lunes, 29 de marzo de 2010

Sermon del Domingo de Ramos por El Padre Castellani

En el Domingo de Ramos se lee durante la misa la Pasión según San Mateo; y en el curso de la Semana Santa se leen las otras tres “Pasiones” –la de San Juan, se canta. La Iglesia quisiera que toda esta Semana se recordara de continuo y meditara la Pasión de Cristo. Pero para poder hacer eso, hay que ser fraile.
La Iglesia quisiera que se meditara la Pasión de Cristo toda la vida; que eso significan los Crucifijos; y los “Calvarios” que se yerguen sobre todas las montañas y lomas en los países católico-germanos de Europa; meditación a la que no puede agotar ninguna vida de hombre. La actual devoción al “Corazón de Jesús” significa lo mismo: es la Pasión de Cristo contemplada en el interior, es decir, en sus afectos, que fueron infiernados; y en su causa, que fue el Amor –el amor no correspondido. Es decir, los dolores del alma. San Juan es el “scriba ánimæ Christi”, el notario del corazón de Jesús.

Haremos dos comentarios de la pasión y muerte de Cristo: uno sobre los dolores de su alma (sobre lo cual escribió un sermón inmortal E. Newman) y otro sobre la legalidad de la muerte de Cristo. Hoy día, después del historiador Gibbons, muchos escritores impíos sostienen que la muerte de Cristo “fue legal”.
Los dolores físicos de Cristo fueron extremos: una verdadera tempestad de horrores. Un día de intenso trabajo, el rito de la Pascua, el largo y emotivo Sermón-Testamento después del lavatorio de los pies pedían una noche de sueño: siguió la larga subida al Olivar desde la otra punta de la ciudad, rodeando el Templo: la bajada al Cedrón y la subida a Getseemáni, la doble oración del Huerto en la cual sudó sangre; y el apresamiento lleno de brutalidades; que no otra cosa significan el machetazo de Pedro a Malco y la huida despavorida de los Apóstoles. Después siguió la parada ante el Sanedrín y la bofetada; y las inmundas vejaciones, ultrajes y golpes en la galería de la Curia Sinagogal. Al amanecer Cristo tenía que estar desmayado o muerto; y entonces comienza la real pasión: le quedaba todavía doce horas de torturas sobrehumanas, a saber, los paseos horribles por toda la ciudad, los azotes a la columna (que ellos solos producían la muerte en muchos casos), la coronación de espinas, el acarreo de la cruz, el enclavamiento y las tres horas de espantosa agonía. Hasta la última gota de sangre. Despacio, diabólicamente graduado.
Los dolores de un hombre son una función de su sensibilidad; los dolores físicos al fin y al cabo desembocan en la conciencia, la cual les da su tercera dimensión: por eso un dolor físico cualquiera es infinitamente mayor en un hombre que en un animal. Y por eso la pasión física de Cristo, aunque la suma de las torturas no hubiese sido casi infinita, hubiese sido a causa de su exquisita sensitividad casi infinita; porque Cristo representa con respecto a nosotros algo como nosotros con respecto a un animal. Cristo tenía una “cuarta” dimensión.

