sábado, 7 de julio de 2007

La existencia del infierno, el Amor y la Misericordia de Dios


COMO PUEDE LA EXISTENCIA DEL INFIERNO COMPAGINARSE CON EL AMOR Y LA MISERICORDIA DIVINA

¿Cómo puede un Dios de Ternura, de Bondad y de Misericordia -se preguntan hoy día no pocas personas, turbadas, casi escandalizadas- atormentar con fuego eterno a sus propios hijos en el infierno? Y dando vueltas y vueltas al asunto, concluyen: si hay infierno, Dios no puede ser Amor, pero, como "Dios es Amor" - lo afirma San Juan - no puede existir un infierno, y menos un infierno eterno. Pero tampoco esta conclusión precipitada les da paz. No ignoran cuan frecuentemente el Divino Maestro habló del infierno... Nace así un drama de conciencia que unos resuelven callándose sobre el infierno, casi avergonzados que tal dogma de fe pueda existir; otros, relegándolo como una espina, en el rincón más oculto de su corazón; otros, aún, combatiéndolo abiertamente. Saquemos de una vez para siempre esta llaga a la luz para curarla definitivamente. Porque nuestra fe no tiene nada de qué avergonzarse. Ni es Dios un torturador, ni contradice el infierno su Amor. El infierno es más bien, por contradictorio e increíble que parezca, la expresión más señalada del Amor divino. Porque es a la vez su precio, su riesgo y, si este Amor es despreciado, su tormento y dolor.

QUE NOS DICE LA BIBLIA A PROPÓSITO DEL INFIERNO?

La existencia del infierno parece contradecir la amorosa paternidad de Dios. ¿Nos soluciona la Biblia ese problema? Respuesta: ¡Sí! Dándonos todos los elementos aclaradores:
a) EL HOMBRE HA SIDO CREADO SOBERANAMENTE LIBRE: "Dios, leemos en Eclesiástico 15, al crear al hombre, LO DEJÓ EN MANOS DE SU PROPIO ALBEDRÍO". Es decir, con la potestad, de obrar según su propio gusto y voluntad, sin sujeción alguna. Este privilegio implica que somos plenamente responsables de nuestros actos, y de las CONSECUENCIAS de estos: "Mira", nos dice Dios en Deuteronomio 30, "Yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si amas a tu Dios, sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, VIVIRÁS y tu Dios te BENDECIRÁ en la tierra que vas a poseer. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar PERECERÉIS SIN REMEDIO".
b) EN VIRTUD DE SU JUSTICIA DIOS ESTÁ OBLIGADO A DAR A CADA UNO LO QUE MERECE, como San Pablo advierte a los Romanos en el capítulo 2: "Dios ha de pagar a cada uno según sus obras: dando la vida eterna a los que perseveran en las buenas obras, y derramando su indignación sobre los que abrazan la injusticia".
c) NO FUE DIOS QUIEN QUISO EL INFIERNO NI DEBEN LAS TORTURAS DEL INFIERNO ATRIBUIRSE A ÉL: "Dios es bondadoso en todas sus acciones, es cariñoso con todas sus criaturas", reza el Salmo 144. El infierno tiene su origen en la rebelión de los ángeles, que allí se escondieron de Dios, alejándose de las alas de su Ternura. De este suceso dejó Isaías 14 una descripción dramática: "¡Cómo caíste del Cielo, oh Lucifer... Tú que decías en tu corazón: Subiré al Cielo, en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y seré semejante al Altísimo.. Es el hombre mismo, quien, separándose del Amor divino y fraterno, queda envuelto, por su propia culpa, en el hielo de la maldad y del odio. Y son los demonios, a quienes el hombre con cuerpo y alma se ha entregado, los que lo torturarán por toda la eternidad: "Por envidia del diablo entró la muerte al mundo, y