en contra de cualquier tradición o práctica judía que violara la Tora o su plenitud- La Tora Viva- es decir, el Mesías Jesús. Este pasaje en Primera de Corintios sobre cubrirse la cabeza es un caso.
La práctica judía de hoy de cubrirse la cabeza es Rabínica no Bíblica. Hoy muchos judíos creen que el hecho de que un hombre se cubra la cabeza cuando ora es una tradición que fue abrazada por la Tora. No es así. Hasta la mejor literatura judía enseña lo contrario. Ni la Tora, ni todo el Tenach (Biblia judía) ni el Talmud (quinto siglo D.C.) enseña a los hombres a cubrirse la cabeza cuando oran.
De hecho, la tradición judía que los hombres cubran sus cabezas en la oración no tiene raíz hebraica ni de la Tora, sino que es de origen pagano. Sucedió por primera vez cuando los hombres judíos en exilio en Babilonia adoptaron la costumbre pagana de los babilonios de cubrirse la cabeza. Está bien documentado que el paganismo, no la Biblia ni las enseñanzas hebreas pre-babilónicas, enseñaba que los varones debían cubrir sus cabezas cuando hacían sus plegarias a sus dioses. Los judíos en cautiverio en Babilonia adoptaron sus usos. La Tora fue descuidada, y fue Esdras quien después del exilio los llamó a regresar a la Tora y a la vida justa. La Enciclopedia Judaica, una fuente judía muy respetada, afirma: “Cubrirse la cabeza, como expresión del temor de Dios ( yirat shammayim) y como continuación de los eruditos babilonios fue gradualmente aceptada por los rabinos”
También la Enciclopedia judaica declara: “Según la descripción de la vestidura sacerdotal en Éxodo (28:4, 37,40) el sumo sacerdote usaba una mitra (miznefet) y los sacerdotes un sombrero (migba’at). Generalmente era una señal de luto cubrir la cabeza y la cara (2 Sam 15,30; 19,5; Jer 14, 3-4; Esth 6,12). También en los tiempos talmúdicos, los hombres expresaban su dolor mientras estaban de luto cubriéndose sus cabezas, como hizo Bar Kappara después de la muerte de Judah ha-Nasi (TJ, Kil 9,4 , 32b ; TJ, Ket. 12,3, 35ª) Los dolientes, sobre quienes se había pronunciado una prohibición (jerem) y los leprosos estaban obligados a cubrir sus cabezas.”
En este contexto verdadero si los hombres tenían las cabezas cubiertas, mostraban falta de limpieza y falta de dignidad delante de Dios, su injustificado estado por último era mostrado en el poco limpio ( tamei) estado de muerte. De modo que, los hombres de luto usaban sombreros y las mujeres se cubrían la cabeza. Los leprosos cubrían sus cabezas debido a su falta de limpieza. Y por su estado de pecado los sumos sacerdotes usaban mitras y los sacerdotes sombreros. Se lamentaban por sus pecados y por los pecados de otros ya que se les recordaba a diario por la práctica de sacrificios de animales (ver Levítico 1-5). Una vez más la Enciclopedia Judaica dice: “La tradición judía requiere que los hombres se cubran la cabeza como un signo de humildad delante de Dios, y las mujeres como evidencia de modestia delante de los hombres, aunque la Biblia no manda explícitamente ni a los hombres ni a las mujeres cubrirse la cabeza” y una vez más: “Representaciones artísticas como las tablas egipcias y babilónicas y en la sinagoga de Dura Europos generalmente representa a los israelitas (más tarde judíos) sin cubrirse la cabeza”.
¿Por qué los hombres judíos se cubren la cabeza hoy en día? La pregunta surge ya que los hombres judíos usan un kippah o yarmulke cuando oran. El judaísmo rabínico explica lo que ha sido mencionado antes: “un hombre debe cubrirse para mostrar que está avergonzado delante de Dios por sus pecados y es indigno de mirarLE a cara descubierta.” Con respecto a mostrarnos con el rostro descubierto frente a Cristo si crees en EL, el apóstol Pablo escribió lo contrario: “Porque Dios hizo que SU luz brillara en nuestros corazones en el rostro de Cristo.”(2 Corintios 4:6) No se requiere cubrirse. Su sangre, como el sacrificio final, nos cubre, y sirve como nuestra reparación delante de Dios.

Descúbranse, por favor.
El usar una mitra (sumo sacerdote) un gorro ( sacerdote) o un kippah (otros hombres judíos) era un signo de luto por la vergüenza y los pecados. Ese fue su primer propósito en la Biblia. Siempre que los sumos sacerdotes y los sacerdotes tenían que ofrecer sacrificios de sangre por ellos mismos, tenían que cubrirse sus cabezas por sus propios pecados. Pero cuando Cristo se ofreció a Si Mismo como el sacrificio final por los pecados y usó una corona de espinas en su cabeza por todos los pecados de la humanidad, el sumo sacerdote puede (y debe) quitar su mitra y los sacerdotes sus gorras. El duelo por sus pecados ya fue hecho, así también por todos aquellos que invocan el Nombre del Señor por la Salvación lograda por Jesús. Los hombres se quitan los sombreros cuando se acercan a Dios y profetizan en su Nombre. Se terminó el luto por los pecados pasados. Por tanto, obtenemos una mejor comprensión en el uso particular de las mitras, sombreros y gorros en el caso en que los hombres los usen para cubrirse la cabeza y por qué no deberían. Eran para cuando se estaba haciendo luto por los pecados, como también por los muertos que murieron en pecado. No fueron pensados para hombres en general que se acercan a Dios por medio de la fe en Jesucristo. Entonces, por qué los hombres judíos, especialmente los ortodoxos, usan sombreros y kippahs cuando la Tora no lo aprueba ni la antigua tradición hebrea y judía tampoco?
El rabino Dr. Rudolph Brash, escribe en su libro, La Estrella de David: “La paradoja reside en el hecho que esta práctica (cubrirse la cabeza) considerada fundamentalmente judía y santificada por la antigua tradición, es en realidad pagana (gentil), y en términos de cronología judía comparativamente moderna. La verdad es que la práctica de cubrirse la cabeza fue copiada por los judíos del medio que los rodeaba en Babilonia.”
R. Brash escribe en el mismo libro: “Estos judíos de Babilonia llevaron esta costumbre a las costas de España en el siglo octavo D.C. donde se estableció firmemente. Sin embargo, al mismo tiempo en otros lugares de Europa, no se conocía. Hay registros de historia que en esa época jóvenes alemanes eran llamados a leer la Tora con la cabeza descubierta. El cubrirse la cabeza, aunque ahora se practica en España y Portugal, no se enraizó en el este ni en el norte de Europa. Un famoso rabino del siglo dieciséis, Rabino Moisés Isserles cuyo trabajo está incluído en el libro, El Código de la Ley Judía- Shulchan Aruch, enseñaba que “cubrirse la cabeza no podía ser considerado un principio religioso.” En esta materia, el Rabino Moisés Isserles concuerda con el apóstol Pablo. Rabino Brash continúa en su libro, La Estrella de David: “Aún más recientemente, en el siglo octavo, una eminente autoridad judía, Rabino Eliyah Gaon de Vilna dijo: “De acuerdo a la ley judía está permitido entrar a una sinagoga y orar sin cubrirse la cabeza.”

El fundamento de la invitación de Pablo al “Sáquense los sombreros!”
Hemos descubierto en base a documentación histórica que Pablo invita a los hombres judíos a honrar la Tora, especialmente si creen en Jesús. Deberían seguir su ejemplo ya que Pablo sigue el ejemplo del Mesías (11:1). Jesús no usó nada para cubrirse la cabeza excepto la corona de espinas. Y la presionaron sobre EL como los hombres pecadores presionaban sus pecados con sus manos sobre inocentes animales sacrificiales (ver Levítico 1-5).
Pablo dice a los gentiles, hombres de formación mundana y pagana, que sigan el ejemplo del Mesías quien es La Tora Viviente. Era una enseñanza sorprendente de Pablo a los hombres y mujeres gentiles que fueran conscientes de la Tora, atentos a la Tora y obedientes a la Tora no solo para los judíos sino también para los gentiles, siguiendo el ejemplo del Mesías. Para poner el tema en un contexto más preciso. No era posible que los judíos estuvieran pidiendo a los gentiles usar solideos.
Como ya hemos visto del testimonio de la historia judía, no era una tradición establecida en el primer siglo que los hombres judíos usaran sombreros o algo para cubrirse la cabeza. Es verdad, los eruditos judíos de Babilonia donde existió la gran Escuela judía de Babilonia insistieron en usar sombreros o algo para cubrirse la cabeza. No era una tradición establecida en Jerusalén en el tiempo de Pablo, aunque sin duda estaba familiarizado con la práctica de los judíos de Babilonia de cubrirse la cabeza contraria a las enseñanzas de su educación en la Palabra de Dios y contraria a lo que aprendió por ejemplo y revelación de Cristo Jesús.

Entonces, ¿cuál era el tema? Que Corinto era predominantemente pagano, es decir, gentil. Era común entre ellos que los hombres se cubrieran la cabeza, especialmente con referencia a su manera histórica de cubrirse la cabeza cuando se aproximaban a sus ídolos. Más aún, era sabido que los homosexuales, algo común en la cultura greco-romana, se distinguían por cubrir sus cabezas y caras con algo afeminado, como una mujer usando un velo. Los hombres gentiles que se convirtieron, pero eran ignorantes de la Tora y del resto de las Escrituras, introdujeron su costumbre pagana de cubrirse la cabeza a la adoración del Dios Todopoderoso y su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. El plan de Pablo es tratar de atraer los creyentes gentiles a oír verdaderamente la Palabra de Dios, las Escrituras, como habla a sus vidas, respetando La Tora, los Profetas y los Escritos. No quiere que se adapten a los modos paganos de adorar a Dios, divorciarse de la Tora y el resto de las Escrituras, o de la revelación de Dios en el Mesías que dio el ejemplo, el más alto ejemplo de obediencia a Nuestro Padre Celestial al cumplir El mismo toda la Tora.
Un giro irónico.

Consideren esta ironía. Primero, a los hombres israelitas, y más tarde a los judíos se les enseñó a no cubrirse la cabeza al orar o cuando profetizaban, como el apóstol Pablo entendió claramente de la Tora y de Nuestro Señor Jesús. Les enseñó a los Corintios correctamente sobre este tema.
La excepción bíblica, por supuesto, era cuando se hacía luto por el sucio estado de la humanidad, particularmente en el tiempo de luto por los muertos.
Segundo, los hombres gentiles cubrían su cabeza como en un rito pagano.
Y si la cabeza y la cara se cubrían también, como una mujer usa un velo, era un signo de homosexualidad.
Pablo dijo a los Corintios que no abrazaran su pasado pagano por el contrario que abrazaran la Tora y el resto de las Escrituras en esta materia con su verdad que se veía completada en el Mesías quien dió el ejemplo más excelente en la observancia de la Tora.
Ahora, he aquí la ironía. Los gentiles que creían en Jesús, de hecho abrazaron las enseñanzas de la Tora, totalmente ejemplificada en el Señor Jesús. Por el santo ejemplo del Señor Jesús, como Pablo les enseñó a obedecer, los gentiles (hasta la era de la iglesia Católica después del siglo cuarto) desecharon las costumbres paganas de cubrir la cabeza y se adaptaron a las maneras de Dios, enseñadas en las Escrituras.
Entre los siglos cuarto y dieciséis los sacerdotes católicos romanos volvieron a cubrirse la cabeza como los paganos hicieron antes. Los sombreros rojos de los cardenales y las mitras de los papas son costumbres intactas de los gentiles.
Pero en la Reforma Protestante se abandonó totalmente la costumbre que los ministros se cubrieran la cabeza.
La Iglesia Católica Romana y la Iglesia Anglicana continúan con la usanza que los hombres se cubren la cabeza hasta hoy.
En este hecho que los ministros protestantes y otros hombres no se cubrían la cabeza, sabemos de la literatura judía y sus enseñanzas que un siglo después de la Reforma Protestante que el Judaísmo Rabínico se sintió muy ofendido por los Cristianos de cabeza descubierta que tomaban las enseñanzas de las Escrituras y tradiciones antiguas, las cuales eran tan familiares para el Apóstol Pablo.

