martes, 24 de noviembre de 2009

Quien es El padre José Manuel Otaolaurruchi, legionario de Cristo

esde niño sentía el deseo de ser sacerdote»
Imprimir
Escrito por María Velázquez Dorantes   
Domingo 06 de Abril 2008
¿POR QUÉ ME HICE SACERDOTE?

Habla el padre José Manuel Otaolaurruchi, legionario de Cristo

Por María Velázquez Dorantes
 ¿Cómo germina la semilla en usted para convertirse en sacerdote?
El deseo de ser sacerdote nace desde que era niño. En mi interior deseaba ser algo grande, estelar, y por eso pensé incluso en ser torero.  El enfrentarse a un toro de lidia se me hacía algo arriesgado y me emocionaba con enfrentar grandes retos. Pasado el tiempo seguí buscando hasta que me vino la idea de ser sacerdote. Supongo que el testimonio de los padres que yo conocía me influyó positivamente y me di cuenta que entregar la vida por amor a los demás y por amor a Cristo era lo más grande que podía elegir y era algo por lo cual valía la pena sacrificarlo todo.  Llegada la adolescencia, mi mayor problema fue elegir dónde ingresar, pues conocía varias congregaciones. Un día me encontré con un padre legionario de Cristo y eso sí que fue amor a primera vista. Sin necesidad de hablar con él, me di cuenta de que Dios me quería sacerdote como esos padres. Posteriormente, cuando me di cuenta de que eran sacerdotes bien formados, deportistas, trabajadores infatigables, me entusiasmé totalmente y después de 22 años de vida legionaria, cada día amo más mi vocación.
¿Cuál ha sido la experiencia más impactante en su vida sacerdotal? 
La más impactante ha sido en misiones en Venezuela. Hace 4 años fui a una zona totalmente inhóspita en el estado Falcón, en unas montañas donde hacía más de 5 años que no llegaba ni un sacerdote. Allí todos son prácticamente protestantes. Hay mucha miseria, abundan las enfermedades de la piel, como la sarna. Es la única ocasión en la que he visto que las mamás regalan a sus hijas. Allá llegué con un grupo de jóvenes misioneros y, dentro de la labor sacramental que estaba realizando, me encontré con una señora que llevaba tiempo en la cama. Estaba prácticamente en los huesos; la habitación tenía un hedor insoportable. Después de confesarla y darle la Comunión, la señora me preguntó si ya estaba lista. Yo, a modo de broma y para animarla, le contesté que estaba totalmente lista para llegar al Cielo. Y en ese momento se murió. Eso me impactó muchísimo y aún hoy lo recuerdo con consternación. 
¿Cómo observa la realidad religiosa de América?
Hay una sed de Dios muy grande y debemos darle a Cristo, verdadero Pan de Vida. Veo que hay que formar la fe de los pueblos. La ignorancia religiosa es cada vez mayor y eso expone a muchas desorientaciones o falsas concepciones. Se desconocen las verdades fundamentales de la fe. Hay que trabajar mucho en la catequesis a todos los niveles: niños, jóvenes y adultos.
¿Qué mensajes considera usted que debe recibir el hombre contemporáneo para vivir su fe?
El vivir en el bien y en la verdad. En este sentido, las enseñanzas de Benedicto XVI son especialmente valiosas. No se cansa de repetir al mundo entero que no se puede construir una civilización sin Dios. Que no se puede dar la espalda a Dios en la vida de las naciones, de las culturas, de la ciencia...
¿Cuál es su opinión sobre el periodismo religioso?
 Siento que debemos adaptar las verdades de nuestra fe a las inquietudes del hombre actual. Debemos aprovechar los medios abiertos de comunicación para compartir lo bueno que tenemos, sin complejos y con profesionalidad. Un ejemplo radiante nos lo dio Juan Pablo II. 
¿Cómo se relaciona el sacerdote con el escritor de El Observador de la Actualidad?
Me gusta participar en El Observador porque es una ventana abierta a miles de personas que te escriben, te cuestionan, a veces te protestan, te corrigen; pero todo esto me agrada porque es signo de que el mensaje llega al pueblo.