la experimentan los que le pertenecen" nos avisa Sabiduría 2. ¿Culparemos a Dios por la triste suerte de quien se aleja de Él? ¿Culparemos al padre de la parábola del "hijo pródigo" si éste hijo nunca hubiese vuelto a la casa paterna? ¡Libre es el hombre par amar o para odiar! ¡Para quedarse en la casa del Padre o preferir el alimento de los "cerdos"! Pero está ampliamente avisado: Si elige el mal y muere en esta rebelión, los demonios tendrán todo el derecho de llevárselo. Y ¡que no venga después con lamentos! Fue ampliamente avisado.
¿QUÉ ENSEÑA LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA SOBRE EL INFIERNO?
a) La Iglesia ha canonizada a sor Faustina Kowalska, religiosa polaca que promovió la devoción a la divina misericordia. a pesar de esa confianza ilimitada que tenía en la misericordia de Dios, narra una experiencia mística personal en torno al infierno, que merece ser transcrita, aunque, como toda revelación privada, no es materia de fe sino que se ajusta a lo que la Iglesia concibe de la condenación eterna, y nos pueden servir a todos para reflexionar en algo que solemos olvidar con facilidad: "Hoy, relata Sor Faustina, he estado en los abismos del infierno, conducida por un ángel. Es un lugar de tormentos, ¡qué espantosamente grande es su extensión! Los tipos de tormentos que he visto: el primer tormento que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; el segundo, el continuo remordimiento de conciencia; el tercero, que aquel destino no cambiará jamás; el cuarto tormento, es el fuego que penetra al alma, es un tormento terrible, un fuego puramente espiritual, incendiado por la indignación divina; el quinto tormento, es la oscuridad permanente, un horrible y sofocante olor; y a pesar de la oscuridad los demonios y las almas condenadas se ven mutuamente y ven todos el mal de los demás y el suyo; el sexto tormento, es la compañía continua de Satanás; el séptimo tormento, es una desesperación tremenda, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias. Estos son los tormentos que todos los condenados padecen juntos, pero hay tormentos particulares, que son los tormentos de los sentidos. Que el pecador lo sepa: con el sentido que peca, con ese será atormentado por toda la eternidad. Lo escribo por orden de Dios para que ningún alma se excuse diciendo que el infierno no existe o que nadie estuvo allí, ni sabe cómo es. Yo, Sor Faustina, doy testimonio de que el infierno existe y que la mayor parte de las almas, que allí están, son las que no creían que el infierno existiera”. Y Sor Faustina concluye: Cuando volví en mí no pude reponerme del espanto: qué terriblemente sufren allí las almas. Por eso ruego con ardor por la conversión de los pecadores e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Oh Jesús mío, prefiero agonizar en los más grandes tormentos, que ofenderte con el menor pecado".
b) LA TRADICIÓN INSISTE EN EL GRAVE DEBER DE PREDICAR EL INFIERNO: "¿No es mejor sentir un breve ardor a causa de nuestros sermones, se pregunta San Juan Crisóstomo, que arder en llamas eternas?". "Descendamos en vida" aconseja San Bernardo "con nuestra mente al infierno para que no descendamos en la muerte." "Todas estas cosas", explica San Gregorio Magno, se dicen para que nadie pueda excusarse basado en su ignorancia que únicamente cabría si se hubiera hablado con ambigüedad sobre el suplicio eterno".
MEDITACIÓN

