jueves, 3 de julio de 2008


24 Junio 2008 - 9:12pm
¿Cuál es el secreto de la montaña?
Por: SALLY PALOMINO C./ Especial para El Espectador
En Santander sobrevive la primera comunidad ermitaña de Latinoamérica. Los fines de semana, cientos de feligreses acuden al terreno boscoso, ubicado en Piedecuesta.
Sonrientes se les ve a las ermitañas cuando reciben a la comunidad.

“Mientras la sociedad vive atemorizada por el futuro y agobiada por la violencia y la corrupción, los Ermitaños Eucarísticos del Padre Celestial prefieren guardar silencio, orar y hacer penitencias para que los pecadores, culpables de que el mundo se sienta así, puedan alcanzar la salvación”. La frase es de Luis Jesús Carvajal, quien hasta hace cerca de dos años hizo parte de la primera hermandad de ermitaños en Latinoamérica, fundada por el sacerdote belga Antonio Lootens, en una montaña del municipio de Piedecuesta en Santander.
Su retiro de la comunidad no obedeció, como cualquiera creería, al hecho de que al recluirse allí tuviera que adaptarse a una rigurosa dieta, apartarse de su familia, levantarse a las cuatro de la mañana o someterse al Gran Silencio, nombre que recibe el acto de no pronunciar palabra alguna durante varias horas.
Fue una enfermedad en su corazón lo que obligó a Luis Jesús a abandonar la montaña, pues los constantes chequeos médicos le impedían aislarse por completo de la ciudad: requisito indispensable para ser un verdadero ermitaño.
De sus días en la montaña, lo que más extraña es saber que sus sacrificios y penitencias eran recompensados con el perdón a los pecadores que habitan este mundo. Es por eso que aunque ya no usa hábito y ahora sí puede ver televisión, este hombre sigue asistiendo los fines de semana a las misas y actividades que la comunidad organiza como parte de su servicio social y que le permite, aunque sea por unas horas, alejarse del mundo y encontrarse con Dios, como él mismo lo asegura.
Pero Luis no es el único. Los sábados a partir de la siete de la mañana, son muchos los que llegan al lugar en busca de paz y orientación espiritual.
Algunos deciden desafiar su condición física e ignorar a quienes les ofrecen un cupo en sus vehículos; otros prefieren pagar 1.200 pesos y aceptar la propuesta de los conductores, quienes les garantizan subir en quince minutos los cinco kilómetros del camino empinado que conduce al terreno, en donde habitan los ermitaños.
Un letrero en la puerta advierte que quien intente entrar al lugar con ropa ajustada, escotes o minifaldas, deberá abstenerse de hacerlo. Además, señala que con la forma de vestir se puede provocar que el prójimo caiga en pecado.
La advertencia no asombra a quienes visitan el lugar, pues la mayoría sabe que los ermitaños decidieron vivir lejos de todo, justamente para evitar cualquier distracción que se convierta en obstáculo para lograr su entrega total a Dios.
Mientras muchos buscan un ficho que les permita tener un cupo para la confesión, otros prefieren sentarse en el prado con alguno de los religiosos y contarle de manera más informal cuáles fueron los pecados cometidos durante la semana.
Y es justamente por el perdón de esos errores que los ermitaños se pondrán en oración y se someterán a penitencia, pues “pagar por los pecados del mundo” es la principal motivación de quien decide entrar a la comunidad.
En ese abecé de los ermitaños, se destaca cómo la comunidad no quiere que se les vea como un grupo regido por fríos formalismos y rígidos reglamentos, sino como una verdadera familia de vida consagrada. Idea que cualquiera podría tener de quien vive en sacrificio y demuestra cómo estar desconectado del mundo, más que un motivo de tristeza es un razón para sonreír.
“Muchos son los llamados, pocos los elegidos”
A pocos días de cumplir 14 años de existencia, quienes han sido fieles a las misas y actividades que los ermitaños ofrecen, se sienten afortunados de tener la posibilidad de estar cerca, aunque sea sólo los fines de semana, de la primera comunidad de este tipo en Latinoamérica. Sin embargo, para personas como Luis Jesús Carvajal es triste ver cómo el número de religiosos que habitan el lugar ha disminuido.
Y es que aunque él fue uno de los que tuvo que dejar la montaña, señala: “Hace algunos años el número de ermitaños era mayor. Muchos decidieron tomar otras corrientes religiosas, otros como yo debieron abandonar la comunidad por problemas de salud y algunos, seguramente, no lograron desprenderse de lo terrenal. Y es que son muchos los llamados, pocos los elegidos”.
Hasta hace cerca de cuatro meses, los ermitaños producían programas de evangelización para la cadena católica de televisión EWTN, en un pequeño estudio de grabación que tenían dentro de su comunidad. Hoy, esta función se realiza desde la ciudad de Ibagué, donde algunas de las ermitañas se trasladaron para continuar con la labor evangelizadora.
Colombia fue el primer país de Latinoamérica en tener una comunidad ermitaña. Asimismo, en las sierras de San Luis, Argentina, también se puede encontrar, en el sector más alto de una montaña, a un grupo de monjes ermitaños.


· SALLY PALOMINO C. Articulo y foto./ Especial para El Espectador EL ESPECTADOR