lunes, 4 de junio de 2007

La Montaña De Dios

Nacido para ser sacerdote, Antonio Lootens Impens

Vanguardia Liberal le cuenta la historia del padre Antonio Lootens Impens, el fundador de los Ermitaños de Piedecuesta. Una vida signada por el milagro y la fe.

Por: NANCY SMITH PINILLAVANGUARDIA LIBERAL
Era el año 1934, seis años antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando su llanto rompió el silencio de la pequeña capilla de la clínica donde nació, en Gent, capital de las Flandes Orientales.Más que un llanto, era la mayor felicidad para el corazón de su progenitor, quien por fin tenía la di cha de recibir un hijo varón.Sin embargo, segundos después de su nacimiento y de acuerdo con el dictamen médico, al igual que su hermano gemelo, éste también había nacido muerto. Eran tres generaciones sin hijos varones. Pero pudieron más la fe y la decisión rápida de su progenitor de ofrecérselo a la Virgen, no sin antes anteponer un compromiso: “Si vive será tu yo”. Entonces, como si el milagro se hubiese hecho carne, el pequeño que reposaba en sus brazos, tal como vino al mundo, respiró y dejó oír por primera vez su llanto.“Fue en ese momento que mi padre me regaló a la Virgen y mi vida quedó marcada desde ese instante”, dice 70 años después Antonio Lootens Impens, un Belga llegado hace 11 años a Bucaramanga para fundar la comunidad religiosa los Ermitaños Eucarísticos del Padre Celestial.A cumplir la promesa17 años más tarde, cuando Antonio terminó sus estudios de secundaria, le comunicó a su padre la decisión de ser sacerdote.Para entonces su progenitor había olvidado su promesa y se sintió defraudado porque el único varón que tenía por hijo, al cual le iba a heredar una de las más grandes empresas especializadas en sonido, estaba dispuesto a cumplir el juramento que él mismo había hecho 17 años antes, frente a la imagen de la Virgen y que para entonces parecía haber echado al olvido.Pero el destino parecía estar escrito. Muy pronto, la comida ofrecida en la comunidad religiosa a don de ingresó, hizo mella en la débil salud de Antonio, quien no tuvo más remedio que retirarse en busca de solución a su problema. Comenzó estudios de medicina, los cuales no logró terminar porque, también por esas extrañas cosas del destino, conoció y se enamoró de los secretos de la medicina natural, con la cual curó su gastritis, y entonces decidió que era ese el saber que necesitaba.Una vez más el padre vio con esperanza el regreso de su hijo. Aunque la dicha duró poco.Esta vez el joven decidió estudiar Teología y abandonó de nuevo el hogar. “Mi padre me dijo que respetaba mi decisión, pero prefería no verme más, porque le causaba mucho dolor”, sostiene Antonio, evocando aquel momento difícil de su existencia.Los placeres de la vidaCuando estudiaba medicina Antonio había trabajado como representante farmacéutico, y tuvo la opor tunidad de conocerlos placeres y encantos materiales de la vida: dinero, comodidades, autos, viajes y buenos restaurantes.Sus viajes de vacaciones lo llevaron a visitar y conocer 23 países, entre los cuales estaban la India, África y Marruecos.Y de ellos heredó el único vicio: los restaurantes finos, en especial los franceses e italianos, con los cuales complacía su muy exigente paladar.El nuevo llamadoFue por el año 1960, cuando en uno de sus via jes a la ciudad de San Giovanni Rotondo, conoció al Padre Pío.“Él me miró a los ojos y me dijo: ‘el Señor te hace sacerdote, pero tendrás que sufrir antes’. En ese momento se me quitó esa duda, que no era duda; só lo que yo me limitaba a decir como San Agustín “mañana me voy a convertir Señor, todavía no, deja unos años más girar el mundo”.Contagiado por la profecía del Padre Pío, Antonio regresó a sus estudios. Tenía 36 años de edad cuan do se embarcó hacia Madagascar, en compañía del obispo de Antananarivo (capital de Madagascar), Jérôme Louis Rakotomalala. Cuando sólo faltaba un mes para ordenarse sacerdote, empezó a cumplirse otra parte del vaticinio del Padre Pío: “tendrás que sufrir”.Una enfermedad Tropical atacó el cuerpo de Antonio, quien parecía sucumbir ante ella. Era una mezcla de anquilosobiasis y amibiasis, la cual redujo su peso de 68 kilos a 34. Su debilidad era tal, que no podía levantar ni un brazo.