En la Enciclopedia Judaica, encontramos esta frase: “La opinión del Rabino David Halevy de Ostrog ( siglo 17) declaraba que ya que los Cristianos oran con cabeza descubierta, la prohibición judía de no hacerlo se basaba en el mandato bíblico de no imitar las costumbres paganas.” ¡Qué ironía! Los hombres judíos de acuerdo a las Escrituras y la tradición antigua debían estar con la cabeza descubierta excepto cuando hacían luto por los muertos. Cuando los hombres cristianos por fin se pusieron a la par y cambiaron su costumbre pagana de cubrirse la cabeza al adorar a sus dioses, los hombres judíos, para distanciarse de los gentiles que creían en Jesús, adoptaron la usanza de los gentiles paganos!

Las mujeres deben cubrirse la cabeza.
Después de estas consideraciones, ¿qué hacemos cuando Pablo dice a las mujeres que deberían cubrirse la cabeza cuando oran o profetizan? No estudiaremos esto en detalle. Nuestro propósito es clarificar la historia referente a los hombres y que no deben cubrirse la cabeza. Apenas tocaremos el tema en cuanto a las mujeres y el cubrirse la cabeza.

Pablo enseña, basándose en las enseñanzas del Mesías y la totalidad de la Tora, que cuando una mujer va a adorar a Dios, en especial si va a hablar a Dios o a otros durante el servicio, ella debe cubrirse la cabeza. ¿Por qué? En el primer siglo y en los siglos anteriores y posteriores, el que una mujer se cubriera la cabeza era un acto de sumo respeto para su esposo y su rol de protector. Aún más, era el reconocer que Dios Todopoderoso estaba por encima de su esposo también, y que cubre hombre y mujer con sus mandamientos y los limpia con su sangre expiatoria. Si la mujer se descubre la cabeza actúa impropiamente hacia su esposo, Pablo dice que ella “deshonra su cabeza” (11,5)

¿Que es su cabeza? La respuesta tiene tres partes
1) su propia cabeza, es decir ella en todo su ser;
2) su esposo;
3) El Señor Dios.
Si se cubría la cabeza mostraba su “signo de autoridad sobre su cabeza” (11,10)

En aquellos días, entre los judíos, fueran creyentes o no creyentes en el Mesías, si una mujer aparecía en público sin su velo, ella se asemejaba a una de esas mujeres cuya cabeza era rapada como testimonio de su prostitución. Esto era lo que se hacía a una mujer descubierta cometiendo adulterio. Pablo sanciona esta antigua pero vigente costumbre para que la mujer no parezca ser libertina, ni rebelde ni pendenciera en referencia a su esposo, al Señor Dios y a su reputación en la comunidad.

Autor: Ed Nelson
Título original: Did Yeshua Pray with a Head Covering? Understanding 1 Cor 1, 1-6
http://www.ed-nelson.com/modules.php?name=News&file=article&sid=22

lunes, 12 de septiembre de 2011

Santa Teresita del Niño Jesus...........Maestra de La santa Iglesia.

EL CAMINO DE LA INFANCIA ESPIRITUAL SEGÚN SANTA TERESITA

IMAGEN IMPRIMIBLE DE 9 MEGAS
Tomada del blog delbuenpastor
La Reinecita
Explicación del cuadro (Por el Padre Miguel Sánchez Muñoz hermano del pintor Vicente Sánchez Muñoz)
Aparece Santa Teresita, quinceañera, no vestida de negro, como en la foto que a ella le tomaron siendo postulante, sino con vestido claro, como cuando se presentó, en compañía de su papá, al Sr. Obispo de Bayeux y Lisieux para pedirle el permiso de hacerse carmelita a a los quince años.

Ella nunca usó peinado alto, excepto en esta ocasión, en que quiso peinarse así para verse más grande y así lograr que el Prelado le diera el permiso deseado.

Contemplando el cuadro, se divisa al fondo, medio nimbada, su Basílica, (la mayor del mundo después de la de San P edro de Roma). Simboliza el gran edificio de su santidad, edificio que ella se propuso levantar y que lo dejó bien terminado, pues ella dijo
“Yo no quiero ser una santa a medias”.

A corta distancia de Teresita se ve un camino que va rumbo a la Basílica. Este camino significa su “caminito”. Camino corto, camino seguro de santidad que le reveló el Espíritu Santo y que ella nos enseñó… Este camino se ve bordeado de rosas porque es un camino de amor.

Al fondo, al lado derecho del que contempla el cuadro, vemos un entierro con su fúnebre cortejo, que se dirige en sentido muy distinto del camino. Ese entierro representa al espíritu del mundo, espíritu que Cristo excluye de la Salvación…

El muerto de ese entierro es Satanás que es el primero que murió a la vida de la gracia… ¡y cuánto apesta ya ese muerto!...

El cortejo de ese entierro lo forman todos los tontos que siguen a Satanás aceptando las máximas del mundo fincadas en el egoísmo: amor a las riquezas, honores y placeres.

Este entierro con su cortejo fúnebre y sombrío, presenta un recio contraste con la figura de Teresita, que aparece toda ella linda y encantadora, como capullo de rosa en días de primavera.

Esto hace alusión a lo que ella misma nos cuenta: pues dice que cuando entró con su papá en la Catedral de Bayeux se celebraba en esos momentos un solemne funeral, y que
“la iglesia estaba llena de damas vestidas de luto”…
A petición de Don Luis, Teresita pasó por en medio de aquella fúnebre concurrencia, luciendo ella su “vestido claro y su sombrero blanco”…

Después ella diría:
“obliguemos a este mundo corrompido a percibir la fragancia de nuestra vida”…
Finalmente, Teresita aparece teniendo en sus manos una rosa blanca, recién abierta y que no tardara en deshojarse…

Esa rosa blanca simboliza su vida.

Así tituló ella su vida:
“Historia primaveral de una florecita blanca”…
Blanca rosa perfumada que llenó de fragancia los ámbitos de todo el mundo… ¡Eso es Teresita!
"La infancia espiritual es un camino que sin permitir a todos, ciertamente, llegar a las alturas a las que Dios condujo a Santa Teresa, ES NO SOLAMENTE POSIBLE, SINO TAMBIÉN FÁCIL PARA TODOS" 106.
I La infancia espiritual
La lección del divino Maestro
Entre las dulces y luminosas enseñanzas del santo Evangelio, no hay ninguna tan suave y eficaz como la que nos manda que nos convirtamos y hagamos como niños. No sólo se trata de un consejo de perfección, sino de un medio de salvación, enseñado por el mismo Jesucristo, en el santo Evangelio, y repetido por Él en diferentes ocasiones.
"En aquella hora se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta pregunta: "¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?" Y Jesús, llamando a un niño, lo colocó en medio de ellos. Y dijo: "En verdad os digo que, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humillare como este niño, éste será el mayor
en el reino de los cielos. Y el que acogiere un niño tal, en nombre mío, a mi me acoge." (San Mateo, capítulo XVIII, v. 1-5.)
"En verdad os digo, que quien no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él." (san Lucas, cap.XVIII, v. 17.)
"Dejad en paz a los niños, y no les estorbéis de venir a mí; porque de los que son como ellos es el reino de los cielos." (San Mateo, cap. XIX, v. 14.)
Sobre estas enseñanzas del buen Jesús, hace los siguientes comentarios el Papa
Benedicto XV, de feliz memoria 1:
"Conviene parar mientes en la fuerza de este lenguaje divino, pues no le basta al Hijo de Dios afirmar, con acento positivo, que el reino de los cielos es de los niños: de los tales es el reino de los cielos, o que aquel que se hiciere como un niño, será el mayor en el reino de los cielos; sino que enseña de una manera explícita la exclusión de su reino de aquellos que no se hacen semejantes a los niños. Cuando un maestro expone una lección en formas tan variadas, ¿no quiere acaso significar que tiene, en ello, puesto el corazón? Si se esfuerza tanto, en inculcarla a sus discípulos, ello es debido a que desea, mediante una u otra expresión, dárnosla a entender más seguramente. Debemos, pues, deducir que el divino Maestro intenta expresamente que sus discípulos vean, en la infancia espiritual, la condición necesaria para obtener la vida eterna."
"Ante la insistencia y la firmeza de estas enseñanzas, parecería imposible encontrar un alma que descuidase todavía andar por el camino de la confianza y del abandono; tanto más, repetimos, cuanto que la divina palabra, no sólo por la generalidad de la forma, sino por una indicación especial, declara que esta norma de conducta es obligatoria, aun para aquellos que han perdido ya la ingenuidad infantil. Creen algunos que el camino de la confianza y del abandono está reservado únicamente para las almas candorosas, que todavía no han sido privadas de las gracias de la edad juvenil por la malicia. No conciben posible la infancia espiritual en aquellos que han perdido la primera simplicidad. Pero, ¿por ventura las palabras del divino Maestro: Si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no indican la necesidad de un cambio, de un trabajo? Si no os volvéis, he aquí señalado el cambio que han de realizar los discípulos de Jesucristo, para convertirse en niños. Y ¿quién ha de convertirse en niño, sino aquel que ya no lo es? Si no os hacéis semejantes a los niños, he aquí ahora señalado el trabajo: porque se comprende que un hombre haya de trabajar para ser o parecer lo que jamás ha sido o lo que ya no es; pero, como sea que el hombre no puede no haber sido niño, las palabras: Si no os hacéis como niños, importan la obligación de trabajar en la reconquista de los dones de la infancia. Seria ridículo pensar en volver a adquirir el aspecto y la debilidad de la edad infantil; pero no es contrario a la razón descubrir en el texto evangélico el precepto igualmente dirigido a los hombres de edad madura, de volver a la práctica de las virtudes de la infancia espiritual."
Difícilmente encontraremos una explicación más clara y más autorizada que ésta, sobre la infancia evangélica, propuesta por Jesucristo a todos sus seguidores.



El secreto de la santidad para todos
El papa Benedicto XV nos dice, en su hermoso discurso sobre la Santa de Lisieux que
"llegó al heroísmo de la perfección por la práctica de las virtudes, que derivan de la infancia espiritual".
Añade también que
"todos vemos como los fieles de todas las naciones, edad, sexo y condición, han de entrar generosamente por este camino, por el cual Santa Teresa del Niño Jesús llegó al heroísmo de la virtud". "Toda la vida de la Santa está caracterizada por los méritos de la infancia espiritual. AQUÍ ESTÁ EL SECRETO DE LA SANTIDAD... para todos los fieles de todo el mundo." "Deseamos, pues, que el secreto de la santidad de Sor Teresa del Niño Jesús, no quede oculto a ninguno de nuestros hijos." "Tenemos motivos para esperar que el ejemplo de la nueva heroína francesa hará que crezca el numero de los cristianos perfectos, no solamente en su nación, sino entre todos los hijos de la Iglesia Católica."
Con estas palabras tan alentadoras, el papa Benedicto XV propone este camino evangélico de perfección bajo la guía de aquella santa, que no cursó grandes estudios y,
"no obstante, poseyó tanta ciencia por si misma, que supo indicar a los demás el verdadero camino de la salvación. Y, ¿de dónde proviene esta copiosa cosecha de méritos? ¿Dónde ha cogido frutos tan maduros? En el jardín de la infancia espiritual. ¿De dónde recibe este tan amplio tesoro de doctrina? De los secretos que Dios revela a los niños."
Son palabras textuales de este Papa.



