martes, 12 de octubre de 2010

Que tanto tiempo dedicamos a Dios ..que todo nos lo da...


El P. Antonio Royo Marín en “La Teología de la Perfección Cristiana” indica la importancia de tener las debidas disposiciones para recibir la Comunión, pero también la importancia de expresar una fervorosa acción de graciás después de recibir al Señor. El siguiente fragmento de su libro [traducido de una versión en inglés] explica cómo debemos mostrar nuestro agradecimiento por el gran don de la Eucaristía.

“En cualquier caso, la acción de gracias después de la Comunión también es muy importante. Como Sta. Teresa dijo a sus monjas: “No pierdan una oportunidad tan buena para negociar como la hora después de recibir la Comunión”. (Cf. “Camino de perfección”, Cap. 34, 10) Cristo está presente en nosotros y no desea nada más que llenarnos de sus bendiciones. La mejor forma de dar gracias es identificarse por amor con el mismo Cristo y ofrecerle a Él al Padre con todas Sus riquezas infinitas como una dulce oblación para los cuatro propósitos del sacrificio: adoración, reparación, petición y agradecimiento.

“Es necesario evitar a toda costa un espíritu de rutina, porque esto deja estéril la mayor parte de la acción de gracias después de la Comunión. Hay muchas almas devotas que sólo hacen una acción de gracias que está compuesta de ciertas fórmulas u oraciones leídas de un libro, y no están satisfechas hasta que las han rezado mecánicamente. No hay, además, un contacto íntimo con Cristo, ni conversación cordial con Él, ni fusión de corazones, ni petición humilde por las gracias que necesitamos hoy y que quizás podrían ser completamente diferentes de las gracias que necesitábamos ayer o que necesitaremos mañana. “No sé qué decirle al Señor” es la respuesta de algunos que abandonan sus libros de oración e intentan entregarse a la conversación amorosa con Cristo. Por esa razón ellos ni intentan siquiera dejar su formalidad rutinaria. Si lo intentaran..la voz de Cristo, dulce y tierna, resonaría en sus almas y les mostraría el camino al Cielo y establecería en ellos esa paz “sobre todo entendimiento” (Fil. 4, 7).

“Otra manera excelente de dar gracias es reproducir en la mente algunas de las escenas del Evangelio, imaginando que nosotros mismos estamos presentes ante Cristo, que está verdaderamente presente en nosotros en la Eucaristía. Entonces podríamos presentar nuestras peticiones como fueron presentados por otros cuando Cristo estaba en la Tierra: ‘Señor, el que amas está enfermo’ (Jn. 11, 3); ‘Señor, si puede limpiarme’ (Mt. 8, 2); ‘Rabboni, que pueda ver’ (Mc. 10, 51); ‘Señor, dáme ese agua’ (Jn. 4, 15); ‘Señor, aumenta nuestra fe’ (Lc. 17, 5); “Sí creo; ayuda mi incredulidad’ (Mc. 9, 23); ‘Señor, enséñanos a rezar’ (Lc. 11, 1); ‘Señor, muéstranos al Padre y eso será suficiente para nosotros’ (Jn. 14, 8); ‘Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes las palabras de vida eterna’ (Jn. 6, 68). Cómo se regocijaría nuestro Señor al ver la sencillez, la fe y la humildad de tales almas, que se acercan a Él con la misma confianza y amor que los que son recordados en el Evangelio. ¿Cómo sería posible que no contestara nuestras oraciones, si Él es el mismo ahora como entonces y si somos tan miserables, y hasta aún más, que muchos descritos en el Evangelio? No hay nada que conmueva tanto a Su divino corazón que un alma sedienta de Dios que se humillla reconociendo sus heridas y miserias e implora un remedio para ellas.
“Es una clase de irreverencia al divino huésped terminar demasiado pronto la visita que Él se ha condescendido a hacernos. Con las personas del mundo que se respetan nunca actuaríamos de esta forma, sino que esperaríamos a que ellos concluyeran la visita.
Nunca acabaremos de agradeceral Todopoderoso