Hay hombres que han sufrido horrores en su vida estando casi incólumes exteriormente: a causa de su sensitividad. El filósofo Kirkegor por ejemplo: yo no he vacilado en estampar hace poco a su propósito la frase sagrada: “enclavaron sus manos y sus pies y contaron todos sus huesos”. Y sin embargo Kirkegor físicamente no sufrió mucho: tenía una pequeña renta para vivir, no tuvo enfermedades agudas, su “would-be” suegro lo amenazó una vez con un puñetazo pero no se lo dio, su gigantesco trabajo de escritor (que en 8 ó 10 años produjo una obra que en la actual edición alemana tiene 52 tomos) estaba compensado por el gozo de la creación de obras geniales… Pero Kirkegor era un melancólico, tenía los nervios de un gran artista; y lastimados encima. La lectura de su “Diario” lo pone poco a poco a uno delante de los dolores de Job; y uno se queda pasmado delante de un verdadero abismo de paciencia. Fue ciertamente un “crucificado”.
La pasión del Cristo se abre y se cierra con dos frases de dimensión infinita, que indican los dolores del alma de Jesús, que sólo Él podía conocer. Al comenzar dijo: “Mi alma está triste hasta la muerte”; y al terminarla dijo: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Estas palabras responden al grito que puso en sus labios el profeta: “Todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor comparable a mi dolor”.
Estas palabras designan un dolor abismal, casi infinito: la Muerte y el Infierno, que son los dos males supremos, hijos del Pecado. Porque el sentirse real y verdaderamente abandonado por Dios, eso es el infierno. Y Cristo no exageraba ni mentía.
La primera sangre que derramó Cristo no se la arrancaron los azotes: se la arrancó la tristeza. “Empezó a entristecerse y a atediarse y aterrorizarse” –anota el Evangelista. Vieron visiblemente los Apóstoles en el gesto de Cristo esos tres monstruos –Tristeza, Tedio y Terror– que cayeron sobre Él al ingresar en el Oliveto; y la respuesta del Maestro a su muda o hablada interrogación fue descubrirles su alma “triste hasta la muerte”. La aprensión imaginativa de un gran peligro o un gran dolor –y más de un dolor irremediable– suele atormentar a veces más aún que el mismo hecho: a muchos los ha llevado a la desesperación y al suicidio. Esa es la condición del hombre; pero esa condición, que nos ha sido dada para que luchemos y evitemos la catástrofe, a Cristo le fue dada para mayor tormento. “Y era su sudor como sudor de sangre que corría hasta la tierra” –empapadas las vestiduras por lo tanto. Púrpura real. “¿Quién es éste que viene desde Esrom, enrojecidas sus vestiduras como vestiduras de rey?”.

La tristeza de Cristo tenía tres raíces: 1ª) el Universal Pecado que había asumido como Cordero Sacrificial pesando asquerosamente sobre su conciencia santísima; 2ª) la previsión de todos los horrores próximos con la violenta y frustrada voluntad de rehuirlos y evitarlos; 3ª) la visión clarísima de la ingratitud de la humanidad. Quae utílitas in sánguine meo? ¿Para qué ha servido mi sangre? ¡Judas!
De nosotros depende que haya servido o no. Podemos consolar el corazón de Dios.
“Comenzó a entristecerse…”. Esa tristeza fue aumentando hasta el final, hasta llegar al grito de los condenados. Los Apóstoles no vieron más que la entrada al abismo. Más allá ningún hombre puede seguir al Hombre-Dios.
Es cuestión de recordar la frase ingenua y temeraria del paisano: “Si esto que dicen los curas es verdá, y todo eso fue por mí, yo tengo que hacer alguna cosa muy brava por vos”.
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El 2º comentario al “Passio” de San Mateo que habíamos prometido versa sobre la legalidad de la muerte de Cristo.