La voz de la Iglesia
Bien podemos decir que es la voz de nuestra Santa Madre Iglesia la que nos propone solemnemente la infancia evangélica, tal como la entendió, propuso y practicó Santa Teresita.
El papa Pío XI, que tuvo el gozo singularísimo de beatificar y canonizar en pocos años a Santa Teresita, mostró un deseo vivísimo de que, siguiendo las enseñanzas de esta santa, emprendiésemos el camino de la infancia espiritual. Dice así en la homilía del día de la canonización:
"Damos igualmente gracias a Dios, porque a Nos, que tenemos el lugar de su Hijo Unigénito, ha permitido que hoy, desde esta cátedra, repitiésemos e inculcásemos a todos, en el transcurso de esta ceremonia, las enseñanzas saludables del divino Maestro."
"Como le preguntasen sus discípulos quien sería el mayor en el reino de los cielos 2, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y les dijo estas memorables palabras: En verdad os digo que si no os cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos 3. La nueva Santa Teresa se penetró de esta doctrina y la trasladó a la práctica cotidiana de su vida. Más aun, ella, con sus palabras y con sus ejemplos, enseñó a las novicias de su monasterio este camino de la infancia espiritual, y lo reveló a todo el mundo, con sus escritos, que se han extendido por todo el mundo y que, seguramente, nadie ha leído sin quedar encantado de ellos, y sin leerlos y releerlos con gran gozo y provecho."
"Esta cándida niña, flor abierta en el jardín cerrado del Carmelo, no contenta con añadir a su nombre el del niño Jesús, copió en si misma su imagen viviente; y así podemos afirmar que quienquiera que venere a Teresa, venera, al mismo tiempo, al divino Modelo, que ella reproduce."
"Por esto hoy, Nos concebimos la esperanza de ver nacer, en las almas de los fieles de Cristo, como una santa avidez de adquirir esta infancia evangélica, la cual consiste en sentir y obrar, bajo el imperio de la virtud, tal como siente y obra un niño llevado de su natural."
"De la misma manera que los niños pequeños, a los cuales ninguna sombra de pecado ciega, ni ninguna concupiscencia de pasiones mueve, gozan de la tranquila posesión de su inocencia, e, ignorando toda malicia y disimulo, hablan y obran según piensan, y se revelan en su exterior tal como son en realidad, de la misma manera, Teresa aparece más angélica que humana y dotada de una sencillez de niña, en la práctica de la verdad y de la justicia. La virgen de Lisieux tenia siempre presentes, en la memoria, estas invitaciones y estas promesas del divino Esposo: Si alguno es pequeño, que venga a Mí 4i. Seréis llevados sobre mi pecho y acariciados sobre mis rodillas. Como una madre acaricia a sus hijos, así yo os consolaré" 5.
"Desde el fondo de su claustro dijo, en otra ocasión, este Papa 6 encanta al mundo con la magia de su ejemplo, ejemplo de santidad, que todos pueden y deben seguir. Porque todos han de entrar por este camino camino de una simplicidad de corazón, que no tiene de infantil más que el nombre , por este camino de infancia espiritual, lleno de pureza, de transparencia de espíritu y de corazón, de amor irresistible, de la bondad, de la verdad y de la sinceridad."
"Y esta virtud de la infancia espiritual, que reside en la voluntad del alma tiene, como más bello fruto, el amor."
En estas palabras de Pío XI, conviene notar la manera como pondera la importancia de su declaración, así por razón del cargo que ostenta, esto es, de Vicario de Jesucristo, como por la solemnidad en la que lo predica, o sea, en el acto de la canonización. Además, confió en que verá propagarse el deseo vivísimo de adquirir esta infancia evangélica, en las almas de los fieles cristianos. Y, finalmente, da la definición exacta de la infancia espiritual, cuando dice que consiste en hacer por virtud sobrenatural lo mismo que hace el niño por natural sentimiento.
En verdad, es la voz de la misma Iglesia, Esposa de Jesucristo, que nos propone el camino espiritual enseñado por Santa Teresita, para seguir fielmente la doctrina evangélica del mismo Jesús.



La infancia espiritual de Santa Teresita
Oigamos cómo nos refiere la Santa la manera cómo ella encontró este camino o ascensor que nos enseña, para que podamos subir hasta Jesús, aunque seamos pequeños y débiles en la virtud.
"Mi constante deseo -dice ella 7 ha sido siempre llegar a santa, mas ¡ay! cuantas veces me he comparado con los santos, he constatado siempre que entre ellos y yo existe la misma diferencia que observamos en la naturaleza entre una montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el obscuro grano de arena, pisado por los viandantes."
"En vez de desalentarme, me he dicho: Dios no inspira deseos irrealizables; puedo, pues, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad. ¡ Engrandecerme, es imposible! He de soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero buscar la manera de ir al cielo, por un caminito muy recto, muy corto, por un caminito enteramente nuevo. Estamos en un siglo de inventos; hoy día, no es menester ya fatigarse en subir los peldaños de una escalera; en las casas ricas hay un ascensor que lo sustituye con ventaja. Quiero también encontrar un ascensor para re montarme hasta Jesús, puesto que soy demasiado pequeña para subir por la ruda escalera de la perfección."
"He pedido. entonces, a los Libros Santos que me indiquen el ascensor deseado, y he encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la misma Sabiduría eterna: Si alguno es pequeñito que venga a mi 8. Me he acercado, pues, a Dios, adivinando que había encontrado lo que buscaba, y, al querer saber lo que hará Dios con el pequeñito, he proseguido buscando, y he aquí lo que he encontrado: Como una madre acaricia a su hijito, así os consolaré yo: a mi pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre mis rodillas" 9.
"¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan tiernas y tan melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son vuestros brazos, ¡oh, Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer, antes, al contrario, conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea más. ¡Oh Dios mío!, habéis ido más lejos de lo que yo esperaba, y quiero cantar vuestras misericordias: Vos me habéis instruido desde mi juventud, y hasta ahora he publicado vuestras maravillas: yo continuaré publicándolas hasta mi extrema vejez" 10.
Esta relación, tan ingenua como sugestiva, se completa con una definición que ella misma nos da de la infancia espiritual, según consta en Novissima Verba, 6 de agosto. Preguntada sobre lo que ella quería significar, en la frase, permanecer niño pequeño delante de Dios, respondió la Santa:
"Es reconocer su nada, esperarlo todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre, es no inquietarse de nada, no buscar fortuna. Hasta entre los pobres se da al niño lo que le es necesario pero en cuanto se hace mayor, su padre ya no quiere mantenerle más y le dice: "Trabaja ahora, tú te puedes ya bastar a ti mismo." Para no oír jamás tales palabras, por eso no he querido ser nunca mayor, sintiéndome incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del Cielo. Me he quedado siempre pequeña, no teniendo otra ocupación que la de coser flores, las flores del amor y del sacrificio y ofrecerlas al buen Dios para complacerle.
"Ser pequeño, es también no atribuirse a si mismo las virtudes que uno practica, creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el buen Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su pequeño hijo para que se sirva de él cuando lo necesite; pero siempre es el tesoro del buen Dios. En fin, es no desanimarse poco ni mucho por sus faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño"' 11.
Y que ella, por infancia espiritual, entendía la misma perfección y santidad, lo demuestra la respuesta que dio, en cierta ocasión, en que se hablaba, en su presencia, de los diferentes ejercicios de virtud, para conocer su sentir acerca de cuál era el más eficaz para llegar a la perfección.
"Oh, no dijo-, la santidad no consiste en tal o cual práctica; consiste en una disposición del corazón, que nos hace humilde y pequeño, en manos de Dios, consciente de nuestra debilidad y confiado, hasta la audacia, en su bondad de Padre" 12.
Es, pues, evidente, que la infancia espiritual, en el concepto de Santa Teresita, significa que hemos de tener en nuestro corazón un vivo sentimiento y un claro conocimiento de nuestra debilidad, lo cual ha de hacernos humildes y pequeños en manos de Dios. Pero, además, hemos de conocer y sentir igualmente, en nuestro corazón, la inmensa bondad paternal de Dios; hemos de confiar en Él hasta la audacia.
Por esto, decía el Papa Benedicto XV que la infancia espiritual está formada de confianza en Dios y de abandono absoluto en sus manos.
"La infancia espiritual -dice este Papa excluye de hecho el sentimiento soberbio de sí mismo, la presunción de conseguir, por medios humanos, un fin sobrenatural y la engañosa pretensión de bastarse a si mismo, en la hora del peligro y de la tentación. Por otra parte, supone una fe viva en la existencia de Dios, un práctico homenaje a su poder y a su misericordia, un confiado recurso en la providencia de Aquel que nos da la gracia, para evitar todos los males y obtener todos los bienes. Así, las cualidades de esta infancia espiritual son admirables, lo mismo si se miran en su aspecto negativo que si se estudian en su aspecto positivo y, entonces se comprende que Nuestro Señor Jesucristo la haya indicado como condición necesaria, para obtener la vida eterna" 13.
La infancia espiritual, como dice Monseñor Gay, es el comienzo y la consumación de la santidad. El comienzo, porque el buen Jesús dice que, si no nos hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos, y la consumación, porque Él mismo nos dice que el que se humillare como un pequeñuelo, éste será el mayor en el reino de los cielos.