“El médico dijo: ‘ya quítele el suero, no vamos a gastar más, pues va a morir’. Pero el sacerdote que me llevó el último sacramento me dijo: ‘si quieres te llevo a mi casa y te cui do’.Así lo hizo y con medicina natural me levantó en un año”. Como no pudo regresar al seminario porque era muy débil, pasó tres años con los padres Benedictinos, en el convento francés en Madagascar. Fue justo allí donde empezó a gustarle la vida contemplativa, opción en la cual nunca había pensado. De regresoPor recomendación de su médico tuvo que partir de Madagascar. Entonces regresó a Europa. Por orgullo no quiso volver a casa y como no aguantaba el clima frío de Bélgica partió a Siracusa, Italia.Sin decir que había he cho estudios para sacer do te empezó a trabajar en el Santuario.“Un buen día el rector me dijo: ‘tu escribes y hablas como sacerdote, pero no eres sacerdote’. Yo le contesté: no he po dido serlo porque cada vez que lo intento me sale mal.Al afirmarle que no me oponía, en 15 días me ordenó diácono y finalmen te, el 29 de junio de 1971, fui ordenado sacerdote y entonces me regresó la paz”, afirma el padre Antonio Lootens, acentuando esa sonrisa que por ningún momento desaparece de su cara ni de sus ojos azules.Una vez alcanzó su meta religiosa regresó a la casa paterna. Habían transcurrido 30 años. Le pidió perdón a su padre por su partida y por no ha ber sido lo que él deseaba que fuera; su heredero.Sigue la búsquedaNo obstante, para Antonio el camino no había terminado. Sentía la necesidad de estar solo para sentirse más cerca de Dios. Y una vez más, partió. Se fue a vivir a una gruta excavada por el mar, en Siracusa.De día trabajaba y de no che regresaba a ella para dormir sobre un montón de paja. Pero a los dos años murió el Padre Pío, y entonces la gente se volcó hacia él buscando llenar el vació que había dejado éste.“La verdad, los italianos son muy excesivos y empezaron a venerarme como si yo fuera un segun do Padre Pío. Me cortaban pedazos de hábito como reliquia. A veces, cuando yo me movía a realizar visitas, tenía que venir la policía italiana por que la gente no me dejaba caminar. Entonces pensé: aquí yo no me santifico y empecé a mirar a dónde me iba”.El padre Antonio buscó el país más pobre en sacerdotes en toda América Latina y encontró que el primero era Honduras, hacia donde partió sin avisar, otra vez dejándolo todo.Cura, cacique y médicoUna población de 80 mil habitantes, en la frontera con Nicaragua, se convirtió en su nuevo hogar. Allí fue sacerdote, jefe, cacique y médico.Durante 10 años estuvo como párroco a cargo de 110 capillas y del hospital fundado por él, con igual número de camas.Para cumplir su misión debía recorrer la región a lomo de mula. Pero la necesidad de es tar solo, seguía latente en su corazón y una vez más se fue.Partió hacia Costa Rica, donde vivió 8 años, en una choza, tras fundar el movimiento espiritual de los cenáculos.Hacia la vida de ErmitañoFue justo en este país donde conoció a la Madre Andrea y a otras tres personas que querían dedicar se a la vida contemplativa, pero aún buscaban un lugar dónde hacerlo.Una llamada del entonces arzobispo de Bucaramanga, Monseñor Darío Castrillón Hoyos, hoy Carde nal, lo trajo a Colombia, donde actualmente es el guía espiritual de casi 200 personas que viven en la comu nidad.Su meta estaba en ColombiaFue en un pedazo de tierra colombiana conocida como la ‘Montaña’, en Piedecuesta, donde el padre Antonio Lootens Impens encontró el sitio para lograr su mayor meta: la vida contemplativa.No extraña nada de su vida pasada, pues afirma que es feliz, tal como vive en la actualidad.Sus recuerdos mantienen vivas las delicias de los restaurantes franceses, como el pescado a la Milane sa con ají o las exquisitas pastas italianas, platillos que no ha vuelto a de gustar, porque el padre Antonio ahora es vegetariano