Hace tiempo leímos en un diario yanqui una noticia curiosa: que los israelitas de Nueva York querían hacer una revisión jurídica del proceso a Cristo; es decir, reunir otra vez el Sinedrio, rever testimonios y pruebas, y dictar sentencia definitiva. No sé si se hizo. Lo curioso sería que lo hubiesen hecho y hubiesen condenado de nuevo a muerte al Nazareno ese, que tanto ha dado que hacer. La verdad es que en todo rigor debían hacer eso; porque si llegaran a absolverlo, tenían que volverse todos cristianos; o mejor dicho, ya lo serían 1.
Pero si lo han hecho, lo probable es que la sentencia no ha sido ni “guilty”, ni “non guilty”; sino una sentencia de “not proven” o “out of legality”: nulo por irregularidad de forma jurídica. El proceso de Cristo ha sido altamente ilegal.
El P. Luis De La Palma S. J. en su clásica obra “Historia de la Pasión” ha reseñado en una página maestra las ilegalidades de ese rabioso proceso, que fue una monstruosidad jurídica. El Sinedrio o Tribunal Supremo se reunió en el tiempo pascual, cosa que les estaba vedada; se produjeron testigos falsos y contradictorios; no hubo testigos de descargo; no se dio al reo un defensor; al responder a una pregunta del juez, el acusado fue abofeteado; se tomó una respuesta del reo como prueba y el juez se convirtió en fiscal; la respuesta del Sinedrio no se dio por votación; se celebraron dos sesiones en el mismo día, sin la interrupción legal mandada entre la audición y la sentencia; el sentenciado fue deferido a la Autoridad Romana, que ellos no reconocían como legítima y que (como les advirtió el mismo Pilatos) no entendía jurisdiccionalmente de delitos religiosos; la acusación promovida en el Pretorio (“éste, se ha hecho Dios y por eso debe morir”) no era delito en ese Tribunal; el reo fue tundido a azotes, que era el comienzo de la crucifixión, antes de la sentencia prolata; el delito de conspiración contra el César, que promovieron después, no era pasible de crucifixión, ni siquiera de muerte, como lo era la sedición a mano armada y la traición al ejército imperial, cosas que manifiestamente no hizo Cristo; y finalmente dejando otras dos irregularidades menores, el pazguato de Pilato no profirió la sentencia oficial: “Ibis ad crucem”, sino que dijo malhumorado: “Agárrenlo ustedes y hagan lo que quieran”, cosa que un juez no puede hacer, porque es abdicar su oficio; después de haber hecho la fantochada de lavarse las manos con lo que creyó quedar bien con Dios, con los judíos y con su mujer; y después de haber proclamado públicamente la inocencia del acusado: “Non invenio in eo culpam” –no encuentro culpa en él–, lo mandó al patíbulo.