II El gran obstáculo para las almas piadosas
El desaliento
El obstáculo mayor y el más ordinario que suele oponer el demonio a las almas que andan por el camino de la virtud y de la santidad, es el desaliento ocasionado por sus recaídas en las faltas. El alma que ha logrado salvar este obstáculo, ha andado la mitad del camino y disfruta de la paz del corazón y de la tranquilidad de espíritu, que tanto ayuda y consuela en las luchas que se han de sostener continuamente, en el camino de la perfección. Por esto, son tan consoladoras las enseñanzas de los santos sobre este punto; y, tratándose de andar por el camino de la infancia espiritual, no hay para qué decir que nuestra Santa Teresita nos dio normas muy claras y alentadoras, para todas las almas que quieran seguirla por este camino. En el libro que escribió su hermana (aquella misma hermana, que, según confesión de Santa Teresita, era la única que conocía todos los repliegues de su alma), y al que puso por titulo: En la escuela de Santa Teresa del Niño Jesús, o sea su verdadero espíritu comentado por ella misma y apoyado en los escritos de los doctores y teólogos de la iglesia, hay también un fragmento dedicado a esta materia tan interesante, que resumiremos aquí, para aprender cómo nos hemos de portar con respecto a nuestras faltas, cómo nos hemos de aprovechar de ellas y aun como las hemos de aceptar con humildad y dulcemente, sin desalentarnos ni impacientarnos en lo más mínimo.
Siempre tendremos faltas y defectos
Hemos de estar prácticamente convencidos de que, en este mundo, nunca llegaremos a servir a Dios, sin faltas ni imperfecciones. Así lo han reconocido todos los santos, y la misma Iglesia Católica. al canonizarlos, no nos dice que estuvieron exentos de faltas y defectos, sino que poseyeron las virtudes en grado heroico, confirmadas con milagros. Si vivimos convencidos de que hemos de continuar caminando, a pesar de nuestras faltas y defectos, nos habremos librado del peligro del desaliento, que tanto daña a las almas piadosas.
Santa Teresita, con una de aquellas graciosas comparaciones, tan típicas en ella, lo enseñaba a una de sus novicias, que se desalentaba, al ver sus imperfecciones. Le decía así:
"Me hacéis pensar en un pequeñuelo, que comienza a sostenerse en pie, pero que todavía no sabe andar. Queriendo llegar de todas maneras hasta lo alto de una escalera, para reunirse con su madre, levanta su piececito para subir el primer escalón. Trabajo inútil; siempre cae, sin poder avanzar. Pues bien: procurad ser este pequeñuelo. Por la práctica de las virtudes levantad siempre vuestro piececito para subir por la escalera de la santidad, y no os imaginéis que podréis subir ni siquiera el primer peldaño, no; Dios Nuestro Señor únicamente os pide buena voluntad. De lo alto de esta escalera, os mira con amor; un día, vencido por vuestros esfuerzos inútiles, bajará él mismo y, tomándoos en sus brazos, os llevará para siempre a su reino, donde ya no le dejaréis nunca más" 14.
San Ligorio, en su libro de la Práctica del amor a Jesucristo, dice:
"Conviene advertir que hay dos clases de tibieza: una inevitable y otra evitable. La inevitable es aquella de la cual ni los mismos santos se han visto libres; y ésta abarca todos los defectos, en que caemos, sin plena voluntad, sino solamente por humana fragilidad. Tales son las distracciones en la oración, las inquietudes interiores, las palabras ociosas, la vana curiosidad, el deseo de figurar, el gusto en el comer y en el beber, los movimientos de la concupiscencia, no reprimidos en seguida, y otros parecidos. Hemos de evitar estos defectos, en la medida de lo posible; mas, por causa de la debilidad de nuestra naturaleza infestada por el pecado, es imposible evitarlos todos. Pero hemos de aborrecerlos, después de haberlos cometido, porque son desagradables a Dios; mas, según ya hemos advertido en el capitulo precedente, hemos de procurar no inquietarnos por ellos. San Francisco de Sales escribe estas palabras: Todos los pensamientos que nos causan inquietud no son de Dios, que es el príncipe de la paz, sino que siempre provienen del demonio o del amor propio o de la estima de nosotros mismos 15.
Hemos de estar persuadidos de que siempre tendremos faltas; de que éstas no estorban nuestra perfección y santidad; de que no impiden el amor y la misericordia de Dios para con nosotros; de que Dios nos pide y exige que vigilemos y luchemos: de que el salir victoriosos o vencidos no son condiciones impuestas ni dependen solamente de nosotros o de sólo nuestra voluntad. Esta doctrina está admirablemente condensada en aquellas reglas de la Suma Espiritual del padre Gaspar de la Figuera, S. J., en sus remedios contra las faltas, la primera de las cuales dice: "Persuadirse de que las ha de haber, y que ha de andar con ellas, cayendo y levantando; que si un niño no quisiera andar, por temor de que caerá a cada paso, nunca vendrá a andar. Va mucho en saber esto, y persuadirse de que ha de quebrar propósitos y ser vencido de pasiones, porque no se admire cuando cae, y alabe a Nuestro Señor que le tiene de su mano."
Así se entiende por qué nuestra Santa Teresita se consuela pensando que no son propiamente ofensas a Dios estas faltas de fragilidad.
"Tendré derecho dice , sin ofender a Dios, a hacer pequeñas tonterías hasta mi muerte, si soy humilde y permanezco pequeña. Ved a los pequeñuelos; no cesan de romper, de rasgar, de caer, a pesar de que aman mucho a sus padres siendo muy amados de ellos"' 16.
"Ser pequeño es reconocer la propia nada, no desalentarse por las faltas, pues, aunque los niños se caen con frecuencia, son demasiado pequeños, para hacerse mucho daño" 17. y, en este mismo sentido, decía: "Los pequeñuelos no se condenan." Cuando le dijeron que hay pequeñas faltas que no ofenden a Dios, se llenó de gozo y esto le ayudó a soportar el destierro de la vida. Y recordaba aquellos textos de los Salmos: "El Señor ve nuestra fragilidad y se acuerda de que no somos sino polvo 18. Al fin "se levantará para salvar a los suaves y humildes de la tierra" 19, sobre lo cual hacia notar la santa: "No dice juzgar, sino salvar" 20.
Provecho de nuestras caídas
Todavía es cosa más consoladora pensar que estas pequeñas miserias no sólo no nos impiden ir al cielo, sino que aún debemos sacar de ellas un provecho positivo para la santidad y unión con Dios. Santa Teresita, a propósito de las imperfecciones, dice:
DEBILIDAD/ACEPTAR: "No me admiro de nada; no me aflijo, al ver que soy la misma debilidad; al contrario, es en ella que me glorifico, y espero descubrir cada día en mí, nuevas imperfecciones. Confieso que estas luces sobre mi nada me hacen un bien mayor que otras luces sobre la fe" 21.
Realmente, lo que más falta nos hace es saber sacar provecho de nuestras propias miserias y caídas. Humillarnos y confesar nuestra nada y miseria; pedir perdón a Dios, y comenzar de nuevo sin desmayos: he aquí el trabajo de toda nuestra vida.
La duda está en que, muchas veces, nuestras faltas no son tan inadvertidas o involuntarias como las de los santos; nosotros nos sentimos más culpables a causa de un mayor consentimiento. A pesar de esto, Santa Teresita todavía nos consuela y nos dice que estas caídas reales y estos descuidos más o menos consentidos no son obstáculo para la vida del amor. Todo está en saberlos utilizar. Parece esto extraño, pero es San Juan de la Cruz quien nos enseña que "el amor sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que encuentra en nosotros" 22.
Después de San Juan de la Cruz, escribe un piadoso teólogo: "Es cosa cierta que, en los planes de Dios, las faltas en que permite que caigamos han de servirnos para nuestra santificación y que de nosotros sólo depende el saber sacar esta ventaja. No obstante, sucede lo contrario y nuestras faltas, más que por sí mismas, nos perjudican por el mal uso que de ellas hacemos...No son los más santos los que menos faltas cometen, sino los que tienen más alientos, más generosidad, más amor, los que más esfuerzos hacen sobre sí mismos, los que no temen tropezar ni aun caer, con tal que puedan avanzar. Dice San Pablo que todo se vuelve en bien para aquellos que aman a Dios. Sí, todo redunda en bien, aun sus mismas faltas y aun, algunas veces, las faltas más graves... No os desalentéis por cualquier falta que cometáis, antes decíos a vosotros mismos: Aunque cayese veinte veces, cien veces cada día, me levantaría cada vez y seguiría mi camino. Al fin ¿qué importa haber caído en el camino, mientras se llegue al término? Dios no nos lo echará en cara" 23.
Y santa Teresita, hablando de si misma: "Cuando me ocurre que caigo en alguna falta, me levanto en seguida" 24. "Una mirada a Jesús y el conocimiento de la propia miseria lo reparan todo" 25. "Cuando se acepta con dulzura la humillación de haber sido imperfecta, la gracia de Dios vuelve en seguida" 26.
Sor Benigna Consolata, en aquellas ilustraciones con que Nuestro Señor la favorecía, pone una comparación por demás clara y sugestiva. "Todo contribuye a labrar el alma le decía el Señor ; las mismas imperfecciones puestas en mis divinas manos son otras tantas piedras preciosas, porque yo las cambio en actos de humildad, a los que muevo al alma.
Cuando el alma se entrega a los designios de mi amor, en un momento, sus imperfecciones son transformadas. Si los que levantan edificios pudiesen cambiar los desechos y lo que estorba en nuevos materiales de construcción ¡por cuán felices no se tendrían! Pues bien: el alma fiel puede hacerlo así, con mi gracia, y, entonces, las faltas, aún las más graves y las más vergonzosas, se convierten en las piedras angulares del edificio de su perfección" 27.