EL INFIERNO ES EL PRECIO Y EL RIESGO DEL AMOR
Lloraba, lloraba desconsoladamente, no tanto por nosotros sino por Dios mismo, porque, siendo Amor, es rechazado, despreciado y pisoteado por sus propios hijos. Lloraba como un niño, sin avergonzarse de sus lágrimas, el Santo Cura de Ars, comentando aquellas terribles palabras de Cristo, el cual, después de haber perseguido, buscado, suplicado toda una vida como Buen Pastor y Amor Crucificado al ingrato pecador, debe finalmente, en la hora de su muerte, darse por vencido ante el fracaso y la impotencia de su Misericordia, y habiéndose convertido en Juez, pronunciar, obligado por su Justicia, estas terribles y definitivas palabras: "¡Apartaos de Mí, malditos!"
Y no dejó de llorar el Santo con profundos sollozos, que dejaban a sus oyentes consternados y sobrecogidos, hasta que subieron a sus labios temblorosos aquellas palabras: "¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia más espantosa!... Dense cuenta, hijitos míos: ¡Malditos por Dios que sólo sabe bendecir, que sólo es Amor!... ¡Malditos por Dios, la Bondad en persona!... ¡Malditos sin posibilidad ya de perdón!... ¡Para siempre!..." Y durante más de un cuarto de hora no cesó de llorar y de repetir: "¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia!" "No es Dios" - continuó diciendo el santo - "Él que nos condena al infierno, hijos míos, somos nosotros, con nuestros pecados. Los condenados no acusan a Dios, sino a sí mismos: "He perdido, he destrozado mi alma y mi Cielo por mi culpa, por mi grandísima culpa"... Nadie ha sido jamás condenado por haber cometido demasiada maldad, mas por no haber querido humillarse y echarse, como la Magdalena, a los pies de Jesús, el Salvador, que a nadie jamás rechazó"...
Cabe, sin embargo, la pregunta: ¿por qué entonces creó Dios al hombre tan tremendamente libre, tan gran señor de su propia voluntad, que ni por su Creador puede ser forzada ni violentada, bajo pena de que, al instante, se convierta en un pobre muñeco incapaz ya de amar? La respuesta es sencilla y, a la vez, sublime: ¡porque Dios quiso que el hombre fuese hijo suyo, y no un robot! ¡Que fuese un ser infinitamente más grande que las demás criaturas; “alguien”, y no "algo", capaz de calentar y de alegrar su tan sensible Corazón de Padre; de sorprenderle con esas "pequeñeces" que hacen, también entre los humanos, las grandezas del Amor, y como rivalizar con Él en generosidad, cariño y ternura. En una palabra, capaz de colmar la sed infinita de amar y de ser amado que devora las entrañas de este “Dios-que-es-Amor”.
Y porque Dios ansiaba todo esto, con la impaciencia y la ilusión del amor, se atrevió a crear al hombre como una persona, como Él es persona - es decir, como un ser por quien pudiera ser comprendido y amado; un ser ¡"casi igual" a ÉI", ¡Que no nos espanten estas palabras! ¿Acaso no leemos en Génesis 1: "Creó pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó"? ¿No exclama el Salmo 8: "¿El hombre, Señor? ... ¡Lo hiciste poco inferior a los dioses, de gloria y de honor lo coronaste"? ¿No enseña San Pablo en 1 Corintios 6,17: "el que se une al Señor, se hace un sólo espíritu con Él"? ¿Y no comentó audazmente el gran Santo Tomás de Aquino: "Es característico del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos a Dios, nos divinizamos"? Y habiendo creado al hombre conforme a lo que le es más amado y resplandeciente, es decir, "los rasgos de su Hijo Unigénito", ¡Dios se enamoró del hombre!
Pero ay, tanta belleza y honor tuvieron su precio altísimo "¿Qué soy yo para Ti, oh Dios?", pregunta San Agustín, "que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?"… Palabras maravillosas, a las cuales Dios podría replicar: "¡Oh hombre! ¡Tu grandeza está en tu poder de amar! ¡Tu amor es tu encanto y tu peso! Puedes amar a las otras criaturas, decirles un tú y un yo llenos de sentido. Y puedes amarme a Mí y decirme un Tú y un yo.,. ¡y un "sí" que te abra de par en par las puertas de mi Cielo, o, ¡ay!, también un "no", con el cual te precipitarías fuera del alcance de Mi Corazón para siempre! “
“¡Perdóname, hijo mío! Queriendo convertirte en mi amante, tuve que darte la posibilidad de que me traicionaras. Queriendo abrirte las puertas del Cielo, tuve que entreabrirte las del infierno. Queriéndote desbordante de felicidad, tuve que correr el riesgo de hacerte infeliz.” “Porque si tú no fueras tan libre, no podrías ser mi hijo. Si no fueras tan responsable, no podría premiarte un día con tan altos gozos y sorpresas. Y si no fueras tan inmensamente grande y semejante a Mí, Yo no podría amarte tanto. Sí hijo mío, los rayos de sol entre nosotros, siempre proyectarán la sombra del infierno. Pero que esta sombra jamás nuble ni oculte para ti, el Sol de mi Amor. Ámame, como Yo te amo. Para que al final de tu vida pueda darte la paga y el jornal del amor, que es recibir más amor… hasta llegar a la plenitud del mismo amor. ¡Porque amor sólo con amor se paga!"
UNA ANÉCDOTA COMO CONCLUSIÓN
Un marinero moribundo que se obstinaba en no querer reconciliarse con Dios, pidió agua a una religiosa enfermera. Ella le contestó: "Claro que sí. Pero beba usted, capitán, hasta hartarse, porque en el infierno por toda la eternidad, suplicarás por una gota de agua, y nadie se la dará…." "Infierno, infierno, gruñó el enfermo, ¡no existe!". Contestó la Sor: "Me lo has dicho usted cien veces, capitán, pero ¿lo has demostrado? No por negar el infierno dejará de existir!”... El capitán se agitó en el lecho y, como hablando a sí mismo, murmuraba: "Es cierto,, no lo he demostrado..." La hermanita replicó: "Pero, no se preocupe, capitán, ya sabrá usted muy pronto si existe o no infierno…". Y se puso a rezar. Al poco tiempo el enfermo pidió a gritos un sacerdote, diciendo "Hay que decidirse por el partido más seguro. No quiero ir a verlo, porque cuando se entra allí , ya no se sale".
Padre Antonio Lootens (Bucaramanga, Colombia)