No sé si olvido alguna porque cito de memoria; pero con la mitad de estas irregularidades el proceso es archinulo; y el juez tenía el deber estrictísimo de absolver al acusado; hacer administrar “cuarenta menos uno” a Caifas por los malos tratamientos que había permitido infligirle; y hacer barrer a golpe de lictor a la turba con Barrabás y todo, que al pie de la escala de mármol (no querían pisar el pretorio para no mancharse y poder comer la pascua, los angelitos), bramaban como leones y toros (“toros bravos me han cercado, líbrame de la boca del león” –dijo el Profeta), y atropellaban el decoro del Procónsul con amenazas absurdas. Lo único que hay que anotarle al pollerudo de Pilatos es que no recibió ninguna “coima” (no se acordó) cosa que no se puede decir de todos los jueces cristianos.
Pero donde se equivoca La Palma es en enrostrar a los fariseos todas estas fallas del “procedimiento”; en este caso no tienen importancia maldita 2. Si Cristo no era lo que Él decía, había que darle muerte por encima de todo procedimiento; y eso en virtud del sentimiento religioso. Era un blasfemo; y por cierto, el blasfemo más extraordinario que ha existido. Por eso, ellos no tuvieron reparos en des-responsablar a Pilatos: “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Esto era un juramento tremendo, que los latinos llamaban “exsecración”. En eso se sentían seguros: “creían (perversamente) hacer un obsequio a Dios”. Si el Nazareno no era Dios; ni el pastor Eróstrato que incendió el templo de Diana de Efeso, ni Calígula que violó una Vestal, ni Enrique II que hizo matar a Santo Tomás-Beckett en su catedral y durante su misa, han hecho una blasfemia y un sacrilegio comparable: “Reo es de muerte; nosotros sabemos que es reo de muerte; poco importa lo que le digamos a este romanacho incircunciso…”. Si la acusa de conspiración contra el César, y la subsiguiente amenaza no hubiesen surtido el apetecido efecto, poco les hubiera importado acusar a Cristo de haber pagado tres asesinos para matar a Pilatos, su mujer y su hijo. (Pilatos no tuvo hijos en vida; aunque después de muerto ha tenido muchos hijos adoptivos).
Pero la cuestión en causa no era la sedición contra el César (que ellos deseaban con toda el alma, los hipócritas) ni si Cristo había dicho que iba destruir el Templo y reedificarlo en tres días (que ellos sabían no había dicho) ni nada por el estilo. La cuestión real era: ¿Cristo es lo que Él dijo o no? Esta es la cuestión más tremenda que se ha puesto en la historia de la humanidad: cuestión de vida o muerte.
Todavía se pone, se pone continuamente; y la prueba son los honestos judíos de Nueva York. El proceso de Cristo se reproduce continuamente en el alma de cada hombre: Cristo es acusado, da testimonio de sí, deponen contra él falsos testigos, malos sacerdotes lo juzgan y condenan, Judas lo besa, inmundos herodes se burlan de él, y muchos pilatillos lo crucificamos. Es la cuestión de un simplicísimo si o no que se produce en lo más profundo del alma: “Sí, es Dios. No, no es mi Dios”. Si no es mi Dios, es reo de muerte… ¡Que desaparezca, que sea crucificado, que sea sepultado y sellado su cadáver y que no sepa más de él ni de su memoria!… Tremendo pensamiento.
Los cristianos creemos que la dispersión secular del pueblo judío (que ahora se está por terminar) es la respuesta a aquella “exsecración” de los fariseos: “caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. ¿Por qué sobre nuestros hijos? ¿No es injusto eso? Aquí hay un misterio. En realidad, todo judío que por su culpa no se vuelve cristiano, da su aquiescencia a la condenación de Cristo; porque ellos tienen en sus manos las Escrituras con todas las profecías (la pieza maestra del proceso, el testigo que no se llamó) y nadie tan bien como ellos puede entender de esta causa. Decir esto parece duro y tremendo; y en realidad lo es. Pero la cuestión es esta: o fue Dios o no fue Dios y no hay evasiva ni respuesta intermedia posible. O blasfemo, o mi Creador y Señor.
Dejemos en paz a los judíos si no es para rogar por ellos, como ruega la Iglesia el Viernes Santo: demasiado han sufrido. Lo malo es la segunda crucifixión de Cristo (“rursum crucifigentes Filium Dei”) que hacemos los cristianos. En mi propia vida tengo bastante que considerar; pero eso no es para contarlo aquí. Pero en la vida pública de las naciones llamadas cristianas, desde la Reforma acá, un largo e infausto Vía Crucis ejecuta al Cuerpo Místico de Cristo. Los caifas, los judas, los pedros, los herodes, los pilatos se multiplican; y todos los gestos de aquella nefasta hazaña se reproducen simbólicamente: se lo niega, se lo calumnia, se lo impreca, se lo azota y se lo crucifica. Y se lo sepulta.
Las naciones parecen en camino de crucificar nuevamente a Cristo; y de gritar al cielo: “que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”.
«Hasta el cielo en dolor anegado
Llega el grito de un ruego execrable
Cubre el ángel su rostro espantado
Dice Dios: “Yo lo voy a cumplir”
Y esa sangre, que el padre imprecaba,
A la prole infeliz aún enlima
Que hace siglos la lleva y de encima
No la pudo hasta hoy sacudir…
Padre nuestro, pues tanto le cuesta
Por Él cese tu ardor vengativo
De los ciegos la insana respuesta
Vuelve en bien, oh piadoso Señor.
Sí, esa sangre sobre ellos descienda
Pero en lluvia que limpie sus lodos
Todos hemos errado, y de todos
Esa sangre redima el error. 3»
Domingo de Ramos El Evangelio de Jesucristo
Leonardo Castellani, S.J.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Salmo 1 analisis de santo Tomas de Aquino

Profundo y bello analisis Tologico de Santo Tomas; definitivamente El Espiritu SaAnto habitaba en El.
Este Salmo 1 , como es tan corto y poco mensionado , a veces pasa inadvertido pero cualquier Palabra de Dios da toda la tela del mundo para cortar ; no olvidemos la lectura de los Salmos y una manera facil es diariamente hacer la Sagrada Liturgia de las Horas.