Nadie es capaz de decir lo que vale delante de Dios un acto de arrepentimiento amoroso. Decía la ya mencionada sor Benigna Consolata: "Un solo acto de amor repara por mil blasfemias..." ¡Cómo, pues, no ha de reparar el mal causado por faltas incomparablemente mas leves!
Un gran teólogo de la piedad nos da de ello una razón. muy convincente, por cierto, al hablar de la confianza filial que siempre hemos de tener en Dios: "¿Faltas? dice-, bien se cometen de cuando en cuando; pero ni son graves ni plenamente admitidas, y el arrepentimiento las sigue tan de cerca, que no tienen tiempo de cambiar el corazón de Dios ni el vuestro" 28.
Consolémonos, con tan hermosa doctrina, y aprendamos de Santa Teresita la manera de recobrar todo lo perdido por las faltas y aun de salir con ganancia, imitando sus ejemplos y siguiendo sus enseñanzas: Es verdad dice que no siempre soy fiel; pero nunca me desaliento; me pongo en brazos de Jesús. Como una pequeña gota de rocío, me hundo en el cáliz de la divina "Flor de los campos" y allí recupero todo lo perdido y aún mucho más 29.
Lo mismo enseña santa Gertrudis, en sus revelaciones. Dice que, un día, se le apareció el Señor y le puso esta comparación: "El que se da cuenta de que tiene una mancha en las manos, en seguida se las lava. Al instante, no sólo desaparece la mancha, sino que todas las manos quedan más limpias. Esto es lo que les ocurre a mis elegidos: Permito que caigan, a veces en faltas ligeras, para que su arrepentimiento y su humildad las hagan más agradables a mis ojos. Pero no faltan quienes contrarían este designio de mi amor, no apreciando la belleza interior que se adquiere por la penitencia y les hace agradables a mis ojos, y buscando, en cambio, una rectitud únicamente exterior, basada únicamente en los juicios de los hombres" 30.
Esta misma Santa rogaba un día al Señor por una persona acometida por la tentación y recibió la siguiente respuesta: "Yo permito esta tentación, para darle a conocer y para que deplore su defecto; ella se esforzará en vencerlo, y será humillada, al no poderlo lograr del todo, y esta humillación borrará, casi enteramente, a mis ojos otros defectos que ella todavía no ha advertido. El hombre que ve una mancha en su mano, no lava solamente la mancha, sino las dos manos. Así las purifica de todas las manchas, que tal vez no hubieran desaparecido si aquella mancha más visible no hubiese dado ocasión" 31.
Haciéndolo así, no sólo encontraremos la paz y el gozo del espíritu, sino que, además, creceremos en gracia y en mérito delante de Nuestro Señor, pues valdrá mucho más lo que ganaremos con un acto de amoroso arrepentimiento que lo que nos hayan hecho perder nuestras faltas.
III El gran remedio:
la sencillez de los pequeñuelos
Hemos de aceptar la humillación de nuestras faltas
Este es el punto más difícil de entender y de practicar: estar contentos de nuestra miseria; estar contentos de la humillación que las faltas reportan, sin querer éstas y aun detestándolas. Nuestra Santa Teresita nos lo enseñará, en su camino de la Infancia Espiritual.
"También tengo debilidades nos dice pero nunca me maravillo. Tampoco me sobrepongo a las pequeñeces de la tierra. Por ejemplo: a veces estoy tentada de apurarme por alguna tontería que habré dicho o hecho. ¡Ah, he aquí que todavía estoy en el primer punto como antes! me digo a mí misma. Pero lo digo con gran dulzura y sin tristeza. ¡Es tan dulce sentirse débil y pequeño! 32.
Da una regla que han de tener muy en cuenta, en esta materia, y que han de recordar cada día las almas pequeñas que quieren andar por el camino de Santa Teresita: Lo importante para mantener el fervor, es guardar el corazón para Jesús, y esto se hace, a pesar de las caídas y de nuestra fragilidad, por la pureza de intención, renovada cada día 33.
PAZ-INTERIOR/HUMILDAD: Corrobora esta hermosa doctrina de la infancia espiritual, sobre la conducta que hemos de observar en nuestras faltas y caídas, un texto del Beato Eymard, transcrito en el libro de la hermana de la santa.
"...La perfección y sus progresos se encuentran en la humildad, que nos hace soportar el estado humillante que es efecto de nuestra naturaleza, de nuestras imperfecciones, y, además, nos hace obrar y vivir en este estado. Un ejemplo os dará a entender mi pensamiento: Ved al niño: está lleno de defectos, es ignorante, no sabe nada, todo lo rompe, cae a cada momento en las mismas faltas, y, no obstante, este niño es muy cándido, vive en paz, se divierte y duerme tranquilo. ¿Sabéis por qué? Tiene la simplicidad interior, se conoce tal cual es, acepta en paz la humillación de su estado, confiesa su ignorancia, su inexperiencia, sus defectos; a todo responde: "es verdad", y, cuando ha hecho esta confesión, en lugar de avergonzarse. de llorar, o de enfadarse por ello, se va a jugar. habla de otras cosas como de ordinario. He aquí el secreto de la paz interior: la simplicidad de la infancia... ¡Ah! creedme. poned vuestra paz interior en esta sencillez de niño, y será inalterable. Si queréis ponerla en vuestra enmienda, en vuestros progresos en la perfección, no la tendréis nunca. He aquí una razón profunda: es que, cuanto más nos acercamos a Dios, mas descubrimos nuestra miseria y nuestra nada y he aquí por qué cuanto más santa es el alma, es también más humilde. Oíd a la Santísima Virgen, cuando manifiesta su gratitud por haber sido elevada a la dignidad divina de Madre de Dios. Mi alma dice­ glorifica al Señor, porque ha mirado la bajeza de su sierva. He aquí la simplicidad perfecta, que da a Dios todo lo que le pertenece y no guarda para si otra cosa que la bajeza"' 34.
Difícilmente se puede encontrar una explicación más clara y dulce, al mismo tiempo, de como hemos de aceptar humilde y dulcemente nuestras caídas, faltas y defectos, sin desalentarnos, ni amilanarnos, antes al contrario, sabiendo gloriarnos por la humillación que nos causan.
No hay que desalentarse nunca
DESALIENTO/FALTAS FALTAS/TRISTEZA: Lo dicho no significa que no sintamos la pena y la tristeza que nos causan las caídas. La misma santa Teresita nos lo enseña con su experiencia tan consoladora, cuando nos dice:
"Por mi parte. procuro no desalentarme nunca. Cuando he cometido una falta que me hace estar triste, se muy bien que es la consecuencia de mi infidelidad. ¿Pero creéis que me detengo aquí? ¡Oh! ¡No! Corro a decir a Dios: Dios mío, sé que he merecido este sentimiento de tristeza, pero dejadme que os lo ofrezca, como si fuese una prueba que Vos me enviaseis por amor. Me sabe mal lo que he hecho, pero estoy contenta de tener esta pena para ofrecérosla"' 35.
"Si Vos os hacéis sordo a los plañideros gemidos de vuestra miserable criatura, si permanecéis encubierto, acepto, a pesar de esto, estar transida de frío y me regocijo en este sufrimiento, no obstante haberlo merecido" 36.
"Puesto que, durante mucho tiempo, también yo, al ver caer mis flores al suelo, me decía muy extrañada y triste: ¡ Así, pues, nunca serán más que deseos! Y repetía a Dios: Vos sabéis que a pesar de mis inmensas aspiraciones de amor, no soy una águila capaz de volar siempre por las alturas; al contrario, pobre pajarilla que soy, con harta frecuencia, me distraigo de mi única ocupación, me alejo de Vos, mojo mis pequeñas alas, apenas formadas, en los lodazales que encuentro en la tierra! Entonces gimo como la golondrina, y mi gemido os lo da a entender todo, y Vos os acordáis, ¡oh misericordia infinita!, de que no habéis venido a llamar a los justos sino a los pecadoras'' 37.
También en las reglas de la Suma Espiritual antes citada, encontramos estas enseñanzas sobre la tristeza que causan las faltas, cuando nos dice: "Sepa de nuestras culpas, que tienen veneno, y forzosamente lo ha de sentir el corazón con desmayos, bascas y amarguras; y, así, no desconozca estos efectos, sino aprenda a sufrirlos, como penitencia justa de la culpa, que en esto hay gran mérito."
Es preciso levantarse siempre
Esta tan delicada doctrina es corroborada por la Santa en una de las cartas a sus hermanos espirituales 38, donde dice:
"Soy enteramente de vuestro parecer: el Corazón de Jesús se entristece mucho más de las mil pequeñas imperfecciones de sus amigos que no de las faltas, aun graves, que cometen sus enemigos Pero... me parece que es únicamente cuando los suyos se habitúan a sus indelicadezas y no le piden perdón, que Él puede decir: Estas llagas que véis en mis manos las he recibido en la casa de aquellos que me amaban 39. En cuanto a los que le aman y que, después de cada falta se arrojan en sus brazos y le piden perdón, Jesús se conmueve de gozo. Y dice a sus ángeles aquello que el padre del hijo pródigo decía a sus criados: Ponedle el anillo en el dedo y alegrémonos" 40.
Lo mismo decía muchos años antes el autor de la Suma Espiritual: "Es muy poderoso remedio asegurar en su alma que le da grande gusto a Nuestro Señor y grande honra el que le va a pedir perdón de su pecado." Y en seguida explica como el demonio pone tantos obstáculos al alma, para estorbarla de lo que haga y hace notar los frutos que se siguen de vencer esta repugnancia y no cansarse nunca de pedir perdón. Exactamente se expresaba Santa Teresita, cuando decía:
"¡Qué poco conocidos son la bondad y el amor misericordioso del Corazón de Jesús! Es cierto que, para gozar de estos tesoros, es necesario humillarse, reconocer la propia nada, y esto es lo que muchas almas no quieren hacer..." 41.



Una norma práctica

Resumamos esta materia con la definición de nuestra Santa Teresita, al señalar cual ha de ser la perfección de las almas pequeñas, que quieren seguir su camino espiritual:

"Basta con humillarse, con soportar dulcemente sus imperfecciones: HE AQUÍ LA SANTIDAD PARA NOSOTROS" 42.

¿Hay cosa más sencilla?

Nos hemos de hacer pequeños

Santa Teresita, al explicar como encontró el camino de la infancia espiritual, dice que había comprobado la gran diferencia que mediaba entre ella y los santos, y que no podía hacerse grande como ellos, y por esto buscó un ascensor, ya que "era demasiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección" 43.

Una cosa semejante le ocurre, cuando lee ciertos tratados, donde la perfección es expuesta a través de mil obstáculos: su espíritu se fatiga y cierra el libro demasiado sabio, que le quiebra la cabeza y le seca el corazón 44'. Y dice:

"Felizmente el reino de los cielos consta de muchas moradas; porque, si no hubiese más que aquellas, cuya descripción y camino me parecen incomprensibles, es seguro que no entraría en ellas. Pero si hay la morada de las almas grandes, la de los Padres del desierto, la de los mártires de la penitencia, también habrá la morada de los pequeñitos: allí nos está reservado nuestro lugar" 45.

Nada extraordinario

Nuestra Santa toma modelo de la Virgen Santísima en Nazaret, contempla extasiada aquella vida perfectísima y, a ejemplo suyo, sigue un camino, en el cual "nada hay que salga de lo ordinario, donde la perfección se ejerce, antes que todo, en pequeños actos de virtud sencillos y muy escondidos" 46.

A propósito de haber caído enferma por haber llevado demasiado tiempo una crucecita de hierro, dice:

"Esto no me hubiera ocurrido por tan poca cosa, si Dios no hubiese querido darme a entender que las maceraciones de los santos no se han hecho para mi, ni para las almas pequeñas, las cuales deben seguir el camino de la infancia espiritual, en el cual nada sale de lo ordinario 47.

Durante su última enfermedad, le diJeron que podía confiar en morir el día de la Virgen del Carmen, y respondió:

"¡Morir de amor, después de la Comunión! ¡Un día de gran fiesta! Es demasiado hermoso para mi; en esto no podrían imitarme las pequeñas almas. En mi camino no hay sino cosas muy ordinarias; ¡es menester que estas almas puedan hacer cuanto yo hago! 48.

Según este criterio, Santa Teresita prefería, entre los santos, los que no mostraban nada de extraordinario, y tenía un particular afecto y devoción al beato Teofanio Venard, de las Misiones Extranjeras. "Me gusta decia porque es un santo pequeño, porque su vida es toda ordinaria y porque amaba mucho a su familia; no comprendo los santos que no aman a su familia" 49.

Al hablar de la fundadora del Carmelo de Lisieux, santificada por virtudes ocultas y ordinarias, dice:

"Oh, esta santidad me parece más verdadera, la más santa; es la que yo deseo, porque no hay en ella ilusión alguna" 50.

Este concepto era el mismo o semejante al de Monseñor Gay, el cual dice: "La santa infancia espiritual es un estado más perfecto que el amor de los sufrimientos, porque nada inmola tanto al hombre como el ser sincero y pacíficamente pequeño. El espíritu de infancia mata más seguramente el orgullo que el espíritu de penitencia" 51.

De manera que no hemos de creer que, practicando solamente las pequeñas virtudes escondidas no podremos llegar a gran santidad; al contrario, por este camino, como dice la Santa, estamos más seguros de no tropezar con ilusiones que nos engañen o nos pierdan.

Lo esencial: Dar gusto a Dios y amarle

Siguiendo, pues, las enseñanzas de Santa Teresita, no hemos de trabajar para ser santos o santas de aquellos que la Iglesia canoniza y propone, en los altares, a la veneración de los fieles, sino sencillamente para complacer y dar gusto a Dios.

Ofrezcámosle, pues, las obras de los demás, y apliquémonos únicamente al amor. La santidad no consiste en aquel brillo exterior de virtud, que, en la tierra, es el único capaz de descubrir el heroísmo. No; la santidad es ante todo una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra flaqueza, confiados, hasta la audacia, en su bondad de Padre, y delicadamente atentos a obedecerle y complacerle en todo.

Y esta disposición, mientras queda oculta en lo secreto del alma, es Dios sólo quien puede apreciarla con certeza... Ved las estrellas, nosotros las apreciamos según la distancia que las separa de nosotros, pero su verdadera belleza es Dios quien la conoce.

Las hay que nos parecen muy pequeñas, o que tan siquiera las llegamos a ver, y no obstante son incomparablemente más hermosas que aquellas que apreciamos como las más bellas.

El programa de la verdadera santidad que Santa Teresita ha enseñado, helo aquí: Estar siempre alerta, levantar el piececito; caer, tal vez, por flaqueza, pero levantándose siempre con humildad; trabajar sin cesar; quedar cubierto de polvo pero limpiarse de él continuamente por el fuego del amor y por los Sacramentos, que nos mantienen unidos al buen Dios; ofrecerle en fin, sin cansarse jamás, si no los éxitos, a lo menos los esfuerzos. Quien así lo hace, aun cuando ciertos defectos le impidan de cosechar gloriosamente en el campo de las virtudes, y no deba llegar a la gloria de los altares, es un santo delante de Dios, y lo es en un grado mayor o menor, según la intensidad de su buena voluntad en el esfuerzo cotidiano de su amor 52.

En el cielo tendremos muchas sorpresas, porque los santos canonizados no son siempre los más grandes... La canonización es una aureola que Dios pone en la frente de algunos de sus hijos, para gloria suya, edificación de sus hermanos en la tierra o para afianzar una misión encomendada... Todo depende de la obra que Dios quiere conseguir, por medio de ellos, en este mundo.