1) Bienaventurado el hombre, que no anduvo en consejo de impíos,y en camino de pecadores no se paró,y en cátedra de pestilencia no se sentó:
2 Sino que en la ley del Señor está su voluntad,y en su ley medita día y noche
.3 Y será como el árbol, que está plantado a las corrientes de las aguas,el cual dará su fruto en su tiempo:Y su hoja no caerá:y todo cuanto él hiciere, irá en prosperidad.
4 No así los impíos, no así:sino como el tamo, que arroja el viento de la faz de la tierra.
5 Por eso no se levantarán los impíos en el juicio,ni los pecadores en el concilio de los justos.
6 Porque conoce el Señor el camino de los justos;y el camino de los impíos perecerá.
Este salmo se distingue de todo el resto de la obra, pues no tiene título, sino que es más bien como el título de todo el salterio. David compuso los salmos a la manera del que reza, es decir, no conservando una sola manera, sino según los diversos sentimientos y movimientos del que reza. Por lo tanto, este primer salmo expresa el sentimiento de un hombre que eleva sus ojos a la situación entera del mundo, y considera cómo algunos avanzan y otros caen.
Cristo fue el primero de los bienaventurados, así como Adán lo fue de los malvados. Pero se ha de notar que todos concuerdan en una cosa y difieren en dos. Concuerdan en que todos buscan la felicidad, pero difieren en la manera de dirigirse hacia ella, y al final de esto, en que algunos la alcanzan, y otros no.
Así pues, se divide este salmo en dos partes. En la primera se describe el camino de todos hacia la felicidad. En la segunda se describe el final, allí donde dice: Y será como el árbol....Sobre la búsqueda de la felicidad hace dos cosas.
En primer lugar, se refiere al camino de los malvados, y en segundo lugar al de los buenos (Sino que en la ley del Señor está su voluntad...)Tres cosas se han de considerar en el camino de los malos. En primer lugar su deliberación acerca del pecado, y esto en su pensamiento. En segundo lugar, su consentimiento y ejecución. Y en tercer lugar el inducir a otros a algo semejante, y esto es lo peor. Y por eso indica en primer lugar el consejo de los malvados, allí donde dice: Bienaventurado el hombre.... Y dice: “que no anduvo”, pues cuando el hombre delibera, está andando.
En segundo lugar indica el consentimiento y la ejecución, diciendo: “y en camino de pecadores”, es decir, en la operación: "El camino de los impíos es tenebroso, no saben adónde se tropiezan" (Prov. 4). No se paró, es decir, consintiendo, y actuando. Y dice de impíos, porque la impiedad es un pecado contra Dios, y de pecadores, contra el prójimo, y en cátedra, es inducir a otros a pecar. Así pues, en cátedra como un maestro que enseña a otros a pecar; y por eso dice, de pestilencia, porque la pestilencia es una enfermedad infecciosa. "Hombres pestilentes devastan la ciudad" (Prov. 29).Así pues, quien no camina así no es feliz, sino todo al contrario. Pues la felicidad del hombre está en Dios: Feliz el pueblo cuyo Dios es el Señor, etc. (Sal 143). Por lo tanto el camino recto a la felicidad es en primer lugar que nos sometamos a Dios, y esto de dos maneras.
Primero mediante la voluntad, obedeciendo sus mandatos; y por eso dice: “Sino que en la ley del Señor...”; y esto corresponde de modo especial a Cristo: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn. 8). Y conviene también de modo semejante a toda persona justa. Dice en la ley, por medio del amor, no bajo la ley por temor: "La ley no ha sido puesta para el justo" (1Tim 1).
En segundo lugar mediante el entendimiento, meditando constantemente; y por eso dice: “y en su ley medita día y noche”, es decir, continuamente, o bien a ciertas horas del día y de la noche, o bien tanto en las circunstancias prósperas y en las adversas. Evangelio del Domingo 2º después de Epifanía (San Lucas II, 1-11). En aquel tiempo: celebrábanse unas bodas en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. Fue también convidado Jesús con sus discípulos a las bodas. Y llegando a faltar vino, la Madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Respondióle Jesús: Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? aún no ha llegado mi hora. Dijo su ma-dre a los que servían: Haced cuanto él os dijere.