Es como un artista, que toma tal o cual pincel para realizar su obra... ¿Por qué toma éste y no aquél?... El que deja a un lado es, no obstante, tan pincel y tal vez mejor, que el que toma..."

Una exhortación de Santa Teresita 53

"No deseemos otra cosa que la gloria de Dios, siendo igualmente nuestro contento, ya venga por medio de los demás, ya por medio de nosotros... y aspiremos sencillamente a ser santos por el corazón, obscuros, siempre ignorados, si así place a Dios: aceptemos también que aun las flores de nuestros deseos y de nuestra buena voluntad caigan en tierra, sin que produzcan nada en este mundo; esto es muy provechoso para nuestra humildad."

"Recordad que me gustaba repetir a mis novicias: Pongámonos humildemente entre los imperfectos, tengámonos por almas pequeñas. Pero, al mismo tiempo, hemos de pensar que, si esto entra en sus designios, sabrá Dios igualmente levantarnos entre los héroes de la santidad. Ved lo que la gracia ha hecho en mí."

"Acordaos de que el único verdadero y ardiente deseo que ha de inflamar vuestro corazón, como inflamaba el mío, es el de amar a Dios cuanto podéis, procurar ser como Él desea que seáis, santa gloriosa o santa desconocida sobre la tierra poco importa­ mientras seáis santa según su gusto, y su amor quede plenamente satisfecho."

"Todas las flores creadas por Él son bellas: el brillo de la rosa y la blancura del lirio no disminuyen el perfume de la pequeña violeta, ni nada quitan a la arrebatadora sencillez de la margarita... Cuanto más contentas están las flores de cumplir su voluntad, más perfectas ellas son."




"Con vuestros generosos esfuerzos alcanzaréis la dicha de sostener, y quizá en muy grande medida, el edificio espiritual de la Iglesia, como aquella humilde mujer que queriendo contribuir a la construcción de una catedral, emprendida con ostentación por un grande y rico señor, no encontró otra cosa mejor en su pobreza, que llevar un manojo de heno para alimentar y aliviar una de las bestias de carga que arrastraban los materiales. Cuando se terminó la iglesia, mientras el señor pretendía, no sin razón, ser él quien la había construido, un celestial prodigio reveló, con admiración de todos, que a los ojos de Dios, había sido aquella pobre mujer." (/Mc/112/41-44 ACCIONES-PEQUEÑAS)

"Con frecuencia mira más Dios estas acciones insignificantes de un alma débil, estas pequeñas nonadas, como coger una paja o un alfiler por su amor, que otras obras magnificas.", "No es la grandeza ni aun la santidad de la obra en sí misma, lo que vale a sus ojos, sino solamente el amor con que se hace, y nadie puede decir que no puede dar esas pequeñas cosas al buen Dios, porqué están al alcance de todos."

"Alistaos, pues. en la legión de las almas pequeñas consagradas al amor; ingresad en mi compañía, y, si, en la hora de vuestro juicio, todavía estáis tentada de temer, acordaos, entonces, de la historieta que voy a contaros: San José de Cupertino era de mediana inteligencia y estaba muy poco instruido; toda su ciencia quedaba reducida a saber leer bastante mal y a escribir todavía peor. Después de haber sido aprobado, como por milagro en el examen exigido para ser admitido al diaconado, se presentó, lleno de confianza en Dios, al examen que precede a la admisión al sacerdocio. El examinador era el Obispo de Castro, prelado severo y temido de los ordenandos. José se dirigió a Bogiardo en compañía de otros jóvenes estudiantes, sus hermanos del convento de Lecce, todos ellos muy seleccionados. Los primeros en ser preguntados respondieron tan bien, que el prelado creyó inútil preguntar a los demás; admitió indistintamente a todos los candidatos, incluso a nuestro santo, que llegó a ser sacerdote de Dios, en cierta manera, por el mismo Dios. Pues bien. también llegaréis a ser santa de Dios por el mismo Dios, que vive en vuestra alma de buen grado, porque, si necesario fuere, se acordará de que "yo he pasado el examen por vosotros" 54.

Esta historia fue contada por Santa Teresita a una de sus novicias, que se desolaba al sentirse siempre imperfecta; y bien se puede aplicar a todas las almas que se encuentran en parecidas circunstancias... ¡y son tantas! Es una invitación a su devoción y a que sigamos sus pasos por el camino de la infancia espiritual, que claramente nos enseña a imitar a los santos únicamente en aquellas cosas que no salen del curso ordinario y corriente de la vida.

IV Normas prácticas

El alma que sintiéndose pequeña, quiera seguir por el camino de la infancia espiritual evangélica trazado por Santa Teresila, debe tener discreción en bien entender la doctrina de la santa y en la manera de ponerla en práctica, evitando así que, equivocada en el modo de buscarla, pierda la paz y sencillez que desea encontrar. Resumiremos en breves normas practicas las enseñanzas evangélicas vividas por esta santa.

1ª. Pequeños.

PEQUEÑO-HACERSE: Lo primero que reclama de nosotros la santidad es el reconocimiento de nuestra pequeñez, de nuestra miseria, de nuestra culpabilidad, de nuestra impotencia, de nuestra nada, esto es, la humildad. Nunca jamás se ha levantado sobre otro fundamento la santidad verdadera. Nos hemos de reconocer pequeños espiritualmente, es decir, incapaces de alcanzar nada por nuestras solas fuerzas; sentirnos pequeños y tenernos por pequeños prácticamente, no buscando nunca nuestro honor, nuestro gusto, nuestro interés, en una palabra, nuestro amor propio; pasando desapercibidos como niños, sin reclamar derechos y atenciones de los demás, a quienes hemos de tener por mayores que nosotros; no molestarnos porque no nos atienden, ni nos aman, ni tan siquiera nos ven cuando, tal vez, pasan por nuestro lado sin hacer caso alguno de nosotros.

Si considerarnos bien nuestro interior, y reflexionamos cuanta verdad es que somos incapaces de sostenernos en el camino del bien, quebrando los propósitos a cada paso; cuan impotentes para luchar contra las pasiones y tentaciones que nos derriban con tanta frecuencia; cuan culpables en nuestros pecados; cuan incapaces de amar y corresponder al amor de Dios, a pesar de quererlo con toda el alma; cuan fríos nos sentimos con Él, y cuan desagradecidos e ingratos e injustos nos encontramos; si bien reflexionamos toda esta miseria y flaqueza nuestra, no nos ha de costar mucho reconocernos pequeños, sentir sinceramente que lo somos, tenernos por tales, portarnos como tales y no aspirar a ser tratados, tenidos y considerados de otra manera de la que realmente merecemos.

2ª. Confiados hasta la audacia.

La confianza plena y absoluta que Santa Teresita reclama de las almas pequeñas. para andar por el caminito de la infancia espiritual, no se refiere a los bienes materiales, como suele figurarse la gente mundana de religión poco ilustrada; se trata de bienes infinitamente más elevados, de las aspiraciones a la vida eterna y feliz en el amor de Dios; es decir, el reino de Dios en nosotros por la santificación. Lo demás, como dice el Evangelio, se nos dará por añadidura. Así se expresa claramente la Santa: "Comprendo tan claro que sólo el amor es capaz de hacernos agradables al buen Dios, que es el único tesoro que ambiciono"' 55. "No son riquezas ni gloria ni siquiera la gloria del cielo lo que anhela mi corazón... Lo que yo pido es amor" 56.

Tratándose por una parte de almas tan pequeñas que se reconocen pura nada. del todo ineptas para practicar las grandes virtudes de los Santos, y de otra, aspiraciones sublimes y pretensiones tan altas como la de amar a Dios con el mayor y más puro amor, se comprende que la Santa diga que nuestra confianza debe llegar hasta la audacia. Ella confió llegar al más encendido amor divino, a pesar de sentirse tan pequeña e incapaz, y expresa esta audacia en forma poética, con estas palabras:

"¿Cómo puede aspirar a la plenitud del amor un alma tan imperfecta como la mía? ¿Qué misterio es éste? ¡ Oh único Amigo mío! ¿Por qué no reserváis estas inmensas aspiraciones para las almas grandes, para las águilas que se ciernen en las alturas? ¡Ay!, soy un pobre pajarillo cubierto sólo de un ligero plumón: no soy un águila, únicamente poseo de ella los ojos y el corazón... ¡Si; a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar fijamente el Sol divino del amor, y ardo en deseos de lanzarme hasta él! Quisiera volar, quisiera imitar a las águilas, pero sólo sé levantar mis alitas; no está al alcance de mi pequeño poder echarme a volar. ¿Qué va a ser, pues, de mi? ¿Moriré de dolor al verme tan impotente? ¡ Oh!, no, ni siquiera me afligiré. Con audaz confianza allí me quedaré contemplando fijamente mi divino Sol, hasta la muerte. Nada podrá arredrarme, ni el viento ni la lluvia. Y si espesos nubarrones ocultan el Astro del Amor, si me parece que no creo en la existencia de otra cosa que la noche de esta vida, éste será el momento de la dicha perfecta, el momento de extremar mi confianza hasta el último límite, guardándome de desertar de mi sitio sabiendo que tras esos tristes nubarrones sigue brillando mi dulce Sol" 57.

Lo mismo que propone para ella el perseverar hasta la muerte, con audaz confianza, aspirando a la plenitud del amor, lo aconseja a los otros en forma no tan poética, pero más concisa y didáctica, al decir:

"Ofrezca a Dios el sacrificio de no recoger nunca frutos, es decir, de sentir durante toda su vida repugnancia en sufrir, en ser humillada, en ver todas las flores de sus buenos deseos y buena voluntad caer en tierra, sin producir nada. En el momento de la muerte en un abrir y cerrar de ojos, Dios sabrá hacer madurar hermosos frutos en el árbol de su alma" 58.

Ella decía a sus novicias: Jamás se tiene demasiada confianza en Dios tan potente y misericordioso. ¡Se obtiene de Él todo cuanto de ,ÉI se espera! 59. En la doctrina espiritual del Venerable Ludovico Blosio se halla esta comparación: "Suponed dos personas que ruegan al mismo tiempo; una pide una cosa casi imposible, pero con la certeza de que Dios la escuchará; la otra no solicita más que un favor de poca importancia, pero sin esta plena confianza en el Señor: la primera obtendrá mucho mas pronto, por el mérito de su fe, que el otro que vacila" 60.

3ª. Entero abandono en brazos del Padre celestial.

La confianza audaz de alcanzar la más intima unión con Dios, se extiende, como bálsamo de suavísimo perfume, a todos los actos internos y externos del alma pequeña en su caminito de infancia espiritual. Ella sabe que tiene un Padre en los Cielos, que la ama entrañablemente, no sólo a pesar de su pequeñez sino por esta su pequeñez precisamente, y por esto la lleva en sus brazos paternales, porque sabe su Padre que no puede valerse de sus fuerzas, que es incapaz de andar, y de subir, por más que levante el pie y lo intente. Con esta infalible convicción, ella, el alma pequeña, se deja llevar tranquilamente como un niño dormido en brazos de su Padre. ¡Oh, que dulce vivir es el abandonarse completamente al Amor y a la Providencia paternal de Dios! El pequeñuelo no teme nada de nadie, ni tan siquiera se preocupa de temer, porque no sabe ni conoce peligros. No espera ni pide nada, si no es de su Padre, y en su Padre espera y confía para todas las cosas, y en su Padre descansa y se alegra. "La única cosa que incumbe al niño es abandonarse, dejar que flote al viento su vela..." 61. "Quedarse niño es no inquietarse por nada." 62




Este abandono y confianza filial del alma en el Padre celestial no suprime ciertamente el esfuerzo y el dolor, pero asegura en todo caso la paz. Sufrir en paz no es siempre sufrir con consuelo. "Quien dice paz no dice alegría o por lo menos alegría sensible; para sufrir en paz basta querer firmemente todo lo que quiere Nuestro Señor" 63.

El total abandono en Dios significa, en realidad, confiarse enteramente al Corazón paternal de Dios; y eso, no solamente por lo que afecta al alma y a la vida espiritual, sino también por lo que atañe al cuerpo y a la vida terrenal. Es fiarse de El completamente sin angustiarse por temores sobre el porvenir o sobre el pasado. "Sólo me guía la absoluta confianza en Dios; no tengo otra brújula. No sé ya pedir nada con ardor, excepto el perfecto cumplimiento de la voluntad de Dios en mi alma." 64. Así, pues, abandonarse a Dios, es aceptar de buen grado y con el mismo amor, lo dulce y lo amargo, lo próspero y lo adverso, sin temerlo ni esquivarlo, pues el alma abandonada a Dios sabe que "la única felicidad aquí bajo, es aplicarse a encontrar siempre deliciosa la parte que Jesús nos da." 65.

4ª. Esfuerzo personal; levantar continuamente el piececito.

Aun cuando los cristianos ignorantes y mundanos quieran creer que el ascensor divino propuesto por Santa Teresita, consiste en dejarse llevar dulcemente sin ningún esfuerzo, en realidad, la doctrina y el ejemplo de la Santa son de un esfuerzo constante y de un sacrificio absoluto. Recordamos sino, como dice a la novicia que levante continuamente el piececito, para subir la escalera de la santidad por la práctica de todas las virtudes. La renuncia de sí mismo es elemental en la ciencia de la santidad; y sólo los más ignorantes son capaces de creer que pueden pasarse sin ella. Y esta renuncia requiere esfuerzo personal constante, sin intermisión, durante toda la vida.

El caminito que nos propone nuestra Santa no es para ahorrarnos el sacrificio y el esfuerzo, sino al contrario, para hacérnoslo amable, y enseñarnos una forma más asequible para practicarlo con constancia. Y creer lo contrario es falsear la doctrina de la Santa y el concepto de la santidad cristiana. "Es necesario -dice ella hacer todo lo que está en nuestra mano, dar sin contar, renunciarse a sí mismo constantemente, en una palabra, dar prueba de nuestro amor, por medio de todas las buenas obras que estén a nuestro alcance." 66. "Muchas almas se excusan con estas palabras: Yo no tengo fuerzas para hacer tal sacrificio. Pero ¡que hagan esfuerzos para hacerlo! Esto, algunas veces, es difícil; no obstante, el buen Dios no niega jamás la primera gracia que en cada ocasión da la fortaleza para vencerse; si el alma corresponde a ella, se encuentra inmediatamente en la luz, entonces el corazón se fortifica y se encamina de victoria en victoria" 67. "¡Que importa que no sienta valor -decía a una novicia con tal que obre como si le tuviera! ¿Dónde estaría su mérito si sólo debiera combatir cuando se siente animosa? Si estando sin ánimo para recoger una hilacha, lo hace por amor de Jesús, consigue mucho más mérito que realizando un acto mucho más importante en momentos de fervor 68. La Santa misma "tuvo que luchar para renunciarse a sí misma constantemente y necesitó valor para defender en ella la causa de Dios contra las acometidas de las inclinaciones contrarias." 69.

Dios no nos pide sino buena voluntad; ésta, la hemos de demostrar con el fervor de nuestro deseo y con la sinceridad de nuestro esfuerzo. "Y tanto más o menos gozaremos esa perfección en la eternidad, cuanto con mayor o menor deseo, aquí la hubiéramos procurado. Pues por los deseos santos, nos dará Dios premio eterno, aunque en esa peregrinación no alcancemos lo que deseamos.'' 70.

5ª. Todo por amor.

Esta es la divisa fundamental de la Santa. Por la práctica de las virtudes y de la perfección podemos llegar a un grande amor de Dios; pero también por el amor de Dios podemos llegar a la práctica de las virtudes y de la perfección. Y este camino es el preferido por la Santa, extremándolo deliciosamente. Ella no pretende más que complacer a Jesús, agradarle, darle gusto, en una palabra amarle hasta lo imposible, y sólo con esto, practicará todas las virtudes, salvará innumerables almas, ejercerá todas las vocaciones y apostolados de la Iglesia. Ella ora, enseña, trabaja, sufre, en una palabra, vive sólo por el amor; no detalla sus intenciones como otros Santos, que sufrían para aplacar la justicia divina, o para expiar por los pecados, o para vencer las pasiones, o por otros fines santos y necesarios. Ella misma dice que "no hubiera querido recoger una aguja para evitar el Purgatorio" 71. "Los grandes Santos han trabajado por la gloria de Dios decia ella pero yo, que no soy más que una alma pequeñita, trabajo únicamente para darle contento. Yo quiero ser en la mano del buen Dios, una florecilla, una rosa inútil pero cuya vista y perfume, sin embargo, sean para Él como un alivio y un pequeño goce de más 72. "Yo quiero trabajar sólo por vuestro amor, con el único fin de agradaros, de consolar vuestro Sagrado Corazón y salvar almas que os amen eternamente." 73. "Jesús me enseña a hacerlo todo por Amor." 74. Y próxima a morir, ella confiesa que "nunca ha dado al buen Dios más que amor." 75. Sin el amor, todas las obras, incluso las más extraordinarias no son más que nada."

"Mientras nuestras acciones, aun las más pequeñas, no se salen del foco del Amor, la Santísima Trinidad les da un tinte y belleza admirables, y Jesús encuentra siempre hermosas nuestras obras." 76. "Si quieres ser santa -dice a una de sus hermanas , te será cosa fácil: no te propongas sino un fin: complacer a Jesús, unirte siempre más íntimamente con Él..." 77. "El alma más fervorosa es la más humilde, la más unida a Jesús, la más fiel a hacer todos sus actos por amor." 78.

6ª. Las flores del sacrificio y del amor.

Amar a Jesús y complacerle, consolarle y salvarle almas, he aquí el ideal de las almas cristianas. "Pero ¿cómo demostraré mi amor, ya que el amor se prueba con obras? Pues bien; la niñita echará flores... No tengo otro medio para demostraros mi amor que echar flores; es decir, no escatimar el menor sacrificio, no dejar perder ninguna palabra, ninguna mirada, aprovechar las menores acciones y ejecutarlas todas por amor. Quiero sufrir y hasta gozar por amor; así echaré flores; cuantas encuentre, sin exceptuar una sola, las deshojaré en vuestro obsequio... Además cantaré, cantaré constantemente, aunque tenga que sacar mis rosas de entre las espinas; cuanto más largas y punzantes sean éstas, más melodioso será mi canto" 79. Esta es la parte más típica y sugestiva de la doctrina espiritual de Santa Teresita: el camino de la santidad más heroica, por las cosas pequeñas hechas con grande amor. Esto anima extraordinariamente a las almas pequeñas que, sintiéndose incapaces de grandes austeridades, ven posible y hacedera la subida a la perfección y santidad.

Imitando a la Santa ejercitaremos los actos de virtud:

a) En cosas pequeñas y sencillas, pues ella misma aconseja practicar las pequeñas virtudes, ya que "si pretendemos hacer cosas grandes aunque sea con el pretexto del celo, Dios nos deja solas" 80. Y dice que sus mortificaciones consistían unidamente en quebrantar su voluntad, en retener una palabra de réplica, prestar pequeños servicios sin encarecerlos, y otras mil cosillas por el estilo. Mortificar mi amor propio (únicas mortificaciones que se me permitían) me hacía más bien que las penitencias corporales, decía la Santa 81.

b) Cosas no buscadas, corrientes, las que se presentan a cada momento en el curso ordinario del día, y en las contingencias de la vida de familia o de comunidad; son como traídas por la Providencia divina y cogidas como naturalmente, al azar; por ser cosas pequeñas y no buscadas por nuestro parecer y voluntad, no están expuestas a la vanidad, al amor propio y a la vana complacencia.

"En mi caminito, -dijo la Santa-, no hay sino cosas muy ordinarias: es preciso que todo lo que yo haga, puedan hacerlo igualmente las almas pequeñas" 82.

c) Aceptadas generosamente siempre, todas, y con amor. Aquí está la base del heroísmo de Santa Teresita. Todo el mundo es capaz de hacer alguna vez pequeños actos de virtud. Pero practicar todos, sin exceptuar uno solo, como dice ella, los que se presenten en la vida ordinaria, y mantenerse con este espíritu de abnegación constante, y perseverando en ello hasta la muerte, es realmente heroico y de una consumada santidad. Si no llegamos a tanta perfección, con buena voluntad, llegaremos por lo menos a ser fieles en la mayoría de los casos. Esto implica prácticamente la renuncia de su propia voluntad, es decir, negarse a sí mismo constantemente, y "esta mortificación -dice el Venerable Blosio verdaderamente es difícil y penosa al principio, pero cuando se ha perseverado con valor en ella durante algún tiempo, la gracia de Dios la torna facilísima y dulcísima; efectivamente, el arte de mortificarse es como todos los otros: si se practica a menudo y con esmero, se hace como natural al hombre, por su continuidad'' 83.

d) Actos ocultos, es decir, solo de Dios conocidos, sin querer ni pretender por ellos ninguna retribución humana, ni de agradecimiento, de admiración o alabanza, por lo cual debe permanecer ignorado de todos. Dice la Santa que "se aplicaba sobre todo a los pequeños actos de virtud bien ocultos". Nadie en su vida pudo conocer sus preferencias ni sus repugnancias, ni lo que sufrió en el comer, o en el dormir, ni sus penas y luchas interiores. Este es el perfume más exquisito de la flor que vive sólo para Dios. Cuando dejamos saber nuestros actos de virtud, pierden todo su aroma espiritual; y entonces cambiamos el premio de gloria que Dios nos quería dar, por el de la alabanza humana que nos procuramos al manifestarlos. "Más agrada a Dios una obra dice San Juan de la Cruz- por pequeña que sea hecha en escondido, no teniendo voluntad de que se sepa, que mil hechas con gana de que lo sepan los hombres" 84. Y Santa Teresita declara: "Si por un imposible, el mismo Dios no viese mis acciones, no me apenaría por ello. Le amo tanto que quisiera poder darle contento sin que supiera que le viene de mi" 85. Y en una carta a Madre Inés dice: "A todos los éxtasis, prefiero la monotonía del sacrificio oscuro".

7ª. No negar nada a Dios.

Es otro carácter sublime de la vida y doctrina de nuestra Santa. "Desde la edad de tres años, dice ella, nada he negado a Dios. Con todo, no puedo gloriarme de ello. Yo no soy una santa; jamás he realizado las acciones de los santos; soy un alma pequeñita a la que Dios ha colmado de gracias" 86. Para llegar a este grado de amor y fidelidad de no negar a Dios ningún trabajo o sacrificio que nos pida, se requiere prácticamente negarnos a nosotros mismos con un completo desasimiento de las criaturas hasta llegar al olvido de sí mismo y así encontrarnos dispuestos en todo momento a aceptar y ofrecer a Dios cualquier sacrificio que le pluguiere, por grande que fuese. No suele pedirnos Dios grandes cosas, pero reclama de nosotros esta disposición de espíritu, pronto a sacrificarlo todo, incluso la vida, si fuera necesario. Lo que hemos dicho en la norma anterior, sobre ofrecer las flores de los pequeños sacrificios de cada momento sin exceptuar ninguno, ya es evidentemente esta renuncia y olvido de sí mismo, practicado a pequeñas dosis, que no le quitan mérito si son cumplidas con amor. El no negar nada absolutamente a Dios de lo que nos pida, nos da la máxima seguridad de tener nuestra voluntad enteramente unida a Él, que es la verdadera santidad. Y esto es una demostración palmaria de nuestro amor a Dios y, por lo tanto, el mayor de los consuelos. "Una de las señales ciertas de amor a Dios, es la prontitud con que se acepta y el gozo que se experimenta en ofrecer a Dios un sacrificio que nos pide y que es costoso a la naturaleza" 87.