Había allí seis tinajas de piedra destinadas a las purificaciones judáicas cabiendo en cada una dos o tres cántaros. Y Jesús dijo: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Y Jesús les dijo: Sacad ahora, y llevad al maestresala. Y lo hicieron así. Y luego que gustó el maestresala el agua hecha vino, como no sabía de donde era (aunque los sirvientes lo sabían, porque habían sacado el agua), llamó al esposo y le dijo: todos sirven al principio el buen vino: y después que los convidados han bebido bien, entonces sacan el más flojo. Mas tu reservaste el buen vino para lo último. Este fue el primer milagro que hizo Jesús en Galilea. Y manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos.
“Y será como el árbol...”. En esta parte se describe el final de la felicidad e indica en primer lugar su diversidad; en segundo lugar añade su razón, allí donde dice: “Porque conoce el Señor...”. Sobre lo primero hace dos cosas. En primer lugar indica el final de los buenos, y en segundo lugar el de los malos (“No así los impíos...). Acerca del final de los buenos se vale de una comparación; primero la indica, y luego la adapta, allí donde dice: “y todo cuanto él hiciere...”. Así pues, toma la comparación del árbol, del que se consideran tres cosas: el ser plantado, el dar fruto, y el conservarse. Para ser plantado, es necesaria una tierra humedecida por las aguas, pues de otro modo se secaría; y por eso dice: “que está plantado a las corrientes de las aguas”, es decir, junto a las corrientes de las gracias: "el que cree en mí... de su seno correrán ríos de agua viva" (Jn. 7).Y quien tenga sus raíces junto a esta agua fructificará haciendo buenas obras; y esto es lo que sigue: “el cual dará su fruto”. "Pero el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, y paciencia, generosidad, bondad, fidelidad", etc. (Gál. 5). “En su tiempo”, es decir, sólo cuando es momento de obrar. "Mientras tenemos tiempo, obremos el bien a todos" (Gál. 6). Y no se seca; por el contrario, se conserva. Ciertos árboles se conservan en su substancia, pero no en sus hojas, pero otros se conservan también en sus hojas: así también los justos, por lo que dice “y su hoja no caerá”, es decir, no serán abandonados por Dios ni siquiera en las obras más pequeñas y exteriores. "Pero los justos germinarán como una hoja verde" (Prov. 11). Luego cuando dice “y todo cuanto él hiciere...”, adapta la compaón: pues los bienaventurados prosperarán en todo, cuando alcancen el fin deseado en todo lo que desean, pues los justos llegarán a la felicidad. Oh Señor, sálvame, oh Señor, dame la prosperidad etc. (Sal 117).
Opuesto es el final de los malvados, que se describe allí donde dice “No así los impíos...”. Y sobre esto hace dos cosas. En primer lugar hace una comparación, y en segundo lugar la adapta, allí donde dice “No se levantará”. Pero hay que notar que aquí repite “no así” y “no así” dos veces, para una mayor certeza. "Lo que viste por segunda vez, es juicio de firmeza" (Gén. 41). O bien, “no así” obran en el camino, y por eso “no así” reciben al final. "Recibiste bienes en tu vida, y Lázaro asimismo males: pero ahora éste es consolado, y tu atormentado" (Lc. 16).Ahora son propiamente comparados con el polvo porque poseen tres características que son contrarias a lo que se ha dicho sobre el hombre justo.
Primero que el polvo no se adhiere a la tierra, sino que está en la superficie; el árbol plantado, en cambio, ha echado raíces. Asimismo, el árbol es compacto en sí mismo, y es además húmedo; pero el polvo es en sí mismo dividido, seco y árido, por lo que se dice que los buenos están unidos por la caridad como un árbol: “Estableced un día solamente con espesuras, hasta el cornijal del altar” (Sal 117); pero los malos están divididos: "Entre los soberbios siempre hay contiendas" (Prov. 13). Asimismo, los buenos se adhieren radical-mente en las cosas espirituales y en los bienes divinos, mientras que los malos se sostienen en los bienes exteriores. Asimismo, están sin el agua de la gracia: "Eres polvo etc." (Gén. 3). Y por eso toda su malicia pasa. "No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza" (Lc. 21).Pero sobre estos malos se dice que serán arrojados completamente de la faz, esto es, de los bienes superficiales; el viento, es decir la tribulación, los arroja de la faz de la tierra. "Vi que los que obran la iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, han perecido ante el soplo de Dios, y han sido consumidos por el espíritu de su ira" (Job 4).
Luego adapta la comparación, allí donde dice “no se levantarán”, pues son como el polvo.
Pero por el contrario, "es necesario que todos nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo" (2 Cor 5). Y asimismo, "Todos resucitaremos" (1Cor 15). Ante ello se puede decir que esto puede ser leído de dos maneras. En efecto, se dice que un hombre resucita propiamente en el juicio, cuando su causa es vista favorable por la sentencia del juez. Así pues, éstos no resucitarán, porque no habrá sentencia a su favor en el juicio, sino más bien en contra; por eso otra variante dice: no podrán ponerse de pie. Pero los buenos sí, pues si bien han sido afligidos por el pecado del primer padre, tendrán una sentencia en su favor. Ni los pecadores se congregarán en el concilio de los justos, pues los buenos se congregarán para la vida eterna, en la que no serán admitidos los malvados.O bien dice que esto se entiende acerca de la reparación de la justicia, para la que harán reparación en su propio juicio. "Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados" (1Cor 11). Y sobre esto dice: no se levantarán en el juicio, es decir, propiamente, y sobre esto dice Ef. 5: "Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (Ef. 5).Ahora bien, ciertos hombres son reparados por el consejo de los buenos, pero tampoco de este modo se levantan del pecado los malvados. O los impíos, es decir, los infieles, no se levantarán en el juicio de discusión y de examen, pues según Gregorio algunos serán condenados sin ser juzgados, como por ejemplo los infieles. Algunos no serán juzgados ni serán condenados, es decir, los Apóstoles, y los hombres perfectos. Algunos serán juzgados y serán condenados, es decir, los fieles malos. Así pues los fieles no se levantarán para ser examinados en el juicio de discusión. "Quien no cree, ya está juz-gado" (Jn. 3). Pero los pecadores no se levantarán en el juicio de los juicios, es decir, para ser juzgados y no condenados.Luego se da la razón por la que éstos no se levantarán en el juicio.:
“Porque conoce..”. Y habla con propiedad, pues cuando alguien sabe que algo está echado a perder, lo repara; pero cuando no lo sabe, no lo repara. Los justos se pierden con la muerte, pero sin embargo Dios los sigue conociendo. "Dios conoce al que le pertenece" (2Tim 2). Los conoce con un conocimiento de aprobación, y por eso son reparados. Pero puesto que no conoce el camino de los impíos con un conocimiento de aprobación, el camino de los impíos perecerá. “Anduve errando como una oveja que perece: busca a tu siervo, pues no he olvidado tus mandamientos” (Sal 118). “Sea su camino tinieblas y resbaladero” (Sal 34).Evangelio del Domingo 4º después de Epifanía (Mt. 8, 23-27). En aquel tiempo: Habiendo subido Jesús a una barca, siguiéronle sus discípulos; cuando de pronto se levantó en el mar recia borrasca, hasta el punto de que las olas cubrían la nave; mas Jesús dormía. Acercáronse a Él sus discípulos y le despertaron diciendo: "¡Señor, sálvanos, que perecemos!" Díjoles Jesús: "¿Por que temésis, hombres de poca fe?" Levantándose entonces, mandó a los vientos y al mar, y siguióse una gran bonanza. Entonces los discípulos maravillados decían: "¿Quién es éste, que los vientos y el mar le obedecen?"