8ª. Celo sacerdotal de las almas.

Es maravilloso el intenso deseo de Santa Teresita de ser sacerdote, si hubiera sido posible, para llevar las almas a Dios, y dar Jesús a las almas. Todo ello era movido por su exclusivo amor a Dios: pues el conquistarle y salvarle almas, era para darle consuelo, satisfacción y el más grande placer. Y ya que ella no podía ser sacerdote rogaba a Dios por ellos, sabiendo que son los encargados por Dios de guiar y salvar las almas, con tanto ahinco que constituía el fin primordial de su profesión religiosa: He venido, dijo, para salvar las almas, y sobre todo para rogar por los sacerdotes" 88. Por la oración y el sacrificio, ella ha sido el apóstol de los apóstoles; ella ha merecido ser nombrada Patrona celestial de las misiones y de los misioneros. Roguemos por los sacerdotes, decía a su hermana Celina, que nuestra vida esté consagrada a ellos 89. No pudiendo ser misionera de acción, quise serlo por el amor y la penitencia, escribía ella a uno de sus Misioneros 90. Al desposarse la joven Carmelita con el Rey de los Cielos, según ella escribe, su único objeto era salvar almas, sobre todo almas de apóstoles 91. También pueden imitarla fácilmente las almas pequeñas, en este apostolado, por sus pequeños sacrificios ocultos y pequeños actos de virtud. No descuidemos ningún sacrificio, dice la Santa. Recoger un alfiler por amor, puede convertir un alma. Sólo Jesús puede dar tal precio a nuestras acciones; amémosle, pues, con todas nuestras fuerzas" 92.

Imitemos, pues, a la Santa que con el amor pudo cumplir tantas vocaciones y apostolados como su corazón deseaba. Con nuestro amor sincero, nuestra oración sencilla y nuestros pequeños y humildes sacrificios, podremos también salvar muchas almas y conquistarlas al Amor de Jesús.

9ª. La sencillez y la paz del alma.

Es el sello distintivo de las almas que siguen el caminito de la infancia espiritual; son sencillas y humildes de corazón, bondadosas, pacíficas, tranquilas, fáciles de contentar. Es el mismo espíritu de Jesucristo, como encarnado de nuevo en ellas. "Santa Teresa del Niño Jesús ha tenido el insigne privilegio de presentar la santidad bajo su aspecto verdaderamente evangélico despojándola de todas las complicaciones con que el espíritu humano la había envuelto a través de los siglos. Y en este sentido decía recientemente un docto teólogo: Santa Teresa del Niño Jesús ha desembarazado el camino del Cielo. Y un eminente príncipe de la Iglesia: Lo que gusta en esta Santita, es su encantadora sencillez. En nuestras relaciones con el buen Dios, ella ha suprimido las matemáticas." 93.

Por miserables que seamos, por torpe que sea nuestro

entendimiento, por escasa que sea nuestra energía, mientras tengamos buena voluntad sincera, podemos contentar a Jesús y hacernos Santos. Oigamos las palabras de la Santa: "¡Qué fácil es agradar a Jesús y arrebatar su Corazón! No hay más que amarlo, sin mirarse a sí mismo, sin examinar demasiado sus defectos..." "Cuando ocurre que caigo en alguna falta, me levanto inmediatamente." "Una mirada a Jesús y el conocimiento de la propia miseria, lo repara todo" 94. "Una sola cosa hay que hacer aquí en la tierra: echar las flores de los pequeños sacrificios a Jesús, y ganarlo con caricias..." "Cuando se acepta dulcemente la humillación de haber sido imperfecta, la gracia del buen Dios, vuelve inmediatamente..." 95.

El camino propuesto por Santa Teresita, no requiere nada extraordinario ni complicado. Todo lo que ella hace y propone es lo que pueden hacer todas las almas pequeñitas: todo es ordinario, usual, corriente. Por eso dice cuanto le gusta y cuanto bien le hace el considerar la vida de la Sagrada Familia en Nazaret, completamente ordinaria sin distinguirse en nada de los demás.

Firmemente arraigada en el amor, la paz del corazón no abandona nunca a la Santa, ni en las contrariedades, ni en los sufrimientos físicos, ni en las luchas y oscuridades de espíritu. Cuando le preguntaron cómo se lo arreglaba para estar siempre igualmente gozosa y serena, respondió: "Desde que nunca me busco a mí misma, llevo la vida más feliz que pueda imaginarse" 96. Durante su última enfermedad, le preguntaron cómo lo hizo para llegar a esta inalterable paz tan suya. Y contestó: "Me olvidé de mí, y procuré no buscarme en nada" 97. Cuando, pocas semanas antes de morir, le expresó su hermana, M. Inés, la pena que sentía al verla sufrir tanto, exclamó: "Sí, pero ¡que paz también! ¡que paz!".

Otra cualidad suele enriquecer a las almas sencillas, pacíficas, humildes, pequeñas: Dios se inclina bondadosamente con preferencia a ellas y les da a conocer el reino de Dios con más claridad que a los otros. Lo que dice el Evangelio, que se complace en revelarlo a los párvulos y lo esconde a los sabios y prudentes 98. Los pequeñuelos, en su pacífica sencillez, saben amar a Dios mejor que los sabios y grandes según el mundo. "Santa Teresita dice el Papa Benedicto XV no hizo intensos estudios; no obstante adquirió ciencia tan alta, que acertó a conocer para sí, y aun supo mostrar a los demás, el camino recto y seguro para la salvación." "¿De dónde procedía aquel vasto arsenal de doctrinas? Sin duda de los arcanos que se complace Dios en revelar a los pequeñuelos" 99. "Santa Teresita recibió la misión de enseñar a amar a Jesucristo." No solamente a sus novicias sino al mundo entero ha sabido adoctrinar en el amor. Pidamos al Señor que la sepamos imitar en sus virtudes y nos dé, como a ella, esa intuición de la verdadera santidad, que es una segura discreción de espíritus.

10ª. Víctima del Amor misericordioso.

Era aspiración constante de la Santa el morir mártir de sangre o morir de amor en duro lecho. "No tengo más que un solo deseo: Amar hasta morir de amor". Para alcanzarlo, ella hizo el acto de ofrecimiento como victima de holocausto al Amor misericordioso, suplicándole que dejara desbordar los raudales de su infinita ternura en ella, que la consumiera continuamente y así la hiciera morir mártir de Amor. En este acto, entendido en la forma expuesta por Santa Teresita, no es propiamente nuestro amor a Dios, el que nos consume, sino el amor de Dios a nosotros que con su ternura y misericordia infinita nos va trasformando y consumiendo. Por eso no se necesita ser un alma perfecta para hacer esta ofrenda a Dios, sino que por el contrario "cuanto más débil y miserable sea uno, tanto mas apto es para las operaciones de este Amor que consume y transforma" 100. "Pues para que el Amor quede plenamente satisfecho, tiene que abajarse hasta la nada y transformar en fuego esa misma nada" 101. Y de ella misma decía: "Es mi debilidad misma la que me da la audacia de ofrecerme Victima a vuestro Amor ¡ oh Jesús !" 102.






Esta ofrenda como victima de holocausto al Amor misericordioso es el punto culminante de la doctrina de Santa Teresita sobre la infancia espiritual; y es también para las almas pequeñas que no serían capaces de hacer cosas extraordinarias, una manera fácil y sencilla de consumar su santificación, por medio de los pequeños actos de amor y sacrificio que les enseña. La Santa deseó y pidió siempre conocer bien su nada, y fue escuchada, y proclamó muy alto que "la mayor gracia que el Señor me ha hecho es la de haberme mostrado mi pequeñez, mi incapacidad para todo bien" 103.

Lo esencial para hacer debidamente este acto de ofrenda, es entregarse al amor divino enteramente para que nos consuma en sus llamas, purificándonos constantemente de nuestras faltas y miserias, y preparándonos para presentarnos, al morir, completamente purificados ante la Divina Majestad. Y el fruto recogido de esta ofrenda nuestra, será mayor o menor, según será más o menos completa nuestra entrega al amor. Así como el fuego solo consume lo que se le entrega, así también, como dice Santa Teresita: "En tanto uno es consumido por el Amor, en cuanto se entrega al Amor" 104. Y entregarnos al amor quiere decir hacerlo todo por amor, no preocuparnos mas que del amor, vivir de amor, procurando constantemente y en todo satisfacer al amor de Jesús, darle contento, consolarle, satisfacerle, adorarle, rogarle, cumplir su querer, a cada momento y en cada ocupación del día, y en todas las circunstancias de la vida, ofreciéndole las mil y una pequeñeces de la vida ordinaria, con toda sencillez de corazón, con filial confianza, tal como seamos, santos o miserables, perfectos o defectuosos; pensando que cuanto mas miserables y pecadores hemos sido, tanto más aptos somos para las operaciones del Amor misericordioso, que se abaja hasta lo más bajo y humilde, para más gloriarse y satisfacerse. "Creedme nos dice la Santa para amar así a Jesús, para ser su víctima de amor, cuanto más débil y miserable es uno, más apto es para las operaciones de este Amor que consume y trasforma... el solo deseo de ser víctima basta; pero es preciso consentir en quedar siempre pobre y sin fuerza, y he aquí lo difícil, porque "el verdadero pobre de espíritu ¿dónde hallarlo? Es preciso buscarlo muy lejos" dice el autor de la Imitación... Muy lejos, es decir, muy bajo, muy bajo en su propia estima, muy bajo por su humildad; muy bajo, es decir alguien muy pequeño. Ah, quedaos, pues, muy lejos de todo lo que brilla, gozaos en vuestra pequeñez, complaceos en no sentir nada; entonces seréis pobre de espíritu y Jesús vendrá a buscaros, por lejos que estéis; y os transformará en llama de amor... La confianza, y sólo la confianza es lo que nos debe conducir al Amor. Dios está más contento de lo que obra en vuestra alma, a pesar de vuestra pequeñez y de vuestra pobreza, que de haber creado los millones de soles y ex tensión de los cielos..." 105.

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Tengamos presentes las palabras evangélicas de que en el Cielo, en la casa del Padre celestial, hay muchas moradas, entre las cuales hemos de pensar que se encuentra la nuestra, la de los pequeños, como nos repite Santa Teresita. Así, pues, no nos desanimemos nunca, aunque nos veamos incapaces de alcanzar aquella perfección heroica de nuestra Santa Protectora y Modelo; alcanzaremos ciertamente la que Dios nos destine, y esa será la mejor para nosotros. El camino de la infancia espiritual está abierto a toda alma de buena voluntad, sea la que fuere y como fuere, y tanto más fácil y ancho es este camino cuanto esta alma es más pequeña a sus propios ojos. Es lo que nos repite la Santa; y también lo que nos enseña la Iglesia por boca de sus Supremos Jerarcas, quienes nos dicen: "La infancia espiritual es un camino que sin permitir a todos, ciertamente, llegar a las alturas a las que Dios condujo a Santa Teresa, ES NO SOLAMENTE POSIBLE, SINO TAMBIÉN FÁCIL PARA TODOS" 106.

EUDALDO SERRA BUIXÓ
EL CAMINO DE LA INFANCIA ESPIRITUAL
Editorial BALMES BARCELONA 1946.Págs. 5-69