Comentario de Santo Tomás de Aquino -

lunes, 1 de marzo de 2010

La Medalla Milagrosa



LA MEDALLA MILAGROSA
En el año 1830, en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, en París, Francia, la Santísima Virgen se apareció en tres oportunidades a una humilde y piadosa novicia, Sor Catalina Labouré. En las tres oportunidades, Catalina vio a la Santísima Virgen, recibió mensajes y fue tratada con amorosa y maternal atención.Primera aparición.

Relató la vidente de la Santísima Virgen a su confesor que hacia las 11:30 horas de la noche del 18 de julio, oyó que alguien la llamaba por su nombre: "Sor Labouré, Sor Labouré ven a la capilla. Allí te espera la Santísima Virgen" Quien la llamaba era un niño pequeño y él mismo la condujo hasta la capilla.Catalina se puso a rezar y después de oír un ruido semejante al roce de un vestido de seda, vio a la Santísima Virgen sentada al lado del Altar.

Catalina fue hacia Ella, cayó de rodillas apoyando sus manos en las rodillas de la Santísima Virgen y oyó una voz que le dijo: "Hija mía, Dios quiere encomendarte una misión... tendrás que sufrir, pero lo soportarás porque lo que vas a hacer será para Gloria de Dios. Serás contradecida, pero tendrás gracias. No temas".

La Santísima Virgen señaló el pie del Altar y recomendó a Catalina acudir allí en los momentos de pena a desahogar su corazón pues allí, dijo, serán derramadas las gracias que grandes y chicos pidan con confianza y sencillez.Segunda aparición. Esta es la aparición en que la Santísima Virgen comunica a Su vidente el mensaje que quiere transmitir. Esta aparición tiene tres momentos distintos:Dijo Catalina a su confesor que a la hora de la oración hacia las 5:30 de la tarde del 27 de Noviembre, oyó nuevamente el ruido semejante al roce de la seda y vio a la Santísima Virgen.Primer momento (La Virgen del globo).

La Santísima Virgen estaba en pie, sobre la mitad de un globo aplastando con sus pies a una serpiente. Tenía un vestido cerrado de seda aurora, mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados. En sus ma-nos, a la altura del pecho, sostenía un globo con una pequeña cruz en su parte superior. La Santísima Virgen ofrecía ese globo al Señor, con tono suplicante. Sus dedos tenían anillos con piedras, algunas de las cuales despedían luz y otras no. La Santísima Virgen bajó la mirada. Y Catalina oyó: "Este globo que ves, representa al mundo y a cada uno en particular. Los rayos de luz son el símbolo de las gracias que obtengo para quienes me las piden. Las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirme"; El globo desapareció.Segundo momento (Anverso de la medalla).

Cuando el globo desapareció, las manos de la Santísima Virgen se extendieron resplandecientes de luz hacia la tierra, los haces de luz, no dejaban ver sus pies. Se formó un cuadro ovalado alrededor de la Santísima Virgen y en semicírculo, comenzando a la altura de la mano derecha, pasando sobre la cabeza de la Santísima Virgen y terminando a la altura de la mano izquierda, se leía:

OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS,QUE RECURRIMOS A TI" Catalina oyó una voz que le dijo: "Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la lleven en el cuello recibirán grandes gracias: las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza".

Tercer momento (El reverso de la Medalla). El cuadro se dio vuelta mostrando la letra M, coronada con una cruz apoyada sobre una barra y debajo de la letra M, los Sagrados Corazones de Jesús y de María, que Catalina distinguió porque uno estaba coronado de espinas y el otro traspasado por una espada. Alrededor del monograma había doce estrellas. Tercera aparición. En el curso del mes de diciembre del mismo año, Catalina fue favorecida con una nueva aparición, similar a la del 27 de Noviembre. También durante la oración de la tarde. Catalina recibió nuevamente la orden dada por la Santísima Virgen de hacer acuñar una medalla, según el modelo que se le había mostrado el 27 de noviembre, y que se le mostró nuevamente en esta aparición.

Quiso la Santísima Virgen que su vidente tuviera muy claros los simbolismos de su aparición, por eso insistió de una manera especial que el globo que ella tiene en sus manos, representa al mundo entero y cada persona en particular; en que los rayos de luz que arrojan las piedras de sus anillos, son las gracias que Ella consigue para las personas que se las piden, que las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirle; que el Altar es el lugar a donde deben recurrir grandes y chicos, con confianza y sencillez, a desahogar sus penas.Después de vencer Catalina todos los obstáculos y contradicciones que le había anunciado la Santísima Virgen, en el año 1832, las autoridades eclesiásticas aprobaron la acuñación de la medalla. Una vez acuñada, se difundió rápidamente como la MEDALLA MILAGROSA.